—¿Eso fue antes o después de que comenzaras a escribir en mi casa? —me pregunta Fidel.—Después.—Quería decirte que no me gusta tanto esa historia que estás escribiendo.—¿Por qué lo dices?—Porque no tiene contexto histórico. Las cosas suceden como si no hubiera un espacio o una ciudad. El personaje que haces de mí es patético, me cae mal, sólo te está maltratando, a veces siento que te insulta. Patético, ¿cuántas veces ocupas ese adjetivo?
Una rata en la niebla de Silent Hill
Poemas del libro «Cuaderno de Courtney Love», de Antonio León
Courtney Love
novios rubios y bajitos, callosidades en el talento
visible.
los tutores de nadie señalan diversos rasgos, aunque ya
no hacen más comentarios acerca de cuerpos infantiles.
artistas o fantasmas breves de cintura, ella ha dejado el
tema
porque nadie espera a niñas que dicen mentiras vistosas
mentiras que se vuelven la única opción de ir a espacios
públicos
o la única verdad posible durante la sesión con la
doctora
Smitherson
:
ella dice que nadie la obliga a un carajo pero
recuerda Olympia y después dice Aberdeen como decir
cuerpo de agua dulce o mar de galilea
decir una estrella de rock que gime luz
y se interna en los mantos freáticos de la audiencia
una de nosotras fue al frente en aquella guerra a patadas
regresó desde el sol de zapatillas Emily −aunque no ilesa
y nos dijo
que al final del arcoíris de leña no había más roadies
más
músicos insolentes
más terapias
de conversión
a la heteronorma
más patanes con playeras en que se promueve la muerte
de las ideas
cada vez que ella se cuelga la guitarra los barbudos
temen
−prefieren torso sudoroso, menos tetas de azafrán o
labios
pintados en los que nunca ocurrió
cada vez que vuelve a gritar salvaja
se abre la veda del odio,
sitios como Malibú, Londres, Las Vegas o Mexicali
salas de ensayo donde aprendió a dejarse ir llevando púas
en lugar de encaje
vestidos de abuela triste de quince años
un río de plata cruje en su garganta, pero nadie se
oculta en
la lluvia
durante el sexo oral
Polonia
nos pusieron en el barco aquella tarde
Hermitage se llamaba el barco
diario morían personas a bordo
y no había panteones en el mar
o una losa para llorar por fuera
yo recuerdo cuando vertían cadáveres al océano
aquel sonido
yo lo tengo tan presente
podría estar de vacaciones en una alberca
y reconocerme en el sonido de cuerpos
que entran al agua después de morir
yo era una niña de ojos verdes
pero recuerdo los pasos de olmo
la línea de clavos al fondo de zapatos
que tuvieron dueños distantes
y recuerdo los cadáveres del mar
las sonrisas en improbable duelo de dulces
traídos de Polonia
porque la felicidad es un simulacro de pieles hendidas
por el verano
en que el mar me llevó a otra parte
guitarra fácil
todos han visto el engaño, pero les gusta
no nací guapa de las hebras del río
guapura del cabello
¿las has visto?
algunas bailarinas así aterrizan
seguir arriba con la coreografía del pelo,
sobre las tablas de la casa de los viejos
sin darle tiempo al padre de largarse
como una modelo de cianuro ibérico,
mejoro mi engaño con mejores hombres
y aunque tengo cierta edad, sigo en el mundo
de los berrinches y las melodías digeribles
en que no es necesario tañir una
vela
o ver hacia el horizonte
tampoco es necesario el perfil de guitarrista virtuoso
que pierde el tesoro en un episodio
de quebrazón de brazos en la ensambladora de autos
el cabello largo ayuda
las botas con brillantes falsos
:
es la cultura de la juventud.
todas las semanas aparecen las mismas revistas
de gente disociada que se muerde las mejillas por dentro
pero ya le avisaron su inutilidad si no es hermoso
si no tiene brazos, si no es menor de veintisiete
Antonio León. Maneadero, Baja California. Poeta y cronista. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (2015) :ríos (2017), Consomé de Piraña (2019) y Drowner (2021). En 2016 fue el ganador del Premio Estatal de Literatura de Baja California, en la categoría de poesía, con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la categoría Creadores con Trayectoria. Actualmente se desarrolla en el ámbito de la promoción de la lectura y promoción cultural universitaria. Es integrante del equipo organizador del encuentro Tiempo de Literatura, en Mexicali. Cuaderno de Courtney Love (y otros poemas), editado por pinos alados ediciones, es su libro más reciente.
