Letrinas: Guernica

 Derivas Situacionalistas | Por Liliana Chávez |


 Guernica


Cuando me interné en el denso ambiente psicodélico, no estaba preparada para la revolución que ya se había iniciado. Había un inquietante clima de vaga paranoia, un trasfondo de rumores, fragmentos de conversación que anticipaban la futura revolución.

Me quedaba allí sentada, intentando entenderlo todo, con el aire cargado de humo de marihuana, lo cual puede explicar mis nebulosos recuerdos. Deambulaba por una tupida telaraña de conciencia cultural que no sabía que existía.


De pronto la gravedad me golpeó de tal modo que colocó mis pies nuevamente sobre el suelo. Mientras me disponía a salir del bar, intentando reordenar la maraña en mi cabeza, me encontré a mí misma 16 años después de pie en la misma posición sobre aquella esquina. Vinieron a mi mente aquellos recuerdos a los que hace tanto no aludía, los primeros de mi infancia, donde al fondo de la plaza se alzaba un edificio y aquel hombre fornido y de sonrisa ancha me llevaba de la mano por la Calle Mayor.


Recordé como me paseaba por su casa de arriba abajo mientras él dormía, yo chocaba contra las paredes como una paloma solitaria presa en los estrechos confines de una caja de Joseph Cornell. Ese hombre me había traído antes a los pies del Museo del Prado, acudíamos allí seguido, siempre con el mismo objetivo: El Guernica.


Relatándome cada vez la misma historia –Sabéis que Picasso no se encerró en su concha cuando bombardearon su querido País Vasco. Reaccionó creando una obra maestra en el Guernica para recordarnos las injusticias cometidas contra su pueblo- .


Me sentaba delante del Guernica y me pasaba horas pensando en el caballo caído y el ojo de la lámpara que brilla sobre los tristes escombros de guerra. Fue quizá la presencia de mi bisabuelo en mi vida la que en gran medida hizo surgir en mí el deseo por convertirme en artista.


Decidí entonces esperar a que abrieran el museo, me refugié en un café, soñando con los muertos y los siglos que llevaban desaparecidos.


Fue entonces cuando conocí a Marcel, quien nació en martes y fue un niño travieso cuya despreocupada juventud estuvo teñida de una exquisita fascinación por la belleza. Pasó delante mío en dirección a la caja, donde una camarera le esperaba. Le observé mientras caminaba, ágil, con las piernas un poco arqueadas. Me fijé en sus manos mientras se golpeteaba los muslos con los dedos. Nunca había visto a nadie como él. Se giró para verme y sonrió, al poco volvió con un café y una baguette en mano que la camarera le había regalado, me miró y replicó –Yo no utilizo mi belleza. La utilizan otras personas-, y se sentó en mi mesa.


Compartimos muchos cafés desde aquel entonces, mientras observábamos la marea de turistas, poetas y cantantes folk pasar delante de aquel café. Sobre servilletas y tinta azul me dedicaba unos versos que nos representaban como a la gitana y el loco donde uno creaba el silencio y el otro escuchaba el silencio con atención. En la ruidosa vorágine de nuestras vidas, aquellos papeles se invertían muchas veces…


En la época en la que le conocí, Marcel comenzaba a indagar en la fotografía. Fui su primera modelo. Se sentía cómodo conmigo y necesitaba tiempo para definir su técnica. Tenía una cámara Polaroid con la cual hacía un rápido movimiento de muñeca para tomar las fotografías. Lo mejor era el chasquido al sacar la fotografía y la expectación, sesenta segundos para ver cómo había quedado. La inmediatez del proceso se adecuaba a su carácter. Hicimos incontables fotografías, de las cuales me quedé sólo con una que considero de entre las peores, algo así como una mala copia muy al estilo de Carla Bruni, esa fotografía enmarca la composición de esa época tan densa, sublime y oscura, periodo que recuerdo siempre que paso sobre esa esquina, al pararme en la misma posición de antaño, Marcel, mi Guernica.



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La autora: Pensadora, fotógrafa, programadora y pintora empírica, a veces arquitecta.

En el camino: El país del fútbol

 En el Camino | Por Omar Dávila Márquez |


PAÍS DO FUTEBOL
El país del fútbol, país donde nació un rey que a una corta edad prometió secar las lágrimas de su padre tras la derrota de su país en la final del mundo de Brasil 1950, para ocho años más tarde cumplir su promesa, en la edad de la inocencia y de los errores -como bien dicen los Ángeles Azules, los casi 17 años-, tenia 16.

Para un aficionado al fútbol el asistir a un mundial es una máxima, para un servidor amante de la cultura brasileira (música, idioma, alegría), era la oportunidad de una vida; después  de veinte años el mundial regresaba al continente de los latinos, del continente de un tal Diego y de Chicharito.

Por alguna razón y faltando menos de un mes para la contienda, el que ahora redacta desde la tierra hidrocálida, logró obtener un pasaje al Río de Janeiro de Zé Pequeño y la Garota de Ipanema.


