Por Reyes Rojas | Fotos @ingravido88
“Ya no quiero buscarte,
ya no quiero gustarte.
Gracias por venir.
Aviento mis manos al placer”.
Con estas
palabras arrojó ANAN su espectáculo hacia el público. Morir poquito es una ceremonia escénica donde los cuerpos, la luz y
la música se entrelazan para habitar lo liminal: ¿qué hay entre la pérdida y el
deseo, entre el yo que fue y el que está por venir, entre el miedo y la osadía;
y, por supuesto, entre la vida y la muerte?
En este
performance se amalgaman tres de mis cosas favoritas en el mundo: la danza, la
música y la palabra. Las ejecutantes (Natalia Gómez y Daniela Jerez) se mueven
por el recinto donde se lleva a cabo el rito (porque es más ritual que
espectáculo), y juegan con luces de mano y otras herramientas de iluminación
más bien limitadas y minimalistas. El espacio y el público son un personaje
más, pues ningún lugar expondrá los mismos recovecos, los mismos muros y
columnas; por otro lado, la afluencia y la inmersión de la gente siempre serán,
también, un elemento diferenciador: Nadie es el la misma persona frente a
distintos cuerpos y rostros.
Morir poquito nació como un poema sonoro, pero luego se convirtió en una experiencia sensorial íntima y viva, en una invitación al público a transitar sin mapas, a imaginar desde la penumbra, a desdoblarse suavemente mientras un personaje femenino (presumiblemente ANAN) se desdobla también en diferentes cuerpos que se alargan sobre una retahíla de melodías envolventes, oscuras y jubilosas.
En cada gesto de las bailarinas, en cada nota musical como un vapor, se sugiere una transformación, radical a veces, como la que ocurre con la muerte instantánea provocada por una bala entre la cien; o paulatina como la erosión de un bosque. Analogías tristes, ya lo sé, pero lo mismo daría si me atuviera al polo opuesto de estas metáforas: Morir poquito también es un cubetazo de felicidad fría sobre el cuerpo, una fiesta de sensualidad.
Al platicar con Natalia, me reveló que ella compone con el cuerpo.
“Siempre compongo como pensando en mi cuerpo, ¿como qué me hace sentir?, ¿me hace querer bailar o querer acostarme en posición fetal y que nadie me hable? ¿Me hace querer salir corriendo? Le hago caso a esos impulsos y desde ahí corren las imágenes sonoras y poéticas”
No es para
menos. Es verdad que la experiencia completa de Morir poquito se siente como entrar a una alberca. La música de
ANAN, sus propuestas escénicas, son sensuales en el sentido más literal de la
palabra, es decir, que invitan a saciar las demandas de los sentidos.
Luego de
asistir a la puesta en escena, salí hacia la noche saboreando unas palabras de
Paul Valery sobre la danza que bien valen para describir mi experiencia como
espectador:
“en el Universo de la Danza el reposo no tiene sitio; la inmovilidad es algo obligado y forzado, un estado pasajero y casi una violencia, mientras que los saltos, los pasos contados, las puntas… son formas completamente naturales de estar y de comportarse”.
¿Qué
escucho?
Las canciones de ANAN
en Morir poquito, son al mismo tiempo un canto a lo
pequeño (Cosas inútiles), una oda a
lo invisible (In), a la ternura como
posibilidad (I like you), y al mismo
tiempo una invitación a la fortaleza (Abrir la piel) y a la rebeldía (Soy un animal). La pieza musical que da
nombre al rito entero funciona como una declaración de principios: “todo cambia
y yo voy primero en la fila de las metamorfosis”.
Conozco a
Natalia desde hace años y tengo una idea breve de los gustos que compartimos,
pero en un ejercicio de influencias no pedidas ni confirmadas, detrás de ANAN
escuchó propuestas tan variadas como la Laurie Anderson de Songs from the Bardo y Big Science; a la Bjork de Homogenic; a Descartes a Kant; a Coco Rosie y a Radiohead, sólo por mencionar
algunas.
En esta
ocasión, Morir poquito se presentó el
10 de abril en Pop Lolita, un espacio alternativo y cavernoso del centro de
Aguascalientes, usualmente invadido por el perreo, la pose, la inventadez y la
farandulería artística. En Pop Lolita hay exposiciones independientes, puestas
en escena inter y multidisciplinarias, tragos coquetos y sobre todo, ociosa
juventud.
Morir poquito es puesto en escena con participación de Natalia Gómez
(ANAN) y Daniela Jerez, ambas artistas escénicas maravillosas; y con la
colaboración de Remi Barrios (Hombre Árbol) en las percusiones.
Morir poquito no busca respuestas, sino espacios para sentir. Es una
experiencia que abraza la incertidumbre con ternura, que convierte el tránsito
en arte y la vulnerabilidad en fuerza. ANAN nos recuerda que hay belleza en el
desdoblamiento y placer en lo efímero. Morir, aquí, es también volver a nacer.