‘Barajas’: deconstruyendo el azar a cuarenta años de la tragedia
Blue Street | Hugo Ernesto Hernández Carrasco
Un diálogo que da cuenta de la postura amplia de cada uno de los autores, las circunstancias e historicidad que les atravesaron; lo perturbador de las coincidencias, la recuperación de su memoria íntima pero también de su voz pública.
La reflexión más contundente que nos deja el documental, es la sensación de que, salvo a Ibargüengoitia; a Scorza, Traba y Rama, les cobró la vida el exilio.
Documental: Barajas
Javier Izquierdo / 2022 / 1h03m / Ecuador
Guion y dirección: Javier Izquierdo
Producción: Tomás Astudillo
Montaje: Ana María Prieto
Sonido: Franz Córdova
Sobre el libro «200 discos chingones del rocanrol mexicano»
¿El rock mexicano está documentado?, ¿Cuántos libros hay sobre el tema?
De fácil y ágil lectura, este prontuario sónico documenta y nos brinda un pulso del panorama actual del rock mexicano, tal vez faltan y sobran algunos, solo el tiempo nos dirá cuantos de estos discos pasan la prueba del añejo.
Declinismo: impresiones acerca del libro «Llorar de fiesta», de Elma Correa
Antonio León | Foto: Omar Pimienta |
Volvemos al restaurante cuyas viandas eran deliciosas en el
2010, pero ahora son un asco. Regresamos al paraje vacacional en el que vimos
amaneceres anaranjados junto a un riachuelo, ahora es un mingitorio hippie con
un oxxo pintado en color terracota de pueblo mágico. O el gran templo
expiatorio que nos apantalló la infancia pueblerina darks, no es tan grande ni tan lleno de gárgolas como lo
recordábamos.
Pero el declinismo, la noción de que todo tiempo pasado fue
mejor -creencias de gente pendeja, como diría aquella señora del puesto de hierbas
y remedios durante la contingencia- afecta a todas las narrativas de la
experiencia humana, excepto las fiestas.
O sí, porque una vez que leí el libro pude reconocer algunos
guiños y concluir que estuve en la mayoría de las fiestas que dieron origen a
estos cuentos (no por omnipresencia, sino porque soy amigo de la narradora, y
suele arrastrarme a todo tipo de despropósitos). Los fantasmas, ecos y salidas
en banda de estas celebraciones, traducidos por obra y gracia del oficio de
contar historias, tienen mejores resultados que cualquier colección de liosas
haciéndose las estupendas, jotas posonas, playlisters novedosas, heteros en
situación de calle y amigas pasadas de Michelub Ultra que se obsesionaron con
algún rufián espantoso.
¿Quieren lo anterior en otra fiesta? los lectores tampoco. Elma
Correa lo sabe y decide entregarnos doce cuentos en los que las condiciones de
festejar en el límite del espacio físico y la barrera finita que nos separa de
la locura se ven mejor, más divertidas y definitivas. Todo lo anterior con la
factura ya conocida de la narradora mexicalense: velocidad y acción, nada de
detenerse a perder el tiempo en descripciones inútiles (a menos que tengan
gatitos), humor a prueba de señoros, un mimo especial por la construcción de
personajes y una atención casi neurótica a las estructuras planteadas en su
prosa.
Historias en las que nada sobra porque todo merece ser una
versión desvelada y dolida de sí mismo. Doce cuentos breves en los que la
autora le tira faquius a gente como
César Aira, Jordi Soler y otros eyaculadores precoces. Historias cuyos
personajes empujan su tristeza y soledad a la pista de baile para perrear
hasta abajo y señalar que la felicidad es una estupidez y que el primero de
esta fiesta en irse a casa se la come
dobleitor.