TÁ COMIGO TÁ COM DEUS (Están conmigo, están con dios)
La llegada a tierras brasileiras se dio en el aeropuerto de Sao Paulo, se perdió el vuelo que hacia conexión para Río y me lo pospusieron cuatro horas, mientras tanto había que calmar el hambre y junto a mis primeros amigos en aquellas tierras -una pareja de colombianos- decidimos ir por una pizza; ellos no hablaban portugués, yo tenia en mis espaldas la responsabilidad de dos semestres aprendiendo ese idioma, todo quedó en mi manos, y bien, la oportunidad llegó… el cielo se me vino abajo, no entendía un carajo de lo que hablaba la mesera, me quedé plasmado, avergonzado, intenté con el inglés, la mesera no hablaba ingles, al fin y al cabo no nos quedamos sin comer, pero mi confianza a la hora de comunicarme se tambaleó.


 
THIS IS BRAZIL!
El sentimiento de ver al Cristo Redentor en la cima, una vez de haber arribado a tierra carioca, fue abrumador, no me cayó el veinte, lo mismo al ver banderas brazucas colgando en las ventanas de los apartamentos de tantos edificios, al percibir las favelas, las brasilerias, sus calles, Río de Janeiro. 


BraMex
El ser mexicano, el ser del país de Chaves (Chavo del 8), el país donde Brasil consiguió la copa del mundo con la mejor selección de fútbol que ha existido, es lo que una estrellita a Mario Bros para un mexicano en Brasil, las cosas son más fáciles, el saludo se te da con más alegría, la cerveza también, la hospitalidad en general; incluso cuando al verte con una máscara de Místico, te griten “¡Mucha Lucha!”… nadie es perfecto.

Junto con mis compañeros de viaje -los cuales llegaron antes que yo- tuve la dicha de ser recibido por la familia de una amiga la cual había estado viviendo seis meses antes del mundial en México, es una familia de cracks, nos recibieron como si fuésemos seleccionados nacionales, como si fuésemos paisanos.

Iniciaba el mundial para la sele, el fan fest lleno de mexicanos listos para ver el partido de La Selección vs Camerún, tantos personajes clásicos de los de "Vendo mi auto para ir al mundial”, a los que yo admiraba cuando los veía destacar por su colorido y picardía en la tv durante años, el cantar el himno nacional tan lejos y tan cerca de tu patria, el festejar un gol con la raza en aquellos lares, son cosas que de tatúan el alma.

Con el triunfo de la selección en el primer partido del mundial, solo daba para una cosa, armonizar Lappa, una de las tantas colonias de fiesta total en Río con el Cielito Lindo, y ya estando ahí, advertir a los aficionados croatas del potencial de los verdes y no hablo de los dólares. 

La clase que te da el clásico sombrero de paja con los colores  verde, blanco y rojo; te convierten en un artista, aparecí en tantos muros de Facebook de tantos países, incluso en Nueva Zelanda, una locura.

Tocó el día de jugar contra los de casa, y como dice el Cochiloco, “Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. Los brasileiros por más que tuvieran afinidad por los mexicanos, no iban a dejar de apoyar a su país, rieron cuando les comentaba que no la tenían fácil. El fan fest de Copacabana con mayoría de locales, pero el barrio Mexa presente y bien presente -abarrotamos una tercera parte del lugar-, la historia ya la sabemos, gracias San Ochoa, daba para otra noche de fiesta en Río.



LA VIDA BRASILEIRA
Pese a la incertidumbre que se creó con relación a las posibles protestas anti mundial, yo no aprecié tal cosa, aunque hablando con la gente en general, el clima en cuanto al ámbito político era gris. En Brasil la corrupción es un problema de años, las favelas también, pese a que se ha llegado a lograr un control con la pacificación de muchas de ellas -no de todas-, Rio cuenta con aproximadamente 700 favelas, siendo Cidade de Deus la más peligrosa de todas, y la cual se dice fue la primera en ser pacificada. Las noticias que se reciben de aquella parte del continente muestran que la violencia sigue apareciendo en esos lugares a donde a los turistas no se les recomienda entrar, pese a esa curiosidad de tantos de conocer las entrañas del Río de la gente de barrio. 

Se labora por la mañana y se bebe cerveza, o se va a la playa por la tarde, una rutina tan carioca. La magia del carioca es especial, su acento tan marcado, la forma en jugar al fut-volei un martes cualquiera, la forma de sambar.

He tenido la idea de que las formas del paisaje en el que vives influye de cierta manera en la forma de ser de las personas; Río, con su Pan de Azúcar, su Cristo Redentor, sus playas, sus miradores, su Maracaná, tiene paisajes de otro mundo.

 

MISCELANEOUS
Igual que El Tri, yo también tuve la oportunidad de hacer mi parte para llegar al quinto partido, tuve a unos metros al autor del gol que causó tanta pena en nuestra nación. Si tan sólo le hubiera pateado la rodilla a ese Huntelaar.

SAUDADE
Sólo en el idioma portugués se puede encontrar una palabra capaz de definir un sentimiento que aparece cuando sientes que alguna cosa o momento se perderá, no volverá a pasar, la saudade, esa saudade que también significa extrañar lo que ya fue, esa saudade que provoca Río de Janeiro.

