Lo confieso: nunca he leído El Capital y me gusta Revueltas. ¿Qué debo hacer?
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.
Habíamos
visto cientos de veces la frase aquella: en las marchas, en la escuela
cuando había algún evento y a la menor provocación nos hacinábamos en
los barandales para colgar nuestras mantas con consignas políticas, en
internet, pintada entre las paredes de los foros que le apostaban a las
propuestas alternativas y contraculturales de la Ciudad de Puebla, en
los baños de las cantinas a donde nos dejaban pasar sin credencial y
donde éramos héroes de la historia conspirando contra los malos
profesores y el sistema opresor y amnésico de la escuela, pues, ¿dónde
estaba el materialismo dialéctico, la historia de Lenin y de sus amigos,
dónde el Che? Todo aquello que aprendimos con uno que otro profe
“comprometido con la causa” y con los amigos; siempre la misma frase
que dicen que el presidente Salvador Allende dijo durante una de sus
visitas a una universidad del país. Sí, el mismo presidente que fue
derrocado por el imperialismo yankee que, siendo chavos nosotros,
aprendimos a tenerle atento el ojo por su gandallés. Ahhhh, cómo nos
emocionaba saber de Bahía de Cochinos mientras cantábamos “compañeros
poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos” o, la misma emoción,
mientras Víctor Jara nos cantaba sobre Ho Chí Minh y comentábamos lo
hermoso y heroico que habían sido los vietnamitas. Figúrense ustedes:
éramos los jóvenes que hacía poco le habíamos entrado a los libros de
Rius y a los manuales de filosofía marxista que conseguíamos bien
baratos en las librerías de viejo o en los mercados de chacharas allá
por la colonia Popular; aquellos chavos que tiempo antes nos habíamos
encontrado gracias al puritito y más inocente desmadre: unos, como yo,
le hacíamos a la onda del ska, del reaggae y el oi (cantos y música
libertaria, esencialmente antifascista que había llegado del otro lado
de la mancha); otros, más acelerados, con la onda del punk y su
agresividad que ellos llamaban anarco; los cuates más alivianados, por
supuesto, eran aquellos que ya traían una preparación intelectual más
pesada y todo el tiempo andaban leyendo y haciendo cualquier actividad
artística. En efecto, éramos más jóvenes y la identidad era,
probablemente, nuestro problema más grande. ¿Cómo no hacer caso al
llamado de aquella consigna si éramos jóvenes, y además éramos la pura
vida? No se podía ir en contra de la naturaleza…
¿Y
cómo empezó todo? Para los más burros y metidos nomás en el puro relajo
como yo, la puerta tenía que ser evidentemente ad hoc, y qué más
asequible que una literatura buena Onda: sí, ahí estaba Parménides,
Sainz, Fadanelli, Ruvalcaba, pero sobre todo Agustín. Con José Agustín
los amigos descubrimos que lo que nos gustaba ya tenía nombre, y se
llamaba Contracultura y se apellidaba Rebeldía. Luego de leer La Contracultura en México, todo tuvo más sentido. “No mamen, La nausea está de poca madre ¿No han leído En el camino?
¿Ya vieron las pelis de Jodorowsky? Conseguí unas grabaciones de
Avandaro, están chidas”. El camino se vio con una amplitud enorme.
Quisimos ser jipis y nos dejamos de bañar meses y otros nomás se
envolvían el cabello a la hora del baño para verse mugrosos, a unos les
llegó fuerte y todo el tiempo hablaban de María Sabina y de Gordon
Wasson y de la percepción y el cultivo de mariguana en casa... La
realidad es que le quisimos hacer a todo, incluso nos volvimos punks,
beatniks, rastas, cholos, existencialistas. Eramos todo y nada. Un día,
mejor optamos por ser nosotros y, en mi caso, nos limitamos a disfrutar
la hueva, la cual volvimos productiva: desde la comodidad de casa nos
bombardeamos con un montón de pelis y literatura y mucho rock. Sin
querer la cosa, un día hicimos examen para la Universidad, y aún con la
presión de nuestros padres que decían: “¿de qué vas a vivir si estudias
esa cosa?” (se referían a Lingûistica y Literatura Hispánica), llegamos a
las aulas de literatura. Ahí nos volvimos a encontrar, y esta vez la
cosa se iba a poner más gruesa.
Como suele pasar, en un afán de
corroborar lo vivido, caímos en cuenta de que habíamos leído mal todo.
El desmadre, según nosotros, iba por otro lado. Nos gustaba el desmadre,
y eso nunca lo abandonaríamos por supuesto, pero tal vez podíamos hacer
cosas, ¿no? Cosas. A estas alturas, Marx, Lenin, el Che para principiantes, los
manuales de filosofía de los benévolos George Politzer, A. Sparkin y O.
Yajot, algunas historías de la filosofía, algunos poemarios de Neruda,
se llevaban a todos lados. Comentábamos duro y tupido sobre política y
armamos colectivos donde organizábamos eventos con documentales, pelis,
conferencias, música y otras cosas que hablaran sobre la necesidad de
la revolución. Un día, un amigo llegó y dijo, con un sobre de dvd pirata
en su mano: “¿ya vieron El Apando?”


Mientras tanto, los chavos
de entonces nos miramos y nos preguntamos ¿Y ora qué? ¿Quiénes somos?
Entonces, creemos que vale la pena y seguimos releyendo a Revueltas y
tratando de no caer, de asirnos a la rebeldía, a una que se parezca a la
de Revueltas, o por lo menos a una que sea nuestra sin dejar de
mirarnos mutuamente.