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Sobre el primer aniversario de La Perlita y la estética relacional de Nicolas Bourriaud


Iván García Mora | Fotos: Omar Delgado | 

 

La forma de la obra contemporánea se extiende más allá de su forma material: es una amalgama, un principio aglutinante dinámico. Una obra de arte es un punto sobre una línea. (Nicolas Bourriaud).

 

La Perlita, antes que cualquier cosa, es un punto sobre una línea.

             Una obra de arte creada por Daniela Villa Cantú y Daniela D’Acosta. Porque la gestión cultural también es un acto creativo. Gestionar un espacio es crear las condiciones para que otrxs se relacionen. Aglutinar instintos y percepciones que se traducen en “obra”.

              Y estar frente a la obra de arte nos convierte en parte de ella.

              Danzantes que narran con el cuerpo, artistas plásticos que narran con pinturas e instalaciones, músicos que narran con el sonido; todxs ellxs, junto al público que les presta atención, son el glóbulo nacarado que da vida a La Perlita.

              Un espacio para imaginar.

              Un parque de diversiones para artistas,

              ubicado en el centro de Ensenada.

 

…la obra suscita encuentros y da citas, administra su propia temporalidad. (Nicolas Bourriaud).

 

Un año de vida para un espacio cultural es un alivio.

              Aire fresco y sombra

              bajo el sol quemante del capitalismo.

              Toda obra de arte es nuestra mente extendida a la materialidad.

              La imaginación vive afuera.

              En este año, el dúo de Danielas imaginaron a La Perlita como fabrica de creación, galería, venue para conciertos, escenario para teatrerxs, restaurante, bar.

              Su mutabilidad es su fuerza. Sus ganas de albergar.

              “La poesía es la continuación de la infancia por otros medios”, nos dice María Negroni. Un verso/armadura que le cabe a todxs lxs artistas, incluyendo a lxs gestores culturales.

              Celebrar el primer año de La Perlita significa celebrar el juego eterno. Es entender que al arte es arena para todxs, espuma para todxs, oleaje para todxs, fiesta para todxs.

 

Dicho de otra manera, lo que el artista produce en primer lugar son relaciones entre las personas y el mundo. (Nicolas Bourriaud)

 

La fiesta de cumpleaños por el 1er aniversario de La Perlita inició con:

              Acto 1: La Expo de Afuera “Esculturas y Murales”.

              Jocelin y yo viajamos en camión desde Tijuana; dos horas de chisme, desamor y porvenir salieron de nuestras bocas. Al llegar a La Perlita y pagar la entrada, recibimos vino de cortesía. Caminamos hasta el fondo del patio y descubrimos una fuente de ostiones.

              La gente se aglomeraba alrededor.

              Murales de Joel Mayoral, Leonardo Ortega, Gibrán Turón y Hachemuda en las paredes.

              Las buenas fiestas se asemejan a los buenos cuentos: tienen una gran introducción.

              Beber, comer, reír: la trama relacional por excelencia.

              La más placentera.

              Pasamos un rato saludando a algunas caras conocidas. Luego llegó Caro a la celebración, cubierta por un abrigo café: más peluche que persona.

              “Mientras más crudo el marisco es mejor”.

              Emocionada por los ostiones, me pidió que la acompañara para que nadie la viera comiendo. Este gesto de ternura, intimidad y gozo es lo que provocan algunas de las grandes obras.

              Y yo, ahí estaba:

              Cubriendo con mi altura a la mejor amiga de mi novia, mientras devoraba moluscos a escondidas.

 

Con gestos pequeños el arte, como programa angelical, realiza un conjunto de tareas al lado o por debajo del sistema económico real con el fin de zurcir pacientemente la trama relacional. (Nicolas Bourriaud).

 

Acto 2: Sala de zapatos by La Nopalera.

              La Nopalera es un playground liderado por Daniela Villa Cantú. Un taller de cerámica del que bien se podría escribir una sitcom. Junto a Isa, Meli, Ana Sofía y Lluvia, Daniela moldea el mundo con sus manos.

              Ubicado dentro de La Perlita, La Nopalera es un Rugrats que pone la risa, el juego y el afecto como elementos esenciales para aprender a manejar el barro.

              Sin embargo, para esta instalación, las manos de quienes asistimos no fueron lo más importante, sino los pies.

              Antes de entrar, Isa le daba una bolsa a todas las personas para que guardaran sus zapatos.

              “Fiesta de queso”, recuerdo risas y calcetines.

              Jocelin, Caro y yo nos adentramos.