González, Falsos Profetas: El apellido de la decadencia

 Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |

Las encrucijadas personales, la marginación, la soledad, la ignorancia y la necesidad de creer en algo que represente una especie de salvación (fe), son los más efectivos señuelos de los que echan mano los grupos religiosos para atrapar a sus fanáticos adeptos. Son también algunos de los elementos que utiliza Christian Díaz Pardo, director y coguionista, para construir al protagonista y al argumento central de su debut en largometraje, “González, Falsos profetas”; película que, a pesar de haber obtenido el Premio a Mejor Actor en el Festival de Morelia 2013, apenas encuentra distribución comercial durante este año.


El González del título, interpretado acertadamente por Harold Torres (“Norteado”, 2009), es la representación sólida de un gran sector de la sociedad mexicana, desesperanzado y atrapado entre las deudas económicas y morales, pero “hambriento” y necesitado de un gran cambio en su vida. González no es un héroe ni villano como tal, más bien funge como un antihéroe, víctima del sistema económico y familiar que lo somete y esclaviza.


La historia de Díaz Pardo nos introduce en el mundo del protagonista de forma oportuna: entre la pantalla de televisión que cuida con mucho sigilo; las llamadas incesantes de una madre emocionalmente ausente y convenenciera; la torta como dieta diaria y; el traje pardo que porta para salir a buscar empleo. El color y textura del traje sirve como una gran metáfora del estado de ánimo del protagonista: sin brillo, sin glamour, sin buen color.


A partir del planteamiento del personaje central, el realizador agregará, a la rutina diaria de González, un coprotagonista que servirá como modelo aspiracional y guía de ese ser grisáceo con el que el director nos hace sentir cierta identificación desde el principio. Se trata del Pastor Elías, contraparte de González, con personalidad desenvuelta, expresiva, carismática y exitosa, todo lo que González no es y que le gustaría ser. Dicho Pastor Elías es interpretado brillantemente por Carlos Bardem, a quien ya habíamos disfrutado en otra gran actuación en la película mexicana “Días de Gracia”, de Everardo Gout. El Pastor Elías puede recibir una lectura más allá de lo cinematográficamente argumental; histórica y sociológicamente retrata a dos de los países de América Latina con más altos índices de pobreza y analfabetismo y, a la vez, con mayor fervor religioso, Brasil y México; además, nos recuerda la conquista de México, por parte de los españoles, valiéndose de la manipulación religiosa.


“González, Falsos Profetas” sorprende por desmarcarse del nuevo boom de comedias genéricas, insípidas y repetitivas imperante, hoy en día, en el cine de nuestro país. Es válido que se pretenda generar una industria cinematográfica mexicana que se sustente por sí sola, pero eso no significa ignorar, o despreciar, propuestas como la de Díaz Pardo, la cual se distingue de “la bola” por su buena premisa; una gran manufactura; un ritmo in crescendo y; maravillosas actuaciones como las de Harold Torres (discreto y sutil en su personificación, pero que se luce cuando se muestra efervescente), Carlos Bardem (oscuro y manipulador) y; Olga Segura (frágil, maleable y ciertamente algo infeliz con su existencia). 


Es directa la crítica al agandalle u oportunismo de los hombres de traje (otra vez el traje, ahora percibido como el símbolo del engaño y la corrupción sin escrúpulos) que lideran a las religiones; seres que, a través de una pirámide de promesas-espejismos y discursos chantajistas, engañan a sus víctimas para así, sin pudor alguno, adueñarse de las escasas posesiones de éstas. 

“Piden a Dios tantas cosas, pero que poco le ofrecen”.  

El cinismo y las mentiras como epítome de la crisis de valores que vivimos en este mundo. Un simple González, sin nombre exacto ni necesidad de ello, porque ahí podemos caber todos, víctimas y victimarios de nuestra actual decadencia económica y moral. 

           

Letrinas: Ciudadano cero











Ciudadano cero
Por Alejandro Carrillo


"Era un individuo de esos que se callan por no hacer ruido,
perdedor asiduo de tantas batallas
que gana el olvido."

Joaquín Sabina

Andrés despertó cerca de las cinco de la mañana, víctima de la tristeza. Una profunda náusea lo llevo al retrete y de ahí a la ventana de la habitación. Sintió la primera brisa mediterránea y el vértigo de saberse nueve pisos por encima de la Diagonal. Por un momento sintió fortuna y contuvo el llanto.

Como cada martes, lo invadió la pesadumbre del fracaso y la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Durante el café pensó en Ana, la última fuente de su voluntad y de su vida. Casi sin querer, recordó su denso cabello, sus ojos grandes y su láctea piel; le vino a la mente algún gesto burlón y por un momento creyó escuchar el susurro de su voz hablándole por encima del hombro durante el desayuno. Una voz cuya tesitura tuvo la bondad de calmar la sobrecarga emocional de un hombre delgado, incapaz de controlar sus impulsos.

“Un día voy a hacer algo por lo que todos recordarán mi nombre”, se dijo para sus adentros como otros tantos martes, y bebió el último sorbo de café. Se metió a la regadera y canturreó la única tonada capaz de salvar el mundo conocido. Zapatos, pantalón, camisa. Se anudó la corbata con cierto recelo frente al espejo y salió con el saco en una mano y el equipaje en la otra. Entregó la llave de la habitación y abordó un taxi con rumbo al aeropuerto. Su avión despegaba a las 9:55.

