«Alza la Vista» y la introspección de Daniel Dennis

Por Erick Araujo
TW @iamaraujo10

Un sector de la música independiente mexicana ha venido a la alza gracias a propuestas que han dado de qué hablar en todo el país (Ed MaverickBrattyDRIMS); con sonidos, letras y fórmulas muy específicas que les han permitido sobresalir en la nueva industria musical. 

Entre esas propuestas encontramos el folk rock de Daniel Dennis, originario de Tijuana, con dos LP’s en su baraja: “Corre el Tiempo” y “Alza la Vista”. Éste último le ha permitido encontrarse a sí mismo en un viaje lleno de paisajes armónicos, melódicos y reflexivos.

“Alza la Vista” es un álbum donde encontramos que el inicio de este viaje es “Al Horizonte” para hacernos saber que no estaremos perdidos mientras mantengamos la vista hacia el lugar donde queremos llegar. Al Horizonte no sólo representa el inicio del viaje, sino el camino por el cual nos llevarán los acordes de Daniel Dennis.

El segundo track “Lo que tenga que pasar” destaca mucho en principio con percusiones que a lo largo de la canción nos llevan a un punto de algarabía musical y que pase lo que tenga que pasar. El tema concepto “Alza la Vista” es una oda a la vida, muchas guitarras, rock y una lírica que alude a la esperanza en tiempos desoladores, uno de los mejores paisajes de un álbum lleno de vaivenes, pues inmediatamente viene “Ciclo”, que deja atrás la electricidad y con cuerdas más acústicas nos recuerda que es en los ciclos lo natural es volver a empezar.

La introspección es una virtud que está presente en cada una de las letras para el oyente, en lo que fuimos y somos, encontrando “Reflejo de mi Ser” y “Pensando en Hoy”, dos canciones intermedias que mantienen esa elegía intuitiva.

Hace unas semanas, Daniel Dennis estrenó el video oficial de “Otra Noche Sin Dormir”, quizá la canción más destacada del disco y que es imposible dejar pasar por alto.




El final del viaje sólo es el comienzo de algo nuevo… Daniel Dennis cierra este material con un “Día Nuevo” tras haber recorrido paisajes armónicos y otros llenos de contrastes, la historia se renueva al empezar el día con una taza de café y una guitarra acústica, o en nuestro caso, con una buena playlist.

Sin duda alguna esta producción tiene el potencial para situarse como una propuesta fresca en el espectro musical de nuestros días con un estilo folk rock que, entre tanto ruido comercial, siempre se agradece escuchar. Daniel Dennis nos regala “Alza la Vista” no sólo como su viaje en solitario de introspección, sino también nos invita a ser pasajeros de una travesía con caminos que seguramente nos parecerán familiares o cruciales en nuestra vida; ideal para tomarnos un tiempo, pensar y serenar nuestras emociones y, comenzar una nueva historia.

«El huésped», un cuento de Amparo Dávila

Recordamos a la escritora Amparo Dávila con uno de sus extraordinarios relatos. Tremenda cuentista y una de las grandes plumas de la literatura fantástica y de terror que ha dado México.

“Que no muera un día nublado ni frío de invierno” pidió durante la celebración de sus 90 años y, al parecer, su deseo se cumplió: murió en primavera.



El huésped

Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.

Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer.

No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas.

Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. “Es completamente inofensivo” —dijo mi marido mirándome con marcada indiferencia. “Te acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues...” No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa.

No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí.

Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto de la esquina. Era ésta una pieza grande, pero húmeda y oscura. Por esos inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin embargo él pareció sentirse contento con la habita­ción. Como era bastante oscura, se acomodaba a sus necesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué hora se acostaba.

Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo marchaba con aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano, vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los entretenía mientras Guadalupe arreglaba la casa y salía a comprar el mandado.

La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos distribuidos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que protegían las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes. Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupación de la mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores estaban cubiertos por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo cuánto me gustaba, por las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores a coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y de las buganvilias.

En el jardín cultivaba crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras yo regaba las plantas, los niños se entretenían buscando gusanos entre las hojas. A veces pasaban horas, callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de agua que se escapaban de la vieja manguera.

Yo no podía dejar de mirar, de vez en cuando, hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día dur­miendo no podía confiarme. Hubo veces que, cuando estaba preparando la comida, veía de pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo sentía detrás de mí... yo arrojaba al suelo lo que tenía en las manos y salía de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía nuevamente a su cuarto, como si nada hubiera pasado.

Creo que ignoraba por completo a Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni la perseguía. No así a los niños y a mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba siempre.

Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que alguien pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de la puerta de mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún dormía, yo iba hacia la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo descubría en algún oscuro rincón del corredor, bajo las enredaderas. “¡Allí está ya, Guadalupe!”, gritaba desesperada.

Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo cobraba realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —allí está, ya salió, está durmiendo, él, él, él...

Solamente hacía dos comidas, una cuando se levantaba al anochecer y otra, tal vez, en la madrugada antes de acostarse. Guadalupe era la encargada de llevarle la bandeja, puedo asegurar que la arrojaba dentro del cuarto pues la pobre mujer sufría el mismo terror que yo. Toda su alimentación se reducía a carne, no probaba nada más.

Cuando los niños se dormían, Guadalupe me llevaba la cena al cuarto. Yo no podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba por hacerlo. Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba con su pequeño a dormir y yo me quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la puerta de mi cuarto quedaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme, temiendo que en cualquier momento pudiera entrar y atacarnos. Y no era posible cerrarla; mi marido llegaba siempre tarde y al no encontrarla abierta habría pensado… Y llegaba bien tarde. Que tenía mucho trabajo, dijo alguna vez. Pienso que otras cosas también lo entretenían...


Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana, oyéndolo afuera... Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su mirada fija, penetrante... Salté de la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que dejaba encendida toda la noche. No había luz eléctrica en aquel pueblo y no hubiera soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier momento... Él se libró del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en el piso de ladrillo y la gasolina se inflamó rápidamente. De no haber sido por Guadalupe que acudió a mis gritos, habría ardido toda la casa.

Mi marido no tenía tiempo para escucharme ni le importaba lo que sucediera en la casa. Sólo hablábamos lo indispensable. Entre nosotros, desde hacía tiempo el afecto y las palabras se habían agotado.

Vuelvo a sentirme enferma cuando recuerdo... Gua­dalupe había salido a la compra y dejó al pequeño Martín dormido en un cajón donde lo acostaba durante el día. Fui a verlo varias veces, dormía tranquilo. Era cerca del mediodía. Estaba peinando a mis niños cuando oí el llanto del pequeño mezclado con extraños gritos. Cuando llegué al cuarto lo encontré golpeando cruelmente al niño. Aún no sabría explicar cómo le quité al pequeño y cómo me lancé contra él con una tranca que encontré a la mano, y lo ataqué con toda la furia contenida por tanto tiempo. No sé si llegué a causarle mucho daño, pues caí sin sentido. Cuando Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a su pequeño lleno de golpes y de araños que sangraban. El dolor y el coraje que sintió fueron terribles. Afortunadamente el niño no murió y se recuperó pronto.

