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Sobre el libro «200 discos chingones del rocanrol mexicano»




Por Sergio Martínez |


Diversas investigaciones rastrean el origen de la palabra chingar del dialecto védico, al sanscrito aterrizando al caló romaní; el diccionario gitano de 1867 define: chinga y chingari como disputar y pelea. Además, define al verbo chingarar, para describir: una disputa, una riña o una acción de guerra. Fue en la conquista que chingar se introduce en el nuevo mundo como palabra para describir las acepciones citadas. Hoy chingar es un mexicanismo verbal que tiene una gran polisemia, depende del contexto y la emocionalidad con que se dice, su significado; sirve para ofender o alabar a alguien o algo. Según la RAE, chingón es: Dicho de una persona: Competente en una actividad o rama del saber.

¿El rock mexicano está documentado?, ¿Cuántos libros hay sobre el tema?


200 discos chingones del rocanrol mexicano es un libro que compila lo que a los oídos de David Cortés y Alejandro González Castillo, son las mejores placas que han escuchado en los últimos años; “Aquí se recogen doscientos discos que consideramos chingones para entender la música […] chingones en la forma clásica en la cual los mexicanos definimos aquello que posee un carácter superlativo y deseamos presumir en una palabra”. “Este libro no aborda estrictamente la historia del rock en México, pero reúne importantes fragmentos de ella” nos dicen en la presentación del volumen.

En sus más de cuatrocientas páginas podemos encontrar 200 propuestas musicales que se han editado en los últimos 60 años, y que de alguna manera convergen en el rock en sus diferentes vetas. Escritas por músicos, melómanos y periodistas, las diferentes reseñas abordan algunos datos de grabación, los músicos participantes, anécdotas, algún dato curioso, así como el contexto social, musical e histórico del momento en que fue publicado el disco.

De fácil y ágil lectura, este prontuario sónico documenta y nos brinda un pulso del panorama actual del rock mexicano, tal vez faltan y sobran algunos, solo el tiempo nos dirá cuantos de estos discos pasan la prueba del añejo.



 

Declinismo: impresiones acerca del libro «Llorar de fiesta», de Elma Correa



Antonio León | Foto: Omar Pimienta | 

 

Volvemos al restaurante cuyas viandas eran deliciosas en el 2010, pero ahora son un asco. Regresamos al paraje vacacional en el que vimos amaneceres anaranjados junto a un riachuelo, ahora es un mingitorio hippie con un oxxo pintado en color terracota de pueblo mágico. O el gran templo expiatorio que nos apantalló la infancia pueblerina darks, no es tan grande ni tan lleno de gárgolas como lo recordábamos.

Pero el declinismo, la noción de que todo tiempo pasado fue mejor -creencias de gente pendeja, como diría aquella señora del puesto de hierbas y remedios durante la contingencia- afecta a todas las narrativas de la experiencia humana, excepto las fiestas.

O sí, porque una vez que leí el libro pude reconocer algunos guiños y concluir que estuve en la mayoría de las fiestas que dieron origen a estos cuentos (no por omnipresencia, sino porque soy amigo de la narradora, y suele arrastrarme a todo tipo de despropósitos). Los fantasmas, ecos y salidas en banda de estas celebraciones, traducidos por obra y gracia del oficio de contar historias, tienen mejores resultados que cualquier colección de liosas haciéndose las estupendas, jotas posonas, playlisters novedosas, heteros en situación de calle y amigas pasadas de Michelub Ultra que se obsesionaron con algún rufián espantoso.

¿Quieren lo anterior en otra fiesta? los lectores tampoco. Elma Correa lo sabe y decide entregarnos doce cuentos en los que las condiciones de festejar en el límite del espacio físico y la barrera finita que nos separa de la locura se ven mejor, más divertidas y definitivas. Todo lo anterior con la factura ya conocida de la narradora mexicalense: velocidad y acción, nada de detenerse a perder el tiempo en descripciones inútiles (a menos que tengan gatitos), humor a prueba de señoros, un mimo especial por la construcción de personajes y una atención casi neurótica a las estructuras planteadas en su prosa.

Historias en las que nada sobra porque todo merece ser una versión desvelada y dolida de sí mismo. Doce cuentos breves en los que la autora le tira faquius a gente como César Aira, Jordi Soler y otros eyaculadores precoces. Historias cuyos personajes empujan su tristeza y soledad a la pista de baile para perrear hasta abajo y señalar que la felicidad es una estupidez y que el primero de esta fiesta en irse a casa se la come dobleitor.