Durante el trayecto, sintió el nervio común que antecede cualquier viaje y como tantas veces recordó las palabras con las que su madre lo reprendió aquel día de hace veintitantos años; el día que se sintió pájaro y aterrizó de emergencia en el jardín trasero y con la pierna en tres pedazos: “Vuela todo lo que quieras, pero nunca llegarás a Neptuno”. 

Se le hizo temprano y compró el diario antes de abordar el vuelo 9525 que lo llevaría a casa. Leyó noticias hasta donde su malograda vista se lo permitió. Sintió tensión y angustia, le sudaron las manos, le temblaron las piernas. Fue al baño a vomitar hiel, se refrescó la cara y con un buche de agua se pasó la olanzapina que tanto bien había traído a su vida desde el abandono de Ana.

Pasó la angustia y subió al avión a las 9:30. Saludó a la tripulación y le dio el primer reporte al capitán. A las 10 en punto, como tantos martes, Andrés volaba al norte a bordo del vuelo 9525 con destino a casa. 

Ya más relajado, Andrés supo atender las trivialidades y la jerga aeronáutica del capitán  durante veinte minutos. A las 10:27, el A-320 alcanzó los 38 mil pies de altura y el capitán le pidió al copiloto preparar el aterrizaje, -vamos a ver, ojalá- respondió Andrés. El capitán abandonó la cabina para ir a orinar. A las 10:31 inició el declive.

Cuatro minutos le bastaron a Andrés para convertir el tedio matinal en adrenalina, cuatro minutos para ocupar el asiento del capitán, cuatro minutos para cerrar la puerta de la cabina y activar el sistema de descenso, cuatro minutos para recordar esas vacaciones invernales de la infancia, cuatro minutos para grabarse  la cara de Ana, cuatro minutos para ver de cerca el paisaje alpino a setecientos kilómetros por hora y cuatro minutos para caer diez mil metros en picada -cuatro minutos para hacer algo por lo que todos recordarán su nombre-.

Lejos de esa cabina quedaron los gritos de la tripulación y las súplicas del capitán pidiendo que “por el amor de dios, abriera la maldita puerta”. Andrés no tuvo tiempo de escuchar los alaridos de horror de ninguno de los setenta y tres alemanes, ni de los treinta y cinco españoles, ni del holandés, ni de la británica, ni de las dos mexicanas, ni del matrimonio argentino. Tampoco escuchó las llamadas de la torre de control ni las alertas de pérdida de altitud. 

Lejos quedaron la vista nublada, los trastornos psicosomáticos y los antidepresivos; lejos quedó la restricción del psiquiatra para volar, lejos la voz de Ana, lejos el insomnio, lejos la náusea, lejos el vacío, lejos Neptuno, lejos la amargura, lejos las nubes.

Son las 10:41 y Andrés con la piel eriza frente a la ventanilla de la cabina, siente nuevamente la primera brisa mediterránea y el vértigo de saberse nueve pisos por encima de dios. Siente por un momento fortuna y no puede contener el llanto. Andrés frente al macizo de Trois-Évêchés, canturreando la única tonada capaz de salvar el mundo conocido.


70 años de Eric Clapton


Eric Clapton, considerado uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos y quien se encuentra en el Salón de la Fama del Rock, festejará este lunes su cumpleaños número 70, a la espera de lanzar una colección de discos con sus grandes éxitos titulada Forever Man.

La recopilación, saldrá a la venta el 11 de mayo en formatos físico y digital, incluye tres décadas de la obra del legendario músico, a lo largo de su colaboración con Reprise Records, entre ellos, sus clásicos temas de rock, así como sus himnos de blues.

Eric Patrick Clapton nació el 30 de marzo de 1945 en Ripley, Surrey, Reino Unido. Fue un niño sosegado y con una clara aptitud para el arte, que creció hasta los nueve años con la creencia de que sus abuelos eran sus padres.

Las primeras influencias musicales del llamado Dios de la Guitarra fueron el blues de Robert Johnson, Muddy Waters, Big Bill Broonzy, B.B.King y otros grandes músicos.


La génesis de 'mano lenta'

Se entusiasmó tanto por la música, que cuando cumplió 13 años su abuela le compró su primera guitarra y a los 15 pudo cumplir su sueño: tener una guitarra Kay eléctrica con un amplificador de 30 vatios, con la que comenzó a tocar en clubes folk por las noches.

Se matriculó en el Kingston College Of Art, donde eligió estudiar diseño de vidrio de colores; sin embargo, la mayor parte de su tiempo se la pasaba tocando la guitarra. En 1963 fue expulsado del colegio por mal comportamiento e ingresó al grupo The Roosters, en el que duró siete meses, y durante un mes estuvo en el grupo Casey Jones & The Engineers.

Clapton comenzó a tener éxito cuando se unió a The Yardbirds, grupo que lo apodó Slowhand, al mismo tiempo que le dio reputación como uno de los mejores guitarristas de Reino Unido.