Temí que Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no lo hizo, fue porque era una mujer noble y valiente que sentía gran afecto por los niños y por mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza.

Cuando conté lo que había pasado a mi marido, le exigí que se lo llevara, alegando que podía matar a nuestros niños como trató de hacerlo con el pequeño Martín. “Cada día estás más histérica, es realmente doloroso y deprimente contemplarte así... te he explicado mil veces que es un ser inofensivo.”

Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido, de él... Pero no tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes a quienes recurrir, me sentía tan sola como un huérfano.

Mis niños estaban atemorizados, ya no querían jugar en el jardín y no se separaban de mi lado. Cuando Guadalupe salía al mercado, me encerraba con ellos en mi cuarto.

—Esta situación no puede continuar —le dije un día a Guadalupe.

—Tendremos que hacer algo y pronto —me contestó.

—¿Pero qué podemos hacer las dos solas?

—Solas, es verdad, pero con un odio...

Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría.

La oportunidad llegó cuando menos la esperábamos. Mi marido partió para la ciudad a arreglar unos negocios. Tardaría en regresar, según me dijo, unos veinte días.

No sé si él se enteró de que mi marido se había mar­chado, pero ese día despertó antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi cuarto. Guadalupe y su niño dur­mieron en mi cuarto y por primera vez pude cerrar la puerta.

Guadalupe y yo pasamos casi toda la noche haciendo planes. Los niños dormían tranquilamente. De cuando en cuando oíamos que llegaba hasta la puerta del cuarto y la golpeaba con furia...

Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tranquilas y que no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi cuarto. Guadalupe y yo teníamos muchas cosas por hacer y tanta prisa en realizarlas que no podíamos perder tiempo ni en comer.

Guadalupe cortó varias tablas, grandes y resistentes, mientras yo buscaba martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, llegamos sin hacer ruido hasta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas. Conteniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente. Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos corrían por la frente. No hizo entonces ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente. Cuando todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando.

Los días que siguieron fueron espantosos. Vivió mu­chos días sin aire, sin luz, sin alimento... Al principio golpeaba la puerta, tirándose contra ella, gritaba deses­perado, arañaba... Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir, ¡eran terribles los gritos...! A veces pensábamos que mi marido regresaría antes de que hubiera muerto. ¡Si lo encontrara así...! Su resistencia fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas...

Un día ya no se oyó ningún ruido. Ni un lamento... Sin embargo, esperamos dos días más, antes de abrir el cuarto.

Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte repentina y desconcertante.

Letrinas: ¿Quién escuchó caer al árbol?


¿Quién escuchó caer al árbol?

Por Julieta González Valle


Doña Carlota, tu patrona, te mandará lejos de la casa para que recojas un par de leños secos en el bosque, tú la obedecerás a pesar de que ya es tarde, pues sabes que las noches son muy frías y te conviene que haya algo que quemar en la chimenea, ya que aquella gran casona en la que vives es muy fría y la leña de hace unos días está por extinguirse. Antes de salir, le avisarás a tu patrona que Don Ezequiel, su marido, ha llegado a casa. Ella te dirá que está bien y te dirá que te apresures a ir al bosque, pues te quiere de regreso lo antes posible. Rápidamente vas a tu cuarto, el cual se encuentra atrás de la cocina y justo al entrar besas una foto de tus padres, les extrañas, piensas que ojalá no hubieran muerto. Te pones un poco nostálgica, pero recuerdas que debes darte prisa o si no tu patrona se enojará y no te dejará ir al panteón a ver a tus progenitores. Besas por última vez su foto y te la colocas como siempre en el resorte de tu enagua, sabes perfectamente que ahí no se caerá, pues lo has hecho con anterioridad. Cerrarás la puerta de tu cuarto e inmediatamente Don Ezequiel te interceptará y te tomará del brazo, te dirá que te desaparezcas por un rato, que no regreses tan pronto porque tiene asuntos pendientes con su mujer, tu asentirás y te alejarás un poco. Él te gritará antes de que llegues al portón y te dirá que cuando regreses entres por la cocina, pues le pondrá tranca a la puerta desde antes. Asentirás de nuevo, caminarás un poco más y abrirás para salir por el gran portón de madera, emprendiendo camino hacia el bosque junto con el hacha oxidada de siempre y la reata nueva que compro el patrón para que no debas usar cordones de rafia, ambos saben que estos últimos se rompen y es muy pesado traer pocos leños y muchas astillas.

Caminarás por las calles empedradas cuesta arriba, pensando, pensando acerca de todo. Pensarás acerca de los rumores que han estado en el aire con respecto a tus patrones, aquellos que versan acerca de que los brazos de tu patrona están morados y que se maquilla de más para que nadie note los moretones que al parecer le ocasiona su esposo. Pensarás porqué la maestra del pueblo, Doña Ana, visita la casona de manera constante e incluso escucharás aquellas palabras que tu patrona le brindo a dicha mujer cuando cuestionó porque no te envían a la escuela, resonando en tu cabeza lo siguiente: ella es como una mula, sólo sirve para el trabajo y acá entre nosotras, su presencia hace que mi marido no sea tan pesado. Aquel resonar de palabras en tu cabeza te hará sentir un poco triste pero también un tanto extrañada, pues tu patrón actúa de una manera muy normal y te resulta imposible que sea un hombre violento. Descartarás tu tristeza e inmediatamente tus pensamientos se enfocarán en tu patrón, pensarás en sus modos y admitirás que a veces te da miedo cuando te levanta la voz o te abofetea, pero a pesar de todo le miras como un buen cristiano que va a la iglesia cada domingo y que trata normalmente a todos sus empleados, teniendo incluso amistad con algunos de ellos, especialmente con Don Erasmo, su capataz.

Rápidamente cambiarás el enfoque de tus ideas y pensarás en tus quehaceres del día siguiente. Pensarás en que al amanecer deberás prepararles el desayuno a los patrones y después deberás apilar los leños y aguardarlos bien. Voltearás hacia la escuela del pueblo, aquel edificio de cantera rosada del cual saldrá el joven profesor Carlos. Lo mirarás un momento, sabes que te gusta verlo, te gusta el color de sus ojos miel y piensas que su piel es más blanca que la nieve que se junta cuando graniza en el pueblo. Él te saludará cordialmente y tú le responderás el saludo, luego él se irá calle abajo y tu seguirás cuesta arriba pensando en que algún día te gustaría casarte con un hombre como él… no te atreves a admitir que te encantaría casarte con él específicamente. Pasará por tu mente el pensamiento que te suele ser recurrente, aquel de tener una excusa tonta para poder hablar con él, pero inmediatamente te cohibirás como siempre, pues sabes muy bien que un hombre estudiado y guapo como él no se fijaría ni por error en una mujer como tú; una joven criada que no sabe leer, ni mucho menos escribir. Te distraerás al mirarle mientras piensas fugazmente todo aquello y eso te hará dar un paso en falso, esto último hará romper tu sandalia, tendrás que quitártelas. Te quitarás ambas sandalias y te las colgarás en el cuello, pensarás en la tortura del empedrado cuesta abajo al regresar, pero afortunadamente te percatarás de que al menos en ese momento, te encontrarás en un piso más firme y al menos ahí no es problema, habrás llegado al bosque.

