
Guerra y paz
Durante
el día mi esposa y yo nos encontramos en guerra, pues desde hace años dejamos
de amarnos. Así que los gritos y las ofensas nunca faltan en nuestro hogar. No
obstante, todas las noches respetamos nuestro pacto marital: hacer el amor para
dormir en paz.
Se busca una mujer
No
hace mucho, en La Vacacional, Acapulco, había un niño de la calle que le daba
por agarrarle la mano a cualquier mujer que pasaba a su lado para no estar
solito.
“Señora,
¿no quiere ser mi mamá?”
“Joven,
¿no quiere ser mi mamá?”
“Amiga,
¿no quiere ser mi mamá?”
Así
estuvo hasta la mayoría de edad y se casó con una muchacha. Tiempo después lo
abandonó su pareja y le dio por buscar una mamá para su hijito.
Secreto marino
El
caracol lleva en su guarida el sonido del mar, y el suplicio de los ahogados.
Alimentos
No
hace mucho, en Acapulco, había cadáveres por doquier, arrojados a plena luz del
día o a mitad de la noche. Nadie los reclamaba porque, al parecer, no tenían
dueños. Como es bien sabido, todos iban a parar a las fosas clandestinas, pues
en la morgue ya no había espacio suficiente para tantos. Y qué gordos y
satisfechos lucían, entonces, los perritos callejeros.
Más vale reír que llorar
Para
ella es más fácil reír que llorar. Desde que nos casamos jamás la he visto
derramar su llanto (es más, creo que nunca me amó). Si mira a un perro
aplastado o un gato electrocutado, ríe; si pierde algo de valor material
(celular, anillos, reloj), ríe; si va a un velorio (familia, amigos, compañeros
del trabajo), ríe; si me encuentra besando a otra mujer o tirado de borracho
en la calle, ríe. Con ella todo es risa; conmigo todo es rabia, vicios, celos y
amargura. Incluso cuando estoy por ingresar al quirófano para que me extraigan
el tumor de la cabeza y los médicos le han confirmado que es poco probable que
vuelva a la vida después de la cirugía, ríe. Así que yo no tengo más opción y
me muero de la risa con ella.
Dios te ama
Hijo
mío: si alguien no te valora, ódiale; si alguien habla mal de ti, pártele la
cara; si alguien no te ofrece trabajo, róbale sus pertenencias. Sólo recuerda
que yo sí te amo, aunque jamás suelte mis manos de tu cuello.
Atención ciudadana
Todos
los días escucho teléfonos en mi cabeza, sin importar la hora. Ring-ring-ring.
Atiendo las llamadas. Hay voces extrañas, gemidos, lamentos, maldiciones.
Alguien
dice: “¡Abajo el capitalismo!”
Otro:
“La muerte sabe a Prozac”.
Luego:
“¿En serio crees en ese comercial llamado fe?”
Más
allá: “Nunca te amó, imbécil”.
Cuelgo.