En 1965 se unió a la banda John Mayall's Bluesbreakers, etapa en la que consolidó tanto su nombre como el de su banda. Fue durante este periodo en que aparecieron las pintas: “Clapton es Dios”.

Un año después, en 1966, dejó el grupo de Mayall y se unió a Jack Bruce y Ginger Baker para formar la banda de rock Cream, y después de tres años de grabaciones consecutivas y conciertos multitudinarios, sobre todo en Estados Unidos, se separaron, en 1968.

El guitarrista fue invitado a tocar en conciertos de John Lennon y juntos grabaron el sencillo Cold Turkey. A principios de 1970 hizo su primer álbum homónimo como solista, que incluyó temas clásicos de su repertorio como Let It Rain y Blues Power.

Ese mismo año colaboró en la grabación del disco triple de larga duración de George Harrison, All Things Must Past, y formó un nuevo grupo con tres miembros de la banda de Delaney And Bonnie, Derek And The dominos.

Con este grupo y la ayuda del guitarrista Duane Allman, grabó el que se considera el mejor álbum de toda su carrera, Layla And Other Assorted Love Songs, que compuso inspirado en la mujer de George Harrison, Patty Boyd, con quien se casó años después.

Tras el fracaso de Layla, la muerte de su padre Jack Clapp y la de su amigo Jimi Hendrix, Clapton comenzó su adicción a la heroína, dependencia que se agudizó durante dos años en los que casi desapareció de la escena musical.

En el infierno de las drogas

Luego de una terapia basada en la acupuntura, Clapton dejó sus problemas con las drogas y su amigo Pete Townsend organizó su regreso a los escenarios en un multitudinario recital en el Rainbow Theatre, de Londres, que dio vida a un excelente álbum en vivo.

En 1974 grabó el álbum 461 Ocean Boulevard, que fue número uno en las listas de popularidad estadunidenses y que incluía la versión del clásico de Bob Marley, I Shot The Sheriff. Ese mismo año participó en la película Tommy, de Ken Russel y Townshend.

Empero, su verdadero éxito comercial como artista solista llegó en 1977 con el disco Slowhand, que contenía los éxitos Lay Down Sally, Wonderful Tonight y el clásico Cocaine, el cual vendió más de tres millones de copias en Estados Unidos.


A finales de los 70, Clapton empezó a sentir los efectos de su adicción a la bebida, que culminó en 1981, cuando se desplomó durante una actuación en Madison, Wisconsin, por lo que fue hospitalizado y le diagnosticaron varias úlceras, tras lo que ingresó en una clínica especializada para problemas de alcoholismo.
En 1983 apareció una recopilación de sus grandes éxitos, consiguiendo ventas por más de siete millones de copias en Estados Unidos. Para 1990 editó su primer álbum recopilatorio titulado Crossroads, con 73 canciones de todas sus épocas y grupos.

En 1990 su hijo Conor murió al caer por la ventana de un rascacielos en Nueva York, y en su recuerdo, compuso el inefable Tears In Heaven, que le valió el éxito absoluto en la edición de los premios Grammy.
Dos años después, con Unplugged (1992) regresó al blues clásico por la puerta grande, ganó seis premios Grammy. Fue el colofón a una carrera que continúa con éxitos como Bright Lights In Blues City, From The Craddle y Pilgrim.



Dios salve al blues

En 2004, lanzó un álbum homenaje al mejor bluesman de la historia: Robert Johnson. Me And Mr. Johnson, que incluye 14 versiones de los 29 temas que grabó el maestro del blues de Mississippi durante su breve carrera en los 30.

En 2006, el guitarrista invitó a Dereck Trucks And Doyle Bramhall II, con quien ya había trabajado anteriormente, para que acompañaran a su banda durante su gira 2006 y 2007.

El 20 de mayo de 2006 hizo una actuación con Roger Taylor (Queen) y Roger Waters (Pink Floyd) en el Castillo Highclere. Para agosto de ese año, apareció como invitado especial en el concierto de Bob Dylan celebrado en Columbus Ohio, en donde tocó la guitarra durante la actuación de Jimmie Vaughan, quien abrió el evento.

Tres meses después, publicó el álbum The Road to Escondido en colaboración con el músico J. J. Cale, que contó con la participación de Derek Trucks y Billy Preston. El material logró Disco de Oro y recibió buenas críticas.

Posteriormente, Clapton continuó con otras producciones y una serie de conciertos, con los que recorrió Estados Unidos, Canadá y parte de Europa, gira que extendió de 2008 a 2009, año en que salió a la venta un set de dos CD y dos DVD de tres conciertos con Steve Winwood en el Madison Square Garden.

En 2010, el guitarrista inició una serie de conciertos por Estados Unidos y Europa, que concluyó en Estambul, Turquía, en junio del mismo año.

Al año siguiente y durante la celebración de su cumpleaños 66, un canal estadunidense de televisión de paga transmitió tres de sus más importante conciertos durante ese fin de semana.

En 2013, el músico promocionó su álbum Old Sock, que tuvo como productores a Doyle Bramhall II y Justin Stanley, a los que se añade Simon Climie, colaborador habitual y coproductor de otros discos (Me And Mr. Johnson (2004), Reptile (2001) y Pilgrim (1998)).