Te adentrarás en el mismo y sentirás cómo tus pies descalzos se encuentran con el crujir de las hojas secas, es una sensación extraña pero no desconocida pues no es la primera vez que has pisado hojas secas. Mientras camines, el único sonido que invadirá tus oídos será el de las hojas secas siendo aplastadas por tus plantas, evocando un olor a vegetación húmeda que extrañamente te gusta mucho. Percibirás arboles pequeños, los cuales serán perfectos para tu propósito, prepararás aquella vieja hacha y empezarás a talar desde la raíz, teniendo sumo cuidado de que el árbol semi caído no caiga de tu lado, pues sabes que otro accidente laboral te dejará completamente en la calle, Doña Carlota no te perdonaría algo así.

Pensarás en los ángulos correctos para ejecutar la tarea que te fue otorgada, considerando minuciosamente que al caer los troncos debes dejar que la caída de este te facilite separarlo de la raíz. Mientras ejecutes los golpes secos que corten el árbol, pensarás en lo mucho que te gustan este tipo de encargos, pues no es la primera vez que haces algo así. Muy dentro de ti, sabes que es uno de los trabajos que más te da calma, te da tiempo de respirar. Verás caer al árbol y te alejarás un poco para no ser golpeada con el mismo, pues sabes que en tus días más infantiles te pasaba y te daba vergüenza admitir la razón de tus chichones en la cabeza.

Comenzarás inmediatamente a quitar las hojas secas de las ramas para poder empezar a trocear la madera y así empacarla, pero escucharás que alguien se aproxima con el crujir de las hojas secas del bosque. En algún punto, eso te tendrá sin cuidado ya que sabes perfectamente que los animales y los humanos se encuentran coexistiendo en tu pueblo y que vislumbrar a un cuadrúpedo un tanto grande por esa zona del bosque no sería nada del otro mundo. Eso, sumado al hecho de que ya estará oscuro, te dará una sensación un tanto desconcertante, aquello no te impedirá seguir. Estarás en la labor unos minutos más, pensando cómo podrías enfrentar a un animal sin causarle un daño de muerte, no te gusta la violencia y a tu parecer no sería justo quitarle la vida a un ser sólo por tu mera sobrevivencia. Te quedarás pensando en ello hasta que un chiflido te saque de tu trance con un escalofrío potente que te recorrerá todo el cuerpo, éste te hará reaccionar rápidamente. Te empezará a invadir el miedo, pues ahora sabes que no estás sola en el bosque, alguien más se ha adentrado en él y sus intenciones son inciertas. Te pondrás nerviosa y como un recurso ante la desesperación de no ser encontrada te ocultarás rápidamente bajo un arbusto, agudizarás tu oído y notarás que las hojas crujen de manera arrítmica, lo cual quiere decir que no sólo se trata de un alguien, si no de cuatro pares de pies, quizá seis.

Pensamientos empapados de terror empezarán a nublarte la mente, pues sabes que no es una hora en la cual los leñadores o los capataces vengan por su producto, que alguien se adentre en el bosque a esas horas sólo te da mala espina. Piensas en todo lo que has escuchado acerca de las malas gentes y recuerdas que has escuchado que a la criada amiga de una amiga la han ultrajado una banda de pistoleros hace no mucho tiempo, ella estando en tu misma situación. Sientes nervios de que quizá una banda parecida quiera hacerte lo mismo, o que Don Armando, el señor sexagenario de las materias primas, el cual siempre te ruega que le beses, te haya seguido hasta el bosque para que así pueda satisfacer su deseo sin que nadie sospeche de su buena reputación. Sabes que aquel hombre que finge ser buen cristiano te dedica miradas lascivas que dejan al descubierto sus más bajos instintos, como diría tu patrona. Temiendo lo que anteriormente has pensado al estar completamente sola, tomaras el hacha oxidada y te colocaras en guardia, lista para saltar hacia un posible malhechor.
Las pisadas arrítmicas se harán más y más cercanas hasta que prácticamente las escucharás casi enfrente de ti, agradecerás la existencia del arbusto que te brinda camuflaje y enseguida escucharás una acalorada discusión. Una que data sobre instrucciones claras acerca de cómo enterrar algo, te desconciertas, perfectamente identificas que son las voces de tu patrón y Don Erasmo. Te relajarás de inmediato al saber que son personas conocidas, pero inmediatamente te preguntarás qué querrán enterrar a esas horas de la noche y por qué esa acción no puede esperar hasta la mañana siguiente. Escucharás que tu patrón le aclarara a Don Erasmo que nadie debe verle ejecutando dicha labor, pues toda la reputación de ambos estaría en entredicho si algo se llegase a saber.

Te quedarás desconcertada y vislumbrarás entre las ramas del arbusto cómo tu patrón se aleja mientras Don Erasmo cava un hoyo en la tierra con el bulto color café haciéndole compañía. Intentarás ver qué es lo que hay en dicho bulto, pero la labor te será imposible ya que el mismo está amarrado con hilo de cáñamo, nada del contenido puede percibirse. El tiempo irá pasando y verás cómo el capataz habrá concretado dicho trabajo tan importante y tan extraño que tu patrón le ha encargado. Pronto se te dormirán las piernas por estar demasiado tiempo en cuclillas y caerás de sentón haciendo que la hojarasca cruja, Don Erasmo se pondrá en estado de alerta y decidirá ir a revisar. Sentirás los nervios a tope puesto que sabes que si te encuentra podría decirle a tu patrón que estás escondida haciendo boberías y aquello ameritaría otra paliza por parte de él, así que decides no exhibirte. Te quedarás callada, viendo con el rabillo del ojo cómo Don Erasmo se aleja haciendo que la hojarasca cruja lejos de donde te encuentras, te quedarás aliviada puesto que no te ha visto y eso te da tiempo de escapar a una zona del bosque más cercana a la casona. Estarás lista para irte, incluso colocarás el hacha a tus espaldas y te acomodarás bien las sandalias rotas en el cuello para que no se te caigan, pero algo en dicho bulto color café te hará no partir del sitio, te entrará una curiosidad extraña de ver qué es eso tan raro que han enterrado en medio del bosque.

Te tomarás unos momentos para pensar y decidirás hacer lo que te fue encomendado para luego revisar qué era ese bulto, pues has aprendido de tu patrón que siempre es mejor hacer las cosas cuando uno ya no está ocupado. Te harás a la labor de recolectar y trocear madera un rato, pero la curiosidad será tanta que regresarás al lugar donde dicho bulto fue enterrado, esperarás a que nadie venga, a que Don Erasmo no regrese, y por fin comenzarás a cavar con tus propias manos a falta de una pala.