Los guitarristas de rock también presentan libros


Por Luis Daniel Pulido


La abuela está en la casa porque he visto su voz hace, primero, de luz que se cuela por la puerta, de trópico tuxtleco, es el crucifijo más alto donde la abuela, enorme, da sombra a sus nietos: siete. Segundo: hace también de espejos, y los espejos, ante la muerte, desbordan soldados que se mueven y hacen grupos de amigos donde cada uno va enumerando recuerdos e historias. Fernando Trejo tiene las propias, y las construye con una de las tradiciones heredadas de su familia: La poesía. Y en esa ruta no codifica, no le importa el misterio, los vericuetos lingüísticos; pareciera que no busca un lugar en una biblioteca prestigiosa, decorar la siesta del más sesudo de los poetas, se salta la verificación científica y arroja los dados desde la revelación religiosa, el cuerpo medio iluminado de los fantasmas, fantasmas queridos que se manifiestan o nunca se han ido.

Desde el título: La abuela está en la casa porque he visto su voz, el poeta se apropia de los hallazgos; es el que llega primero, es el primero que llega también a la otra orilla del espejo y alza la mano en señal de que lo sigan. La casa que habitamos de niños se ilumina desde afuera y los encuentros y los ecos y las correspondencias forjan la bitácora de los viajes emprendidos junto a los fantasmas y su soledad marina. Hay aventuras mínimas, un edificio apostado en la herrumbre y el escombro de una ciudad tomada por mercaderes y que nos ubica en nuestra condición de memoria, donde lo atlántico va del corredor a la cocina, donde los fantasmas son parte de nosotros y se sientan a la mesa.

Fernando Trejo parte y regresa a la familia; y el origen no repara en ambiciosos árboles genealógicos ni en profundas afiliaciones ideológicas, son los objetos y los momentos en que se hicieron presentes, la honda y pesada fragilidad del ser humano. La abuela está en la casa porque ha visto su voz, y la ha visto porque en el silencio se estima la altura de lo que escuchamos, el murmullo de las cortinas, el ladrido de los perros, los libros que se cierran.

La poesía como hecho instintivo y que retumba al interior de la casa vacía: amigos que se jugaron la vida, el ejército de primos que ya no está completo.

Pero los fantasmas danzan cuando crepita la madera y el fuego se mantiene a ras de tierra y el poeta se une a las sombras. Y la abuela desde algún lugar observa.



Luis Daniel Pulido. Ha publicado los libros Pollito Card, UNICACH; También de dolor se derrotan zombis mutantes, Cohuiná Cartonera; Intencionalmente náufrago, Editorial Carámbura; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; El apetito de los ciegos, Editorial Public Pervert; Bruce Wayne y la generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova), Editorial Popotito 22; Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tu Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), Prohibido degollar patos, Porterear, escribir, Tifón Editorial; ¿Qué sé yo de nadie? Editorial Arboleda, San José, Costa Rica.

Nación noir: realidad y ficción en un país violento



NACIÓN NOIR

Realidad y ficción en un país violento

Isaac Gasca Mata

 

“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.
Lo importante es la elección”

Anthony Burgess

 

La Ciudad de México en la última década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas, torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y su área conurbada.

En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.


¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?

El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.


      

El término noir (negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas. Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad (2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor, y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami (2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario con difundida recepción:


“Evangelina Tejera -al golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]

 


México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:


“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.

En el cine norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for (Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio de poder.

En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.

En 2016 Iván Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.

México no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus verdugos.


“Chacaltana imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que, aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA., 15)[4]

 

            Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.


Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015), del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus motivaciones, son las siguientes:


“Isabel Miranda de Wallace, presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-, asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.

-Son personas de escasos recursos, sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de humillarlo.

Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)



¿Revanchismo?, ¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad? La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo. En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:


“Sabía que no tiraría; interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.” (Ramírez, 106)

 

 Las reiteradas violaciones que los delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009), de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos, el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida: la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias. 

En conclusión, los textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones, violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.




BIBLIOGRAFÍA

AGUILERA GARRAMUÑO, Marco Tulio (2009) El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor. México. Ed. de Educación y Cultura

ALARCÓN, Orfa (2019) Loba. México. Ed. Alfaguara

BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas (1998). La construcción social de la realidad. Argentina, Ed. Amorrortu

BURGESS, Anthony (2015) La naranja mecánica. México. Ed. Booket

CAPOTE, Truman (1999) A sangre fría. España. Ed. Millenium

CHANDLER, Raymond (2014) Adiós, muñeca. México. Ed. De Bolsillo

CROSSTHWAITE, Luis Humberto; PELÁEZ, Ricardo (2017) El complot mongol. México. Ed. FCE

DE MAULEÓN, Héctor (2015) Roja oscuridad. Crónica de días aciagos. México. Ed. Planeta

FARÍAS, Iván (2016) México Noir. México. Ed. Nitro Press

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1981) Crónica de una muerte anunciada. México. Ed. Diana

HINTON, Susan (2013) Rebeldes. España. Punto de lectura

LEÑERO, Vicente (2003) Los albañiles. México. Ed. Joaquín Mortiz

MELCHOR, Fernanda (2021) Aquí no es Miami. México. Ed. De Bolsillo

OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán (6 de septiembre de 2021) (Rescatado 20.02.2022) https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