Los guitarristas de rock también presentan libros
Por Luis Daniel Pulido
La
abuela está en la casa porque he visto su voz hace, primero, de luz que se cuela por la puerta, de
trópico tuxtleco, es el crucifijo más alto donde la abuela, enorme, da sombra a
sus nietos: siete. Segundo: hace también de espejos, y los espejos, ante la
muerte, desbordan soldados que se mueven y hacen grupos de amigos donde cada
uno va enumerando recuerdos e historias. Fernando Trejo tiene las propias, y
las construye con una de las tradiciones heredadas de su familia: La poesía. Y
en esa ruta no codifica, no le importa el misterio, los vericuetos lingüísticos;
pareciera que no busca un lugar en una biblioteca prestigiosa, decorar la
siesta del más sesudo de los poetas, se salta la verificación científica y
arroja los dados desde la revelación religiosa, el cuerpo medio iluminado de
los fantasmas, fantasmas queridos que se manifiestan o nunca se han ido.
Desde
el título: La abuela está en la casa porque he visto su voz, el poeta se
apropia de los hallazgos; es el que llega primero, es el primero que llega
también a la otra orilla del espejo y alza la mano en señal de que lo sigan. La
casa que habitamos de niños se ilumina desde afuera y los encuentros y los ecos
y las correspondencias forjan la bitácora de los viajes emprendidos junto a los
fantasmas y su soledad marina. Hay aventuras mínimas, un edificio apostado en
la herrumbre y el escombro de una ciudad tomada por mercaderes y que nos ubica
en nuestra condición de memoria, donde lo atlántico va del corredor a la
cocina, donde los fantasmas son parte de nosotros y se sientan a la mesa.
Fernando
Trejo parte y regresa a la familia; y el origen no repara en ambiciosos árboles
genealógicos ni en profundas afiliaciones ideológicas, son los objetos y los
momentos en que se hicieron presentes, la honda y pesada fragilidad del ser
humano. La abuela está en la casa porque ha visto su voz, y la ha visto porque
en el silencio se estima la altura de lo que escuchamos, el murmullo de las
cortinas, el ladrido de los perros, los libros que se cierran.
La
poesía como hecho instintivo y que retumba al interior de la casa vacía: amigos
que se jugaron la vida, el ejército de primos que ya no está completo.
Pero
los fantasmas danzan cuando crepita la madera y el fuego se mantiene a ras de
tierra y el poeta se une a las sombras. Y la abuela desde algún lugar observa.
Luis Daniel Pulido. Ha publicado
los libros Pollito Card, UNICACH; También de dolor se derrotan zombis
mutantes, Cohuiná Cartonera; Intencionalmente náufrago, Editorial
Carámbura; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca
sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; El
apetito de los ciegos, Editorial Public Pervert; Bruce Wayne y la
generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova), Editorial
Popotito 22; Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tu
Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), Prohibido
degollar patos, Porterear, escribir, Tifón Editorial; ¿Qué sé yo
de nadie? Editorial Arboleda, San José, Costa Rica.
Nación noir: realidad y ficción en un país violento
Isaac Gasca Mata
“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.Lo importante es la elección”Anthony Burgess
La Ciudad de México en la última
década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes
en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas,
torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel
Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de
Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El
matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El
poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana
N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La
tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes
con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y
su área conurbada.
En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.
¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?
El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.
El término noir
(negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su
acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de
los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la
crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en
un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es
perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de
asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por
ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el
novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que
los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar
a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas.
Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en
medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de
Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García
Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando
pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad
(2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor,
y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto
Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por
el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca
una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género
negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente
expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su
estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami
(2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental
de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o
mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos
hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La
filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una
maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su
momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que
ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario
con difundida recepción:
“Evangelina Tejera -al
golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente
descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón
a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a
las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento
bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]
México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:
“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.
En el cine
norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp
Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for
(Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por
el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una
extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las
innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película
El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen
indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el
clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con
estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio
de poder.
En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.
En 2016 Iván
Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que
a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado
a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja
y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de
Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un
discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.
México
no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la
violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las
desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo
de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas
eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La
impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo
se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus
verdugos.
“Chacaltana
imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos
oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se
había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que,
aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA.,
15)[4]
Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.
Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015),
del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la
personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus
motivaciones, son las siguientes:
“Isabel Miranda de Wallace,
presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de
brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-,
asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se
dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.
-Son personas de escasos recursos,
sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen
bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de
humillarlo.
Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)
¿Revanchismo?,
¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que
cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad?
La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de
inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía
doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven
obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo.