Tardarás un rato y terminarás con las uñas llenas de tierra, pero por fin lograrás dar con el objeto de tu curiosidad, no sabrás si romper el hilo de cáñamo o sólo deshacer el nudo, irás por la segunda opción. Al conseguir deshacer el nudo empezarás a buscar qué es aquello que el bulto esconde… te quedarás de piedra, pues lo primero que veras al desenvolver el bulto serán unos zapatos color guinda cubriendo unos pies de piel muy blanca. Esos pies te resultaran familiares, pronto irás desenvolviendo todo y descubrirás a una mujer blanquísima cubierta de sangre, con los ojos bien abiertos, un rictus terriblemente asustado y un boleto de autobús en la mano. Dicha mujer portará un vestido de color rosa palo y los zapatos guinda, mirarás el anillo en la mano que sujeta el boleto, no habrá manera de equivocarte… has encontrado el cuerpo de Doña Carlota. Todo te hará sentido en ese momento, te hará sentido por qué la gente hablaba y por qué Doña Ana visitaba con regularidad la casona. Querrás echarte a llorar, pues una mezcla entre miedo y tristeza te invadirán a tal punto que intentarás abrazar el cadáver de la que alguna vez fue tu patrona. Empiezas a pensar que a muchos les gustaría ver a su patrón muerto, pero a ti no te causa más que una profunda soledad el estar abrazando el cadáver de una mujer que si bien no era tu pariente, sí fue algo muy importante tuyo. Sientes presión en el pecho, no puedes asimilar lo que estarás viendo, sientes impotencia de ver a una mujer querida en un hoyo clandestino en medio del bosque y empiezas a temer por tu vida, pues has sido el testigo accidental de una tragedia que podría traerte consecuencias muy serias.

Te pondrás de pie y caminarás en círculos pensando qué hacer para tratar de calmarte, pero no lo conseguirás, la presión de la situación es tal que sabes muy bien que no habrá salida, lo que acabas de descubrir ya te ha condenado a que tú seas la siguiente si es que tu patrón se llega a enterar. Le empezarás a hablar a su cadáver, le dirás que lo lamentas, que enserio lo sientes mucho. Dirás cosas como que la quisiste mucho a pesar de todas las regañinas que te dio y que trataras de orar por ella en las noches. Contemplarás como poco a poco, el cadáver se ira destensando a tal grado que podrás cerrarle los ojos y la boca. Llorarás mucho, pero decidirás envolver de nuevo a Doña Carlota y justo al ver el boleto en sus manos decidirás tomarlo, pues en ese mismo instante tomarás la decisión de irte lejos. Te disculparás con su cadáver pues no encontrarás la solución a este problema. Enterrarás de nuevo a Doña Carlota, y al contemplar cómo todo estará casi igual a como lo encontraste, te dará impotencia no saber leer, pues hubieras querido leerle, aunque sea algún pasaje e la biblia. Finalmente dejarás todo casi como estaba exceptuando que habrá un ramito de bugambilias que tú arrancaste de un arbusto.

Irás hacia el río y ahí te limpiarás, de la tierra y de la sangre, pero pensarás en que no puedes creer que ya no escucharás a tu patrona, ya no le servirás el desayuno ni la ayudarás a tejer cuando te lo pida. Ya no habitarás en tu cuarto ni mucho menos volverás a ver Don Ezequiel ni a Don Erasmo, no querrás ni verlos nunca más, malditos asesinos, pensarás. Ya no cruzarás el pesado portón de madera ni irás al bosque. Ni por los mandados a la tienda de materias primas, ni verás al asqueroso señor Armando. No volverás a ver a Doña Ana… Ni al profesor Carlos, no volverás a verle nunca más. Por el hacha ni te preocupas, la has enterrado cerca del río.

Terminarás de limpiarte y bajarás hacia la estación de autobuses donde las personas mirarán desconcertadas a una joven criada descalza, con los pies deshechos y con los zapatos colgando del cuello. Te acercarás a una ventanilla y le pedirás a la empleada teñida de rubia y con unas uñas enormes color azul que te lea lo que dice el boleto, ella te mirará un poco extrañada, pero tú le dirás que te dispense, pues no sabes leer y necesitas esa información de alguna manera u otra, ella asentirá y te dirá que el boleto tiene destino a Guadalajara abordando en una hora. Estás a tiempo, te dirá ella, e inmediatamente te preguntará si tienes algún equipaje que dejar. En ese momento no sabrás lo que significa la palabra así que le preguntaras su significado y al aclararte esto le responderás que no. Le preguntarás si puedes abordar en ese momento y ella te dirá que sí, mirará tu boleto de nuevo, lo sellará para que puedas pasar y te dirá que Carlota es un lindo nombre, te preguntara si es tuyo… tú asentirás. Ella te señalara el camión que debes tomar y te deseará buen viaje, le agradecerás sus atenciones y te alejarás para dirigirte a dicho camión.

Caminarás y un guardia te recibirá en la entrada del camión, te pedirá el boleto sellado y te preguntará si eres Carlota, tu asentirás de nuevo y aquel robusto hombre te dejará ingresar en el vehículo. Una vez en tu asiento, verás cómo un montón de personas empezarán a ingresar en el mismo indicando la hora de partir, te limitarás a esperar hasta que el camión salga. No pasará mucho tiempo para que el vehículo empiece a moverse, ahí habrás empezado el viaje, aquel que te asigno una nueva identidad y que te habrá alejado de todo cuanto conoces. Ese viaje que te alejó para no volver jamás y te salvó la vida para poder empezar de nuevo en otra tierra y otro cielo… el viaje que te convirtió en el único testigo que escuchó caer al árbol.

SOLS: poesía musical y ritmos oníricos

Prog'n'roll jazz y más... | Por Carlos Progduck | 


Proyecto instrumental llamado Sols, asentado en Ciudad de México y fundado en 2018 por la joven guitarrista y compositora Julia Zenteno quien con la posibilidad de explorar nuevas y diferentes afinaciones de guitarra acústica, logra este año lanzar su primer larga duración grabado en Holanda, The Golden Atom, en el que su experimentación cobra vida aunada a sonidos de bajo sin trastes, violín, guitarras, batería, piano y sintetizadores. El combo hace que el escucha llegue a estados oníricos llenos de ritmos y armonías fascinantes emanados de sonidos modernos en los que se utilizan elementos post rock desarrollados desde un ángulo progresivo.





Alineación:
- Julia Zenteno / Guitarra
- Javi Reyes / Bajo Fretles
- Gabriela Suárez / Guitarra
- Nirl Cano / Violín
- Ignacio Gómez / Piano, teclados y sintetizadores
- Mike Nu Na / Batería

Colaboraciones:
Marco Machera: bajo y efectos
Alessandro Inolti: Batería y percusiones
Andrea Calderón: Violín
Henry Peter Kohen: Guitarrra
Aura Rascón: Bansuri (flauta transversal alta originaria de la India y Pakistán, hecha de una sola pieza de bambú que consta de seis o siete agujeros)
Prewien Pandohi-Mishre: Harmónium
Daisy Jopling: Violín

De tripas corazón

Por Sergio Martínez


Querido Luis Eduardo:

Ahora el recuerdo es lejano, pero la sensación la tengo a flor de piel, al abrir mi correo electrónico veo tu respuesta, me saludas y dices que los amigos de tus amigos son de la familia, que esperas nos encontremos los próximos días en Aguascalientes. Me quedo frío. Yo te había escrito un correo a instancia de mi hermano Alejandro Romano, quien sí era tu amigo. Hoy no recuerdo si era abril o noviembre, tampoco sé el año, sólo evoco lapsos de ese concierto y la emoción de conocerte. Nos recibiste a mi esposa y a mí en tu camerino, torpe te saludé; tú, fraterno, nos trataste como familia.