PEÑA, Hilario (2014) Juan Tres Dieciséis. México. Ed. Random House

RAMÍREZ, Armando (1986) Violación en Polanco. México. Ed. Grijalbo

UMBRAL, Francisco (1996) Un carnívoro cuchillo. España. Ed. Planeta

VÍLBOR, Ricardo; VENTO, Max (2019) El viejo y el narco. España. Ed. Panini Cómics

VV.AA. (2016) Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano. México. Ed. An.alfa.beta

VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B

VV.AA. (2014) Latinoamérica criminal. México. Ed. Random House



[2] No es el único caso en México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se convirtió en infanticida.

[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

[4] “La terrible muerte de Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA., 17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007), compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de narrativa noir en Latinoamérica. 

Crónicas para la ruta: «Las traes»


Crónicas para la ruta

Las traes

Alan Román




No me acostumbro a los guantes. Aprietan las manos y te recuerdan constantemente que no debes tocar nada, incluso cuando ya lo estás tocando. El barandal es más resbaladizo, y los escalones lucen limpios por primera vez, así que piso fuerte para no caer.

Coloco la tarjeta en el sensor y para mi sorpresa funciona. Buenos días enmascarados del chofer y míos. Hola de nuevo, diría, pero sería una indiscreción. Volteo a los asientos, la gran parte vacíos, no más de cinco pasajeros, todos con cubrebocas. Los asientos se veían viejos pero recién tallados.

Desde que subí noté a la mujer sentada en la primera fila junto a la puerta, una anciana con una gran cabellera que pasaba de gris a café débilmente, fija sus ojos en mí sobre una mascarilla azul cielo. Le sonrío y avanzo, había olvidado que también llevaba una, así que debió ser un gesto terrorífico para ella.

Siempre la persona que se sienta al frente del camión cumple el papel de juez, con una mirada desde gentil hasta déspota es el tercer testigo del intercambio de monedas, o de la colocación de la tarjeta en el sensor. Esa persona puede dinamitar cualquier titubeo entre el pasajero y el conductor, un monolito moral que ambos reconocen.

Avanzamos lentamente. Después de tantos meses el camino sigue siendo el mismo. Nos sentamos dejando espacios vacíos, algunos valientes sacan su celular sin temor a la contaminación de la pantalla. En la parada de la plaza Juventud 2000 sube un hombre con cubrebocas blanco de una sola capa, y filipina del mismo color, con logos orientales.

Se sienta en una fila desocupada de en medio, pegado a la ventana. Parece que ni el viaje ni nosotros hemos cambiado y todo irá tranquilo. Hasta que el hombre, con audífonos blancos recién puestos, tose.

La anciana voltea hacia atrás con una agilidad y elasticidad que Linda Blair envidiaría. Lo observa por encima de su cubrebocas, como queriendo que la vea. El hombre no quita la mirada de la ventana, moviendo la cabeza rítmicamente. Todo sigue en silencio entonado por el motor, hasta la llegada de dos tosidos más.

Después de unos segundos la señora voltea a verme. Las arrugas centraban su rostro hacia los ojos, claros, no de nacimiento sino grisáceos por el tiempo, con pequeñas venas saliendo de las comisuras a la pupila. Una mirada bella y llena de odio. Siento que desea correr hacia mí y matarme, aniquilarnos a todos para terminar con esto. Creo que cobra venganza conmigo, luego da una ojeada al resto de pasajeros, se gira de nuevo.

Escuchamos otro tosido en las últimas filas, pero es mínimo, parece más un suspiro trabado seguido de un carraspeo. De cualquier manera la señora, voltea, con la misma fuerza que la primera vez. Como un impulso conductista. Cuando sea grande quiero tener un oído tan fino como el suyo.

El resto de pasajeros comienzan a mirarse de reojo. Nadie más saca su celular, nadie se quiere arriesgar a que esté tripulando entre nosotros. No todos tienen guantes, pero igual, no aseguran nada.

El hombre vuelve a toser un par de veces seguidas que son suficientes para tener de nuevo la atención de ella. No la culpo, yo también temo, pues es tos seca, no cabe duda.

En la parada siguiente, los estudiantes de preparatoria llenan el resto de asientos. Cinco se quedan parados en el pasillo, sostenidos del alto barandal. Nadie se sienta al lado del hombre que sigue tosiendo ya con la frente enrojecida, hasta me atrevería a jurar que tiene sudor. Pero hay un estudiante frente a él, otras personas sentadas detrás, y un señor entre ellos y yo. Definitivamente no hay un metro y medio de distancia entre cualquiera de nosotros, por el contrario, hay muchos puentes humanos por los cuales correr.