              Del techo brotaban cortinas transparentes,

              acomodadas de tal forma que anunciaban pasillos circulares.

              Al centro de todo, como un núcleo planetario, colgaba una pieza compuesta por figuras irregulares.

              “Son como hojuelas de zucaritas”.

              Hechas con cerámica. Pendiendo de un hilo.

              Alumbradas de tal forma que

              su geometría asimétrica

              simulaba el irrepetible brillo

              del sol sobre el mar.

              De pronto me sentí como en una pecera.

              Esa sensación de profundidad se reafirmaba con el ambient jam que lanzaban Phanta, David Martínez, Braulio Lam, Bruno Zampano y Jota M.

              Mis amigas y yo nos sentamos en un cojín enorme y de color arena, pegados a la pared. Luego Dani nos sugirió: “¿Y si jalan el cojín debajo de la pieza?”.

              Dos minutos después, distintos grupos de gente arrimaban su cojín hasta el centro.


              De a poco las sensaciones cambiaron. Nos acostamos y vimos los zucaritas desde abajo. “Mira, parece una bacteria”, “¡Una medusa!”. “Esa tiene cara de concha”.

              Éramos la arena debajo de esos seres de cerámica.

              Estábamos en el clímax de la historia.

              Un silencio total de pensamientos.

              Solo la pieza sonora al fondo y los susurros de decenas de personas a nuestro alrededor.

              Por un momento, imaginé que la instalación sobre nosotros era un móvil para una cuna.

              “…es un espacio vacío o en construcción que siempre se está llenando de nuevos contenidos, de nuevas imágenes. Es un significante sin identidad, que se llena constantemente de nuevos significados”, Byung-Chul Han sobre la mutabilidad de la obra de arte.

              Pasé de ser arena a ser niño en tan solo segundos.

              Giré la cabeza, a lo lejos Isa sonreía.

              Ver a tu novia con ese brillo en la boca,

              sentir que también es tu brillo.

              Sentir que tú eres el sonido de la guitarra de Braulio.

              Sentir que las piezas de cerámica sobre ti

              son infinitas posibilidades de tus pensamientos.

              Volverse un continuo

              con la obra de arte.

 

 Parece más urgente inventar relaciones posibles con los vecinos, en el presente, que esperar días mejores. Eso es todo, pero ya es muchísimo. (Nicolas Bourriaud).

 

Acto 3: Ya hace hambre y ganas de bailar.

              Sí, hay una urgencia por dejar de cosificar los lazos.

              Dejar de pensar que los afectos tienen que ver con transacciones.

              Materiales, emocionales o simbólicas.

              La parte tres de esta fiesta se mudó a la bodega de La Perlita. Ya con zapatos puestos, degustamos tostadas de verduras y ostiones ahumados. Compartimos risas y anhelos.

              La oscuridad y la música Disco eran nuestro cielo.

              Braulio se acercó y me jaló para hablar con él.

              Su tez blanca, cabello rojizo y su voz: nada ha cambiado desde hace 12 años, cuando compartíamos el mismo profesor de guitarra y la misma hora de clase.

              “Nadie te enseña a envejecer”.

              Sus palabras son una reafirmación de que vivimos en una sociedad que glorifica la juventud.

              Estos temas se tienen que hablar.

              ¿Cómo envejecer “bien” sin tropezarte en el intento?

              Mi única respuesta es

              creando un grupo sólido de amistades.

              Montañas que sirvan de apoyo emocional.

              Pienso en el dúo de Danis y su equipo de trabajo. Un año de sostenerse mutuamente. De cabalgar el infinito amor por la creación artística y la gestión de un espacio.

              En algún punto, Braulio se fue.

              Me quedé con Caro, Jocelin e Isa, quien por fin se unió de tiempo completo a nuestro equipo nocturno. Decidimos abandonar la bodega, regresar a los cojines de arena.

              Volver a ser niñxs.

              La sala estaba en completo silencio.

              Solo nuestros chismes y risas la habitaban.

              Así, en calcetines, comenzó una pijamada que se desplegó hasta el departamento de Isa. Hasta allá se extendieron las emociones provocadas por el aniversario de La Perlita. Hasta los oídos de quienes, un día después, preguntaron cómo estuvo la fiesta. Hasta los ojos de quienes leerán este texto.

              “Cada época sueña a la siguiente” (Jules Michelet).

              La Perlita es un sueño materializado en el presente, pero que apunta al futuro.

              Un sueño. Una casa. Un nido.

              Eso. Sobre todo eso.

              Un nido.



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