Recordarás la última vez que nos encontramos, hará algunos años en Querétaro. Hacía un frío atroz, mi amigo Eduardo y yo escuchábamos detrás del escenario el concierto, las últimas canciones del recital: Al alba y La belleza las entonaste a capela, terminando tu actuación nos recibiste en el camerino, quizá fueron 10 o 20 minutos de plática, nos pusimos un poco al día, hablamos de poesía, música, literatura; nos despedimos con un abrazo. Mi recuerdo es nítido. Tus canciones fueron el fuego que calentó aquella noche.

El sábado al despertar recibí la noticia de tu partida. Quedé conmocionado, golpeado. Se agolparon en mi memoria recuerdos de las veces que nos encontramos en México, de tu generosidad, tu trato fino y educado, de las cartas y correos que iban y venían entre Madrid y Aguascalientes.

Querido Luis Eduardo, quisiera decirte tantas cosas, tengo un nudo en la garganta que me impide hablar. Seguro me dirías: Cuéntame alguna tontería.

Querido amigo, gracias, gracias eternas por tu amistad, humildad, generosidad; por enseñarme que la belleza no se rinde ante el poder. Nos dejas un vacío enorme en tiempos de maleza, esperemos estar a la altura en tu ausencia, será difícil; por hoy, nos toca hacer de tripas corazón.

 Un abrazo que te acompañe, hasta pronto querido Luis Eduardo.
  

De fotos viejas y rollos de película

Por Jorge R. Espinosa


La vida escolar trae consigo muchas experiencias dentro y fuera de las aulas de clase, lo que les permite a los estudiantes el esparcimiento personal, así como vivir diversas experiencias que pueden marcar la vida de manera definitiva. Los últimos 6 meses han sido todo un viaje a lo profundo de la historia de la cinematografía mexicana e internacional; como buen alumno en busca de concluir su licenciatura, me ha tocado enfrentarme con aquel rito de paso que sirve para ganar experiencia laboral o simplemente para cubrir con un mero trámite académico, el servicio social.

La realización del servicio social en la filmoteca de la UNAM pareciera ser una historia no muy digna de contarse por cualquier escritor, pero tras hacer una retrospectiva de los aprendizajes e historias que se dieron a lo largo de seis meses, he llegado a reconsiderar que seguramente es una curiosa historia de carácter personal, que merece ser contada tal como cualquier pieza de ficción

El reloj marca las 2:50 pm, el día de actividades ha llegado a su fin, rápidamente toma la carpeta de control y checa sus horas realizadas, se da cuenta de que solamente le quedan 71 horas de servicio. Firma rápidamente su hora de salida y con un masivo “Nos vemos mañana, pasen buena tarde” se prepara para partir a su casa y descansar de las actividades realizadas; mientras emprende su marcha a casa lo invade un extraño sentimiento al darse cuenta que aquel viaje llega a su fin, una mezcla de sentimientos de alegría y tristeza convergen en una nostalgia aderezada con un lluvioso clima que acentúa lo que pudiera venir tras llegar a la meta en tan solo algunas semanas, muy en el fondo sabe que todo tiene un fin; pero en el fondo no quiere que esto termine, simplemente quiere un poco más de tiempo para poder pasar un poco más entre aquellas luminarias de todos los tiempos.

Mi llegada a la filmoteca  se dio tras una breve pero apresurada elección de un sitio para realizar el servicio social, realmente no fue algo que planee del todo, fue más como tirar los dados o una moneda teniendo por delante mis gustos y preferencias como si fuese un dado previamente cargado con rumbo a lo desconocido.  Un día típico en la filmoteca no tiene una hora fija de inicio, tanto puede empezar temprano en la mañana, o en algún punto de la tarde realmente no hay una hora definida para realizar las actividades. Ya que siempre existirá algo que hacer a lo largo del día. Pero eso sí, llegará a variar de acuerdo al área de trabajo. El caso del área de archivos resulta muy particular, ya que al estar lado a lado de biblioteca pareciera que se trata de un lugar tranquilo libre de cualquier ruido o escándalo, pero es una simple ilusión ya que dentro en el departamento de archivos, el ruido y movimiento es algo posible de encontrar, ya que ahí tienen lugar constantes revisiones de fotografías, discusiones, peticiones de información y visitas de otras instituciones que buscan establecer un vínculo entre la filmoteca, para empezar colaboraciones e intercambios.

Existen tres simples reglas que te pueden hacer la vida más fácil en esta área, tres únicos, sagrados y no escritos mandamientos que facilitaran tu estancia como no tienes idea. Nunca agarres una fotografía sin guantes, porque puedes ensuciarla de grasa, usa guantes a toda costa porque eso te salvará de algún regaño y finalmente trata el material de archivo como si fuese tu vida misma.

Pareciese cosa simple de seguir, pero no lo es del todo, más cuando no se está acostumbrado a trabajar con este tipo de materiales, o viene de un entorno académico muy alejado de la restauración cinematográfica, es común que en los primeros días, muy seguramente no te quites de encima al personal encargado del área que escojas pero si sabes sobrellevarlo puedes aprender mucho más de lo que esperas, aunque es seguro que no te salves de un regaño en alguna ocasión.


El área de fotografías

Mi labor en el área de archivos fotográficos, comenzó muy aleatoriamente, debido a no tener una remota idea sobre la preservación de esta clase de materiales, no sabía en lo absoluto de lo que me esperaría. Aquella fría mañana de junio, comenzó bastante tranquila, había ingresado a las instalaciones de la filmoteca, y justo al terminar de recoger mi gafete surgió una pregunta clave “¿Dónde se encuentra el área de archivos?” el vigilante sonríe y señala con una de sus manos, “vaya a la izquierda joven, en el retrato de Pedrito Infante, ahí está el área de archivos”, el recorrido por dicha área resulto ser algo extraño ya que no era tan grande como pensaba, era más bien como una oficina mediana al lado de una tranquila biblioteca, muy seguramente era ahí.