En 2014, lanzó el vigésimo primer álbum de estudio The Breeze: An Appreciation Of JJ Cale como homenaje póstumo a su amigo y colaborador JJ Cale, quien falleció el 26 de julio de 2013 a los 74 años a causa de un infarto. El disco contó con la colaboración de músicos como Willie Nelson, Tom Petty, Mark Knopfler y John Mayer, entre otros. (Notimex)

Letrinas: Esos labios

 Pirotecnia Verbal | Por Tuto Flórez |
 
Esos labios
(Reflexión orgánica)



Sólo una mujer autentica, una afrodita sincera, una fémina con un corazón incendiario y pasional, y sin deseos ocultos te permitirá tocar sus labios; porque sabe que encontrarás su verdad... la mujer es básicamente sus labios.



Por ello expongo ante ustedes esta parte delicada y sensitiva, no expongo mi vista particular como hombre sobre esta zona del cuerpo femenino, no expongo sólo un conjunto de órganos, dejo ante ustedes lectores de Sputnik, los labios de ella, la elección no es arbitraria a propósito de la corporalidad, la decisión se debe a la capacidad de permear de indagar en las profundidades de un ser humano a través de esta hermosa pieza, a la que hemos convenido en llamar labios; objeto de pasión y deseo para algunos, puerta de entrada al alma y el fuego que anide en la mujer para otros. Qué es lo que sientes cuando besas a una mujer, qué sensación se produce cuando como hombres nos dejamos caer sobre la mujer a través de sus labios; preguntan los chamanes del amor y la respuesta por simple que parezca no deja de ser auténtica y muy sincera, siento todo el universo a mis pies, siento al mundo pero al hacerlo y ver esos labios, entra en contacto con estos, se descubre una ventana más que junto a los ojos, nos conduce hacia el alma. 


En mi caso, al inicio me cautivo el color, cada tono, cada línea, el contorno y la forma, que siempre es diferente nueva y apetitosa en cada mujer; en su conjunto quede embelesado por los colores naturales de los labios femeninos, unos rosa, otros rojos, unos morenos y otros un tanto más oscuros, alguno amoratados, otros simplemente coloreados, fue entonces cuando posé mi vista sobre aquella extraña que a la distancia e inmóvil solo permitía entrever sus labios, esos labios; al percatarme de ellos y su unicidad, precisé entonces explorar el alcance, el sentido, el color, el sabor y la calidez de aquel ser de mujer, a través del simple contacto con esos labios. 


Me dirigí hacia ella y la besé; se hizo evidente una simple y hermosa verdad, es la honestidad y la simplicidad la que a través de los labios se refleja, por ello mi elección convergió en esta zona corporal en particular, de que otra forma podría ser, la claridad en esos labios, su carnosidad, forma y gusto me dejaron embelesado. De hecho creo que puse cara de pasmado. Ella aceptó de buen agrado el gesto y sin mediar palabra, nos vinculamos solo a través de ese extenso y sustancial beso; entendí entonces, que se trata de descubrir o redescubrir un nuevo lenguaje no articulado pero susceptible de interpretación, que a través del intercambio de lenguas que luchan entre si arremolinadas, de una respiración entrecortada, por la agitación de los sexos y de una fuerte conexión que se da mientras dura el beso, nos acercamos más como seres humanos, como una especie de proyecto de desciframiento de lo que somos y sentimos a través de nuestros besos, gracias a este acto simple y autentico, tomamos conciencia del otro, de sí mismos y del mundo entero, de nuestra conexión con todo y con todos, de nuestro sentir más profundo y de una gloria olvidada a la que llamamos deseo… esos labios. 


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El autor: Tuto Flórez, nacido en el departamento de Santander, en la caótica y convulsionada, pero hermosa tierra del suramericano país llamado Colombia. Melómano consumado, amante del rock, de la música hecha con sentido, sobre todo de los años noventa y la cultura underground. Cinéfilo por convicción. Crecí entre los textos, de Henry Miller, Charles Bukowski, Allan Stewart Königsberg más conocido como Woody Allen, H. P: Lovecraft y Allen Ginsberg. @tuto201333

El “Aullido” de Allen Ginsberg

Por Carlos Noyola |

Si Allen Ginsberg viera sus poemas completos publicados en 2006 por HaperPerennial en Estados Unidos tendría suficientes razones para sentirse mal. Su poesía no vale per se de acuerdo a la edición, sino porque The New York Times considera que es brillante. Así se puede ver a Ginsberg y a su poesía como un ejemplo más de los rizomas de los que hablaban Deluze y Guattari, que aunque al principio parezcan desestabilizadores, terminan por expandir el sistema troncal, que se fortalece promoviendo a sus críticos, quienes quedan neutralizados en el instante en que se convierten en objetos de consumo.

Partidario de la unión internacional de trabajadores, enemigo de la desigualdad y la guerra, Ginsberg es casi el estereotipo del poeta comprometido. Del poeta que murió al margen. Así se siente a Ginsberg, especialmente en Howl, su poema más conocido (se traduce al español como Aullido, pero utilizaré el nombre en inglés por la relevancia del texto). Empero, Howl muestra otra dimensión poco explorada y más importante en tanto se quieran entender las preocupaciones del poeta: la religiosa.