Cinco tosidos más, el último de esta tanda con una fuerte reverberación en la garganta. Los espectadores de pie voltean a verlo, la señora ya no regresa a su posición natural, se masajea la cabellera que descansa en su pecho y lo intenta ahorcar con la mirada, pero el hombre, parpadeando constante, se mantiene con la vista afuera del camión y la cabeza recargada en su mano derecha. Algunos estudiantes ríen, fingen toser y se gritan el nombre del virus entre ellos. El resto de pasajeros nos mantenemos en silencio, pero alertas.

Los tosidos suben de ritmo, su respiración se corta, se ahoga, tiene que tomar el aire que corre por la ventana. Ahora los estudiantes también guardan silencio.

La señora murmura algo. No habla con nadie, se guarda sus opiniones para sí, dentro del cubrebocas, mientras sigue tejiendo su cabello. Puedes ahogarte en lo seca que es esa tos, y ella lo sabe. En cualquier momento se levanta y le exige al que se marche de una vez.

Pasamos el parque industrial y llegamos a la plaza donde está el restaurante japonés. El hombre de filipina camina por el pasillo y todos los pasajeros adjuntos se ladean hacia la dirección contraria, alargando su cuerpo para distanciarse y abrirle paso.

La mirada de la señora se relaja un poco. No está lista para morir, como nadie lo está, pero sigue viendo lentamente a los pasajeros, siempre por encima del cubrebocas, siempre con odio premeditado. Algunos carraspearon y yo comienzo a sentir un pequeño hormigueo por mi garganta ¿Quién sería el siguiente?

El perdedor bajó, pero el juego debe continuar.



Alan Román Méndez. Autor nacido en Baja California (1998). Estudió la Licenciatura en Docencia de la Lengua y Literatura en la UABC. En 2018 publicó su primer libro Testigos del Fuego, poemario de la editorial Pinos Alados. A lo largo de los años sus textos de narrativa, poesía y ensayo han sido publicados en espacios como Tierra Adentro, Sputnik, Neotraba, Efecto Antabus, Plástico Revista Literaria, Perro Negro de la Calle, entre otras.

Letrinas: Post-Estridentismo



Post-Estridentismo


Alejandro Barrón

 



En Reforma, casi llegando a Bucareli,
hay un teléfono público
-sin auricular / lo han arrancado brutalmente-
con un mensaje escrito muy grande a rotulador:
QUITEN ESTE ESTORBO


¿Quién escucha la radio?
Los habitantes del Panteón de Dolores


¿Quién mira la TV?
Los foros están vacíos, desmantelados
las risas enlatadas duermen su justo
descanso rellenando algún parque de Ciudad Neza
acompañadas por manos huesudas de cadáveres desconocidos
traídos desde los derrumbes de la memoria


Los hilos del telégrafo fueron cortados, amontonados
en la bodega polvorienta de un edificio del Centro
que se derrumbó durante el terremoto del 85,
o que fue demolido después del terremoto del 85,
o que no se derrumbó ni fue demolido, y fue seccionado,
y alberga en sus entrañas un pasaje comercial,
o consultorios, u oficinas, o habitaciones improvisadas para
organilleros, vendedores callejeros de libros y asesinos solitarios


¿Quién escribe cartas?
Maples Arce, Vela y List Arzubide hace mucho tiempo que
ya no andan incendiando las calles


Bolaño y Santiago Papasquiaro, tampoco:
A Papasquiaro lo atropellaron y
a Bolaño le debemos un hígado


En una barda de Copilco alguien escribió:
LA DECADENCIA JAMÁS PASARÁ DE MODA
y luego se tiró de un puente


¿Quién lee los periódicos?
¿Adónde se fueron los voceadores?
manos marchitas manchadas de tinta


De vez en cuando gente anónima deja
ramos de flores a medio marchitar,
a un lado de cualquier carretera solitaria de Sonora,
en memoria de Cesárea Tinajero y de Nellie Campobello


De madrugada la voz del Gallo de Oro
suena en alguna lejana e infecta bodega fronteriza y
retiembla en sus centros la tierra


[La ciudad es otra
la ciudad tiene vida propia
la ciudad sucumbe
muere y renace a diario,
con cada semáforo en verde


El ruido está adentro
viene de abajo
y
explota ruge grita
su algarabía es lavada por la lluvia
el agua moja los cables chamuscados
del vagón del metro inservible
convertido en chatarra por
el último estallido


Sus fantasmas piden una moneda
en cada esquina
para comprarse un café
y un boleto de trolebús
para volver a los sitios
a los que nunca pertenecieron]


El local donde estaba el Café de Nadie
es ahora un restaurante de hamburguesas
que sólo alimenta al monstruo gentrificador


Quetzalcóatl viaja en metro y
en horas pico


Las cenizas de Cantinflas llevan años
fugándose por un orificio de su urna apolillada
dentro de aquella cripta imponente
que nos sobrevivirá a todos;
los bustos de bronce de Pedro Infante y de María Félix
han sido robados o han tratado de ser robados de sus tumbas
para ser vendidos por kilo


La Llorona viaja en el último pesero exhausta
no le da la no-vida para andar apareciéndose
en tantos videos virales


Tanto temblor algún día hará emerger
de sus clandestinas fosas
todas las pirámides
todos los adoratorios
todos los dioses
-todos los cráneos atravesados por obsidiana o arcabuz-
gloriosos habitantes de la vieja ciudad
cuyo corazón
late más fuerte que nunca.