Tras haber tenido una breve plática con la licenciada Antonia, encargada de administrar esa área, tuve que tomar una rápida decisión, o irme al área de archivos fotográficos o ver la posibilidad de moverme a otra área. Basado en mi desconocimiento y en el típico “Son fotos, ¿Qué podría salir mal?” decidí quedarme en aquel lugar esperando que las cosas salieran más fácil de lo esperado; inmediatamente que la decisión fue tomada me queda en el área de archivos y era hora de conocer a los que supervisarían mi desempeño durante aquellos seis meses; dirigirme al fondo de  las  inmediciaciones, fue donde encontré aquel escritorio donde comenzaría mi historia, en el estaba Luis un hombre en sus 60 años, barba larga y cabeza calva pareciera una versión veraniega de Santa Claus, estaba revisando bajo la lupa hasta el último detalle de una foto del Indio Fernández junto a una de sus esposas, momentáneamente me volteo a ver “ veo que eres el nuevo, creo que tengo algo para ti” dijo mientras me condujo a una de las bodegas de la filmoteca, ahí estaba el acervo de Fabián de la Cruz, un reconocido periodista de espectáculos, el cual acumuló una colección de stills fotográficos tanto del cine mexicano como de la escena internacional, toda una cápsula del tiempo almacenada en varias cajas polvorosas y sucias, vaya misión con la que me voy a enfrentar.

Sobre estas cajas, hay que decir que no tienen un origen fijo, llegan a venir de diverso lugares, ya sea de un junior hijo de algún periodista celebre que busca obtener algo de dinero para salir de una deuda al instante u olvidarse del legado fotográfico de su familia; o simplemente de alguna donación de gente que no sabe qué tesoros tienen o simplemente prefieren liberar espacio botando “esas baratijas del abuelo o del padre” en algún sitio donde las pudieran apreciar o tenerlas amontonadas en un lugar mejor.


La revisión del archivo

A primera vista lucía como una caja polvosa más del montón, con un característico olor a polvo seco y fino que llevaba acumulándose durante años en algún sitio a puerta cerrada sin ventilación,  pero apenas abierto el olor cambiaría radicalmente, tornándose en un olor a polvo, tinta vieja, nitrato de plata y papel viejo, todo en un aroma penetrante pero característico, aquel aroma a viejas glorias, fama, sensuales actrices, temibles villanos, valientes héroes y galanes, despampanantes rumberas, cómicos de primera división y otras estrellas del brillante firmamento del cine mexicano; era el aroma de la fama, uno que pese a no ser muy glamuroso y elegante al final, contiene mucha más historia de la que uno pudiese imaginar.

Lo primero que se hace con esa cantidad de fotos, es separarlas en diversos montones para clasificarlas alfabéticamente, buscando algún indicio de las películas a las que podría pertenecer o comenzar un proceso de averiguación. Misma que puede realizarse desde diversos medios de investigación, por medio de la consulta de enciclopedias y listados de películas por año, la base de datos de la filmoteca o por Internet.

El procedimiento comenzó de manera sencilla, fui tomar algunas fotografías y comenzar a checar las caras de cada uno de los actores, suena fácil, pero realmente es algo más complicado de lo que parece, el problema de este tipo de procesos depende del conocimiento cinematográfico que tengas, es de esas cosas en las que uno tiene que ser casi un especialista; realizar esta tarea fue algo que más bien parecía una tarea de dos personas que de una. Como de costumbre, Luis se encontraba constantemente revisando mis hallazgos y posibles identificaciones, “debe de ser el Picoro, ese famoso réferi” decía señalando una foto de campeón sin corona en la que se mostraba el momento triunfal de un boxeador junto a su entrenador, asistente y compinches, todos celebrando un duro triunfo sobre el oponente. He de confesar que como muchos mexicanos no conocía el cine de mi país, siendo que este tuvo un periodo en que fue reconocido a nivel internacional debido a su calidad y grandes estrellas que habían actuado en varias de sus películas, podría considerarme una especie de cinéfilo a medias que se ha nutrido principalmente con el cine gringo y de otros países quedándome solo con breves pinceladas del cine mexicano, con aquellas referencias a obras como Salón México, El Gran Calavera y parte de lo que podríamos llamar como la punta del iceberg de la cinematografía mexicana.

Por motivos obvios la colaboración con Luis más bien parecía una clase de cinematografía mexicana para neófitos, que una revisión de rutina para un novato “Échate unas mexicanas, quizás no estén tan chidas como las gringas, pero ya verás que te van a gustar”, fue el consejo con el que Luis buscaba incentivarme a conocer más el cine mexicano para poder desempeñarme mejor en mi labor.

Así comenzó la larga tarea de revisar el archivo, en el cual saque cada una de las posibles carpetas en búsqueda de algún parecido o coincidencia que ayudase a una identificación adecuada o condujese a un descubrimiento fortuito que ayudase a mantener el alto el nombre de la filmoteca.


Algunos gajes del oficio

Mientras clasificaba unas fotos, me encontré con un peculiar caso, una fotografía con una mancha marrón en los bordes y parte de las caras de los intérpretes como si de una bizarra enfermedad se tratase. Inmediatamente me dirigí con Luis y le pregunte qué es lo que pasaba y que se podía hacer al respecto. Luis, mirando contemplativo la foto, la tomo y la miro bajo una lupa y tras una breve mirada inquisitoria profirió una frase “debe de estar sucia por el nitrato de plata, échame unos cotonetes y el frasco de alcohol y veras cómo se arregla.”

Tomando un pequeño frasco de alcohol y un cotonete largo, Luis se aseguró que estuviese mojado pero que no estuviese escurriendo, cuando el isotopo estaba listo procedió a frotarlo suavemente contra la foto, con una suavidad envidiable, que solo un experto puede tener; en cuestión de minutos la foto quedo limpia, brillante, sin esa capa de porquería originada por la plata gastada y oxidada del paso de los años. “Ahora te toca a ti, haz lo mismo que yo”, Luis me ofreció continuar con su trabajo e ir restaurando la foto, poco a poco recobró la antigua belleza que las manchas le habían arrebatado dejando contemplar la evidencia del pasado que el tiempo se había encargado de ir estropeando dentro de una caja de cartón.

Habiendo acabado la limpieza de las fotos, existía algo más que se debía hacer para continuar con el tratamiento de las imágenes, la restauración y preservación digital. Suena complicado y un poco difícil, pero es más fácil de lo que pudiese parecer, pero tiene su encanto. Tras un escáner de alta calidad, se debe de ser cuidadoso en como se realiza el escaneado y se coloca la foto en el cristal, el resto sólo es saber qué ordenes darle al programa, pero hay algo mágico en todo esto, el hecho de devolverle la belleza a la imagen o sacar a la luz más detalles de los que un ojo puede ver a simple vista. Se debe de jugar cuidadosamente con el contraste y la luz de las imágenes porque sólo así es posible ver algunos detalles ocultos o el paso del tiempo en el rostro de los actores, pequeñas marcas que van dejando en claro cómo es que el paso de los años no respeta a nadie, ni siquiera a los símbolos de belleza idealizados que han pasado por el séptimo arte cual estrellas fugaces.

En la búsqueda por identificar una foto, existen algunos métodos típicos, pero hay algunos que solamente los puedes conocer por medio de fuentes alternativas, basta con leer algunos portales de nota rosa o revistas de ese tipo para poder encontrar algo de información sobre el cine mexicano, información valiosa que en muchos casos pasa inadvertida para el ojo experto, pero algo útiles si tienes algo de morbo o desesperación por encontrar un dato.