La primera parte es una letanía, que tomando como base la poética de Whitman, parece estar escrita para ser leída en una plaza. Ginsberg hace referencia al Islam, cuando habla de “ángeles mahometanos”, al judaísmo cuando escribe sobre Plotinus y el cábala, e incluso a la resurrección y muerte de Cristo, cuando incluye la frase "eli, eli lamma lamma sabacthani", que puede ser entendida como el grito de Jesús preguntándose porque Dios lo ha abandonado. Esta diversidad de imágenes representa el profundo interés del poeta por la religión, que lo llevó a seguir la tradición mística de Blake, pero siempre opuesto a la religión organizada por una institución y a los dogmas que conllevan. Para Ginsberg la búsqueda religiosa debía ser personal, no atada a reglas que intentan imponer la Verdad.

En la segunda parte el aspecto religioso se vuelve más presente. Las invocaciones de Moloch, el Dios hebreo en nombre del cual se quemaban niños en la antigüedad son invocaciones del mundo actual, de la sociedad que engulle hombres, aquellos que piensan y por lo tanto son peligrosos, como su amigo Carl Solomon. Moloch no tiene piedad y juzga, observa y decide quién puede sobrevivir. Invocar a Moloch es también una acusación: la etimología del Dios ya lo relaciona con la ignominia, y para Ginsberg es un reclamo, es estamparle en la cara a la sociedad lo que ha hecho de sus miembros. El vocablo no es agradable, el poeta lo sabe, y por eso viene la anáfora. Hay que recordarlo hasta que quede claro: que Moloch somos todos, que Moloch está aquí, y que lo ha destruido todo. Es una epifanía, un instante, y Moloch se hace presente, el que se opone a la corriente se destina a perecer.

En la tercera parte regresa la letanía y la experiencia personal directa –en este caso de Carl en el manicomio-, para recordar que él va a estar ahí para acompañar a sus amigos en el sufrimiento, y será testigo de su resurrección después del martirio en el Gólgota. El aspecto religioso le da un sentido superior a la vida que le permite al poeta vivir a pesar de todo; su cuerpo se entrega y ahora lo que importa es la causa.

La cuarta parte me parece el clímax de la exploración religiosa. En la Nota al pie de página a Howl, el poeta llega al zenit aborreciendo el mundo que lo rodea por todas las cosas sin valor que han sido santificadas por la sociedad y esas figuras que las iglesias se han empeñado en imponer por encima de los humanos. Entonces el poeta se pregunta, ¿cómo desmitificar esos objetos? ¿Qué hacer para acabar con el fetichismo? La respuesta llega una vez más con la anáfora y con un discurso que ya no basta con leerlo, hay que gritarlo para que se escuche, para que los caminantes volteen a poner atención. La repetición excesiva despoja de poder y significado, y ese es el propósito. “¡Todo es santo! ¡Todos son santos! ¡Todos los lugares son santos!” Para terminar con lo especial hay que volverlo común, y ahora que todos somos santos el santo es indistinguible. Ginsberg regresa una y otra vez en estos últimos versos a mirar a nuestros Dioses, para declararlos falsos, para decir que adoramos figuras inanimadas (ciudades, máquinas, bombas, papelitos rectangulares) en nombre de las cuales quemamos a nuestros genios y el humanismo que nos queda.

La voz del poema se apaga, y lo hace como una voz ya cansada después de haber vomitado el cúmulo de toxinas que lo enfermaban. Ya solo pidiendo perdón, piedad, caridad, si es que es posible, pero no para él, sino para la humanidad, por la que sufre y a la que ve cayendo a pedazos.

Howl es el Padre Nuestro de Ginsberg. Debido a la inmensa libertad que el poeta se permitió gracias a que no pensaba publicarlo, Ginsberg dejó en Howl constancia, por un lado, de su profunda perspectiva religiosa de la vida y, por otro, de cómo veía que el mundo se está destruyendo debido al fetichismo en el que está sumida la civilización occidental. Sus ideas políticas son importantes, sí, pero la perspectiva religiosa las rebasa porque incluye la visión completa de la vida, que para Ginsberg era un todo inseparable.


Lee 'Howl' y otros poemas de Allen Ginsberg en este enlace.
 
 
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Carlos Noyola nació en la Ciudad de México en el 96. Sus poemas han aparecido en publicaciones como Letras Explícitas, Nomastique y el Periódico de Poesía de la UNAM.  Escribe regularmente para El Inconformista Digital y The insighters. Su primer libro, Costumbres correctas, fue publicado por Texere Editores en 2014. Actualmente vive en Estados Unidos.

Diez razones para respetar a las ratas

Por Eusebio Ruvalcaba |


Aforismos

Diez razones para respetar a las ratas


1) La concentración. Las ratas ejercen el arte de la concentración hasta grados escalofriantes. El mundo puede caerse alrededor, y esa rata permanecerá atenta, sin moverse de su sitio, a la espera del momento propicio para salir de su escondite y devorar aquel suculento pedazo de pan o de cualquier desperdicio que le permita sobrevivir hasta el día siguiente. Nada distrae a una rata cuando fija su atención en un objetivo. Toda ella se concentra. Es una rata/gato, una rata/culebra. Sabe perfectamente el precio que hay que pagar por ganarse el pan.