El mole de guajolote hace mucho que se enfrío y
se echó a perder,
pero ahí están las Kekas de Doña Mary,
en República de Brasil esquina con República de Cuba,
que no se rajan.


                                                                     OK Google.

 


Donostia-San Sebastián, abril de 2023

 

 

 

 

 

Alejandro Barrón (Tepic, Nayarit, 1987) es narrador, poeta y editor. Estudió Comunicación. Ha publicado las plaquettes de microrrelatos Patrañas (2014), Desquiciados (2016) y Mozalbetes (2017), así como los libros de narrativa breve Pinche Malena (2016) y Tragedia en cinco actos (2018) e Inventario de máquinas inútiles (2021). Su trabajo narrativo y poético ha sido difundido a través de antologías, revistas, diarios y sitios electrónicos de México, Chile, Perú, Colombia y España, tales como Letralia, Elipsis, Playboy México, Punto en línea (UNAM), Diario Sur de Málaga, Papenfuss, Brevilla, La Vanguardia, Letras de Chile, Plesiosaurio, El Espectador y Estación Poesía (Universidad de Sevilla). Como editor ha creado e impulsado las plataformas editores suicidas y BUCARELI, las cuales están enfocadas en la difusión de autores noveles. En 2018, tras residir más de siete años en la Ciudad de México, decidió mudarse al País Vasco.

A mí sí me gustó "Vargas Yosa"


Francisco Joaquín Marro

 

Roberto Arlt escribió en el prólogo a su novela Los lanzallamas: “…se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él”. 

Arlt escribió esto en 1932. Hace más de 90 años y aún blanqueamos los ojos del placer si el hedor viene de una literatura eurocéntrica, pero nos asquea si viene de nuestro campo. Esta cita es a propósito de una reseña publicada por Elton Honores sobre la novela breve de Julio Meza, titulada Vargas Yosa. En la reseña se le señala de pornográfica y lumpen-chabacana, adjetivos que bien pueden sentarle en un nivel, pero que solo tocan la superficie de su propuesta literaria, más próxima a las estrategias del arte conceptual que a los marcos lectores del reseñismo local. Pero Honores insiste en subrayar lumpenesco como “fondo”, no encuentra un espacio en lo que considera la inmaculada tradición literaria peruana para la novela de Meza, cuyas premisas, nos da a entender, son de “buen gusto” y “seriedad”. Es claro que no son aseveraciones expresas del crítico, pero se las puede leer entre líneas.

Honores, apoyándose en una noción de “tradición literaria peruana” nunca explicada del todo, efectúa algunas declaraciones sobre la práctica de un “humor melancólico” en la literatura peruana (¿o deberíamos decir, con más precisión, la limeña de clase media-alta?) en relación con la novela de Meza. Esta noción fue aludida primero por Alexis Iparraguirre en sus palabras iniciales a “Vargas Yosa” y se refiere claramente a la narrativa coming of age y de la literatura del padre, y también a las historias de amores burgueses escritas en el siglo XXI pero encajadas en marcos políticos y sociales del siglo pasado que emplean los autores de “autoficción” para otorgarles “densidad” o una suerte de prestigio intelectual a sus historias las cuales, en suma, son melodramas. Pero estos escribidores de melodramas a los que alude Iparraguirre no son los autores de prosa humorística en los que piensa Honores, éste pasa por alto un marco contextual y un debate contemporáneo evidente e imagina que la frase “humor melancólico” es una calificación equívoca para  una tradición literaria peruana organizada desde la altura de humor sofisticado y culto (panteón poblado por Ricardo Palma y Alfredo Bryce) hasta lo más bajo, chabacano y frívolo, en donde se encontraría el autor de “Vargas Yosa”. 

