La nueva película dirigida por Lynne Ramsay, "Mátate, amor", no es recomendable para mentalidades conservadoras o repletas de prejuicios, que siguen romantizando temas como la maternidad.
Tampoco es apta para espectadores ávidos de protagonistas cuasi perfectos o discursos digeridos, que solo desean pasar un buen rato en la sala sin incomodarse.
Basada en la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, "Mátate, amor" se adentra en la mente de "Grace", quien acaba de convertirse en mamá y que padece un colapso emocional en la casa de campo en la que vive con su pareja.
A partir de esa premisa aparentemente sencilla, la cineasta de origen escocés plantea un retrato sin concesiones acerca de la depresión, los micro machismos, la salud mental y la falta de comprensión para las mujeres que no se apegan al rol de madres abnegadas.
Es ahí en donde la interpretación de Jennifer Lawrence se siente como un viaje feroz y sublime por distintas emociones que habitualmente la sociedad occidental busca reprimir.
La actriz ganadora del Oscar aborda a su "Grace" con una empatía salvaje, que sorprende, incomoda, pero también conmueve.
Ramsay propone una concatenación de imágenes no lineales, las cuales no buscan complacer a las grandes audiencias, sino retarlas a vivir una experiencia fílmica distinta, instintiva.
Ello con base en situaciones alejadas de lugares comunes, que causan escozor como lo que logró en sus anteriores producciones, "Tenemos que hablar de Kevin" o "Nunca estarás a salvo".
Para la cineasta, la condición humana no está sujeta a retratos edulcorantes sobre temas tabúes, siendo un ejemplo de esto las madres primerizas que sienten rechazo respecto a sus vástagos.
En "Mátate, amor", la realizadora no tiene temor en mostrar a una mamá que está más enfocada en satisfacer su sexualidad, que en dedicarse de lleno a labores domésticas.
Por otro lado, erige una extraordinaria crítica social contra los hombres rancios, que todavía siguen buscando en sus parejas a las madres perfectas, que supuestamente deben ser capaces de hacer muchas cosas al mismo tiempo.
Así, "Mátate, amor" es una experiencia visceral, pero imperdible, que se siente como una bocanada de aire fresco en medio de las propuestas superfluas que invaden las salas comerciales.