En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa
podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas
prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas
en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que
en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que
en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la
totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del
mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de
elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por
incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores
mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en
obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en
Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje
como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que
algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:
“Sabía que no tiraría;
interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos
pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me
acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta
a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba
lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.”
(Ramírez, 106)
Las reiteradas violaciones que los
delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel
económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el
crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009),
de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan
un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están
justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por
favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha
conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien
cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no
hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre
montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el
autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice
a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes
somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de
los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera
Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y
desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera
Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia
abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más
los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv
sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos,
el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal
ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni
preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida:
la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias.
En conclusión, los
textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la
realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la
literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones,
violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos
autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces
rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.
BIBLIOGRAFÍA
AGUILERA GARRAMUÑO, Marco Tulio
(2009) El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor.
México. Ed. de Educación y Cultura
ALARCÓN, Orfa (2019) Loba.
México. Ed. Alfaguara
BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas (1998).
La construcción social de la realidad. Argentina, Ed. Amorrortu
BURGESS, Anthony (2015) La naranja
mecánica. México. Ed. Booket
CAPOTE, Truman (1999) A sangre
fría. España. Ed. Millenium
CHANDLER, Raymond (2014) Adiós,
muñeca. México. Ed. De Bolsillo
CROSSTHWAITE, Luis Humberto; PELÁEZ,
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FARÍAS, Iván (2016) México Noir.
México. Ed. Nitro Press
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de una muerte anunciada. México. Ed. Diana
HINTON, Susan (2013) Rebeldes.
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LEÑERO, Vicente (2003) Los
albañiles. México. Ed. Joaquín Mortiz
MELCHOR, Fernanda (2021) Aquí no
es Miami. México. Ed. De Bolsillo
OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y
el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán
(6 de septiembre de 2021) (Rescatado 20.02.2022) https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/
PEÑA, Hilario (2014) Juan Tres
Dieciséis. México. Ed. Random House
RAMÍREZ, Armando (1986) Violación
en Polanco. México. Ed. Grijalbo
UMBRAL, Francisco (1996) Un
carnívoro cuchillo. España. Ed. Planeta
VÍLBOR, Ricardo; VENTO, Max (2019) El
viejo y el narco. España. Ed. Panini Cómics
VV.AA. (2016) Después del
desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano. México. Ed. An.alfa.beta
VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología
de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B
VV.AA. (2014) Latinoamérica
criminal. México. Ed. Random House
[2] No es el único caso en
México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que
Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se
convirtió en infanticida.
[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para
la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/
[4] “La terrible muerte de
Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que
había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar
violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA.,
17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007),
compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para
atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de
narrativa noir en Latinoamérica.
A mí sí me gustó "Vargas Yosa"
Francisco Joaquín Marro
Roberto Arlt escribió en el
prólogo a su novela Los lanzallamas: “…se escandalizan de la brutalidad
con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones
entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado
de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite
espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se
desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el
hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es
inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto
llenarse la boca hablando de él”.
Arlt escribió esto en 1932. Hace
más de 90 años y aún blanqueamos los ojos del placer si el hedor viene de una
literatura eurocéntrica, pero nos asquea si viene de nuestro campo. Esta cita
es a propósito de una reseña publicada por Elton Honores sobre la novela breve
de Julio Meza, titulada “Vargas
Yosa”. En la reseña se le señala de pornográfica y
lumpen-chabacana, adjetivos que bien pueden sentarle en un nivel, pero que solo
tocan la superficie de su propuesta literaria, más próxima a las estrategias
del arte conceptual que a los marcos lectores del reseñismo local. Pero Honores
insiste en subrayar lumpenesco como “fondo”, no encuentra un espacio en lo que
considera la inmaculada tradición literaria peruana para la novela de Meza, cuyas
premisas, nos da a entender, son de “buen gusto” y “seriedad”. Es claro
que no son aseveraciones expresas del crítico, pero se las puede leer entre
líneas.