“No es nada convencional, pero no descarto tu idea, no sé cómo chingados se te ocurrió pero está funcionando, creo que deberé de visitar algunas páginas para doñas más a menudo” fueron las palabras de Luis al enterarse de cómo estaba encontrando algunas fotos, por medio de esta idea; realmente es raro utilizar las revistas y páginas que ni por nada del mundo verías o que muy seguramente un adolescente utilizaría para calmar sus ansias con las fotos de las actrices del momento en ropa interior, es raro pero siempre hay que hallar una forma de poder encontrar la información siendo que mucha ya se ha perdido o queda muy poca gente que la conoce en su totalidad.

El trabajo con los rollos de película resulta más complejo que una fotografía, ya que los materiales resultan traicioneros ante ciertas condiciones climáticas o la exposición a ciertas sustancias, principalmente se utiliza muy poco alcohol rebajado en agua, buscando que este  no sea agresivo para el acetato, pero que logre quitar la suciedad o cualquier residuo de polvo encostrado, no es una labor para novatos, ya que se necesita tener un buen pulso para poder hacer movimientos suaves para limpiar cada una de las secuencias de los acetatos, como si de una suave caricia se tratase; una caricia a la historia cinematográfica, que no cualquiera sabrá como darla a conciencia.


Un hallazgo sin precedente

“Es realmente curioso, no hay mucha información sobre esta película inacabada, pero es bueno saber que había algo ella por acá y lo mejor es que la encontraste, vaya hallazgo que tuviste, no es algo que se ve siempre, disfruta de tu triunfo, porque no son muy comunes” palabras de Luis tras haberse enterado de la noticia del hallazgo de los stills de la película Hernán Cortes, cinta que no fue célebre por su estreno o su realizador Miguel Contreras Torres, sino por la historia que le precedió. Se  desconoce por qué no se terminó la cinta, pero fue en aquella mañana de agosto que la trama iría cambiando un poco para la obra de Contreras. Luis me condujo a una caja de cartón polvosa que tenía la etiqueta “Cine Mexicano, Varios”, -te toca trabajar esta caja, ya sabes cómo hacerle- fueron las palabras que me dijo antes de comenzar a desempacar esa caja. Al sacar los fólderes rodeados de pelusas y olores a nitratos, había una carpeta rechoncha de la cual se leían los apellidos “Contreras Torres” junto a una lista de películas y algunas categorías relacionadas al autor.

La carpeta estaba desordenada y le faltaban algunas etiquetas de identificación, siendo que las pocas que había, se desprendieron de sus fotografías dejando claramente la marca del pegamento como signo del abandono entre ambos trozos de papel, como un divorcio mal llevado que dejó secuelas entre ambos miembros del matrimonio, así lucían los papeles.

Dentro de los papeles se encontraba un viejo envoltorio de papel donde se leía “Hernán Cortes”, al abrir la carpeta salieron un aproximado de 14 fotos en blanco y negro, donde se podía ver lo que se supone que debió ser una película sobre las andadas del conquistador español de camino a la capital azteca, era realmente curioso ya que no existían registros fotográficos de dicho filme, dentro de lo que yo conocía. Fue así cuando tras acomodar las fotos clasificadas y las nuevas en otra, las actividades del día habían terminado y proseguí a retirarme cuanto antes. A la mañana siguiente comenzó el día de actividades como comúnmente debería de comenzar. Repentinamente me di cuenta que una pequeña discusión había tenido lugar en las instalaciones era la licenciada Antonia y Luis, discutiendo sobre el hallazgo que había tenido lugar el día anterior. Mientras me encontraba anotando en la libreta de control lo relacionado a la clasificación de fotos, una voz conocida me llamo, era Luis para enseñarme un sobre de reciente creación “realmente eres muy afortunado, esto no se ve todos los días, saca otro hallazgo como estos y te invito una chela”. Pareciera que no hay glamour al trabajar con cosas relacionadas al cine, pero dentro de todo esto, a veces uno puede encontrar algunos momentos de gloria y triunfo, tal vez no como lo pudieran tener los directores o las grandes luminarias de la pantalla, pero siempre existe alguna satisfacción al final del día.


Otras labores de la filmoteca

Fuera de la investigación fotográfica, hay algunas otras cosas que se pueden hacer dentro de la filmoteca, ya que en lugares como estos existe mucho para hacer. Una instalación anexa al área de los archivos es la biblioteca, en la cual no sólo se guardan libros, sino revistas, películas y las joyas de la corona del departamento, los stills fotográficos, los fotomontajes y los promocionales de las películas. El trabajar en esta área es un trabajo más meticuloso ya que se debe de tener un control de los libros y documentos que hay dentro de las instalaciones y en caso de llegar nuevos ejemplares, se debe de procurar que la clasificación se realice adecuadamente para acrecentar el acervo.

La conservación de promocionales de cine se ha ido volviendo una de las principales prioridades en los últimos años, debido a la valoración histórica de este tipo de documentos, como testimonios históricos de la industria cinematográfica en México y a nivel mundial. La conservación de este tipo de materiales depende del estado en que se encuentren  y de su antigüedad, ya que los procesos de restauración y limpieza se deberán de ajustar a las características que pudieran presentarse; sin embargo existen casos en los cuales la documentación presenta un estado deplorable, en donde se debe realizar una captura digital garantizando la construcción del acervo de los promos. Con relación a la digitalización de los documentos de la filmoteca, el  desempeño como capturista es una parte común de diversos aspectos a trabajarse, ya que la filmoteca es conocida por tener uno de los acervos digitales más grandes a nivel mundial. Por lo que resulta importante actualizar constantemente este tipo de colecciones.

“La situación de este tipo de materiales resulta ser muy importante, para dejarse de lado, siendo así uno de las principales prioridades para el personal de restauración y documentación, ya que el paso del tiempo es un factor en contra de todo material físico, que ya cuenta con unos años de antigüedad, pareciese que la tecnología se ha ido volviendo la respuesta contra el paso del tiempo y su imparcialidad sobre el desgaste de las cosas que alcanzara tarde o temprano a toda pieza de historia que tenga la desgracia de estar expuesto ante el paso imperdonable de las eras. Hay que utilizar las nuevas tecnologías en favor de conservar la historia del cine, para las nuevas generaciones; de lo contrario creo que nuestro trabajo aquí habrá fallado”. Las palabras de la licenciada Antonia reflejan la preocupación que existe en la captura de documentos ante la inevitable naturaleza de muchos materiales, en muchos sentidos se muestra como el futuro de los acervos y como la mejor manera de conservar el pasado para poder garantizar un futuro, ya sea dentro de las pantallas con sus llamativos colores o con reimpresiones que permitan su perpetuación para que las nuevas generaciones aprecien como es que se realizaban las cosas a la antigua, en una época en que la tecnología era más simple que la que pudiera venir.


Últimos días: instantes eternos; memorias futuras

La suma de las horas de servicio “ha sido todo un viaje”, me digo a mí mismo, todavía recuerdo cuando entre por aquella puerta por primera vez. Veo el escritorio donde he estado trabajando,  podría parecer un triunfo previo a terminar la carrera, pero existe algo que no convierte esta salida en un triunfo; la única y necesaria pregunta que ha surgido a lo largo de estos días “¿Ahora qué sigue?”.

