What in the Pink Floyd? Un tijuano va a una tocada en Ensenada

Iván García Mora (Tijuana, 1993). Sus textos han aparecido en revistas como Plástico, Neotraba, El Septentrión, Grafógrafxs y Low-fi Ardentía.



Crónica | Por Iván García Mora | Fotos: Amanita | 

De Carl’s Jr. salvando el antiroadtrip Tijuana – Ensenada

 “Un irse desgajando en el silencio”, así me siento camino a Ensenada. Las palabras de Amparo Dávila como una piel que, con esperanza, morirá a las dos horas de haber subido al camión. Un antiroadtrip. Sin amigxs que hablen de sus recuerdos vergonzosos de la infancia, ni presuman sus playlists de carretera, ni lloren platicando la última vez que lloraron, ni se rían como soles en verano. Un camión lleno de extraños, donde lo único conocido es el celeste del cielo tras la ventana. Me cambio de lugar, buscando descifrar las ataduras del silencio. Mi cara junto a una nueva ventana, mientras abro mis estrellitas de pollo del Carl’s Jr., un retrato que nunca hubiera imaginado Saul Leiter. Pedí una orden de seis y a cambio recibí siete estrellas. Fue como si activaran un botón, como si el empleado del Carl’s Jr. vio mi cara y dijo: “Ese cabrón necesita una estrella extra en su vida. No me importa que me la cobren o me la resten de mi lonche. Ese cabrón necesita algo en qué creer”. Cuento las estrellas de nuevo y pienso: “Hoy la suerte está de mi lado. La suerte es una estrellita extra del Carl’s Jr.”.


De la vez que me robé un mezcalero

Llegado a Ensenada camino siete cuadras rumbo a La Nopalera (taller de cerámica top en la ciudad). Isa me enseña a manejar la arcilla. Remojar, mover. Remojar, mover. “El material es noble”, repite. Mis manos lo peinan y fallan. Aún así sostengo que nací para la cerámica. Que toda mi vida fue un viaje hasta ese momento. Que por años creí que había nacido para el kung-fu, a pesar de nunca haber practicado kung-fu. Mi teoría es simple, el día que lo haga, mis rasgos asiáticos, mi búsqueda zen, mi amor por el anime y Boy With Luv de BTS: todo eso como un golpe letal sobre la incertidumbre de la vida adulta. Es una teoría ridícula, pero el absurdo es el sentido que me empuja a seguir. “¿Qué quieres hacer?”, pregunta Isa. Le respondo que un mezcalero. Ella no lo sabe, pero la única vez que robé algo en mi vida fue un mezcalero. Me sentí como el Michael Jordan del robo. Al regresar al moldeo de la arcilla (técnica del pellizco para iniciados), tengo en mis manos una sensación curva y quimérica: mi debut y despedida como criminal.


De Valgur en Item

No conozco a Valgur, pero Isa dice que hay una canción que le gusta mucho: razón suficiente para volvernos otra luz de neón en la noche. 20 mil seguidores en Instagram es lo único que conozco de Valgur. Son el headliner de una expo de artistas regionales. Decido escribir sobre ello, poner mi mente en ello. Un esfuerzo más por convertir la percepción en experiencia material. El texto como otra cabeza de mi cuerpo. Isa sostiene mi mano rumbo a Item, cierro los ojos: su brazo es mi piloto automático. Dos señoras se acercan a pedirnos dinero, una dice venir a Ensenada por contrato. No entendemos lo que significa. Es una pandemia la pobreza, un síntoma más de la realidad social. Al llegar a Item saludamos a Amanita, su vestido floreado me recuerda al patio trasero de mi abuela.