Honores, apoyándose en una noción
de “tradición literaria peruana” nunca explicada del todo, efectúa algunas
declaraciones sobre la práctica de un “humor melancólico” en la
literatura peruana (¿o deberíamos decir, con más precisión, la limeña de clase
media-alta?) en relación con la novela de Meza. Esta noción fue aludida primero
por Alexis Iparraguirre en sus palabras iniciales a “Vargas Yosa” y se refiere
claramente a la narrativa coming of age y de la literatura del
padre, y también a las historias de amores burgueses escritas en el
siglo XXI pero encajadas en marcos políticos y sociales del siglo pasado que
emplean los autores de “autoficción” para otorgarles “densidad” o una
suerte de prestigio intelectual a sus historias las cuales, en suma, son
melodramas. Pero estos escribidores de melodramas a los que alude Iparraguirre
no son los autores de prosa humorística en los que piensa Honores, éste pasa
por alto un marco contextual y un debate contemporáneo evidente e imagina que
la frase “humor melancólico” es una calificación equívoca para una
tradición literaria peruana organizada desde la altura de humor sofisticado y
culto (panteón poblado por Ricardo Palma y Alfredo Bryce) hasta lo más bajo,
chabacano y frívolo, en donde se encontraría el autor de “Vargas Yosa”.
Demás
está decir que si esa genealogía literaria funcionara en los hechos, no
tendríamos que padecer la solemnidad del realismo y sus grandes “verdades” (dato
curioso: la invención de tradiciones para legitimar la importancia de un género
-el fantástico en el Perú- es la especialidad de Honores). Tampoco es cierto
que el humor a la peruana sea una cima de sofisticación o buen gusto: ni Palma
desdeñó en sus “Tradiciones” el humor escatológico, menos aún en sus
“Tradiciones en Salsa Verde”; ni Bryce es ejemplo cabal de un “humor blanco”,
como han querido convertirlo sus admiradores y sus peores lamebotas e
imitadores, que lo han hecho ante el público más reciente una suerte de
Chespirito literario peruano, cosa que no es en lo absoluto. Me remito a las
pruebas: las escenas sobre las heces y el posterior tratamiento con
consoladores para reabrir el ano del personaje central de La vida exagerada
de Martín Romaña; o las lumpenescas escenas de racismo y clasismo extremos
hasta la náusea entre señoritos bien en No me esperen en abril. Nuestra
literatura reciente también ha dado pruebas del uso de recursos escatológicos
con fines humorísticos: “Casa de Islandia” (2004) de Luis Hernán Castañeda y
“Terapia de Grupo” (2010) de Dany Salvatierra. En el primer caso, la
escatología es utilizada como recurso para desacralizar el quehacer literario
(enfocándose en los agentes externos a la creación estética que la
invisibilizan y la manipulan); y en el segundo, se recurre al “camp”, es
decir, al empleo irónico de las convenciones burguesas de buen y de mal gusto
para ejemplificar lo grotesco de la naturaleza humana. Por lo demás, bastante
aleccionados deberíamos estar sobre los prejuicios que entraña el ninguneo a
partir de la condena por vulgaridad que sufrió Oswaldo Reynoso, como cuando se
le acusó de inmoral o chabacano al introducir en “Los Inocentes” elementos del
habla barriobajera popular.
Declararé algo que quizá suene escandaloso en nuestro medio nacional, pero es necesario decirlo. Como en cualquier otra área de la cultura oficial, el “buen gusto” no toma riesgos y se supedita a convencionalismos de los que pocos pudieran, por sentido común, discrepar: lo bonito, tierno, bello, nostálgico, conmovedor y sus variaciones, derivarán inevitablemente en kitsch.
Me ahorraré
de citar la famosa frase de Milan Kundera. Lo repito: la literatura peruana de
los últimos treinta años, especialmente la urbano-limeña, es kitsch: apela al
sentimiento común, al reforzamiento de conceptos que nadie quiere poner en duda
por temor a perder una cuota de prestigio, por miedo al ridículo, como en el
cuento del Traje del Emperador de Andersen. Y lo digo de nuevo: el kitsch nunca
arriesga, siempre pretende gustar a todos lo que pueda. Las obras literarias
kitsch no ponen en duda creencias ni generan preguntas, no son un diálogo de
“tú a tú” con su lector; se funda en una premisa propia de quien no sabe de
literatura, pero sí de agradar: “es obvio lo que es de buen gusto, no lo
definiré, pero brindemos porque todos los sabemos y somos listos”.