2) La caución. Una rata no pone en juego su vida. Conocedora de las debilidades humanas, opta por poner tierra de por medio antes que enfrentarse al hombre. La verdad de las cosas es que sólo ataca cuando se sabe acosada. Aunque primero muestra sus colmillos, con la intención de provocar miedo y que la dejen en paz. Si una rata fuera valiente, arrojada, intrépida, ya habría desaparecido de la faz de la tierra. ¿Quién no se siente impelido a matar una rata por su solo aspecto?

3) La humildad. Aun la rata más hábil para solventar sus necesidades —digamos, aquella que vacía las despensas o las bodegas de los restaurantes—, se abastece de residuos encontrados en la basura. Los mercados o las panaderías son sitios óptimos para emprender esta búsqueda. Donde un perro olfatea con desdén —no se diga un perro doméstico, que de plano pasa de largo delante de estas provocaciones—, la rata hurga hasta sumergirse. Sabe que sólo de ese modo logrará extraer lo salvable de aquella podredumbre. En estas condiciones y a pleno día, donde una rata busca, otra más lo hace. Botín que desde luego no compartirán. Dos bichos humildes en busca de alimento. En esto se parecen al hombre.

4) La tenacidad. La rata persevera. Es incansable, terca, porfiada. Aun en los ambientes más inhóspitos, da vuelta en U y se regresa. Sabe que finalmente el hombre cometerá un descuido. Al cabo, su tenacidad es recompensada. Es como si supiera el precio que debe pagarse por vivir. Cosa que nadie le ha enseñado. Al hombre se le enseña desde pequeño, e insiste en violentar este principio.

5) La desconfianza. Una rata vive en estado de alerta continuo. No baja jamás la guardia, lo que le permite avistar el peligro aun antes de que se presente. Una rata es un amasijo de nervios en estado crudo. Adrenalina pura. Una rata no conoce descanso. Aun en las madrigueras más pobladas, no para de olfatear, de mirar acuciosamente en torno suyo. Sus ojillos nerviosos están hechos para descubrir el peligro donde hay quietud aparente —las ratoneras y el veneno son pan comido para ella. Esta desconfianza es quizá su mejor arma, y no sólo para conservar la vida sino también la dignidad. Jamás inclina la cerviz.

6) La corrosión. La rata es un ser eminentemente libre, que corroe y corrompe todo alrededor. El mundo es suyo. Si para sobrevivir habrá de echar abajo una montaña, lo hará. Aun en los sitios más asépticos, encontrará el modo de abastecerse de nutrientes. Por ejemplo, en el enorme cubo de una lavadora es capaz de fijar su residencia. Allí se alimentará lo mismo de cables que de holanes de ropa interior. Todo muerde y en menor medida traga, hasta que el hambre cede.

7) El estoicismo. La rata es capaz de resistir cualquier adversidad sin implorar clemencia, apoyo, refugio, opciones tan gratas a otros animales. No podía ser de otra forma, cuando la vida de este roedor es una lucha incesante. La rata es dueña de una fortaleza superior. Somete la sensibilidad en aras de su sobrevivencia.

8) La misantropía. Mienten quienes afirmen que la rata es sociable, que, inclusive, suele emprender migraciones constantes en enormes camadas. Prefiere el ejercicio de la soledad, desplazarse en pequeños y delimitados territorios, de los cuales conoce y domina sus recovecos más profundos. Su aversión a trasladarse en grupo le evita compartir. Otra ganancia.

9) La supervivencia. Por más esfuerzos que haga un perro callejero para mantenerse vivo, jamás podrá compararse con los que habrá de enfrentar una rata. A una rata se le atropella deliberadamente. Se le arroja veneno. Los niños gozan apedreándola. La sola vista de la rata incita a matarla de una patada.

10) El aprovechamiento. Las ratas no desperdician. Una rata aprovecha hasta el último miligramo de su abasto diario. Paradójicamente, en gran medida vive de lo que el hombre desperdicia. Si el ser más inteligente de la creación no desperdiciara, la rata —el enemigo más acérrimo del hombre— vería contados sus días. Pero el egocentrismo del ser humano es para ella fuente de abastecimiento. Aun detalles que para el hombre son absolutamente insignificantes —un pedazo de hot dog—, para la rata constituyen garantía de subsistencia.
 
 
 
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El Autor: Nacido en la ciudad de Guadalajara en 1951, Eusebio Ruvalcaba se ha dedicado a escuchar música. Cabal y rotundamente. Pese a que ha publicado ciertos títulos (Un hilito de sangre, Pocos son los elegidos perros del mal, Una cerveza de nombre derrota, El frágil latido del corazón de un hombre…), pese a que se gana la vida coordinando talleres de creación literaria y escribiendo en diarios y revistas, él dice que vino al mundo a escuchar música. Y a hablar sobre música. Y a escribir sobre música.
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