El estar codo a codo con los vestigios y testimonios de una época de oro, terminan creando una cotidianidad única a lo que un aficionado al cine pudiera tener; no se trata de solamente ver las películas o conocer cuánto dato sea posible sobre todo lo que involucra los filmes, o llevar un meticuloso recuento de todas las películas vistas durante un periodo de tiempo. Es más como un aprendizaje que ayuda a expandir lo que se conoce sobre cine y ver lo infravalorado que se encuentra el cine mexicano de otras décadas, ante una industria estancada que ha logrado sobrevivir por medio de comedias románticas de fórmula, que cada vez lucen más desgastadas y sin gracia, pareciendo copias defectuosas de un puñado de películas exitosas; dejando en el olvido una época de la cual sólo quedan producciones que se trasmiten en unos cuantos canales y uno que otro que recuerda con cariño aquella época.

Llega un miércoles, y me quedo un rato viendo unas cosas antes de comenzar con las actividades cotidianas, “maldición, como extrañaré tener esta cantidad de paz a diario”, pienso mientras me dirijo a la biblioteca para seguir checando una carpeta de archivos fotográficos, simplemente tomo la carpeta y comienzo otra vez con las actividades cotidianas, aún quedan unas cuantas carpetas que revisar pero siento que no me corresponderá acabar con este trabajo, muy seguramente dependerá de alguien más.

Al finalizar el día, paso por aquel retrato de Pedrito Infante, lo veo fijamente y siento algo de nostalgia con respecto a cuando llegue a pedir informes por primera vez, todavía recuerdo el accidentado viaje en pumabus que realicé. Apenas avanzo unos centímetros lejos de la filmoteca y siento incertidumbre ante lo que pudiera pasar; algunas veces decir adiós es duro, más cuando se trata de algo que ha calado hasta lo más profundo de nuestra alma, realmente nunca medimos como es que una despedida trae consigo varias experiencias y momentos que no se repetirán en la vida. Muchos grandes me acompañaron desde la inmortalidad del papel, dejándome ser parte de su historia aunque sea en un momento post mortem, sin haberles conocido o formado parte de sus existencias mortales; así como grandes colegas y compañeros de trabajo que me ayudaron a ver a nuestro cine con ojos de curiosidad y amor, dándole el debido reconocimiento al gran tesoro que se resguarda tras aquellas paredes; ciertamente no sé cuándo es que pudiese volver a ver aquellas imágenes que me acompañaron por meses y que siempre atesoraré junto a las personas detrás de ellas, como parte de mis memorias futuras.


«El hoyo» en tiempos de encierro voluntario

Por Bertín López 


Existen viejas y nuevas costumbres, unas fastidiosas como aquellas que nos hacía voltear los ojos hacia arriba cuando éramos niños, y unas tantas buenas si somos afortunados en la administración mística del universo, pues sí, he adquirido la bonita costumbre de quedarme en la casa de mi pareja todos los fines de semana; normalmente el tiempo en ese mutuo espacio transcurre viajando por películas y charlas, hemos saltado desde “Jay and Silent Bob” – descubrimiento del que siempre le estaré agradecido –, hasta maratones de “The Office” – Ibid –, pero no todo es un intercambio de gustos culposos, de risas viejas y miedos usados, también hay exploraciones y ese voto de confianza ciego que das cuando sigues una recomendación. 

La sinceridad, y más ya con la edad, es una justificación loable y honesta que nos evita los momentos de náusea, así es que desde el principio le he comentado a mi pareja que no soy de las personas que “disfrutan” (siempre me ha parecido bizarro disfrutar el miedo, el horror, el susto, las miradas que se esconden en las esquinas) las películas de miedo, sin embargo el thriller o aquellas que te dejan con un sabor metálico en la boca son de mi agrado, aquí hablamos de “Seven”, “Irreversible”, “Pi”, etcétera. Pues el zigzagueante devenir que todos conocemos al buscar una película en Netflix nos llevó hasta “El hoyo”, una cinta española – sí lector, le tuvimos que poner subtítulos porque ese castellano es difícil de entender para cualquier hispanoparlante – que de inmediato hacía voltear las cabezas y preguntar si estaría bien ver eso que acontecía, y es que muchas veces vemos algo tan limítrofe, tan en la orilla de lo que nos convierte en seres morales que el vértigo se apodera de nosotros, como aquél libro que leímos y que nos hizo esas preguntas que todos nos hemos imaginado, no, no las voy a mencionar porque aunque de todos, también son de nadie, privadas como esos pensamientos sucios que tienes en la regadera o antes de dormir. 

Si esto fuera una reseña aquí me valdría de mil citas, referencias e interpretaciones, pero como no lo es, evitaré esto, la cinta es muy sencilla de descifrar, no creo que haya malas interpretaciones, su naturaleza ascendente y descendente nos apunta inmediatamente a la crítica de la jerarquización ya sea espiritual, económica, social o especista, tampoco creo que nuestro mundo actual nos permita ya una visión tan simplista del mundo, o estás “arriba”, o estás “abajo”, el mundo es horizontal ahora, todos vamos gateando en un desierto infinito, pero en nuestra psique principalmente católica, ir pa’rriba es mejorar, ir pa’bajo es descender al infierno.

La película tiene sus tintes gore, tuve que servir de telón muchas veces para mi pareja cuando saltaba algún miembro amputado o una tripa voladora, pero la verdad las películas sangrientas me dan un poco de risa, no hay nada más gore que ir a comprar un kilo de carne molida a la carnicería y todos lo hacemos. 

La película tiene un aspecto que cae en estos tiempos de forma más inquietante, y es que encerrados todos por esta emergencia, parece que todos estamos en El hoyo, ascendiendo y desciendo en mi casa todos los días encerrado, asciendo para ir al cuarto y dormir, desciendo para ir al comedor y comer, las personas van subiendo en su estado de pánico y las economías van descendiendo en solvencia, si bien la metáfora normalmente funciona, especialmente en este encierro parece que vamos oscilando entre niveles cada vez más inferiores y espesos, sin la certeza de qué nos encontráremos en el próximo nivel, no hagan pánico lectores, el mundo es plano y los únicos hoyos que sobreviven son los disfrutables, pero esta película nos hace de nuevo preguntarnos si estamos descendiendo, qué sorpresas apocalípticas leeremos de nuevo en internet que nos hagan esconder la mirada sospechando una escena gore. 

El tiempo transcurrirá como normalmente lo hace, y en un futuro pensaremos en este encierro y en la película con un poco de trémulo y risa, las situaciones se normalizarán y comenzaremos a temerle sólo al infierno místico del que nos hablan en misa, por el momento lectores, estamos en el hoyo, y cada quién puede contener un solo ítem, recuerden que aquello que consideramos esencial puede terminar siendo una carga también, así que soporten este encierro, este hoyo al que nos sometemos con la fiel certeza que nosotros sí podremos salir.

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