Por ello, es de agradecer que una
novela como ““Vargas Yosa”” nos permita discutir sobre “buen gusto” y “mal
gusto”. Estas nociones, en literatura, están vinculadas estrechamente a
nuestras propias aspiraciones sociales. Es sugerente que “lo que callamos dice
más de lo que decimos” y esto puede percibirse en la imagen de un estante lleno
de libros a la espalda de un conferencista literario peruano en una charla vía zoom; esta imagen habla de las pretensiones de prestigio intelectual del
conferencista frente a su público. Pero esta pretensión no es la misma en todos
los lectores, porque estos pueden subdividirse según estratos y relaciones
sociales. Con riesgo en caer en la peor caricatura, esos académicos afines a la
“novela histórica” realista a los que alude Honores hablando de sus “papers,
muchas veces insustanciales” probablemente considerarán de “mal gusto” las
novelas premiadas de Planeta, Herralde y Alfaguara, las que por estos años son,
más bien, propias de unos lectores sin criba intelectual, embrujados por la
mercadotecnia y ávidos del prestigio de cultivar la lectura. Y así,
distinciones hay muchas más.
Pero
así como el gusto es diverso y es una categoría vacía para comentar una novela
(o el traje de un reggaetonero), también lo es el humor. ¿A qué se
referirá Honores cuando habla de “un humor más reflexivo y culto”? ¿Tratará
de decir que la obra de Julio Meza no es lo suficientemente “reflexiva y culta”
para sus estándares? Me remito a las reflexiones de Emilio de Gorgot en su
artículo “Los límites del humor”: “Por supuesto, podríamos vivir en un mundo
donde toda la comedia fuese blanca e inofensiva, pero esto sería como vivir en
un mundo donde toda la música fuese apta para sonar en un ascensor ¿Quién
demonios querría vivir en un mundo así?”. (Jot Down, 07/12/2021).
Pero Honores utiliza el humor como
compartimento estanco y se pregunta de forma no solo válida, sino pertinente:
“En cuanto al humor [en “Vargas Yosa”], es claro que la intención, el sentido y
la construcción del texto se orienta a conseguir el efecto humorístico (el que
se cumpla o no con esta intención depende de muchos factores, y no siempre
funcionará en todos los lectores), ¿qué tipo de lector busca esta novela?”.
Podemos ir adelantando que a quien
no le guste el humor al estilo de “South Park” o “Drawn Together”,
naturalmente, no será el lector ideal, no le dará risa.
Y aquí parto lanzas por la
propuesta literaria de Julio Meza Díaz, por su apuesta por un tipo específico
de humor, y explicaré mis razones.
Desde su primer cuentario “Tres
giros mortales” (2007) hasta “La máquina del orgasmo infinito” (2021) sus
historias, en conjunto, han utilizado como recursos el absurdo, el
dadaísmo y la propuesta del fanzine underground para reflexionar sobre
cómo los seres humanos ejercen el poder y abusan de la autoridad. En “Tres
giros mortales” están, por ejemplo, “El amor de un dinosaurio” y “El
mensaje divino”. Mientras el primero introduce en la narrativa de Meza una de
sus constantes favoritas, el raro, el sujeto disonante con las normas sociales;
el segundo, es una sátira anticlerical. “La máquina del orgasmo infinito”
(en su cuento “Fredo”) y “Vargas Yosa” nos conceden el arquetipo del
personaje con autoridad “moral” tan propio de nuestro siglo; el miedo de
quienes aparecen como caricaturas esperpénticas al perder su cuota de prestigio
social y capital simbólico es el detonante de todas sus disparatadas
desventuras. ¿Qué mayor terror puede existir, en el siglo XXI, en el mundo de
las redes sociales, de las burbujas políticas y de las carismáticas figuras de
autoridad sino el simple hecho de un rumor, una denuncia o un dedo
acusador? Es un miedo frecuente en nuestro mundo de influencers y followers,
lo vemos a diario: ídolos con basamentos ruinosos como el Ozymandias de
Shelley. Lo que caricaturiza Meza en sus cuentos es precisamente toda esa
paranoia, mediante el retrato de egos exagerados hasta casi el solipsismo o la
mera brutalidad onanista. Es un espejo deformado, horrible, de la cotidianidad.