 

De la lentitud como armadura

“Hasta las moscas son más lentas”, las palabras de Pris me provocan una imagen mental: un grupo de moscas festejando, alzan cervezas de moscas luego de romper el Récord Guinness por el zumbido más lento del mundo. La cosa es simple: Ensenada tiene su propio ritmo. Vengo de una ciudad caos, ruido como nubes grises cubriendo el más crudo invierno. Acostumbrado a la inercia de andar en chinga, Ensenada es un alivio. Que el anticipo al show de Valgur se sienta como un video en slow motion es un arrullo de paz. Ensenada es la sensación constante de estar en medio. No es una ciudad, no es un rancho. Es un lujo de contrastes, donde artistas se muestran sus trabajos con la inocencia de niñxs compartiendo sus primeras figuras de plastilina. La lentitud es una armadura ante una realidad voraz, que nos exige drenarnos de estímulos hasta provocar un desmayo de percepción. Una casa con la luz encendida, en medio del desierto: eso es Ensenada.

 

De las pláticas en Item como posibles géneros para un futuro EP

Óscar (poeticsynthbebop): después de hablar sobre su reciente obsesión con el parkour, dice que le duele la pierna izquierda, piensa que es por recargarse demasiado en ella. Le planteo la idea de que es su pierna reclamando parkour. Su inconsciente incrustado en una extremidad, reclamándole ser el Michael Scott de Ensenada.

Andrea (indiehardcoregaze): hablamos de la vergüenza que provoca tirar chicles en la calle. ¿Irán a parar a la garganta de una paloma? Me gusta pensar que son un futuro castigo en el zapato de un político mediocre.

Isa (cinemadreampop): asegura que vamos vestidos como cineastas, que somos los que no parecemos artistas plásticos. Yo le digo que parecemos músicos. Me sonríe y me dice que entonces somos como Beach House.

 

De Valgur en Item (Extended Dance Mix)

Mientras Valgur toca, pienso en las piezas expuestas en la galería. Un mandil hecho con bolsas de jabón Foca, un edificio con paredes a las que les crece pelo (rastrillos gigantes vs las ladillas biónicas, idea de novela que me podría robar Televisa), los portarretratos de Andrea (tan externos de color, y la ausencia en su centro como un espejo de), un conjunto de fotos buscando un hogar (manifestando un hogar). Y de repente una chica se sienta sobre un pastel postrado en el centro del stage improvisado. Y Valgur toca su mexican 80s synthpop. Y veo a Isa sonreír, con su boina que bajo la luz rosa me hace pensar en una aureola negra. Y la chica se embarra de pastel, se mece en el pastel, se vuelve el pastel. Y What in the Pink Floyd?, grita Jeff Winger en una esquina (¡Parece que soy el único que lo escucho!). Y Amanita click click, foto tras foto con una luz verde en su frente que parece una antena. Y Valgur termina y Ensenada entera es un aplauso. Y cada clap clap un color nuevo disparado sobre mis ojos.

 

Del final del día

Luego de Valgur, Barthes sube al escenario para el after. Industrial-acid-techno estirando las esquinas de la noche. Algunos se quedan a bailar, otros salen a la banqueta y hablan de signos zodiacales. ¿Cómo se verá esto desde arriba? Una galaxia extraviada en la oscuridad de Baja California. Adentro: toda persona con una luz rosa sobre ella, y un four on the floor en el fondo, es una posible estrella cyberpunk. Afuera: palabras como confeti lanzado al aire, probables herederos de la voz de Walter Mercado. Luego de un rato, Isa y yo nos despedimos de la fiesta. Camino a casa le pido se detenga: “Quédate ahí y levanta tu mano. Te voy a tomar una foto”. Hace berrinche, pero estira su brazo hacia arriba, a centímetros de un foco que ilumina la banqueta. El retrato es capturado (la mejor foto del rollo a la hora de revelarlo). “Ensenada es un berrinche”, pienso, “un berrinche que disfrutas habitar”. Ya en casa comemos sándwiches de salami y hablamos de las horas pasadas en Item. El final del día ocurre hasta que cerramos los ojos.

   

Iván García Mora (Tijuana, 1993). Sus textos han aparecido en distintas revistas como Plástico, Neotraba, El Septentrión, Grafógrafxs y Low-fi Ardentía. Es autor del poemario Tadoma (Pinos Alados, 2020). Desde 2015 forma parte del comité del Festival Internacional de Poesía Caracol Tijuana.


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