Demás está decir que si esa genealogía literaria funcionara en los hechos, no tendríamos que padecer la solemnidad del realismo y sus grandes “verdades” (dato curioso: la invención de tradiciones para legitimar la importancia de un género -el fantástico en el Perú- es la especialidad de Honores). Tampoco es cierto que el humor a la peruana sea una cima de sofisticación o buen gusto: ni Palma desdeñó en sus “Tradiciones” el humor escatológico, menos aún en sus “Tradiciones en Salsa Verde”; ni Bryce es ejemplo cabal de un “humor blanco”, como han querido convertirlo sus admiradores y sus peores lamebotas e imitadores, que lo han hecho ante el público más reciente una suerte de Chespirito literario peruano, cosa que no es en lo absoluto. Me remito a las pruebas: las escenas sobre las heces y el posterior tratamiento con consoladores para reabrir el ano del personaje central de La vida exagerada de Martín Romaña; o las lumpenescas escenas de racismo y clasismo extremos hasta la náusea entre señoritos bien en No me esperen en abril. Nuestra literatura reciente también ha dado pruebas del uso de recursos escatológicos con fines humorísticos: “Casa de Islandia” (2004) de Luis Hernán Castañeda y “Terapia de Grupo” (2010) de Dany Salvatierra. En el primer caso, la escatología es utilizada como recurso  para desacralizar el quehacer literario (enfocándose en los agentes externos a la creación estética que la invisibilizan y la manipulan); y en el segundo,  se recurre al “camp”, es decir, al empleo irónico de las convenciones burguesas de buen y de mal gusto para ejemplificar lo grotesco de la naturaleza humana. Por lo demás, bastante aleccionados deberíamos estar sobre los prejuicios que entraña el ninguneo a partir de la condena por vulgaridad que sufrió Oswaldo Reynoso, como cuando se le acusó de inmoral o chabacano al introducir en “Los Inocentes” elementos del habla barriobajera popular. 

Declararé algo que quizá suene escandaloso en nuestro medio nacional, pero es necesario decirlo. Como en cualquier otra área de la cultura oficial, el “buen gusto” no toma riesgos y se supedita a convencionalismos de los que pocos pudieran, por sentido común, discrepar: lo bonito, tierno, bello, nostálgico, conmovedor y sus variaciones, derivarán  inevitablemente en kitsch.

Me ahorraré de citar la famosa frase de Milan Kundera. Lo repito: la literatura peruana de los últimos treinta años, especialmente la urbano-limeña, es kitsch: apela al sentimiento común, al reforzamiento de conceptos que nadie quiere poner en duda por temor a perder una cuota de prestigio, por miedo al ridículo, como en el cuento del Traje del Emperador de Andersen. Y lo digo de nuevo: el kitsch nunca arriesga, siempre pretende gustar a todos lo que pueda. Las obras literarias kitsch no ponen en duda creencias ni generan preguntas, no son un diálogo de “tú a tú” con su lector; se funda en una premisa propia de quien no sabe de literatura, pero sí de agradar: “es obvio lo que es de buen gusto, no lo definiré, pero brindemos porque todos los sabemos y somos listos”.  

Por ello, es de agradecer que una novela como ““Vargas Yosa”” nos permita discutir sobre “buen gusto” y “mal gusto”. Estas nociones, en literatura, están vinculadas estrechamente a nuestras propias aspiraciones sociales. Es sugerente que “lo que callamos dice más de lo que decimos” y esto puede percibirse en la imagen de un estante lleno de libros a la espalda de un conferencista literario peruano en una charla vía zoom; esta imagen habla de las pretensiones de prestigio intelectual  del conferencista frente a su público. Pero esta pretensión no es la misma en todos los lectores, porque estos pueden subdividirse según estratos y relaciones sociales. Con riesgo en caer en la peor caricatura, esos académicos afines a la “novela histórica” realista a los que alude Honores hablando de sus “papers, muchas veces insustanciales” probablemente considerarán de “mal gusto” las novelas premiadas de Planeta, Herralde y Alfaguara, las que por estos años son, más bien, propias de unos lectores sin criba intelectual, embrujados por la mercadotecnia y ávidos del prestigio de cultivar la lectura. Y así, distinciones hay muchas más. 

Pero así como el gusto es diverso y es una categoría vacía para comentar una novela (o el traje de un reggaetonero), también lo es el humor. ¿A qué se referirá  Honores cuando habla de “un humor más reflexivo y culto”? ¿Tratará de decir que la obra de Julio Meza no es lo suficientemente “reflexiva y culta” para sus estándares? Me remito a las reflexiones de Emilio de Gorgot en su artículo “Los límites del humor”: “Por supuesto, podríamos vivir en un mundo donde toda la comedia fuese blanca e inofensiva, pero esto sería como vivir en un mundo donde toda la música fuese apta para sonar en un ascensor ¿Quién demonios querría vivir en un mundo así?”. (Jot Down, 07/12/2021).

Pero Honores utiliza el humor como compartimento estanco y se pregunta de forma no solo válida, sino pertinente: “En cuanto al humor [en “Vargas Yosa”], es claro que la intención, el sentido y la construcción del texto se orienta a conseguir el efecto humorístico (el que se cumpla o no con esta intención depende de muchos factores, y no siempre funcionará en todos los lectores), ¿qué tipo de lector busca esta novela?”.

Podemos ir adelantando que a quien no le guste el humor al estilo de “South Park” o “Drawn Together”, naturalmente, no será el lector ideal, no le dará risa. 