Será la ironía y no precisamente el humor (no son lo mismo) la hoja de
ruta que un lector de Julio Meza debería seguir para disfrutar de su obra. El
humor, así como las invenciones de las historias de ciencia ficción, tienen
fecha de caducidad. Las válvulas de memoria Thorsen de la novela Puerta al
verano de Robert A. Heinlein están más que caducas debido a nuestros micro
procesadores actuales y, sin embargo, el relato no ha envejecido un ápice,
sigue tan fresco como hace más de cincuenta años. Nadie hoy se mata de risa
leyendo a Don Quijote (bullying tras bullying en la primera
entrega) pero lo que subsiste es la hondura psicológica de sus variopintos
caracteres sociales. Antes de que me apedreen, no estoy comparando a Julio Meza
con tremendos monumentos literarios, pero sí afirmo que su obra tiene “capas” y
es necesario resaltarlas y no negarlas o invisibilizarlas.
En lo que falla Honores es en
calificar la obra de Meza a la altura de las comedias de cine americanas de
parodias metarreferenciales. Ojo, no habría nada de malo si tal fuera el caso,
es más, sería genial que existieran obras de ese tipo en nuestro trillado campo
literario nacional ¡pero ni siquiera eso! Entonces responderé a su pregunta más
importante. ¿Funcionaría la novela si el personaje principal no tuviera ese
nombre? Quién sabe, pero para la propuesta de Meza es necesario que
el personaje se llame así. Quizá Honores tenga como base de sus apreciaciones
las nociones románticas de inmortalidad y perdurabilidad literarias que hacen a
muchos escritores declararse a sí mismos “artistas”, imaginando golosamente un
futuro inamovible en el “canon” nacional y un monumento dedicado a ellos (o por
lo menos una avenida), y en la que lidiar con la literatura que recurre al
vocabulario de los excrementos y las funciones corporales bajas resulte poco digno,
impropio de quienes debieran ser un modelo de la moral y las letras de la
patria.
Si asumimos que Elton comparte esa concepción romantizada del quehacer literario, no hay forma de conciliación posible con él, porque está tratando de hacer calzar una lectura arbitraria en la novela, una que no encaja con los propósitos del autor de “Vargas Yosa”.
Posmoderno o no, Julio Meza está más cerca de pretensiones iconoclastas concernientes al hoy, o del situacionismo de los años 60 o quizá del “no hay futuro” del punk. Y para todo ello es necesario abrir debates, renunciar a los esquemas convencionales y derribar monumentos.
Tal vez deberíamos reflexionar, a raíz de todo lo dicho por Honores, sobre la propuesta literaria de Meza que, como ya adelanté, se explica en las estrategias de las artes plásticas, específicamente conceptuales. Para tener en claro a lo que refiero, haré algunos apuntes. Recordemos que hay mucho arte malo en el mundo, como aquel plátano pegado a una pared con una cinta adhesiva, y hay mucho buen diseño gráfico a quienes las personas llaman “arte”. Y aquí podríamos añadir varios otros puntos: un artista puede ser mal artista, y no por ello deja de ser un artista. Pero un escritor no es necesariamente un artista.
Y un artista tiene actitud, gesto y pose. Para un artista la pose ES medio, mensaje y provocación. Por poner un ejemplo, las actitudes de los escritores César Aira y Mario Bellatin frente a la industria editorial son las que completan sus obras y los convierten en artistas conceptuales, son indivisibles a su quehacer literario. Habrá quienes no gusten de sus obras, pero no les pueden negar el gesto o, mejor dicho, la situación que crean. Si despojamos a sus obras del discurso y contexto dentro de los cuales fueron publicadas y posicionadas, las mutilaríamos de su capacidad polisémica y de interrogación.
Precisamente por eso hace muy bien
Elton Honores en mencionar que la obra de Meza nunca obtendrá un premio de la
Bienal Vargas Llosa o una invitación al Hay Festival; en ello queda constancia
del desafío político, entre otros muchos, que plantea su obra. Tampoco creo que
Meza logre dinero en el “Plan Lector”, escribiendo historias de ciencia ficción
o leyendas nacionales exentas de violencia y sexo, adecuadas para promover la
lectura en niños y adolescentes que corren el riesgo de ser infantilizados para
siempre. Y quién sabe, probablemente su obra no cuaje con los intereses
editoriales de las grandes transnacionales. Alguien que se dispara así los pies
o debe estar completamente loco, o es un provocateur. Y Dios sabe que,
para la espesa ciénaga conformista e inmovilista que es nuestro erebus
literario, es de agradecer que exista, por lo menos, uno.
Pisco
(Ica) 14 de junio, 2023.