Y aquí parto lanzas por la propuesta literaria de Julio Meza Díaz, por su apuesta por un tipo específico de humor, y explicaré mis razones. 

Desde su primer cuentario “Tres giros mortales” (2007) hasta “La máquina del orgasmo infinito” (2021) sus historias, en conjunto,  han utilizado como recursos el absurdo, el dadaísmo y la propuesta del fanzine underground para reflexionar sobre cómo los seres humanos ejercen el poder y abusan de la autoridad. En “Tres giros mortales” están, por ejemplo, “El amor de un dinosaurio” y “El mensaje divino”. Mientras el primero introduce en la narrativa de Meza una de sus constantes favoritas, el raro, el sujeto disonante con las normas sociales; el segundo, es una sátira anticlerical. “La máquina del orgasmo infinito”  (en su cuento “Fredo”)  y “Vargas Yosa” nos conceden el arquetipo del personaje con autoridad “moral” tan propio de nuestro siglo; el miedo de quienes aparecen como caricaturas esperpénticas al perder su cuota de prestigio social y capital simbólico es el detonante de todas sus disparatadas desventuras. ¿Qué mayor terror puede existir, en el siglo XXI, en el mundo de las redes sociales, de las burbujas políticas y de las carismáticas figuras de autoridad sino el simple hecho de un rumor, una denuncia o un dedo acusador?  Es un miedo frecuente en nuestro mundo de influencers y followers, lo vemos a diario: ídolos con basamentos ruinosos como el Ozymandias de Shelley. Lo que caricaturiza Meza en sus cuentos es precisamente toda esa paranoia, mediante el retrato de egos exagerados hasta casi el solipsismo o la mera brutalidad onanista. Es un espejo deformado, horrible, de la cotidianidad. Será la ironía y no precisamente el humor (no son lo mismo) la hoja de ruta que un lector de Julio Meza debería seguir para disfrutar de su obra. El humor, así como las invenciones de las historias de ciencia ficción, tienen fecha de caducidad. Las válvulas de memoria Thorsen de la novela Puerta al verano de Robert A. Heinlein están más que caducas debido a nuestros micro procesadores actuales y, sin embargo, el relato no ha envejecido un ápice, sigue tan fresco como hace más de cincuenta años. Nadie hoy se mata de risa leyendo a Don Quijote (bullying tras bullying en la primera entrega) pero lo que subsiste es la hondura psicológica de sus variopintos caracteres sociales. Antes de que me apedreen, no estoy comparando a Julio Meza con tremendos monumentos literarios, pero sí afirmo que su obra tiene “capas” y es necesario resaltarlas y no negarlas o invisibilizarlas. 

En lo que falla Honores es en calificar la obra de Meza a la altura de las comedias de cine americanas de parodias metarreferenciales. Ojo, no habría nada de malo si tal fuera el caso, es más, sería genial que existieran obras de ese tipo en nuestro trillado campo literario nacional ¡pero ni siquiera eso! Entonces responderé a su pregunta más importante. ¿Funcionaría la novela si el personaje principal no tuviera ese nombre? Quién sabe, pero para la propuesta de Meza es necesario que el personaje se llame así. Quizá Honores tenga como base de sus apreciaciones las nociones románticas de inmortalidad y perdurabilidad literarias que hacen a muchos escritores declararse a sí mismos “artistas”, imaginando golosamente un futuro inamovible en el “canon” nacional y un monumento dedicado a ellos (o por lo menos una avenida), y en la que lidiar con la literatura que recurre al vocabulario de los excrementos y las funciones corporales bajas resulte poco digno, impropio de quienes debieran ser un modelo de la moral y las letras de la patria. 

Si asumimos que Elton comparte esa concepción romantizada del quehacer literario, no hay forma de conciliación posible con él, porque está tratando de hacer calzar una lectura arbitraria en la novela, una que no encaja con los propósitos del autor de “Vargas Yosa”.

Posmoderno o no, Julio Meza está más cerca de pretensiones iconoclastas concernientes al hoy, o del situacionismo de los años 60 o quizá del “no hay futuro” del punk. Y para todo ello es necesario abrir debates, renunciar a los esquemas convencionales y derribar monumentos.

Tal vez deberíamos reflexionar, a raíz de todo lo dicho por Honores, sobre la propuesta literaria de Meza que, como ya adelanté, se explica en las estrategias de las artes plásticas, específicamente conceptuales. Para tener en claro a lo que refiero, haré algunos apuntes. Recordemos que hay mucho arte malo en el mundo, como aquel plátano pegado a una pared con una cinta adhesiva, y hay mucho buen diseño gráfico a quienes las personas llaman “arte”. Y aquí podríamos añadir varios otros puntos: un artista puede ser mal artista, y no por ello deja de ser un artista. Pero un escritor no es necesariamente un artista.

Y un artista tiene actitud, gesto y pose. Para un artista la pose ES medio, mensaje y provocación. Por poner un ejemplo, las actitudes de los escritores César Aira y Mario Bellatin frente a la industria editorial son las que completan sus obras y los convierten en artistas conceptuales, son indivisibles a su quehacer literario. Habrá quienes no gusten de sus obras, pero no les pueden negar el gesto o, mejor dicho, la situación que crean. Si despojamos a sus obras del discurso y contexto dentro de los cuales fueron publicadas y posicionadas, las mutilaríamos de su capacidad polisémica y de interrogación. 

Precisamente por eso hace muy bien Elton Honores en mencionar que la obra de Meza nunca obtendrá un premio de la Bienal Vargas Llosa o una invitación al Hay Festival; en ello queda constancia del desafío político, entre otros muchos, que plantea su obra. Tampoco creo que Meza logre dinero en el “Plan Lector”, escribiendo historias de ciencia ficción o leyendas nacionales exentas de violencia y sexo, adecuadas para promover la lectura en niños y adolescentes que corren el riesgo de ser infantilizados para siempre. Y quién sabe, probablemente su obra no cuaje con los intereses editoriales de las grandes transnacionales. Alguien que se dispara así los pies o debe estar completamente loco, o es un provocateur. Y Dios sabe que, para la espesa ciénaga conformista e inmovilista que es nuestro erebus literario, es de agradecer que exista, por lo menos, uno. 

Pisco (Ica) 14 de junio, 2023.

 


Francisco Joaquín Marro (Ica, 1979). Escribió la novela "Sol de Tokio" (2011) y fue coeditor de la antología de ciencia ficción "Esta Realidad no Existe" (2021). También ha colaborado con algunas páginas locales en la reseña de libros. Actualmente le preocupan más los derechos de los gatos que los derechos humanos.

Escafandra Literaria: entrevista con Óscar de la Borbolla



Óscar de la Borbolla es uno de los escritores más dinámicos y creativos de la literatura mexicana. En su obra podemos encontrar pasajes igual de divertidos que polémicos y desgarradores. En esta entrega de Escafandra Literaria charlamos con el autor sobre la diversidad de su obra, producto de las múltiples disciplinas de lo constituyen. En sus propias palabras, se considera más un pensador que un filósofo o poeta. Su espíritu rebelde se percibe en sus historias y en su forma de vivir.


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Cormac McCarthy, la hostilidad en carne propia




Samanta Galán Villa | 


Hace unas horas falleció en Santa Fe, Nuevo México el último de los grandes escritores góticos estadounidenses, dejando el sabor amargo de no verlo gozar el tan merecido Nobel de Literatura.

Cormac McCarthy fue un escritor que experimentó en carne propia la carencia y la hostilidad. Mientras daba inicio su vida como narrador, viajaba constantemente de El Paso a Ciudad Juárez para hacer rendir los pocos dólares que tenía para comer. Este es un rasgo característico de los personajes del escritor texano: personas que han de buscar su destino del otro lado. Un lugar que parece desconocido y en el que descubren una realidad tan cruda como hermosa.

En varias de sus novelas podemos encontrar personajes jóvenes, adolescentes que están por abrirse a un mundo que los espera con las fauces abiertas y del que no pueden escapar, como la muerte.

La crítica literaria lo compara con William Faulkner y Melville, poniendo al nivel la calidad y el vigor de sus letras. McCarthy nunca pretendió poner en sus personajes la búsqueda del Vellocino de Oro o la gran Ballena Blanca. Pareciera más bien, lo opuesto. Van tras lo pequeño, lo aparentemente insignificante: un caballo, una zorra, una loba. Animales que pueden ser comunes, pero que para sus personajes representan al inicio de una vida mejor, una vida inalcanzable.

Es así que Cormac McCarthy se vale de la vida de campesinos y cuatreros para entregarnos historias terribles y oscuras, con un portentoso lenguaje y una avasalladora fuerza poética en sus descripciones.

Los personajes, silenciosos y observadores, que usan la palabra para hundirla como una espada en el cráneo, nos dan pie a seguir sus historias paso a paso, contagiándonos de sus emociones, de su sombra y de esa sublimación oculta en los detalles cotidianos.

La búsqueda se encuentra en una frontera, una aduana, es decir, se debe pagar un precio por una vida mejor. Sin embargo, como podemos observar en La carretera, En la frontera y Todos los hermosos caballos, esta búsqueda es inútil, pues el camino, generalmente hacia el sur, pierde a los personajes, percude sus almas y mancha ese deseo de tocar el cielo con las manos.

Eso es lo que podemos esperar en las novelas entrañables del gran Cormac McCarthy. Hojear las páginas de sus libros nos lleva como lectores a encarar una realidad latente: El mundo es un lugar de belleza y crueldad inexplicables.

¡Larga vida al rey! ¡Que viva Cormac McCarthy!
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