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Ummagumma: 10 años a contracorriente

Por Alejandro Carrillo

@alexiliado


Hay un lugar situado en la plena entraña del país, célebre por su cerveza helada, sus parlantes estridentes y su clientela peculiar; pero reputado principalmente por navegar a contracorriente durante, ya una década, en las ajetreadas noches de la ciudad y sus habitantes. Situado a unos cuantos metros del recinto que en donde se sentaron las bases de la unificación de la patria, el Ummagumma Alt-Rock-Pub (Venustiano Carranza 102-A, Centro) aposenta también y por lo regular a alborotadores, agitadores y activistas; igual de beodos y necios que los villistas y carrancistas de la Soberana Convención de Aguascalientes.

En ese mismo sentido y con toda la intención de hacer bullicio, no resulta inesperado que de la manera más bélica posible el lugar se encuentre puntual y estoicamente ubicado frente a la Casa de la Cultura. Y es que el Ummagumma o Umma, como lo entendemos sus demiurgos más asiduos, bien podría considerarse la Casa de la Contracultura en la ciudad, partiendo del hecho de que durante estos lustros ha abierto sus puertas y micrófonos a la inmensa mayoría de las voces y tendencias del arte y la cultura, dejando a un lado el funcionarismo y los prejuicios de todo tipo. Eso sí, no se sirve banda, reguetón ni cerveza indio porque los principios siempre estarán por encima del negocio.

Su puerta roja casi clandestina, coronada por una brillante "U" eléctrica y centelleante a lo Ziggy Stardust, esconde un largo pasillo repleto de melancólicos carteles y afiches de conciertos legendarios y bandas de culto; sólo para dar entrada a la protagonista del lugar: una barra infinita de madera que muestra orgullosa las cicatrices del vidrio y del tabaco, fruto de las innumerables batallas que se han librado sobre ella a lo largo de estos diez años. Todo cercado por moblaje tapizado con tejido escocés, y por paredes verdes y pistaches, ataviadas con insólitos e irrepetibles cuadros del rock.

El concierto fue especial, por primera vez nos encontrábamos en un sitio donde nuestra música encajaba perfectamente, la pared estaba tapizada de fotos de Morrissey, Siouxsie and The Banshees, Nick Cave y por supuesto The Cure, siempre The Cure como diría el escritor Israel Miranda.

Iván García y Los Yonkis

Es común ver entresemana a poetas y prosistas inéditos leer o escribir las más grandes obras de la literatura anticanónica, chocando los tarros con los que generan la riqueza después de un largo jornal y con gitanos poco entusiastas del calendario gregoriano. Por las noches la tinta, el rímel y los estoperoles desfilan osados por los salones del lugar, mismos que han refugiado por igual a vacas sagradas del rock nacional, gigantes del movimiento rupestre, artistas nacionales y extranjeros de todo tipo, y un sinfín de bandas locales. Alguno de ellos rindió un temerario homenaje en forma de canción al borde del delirium tremens y con el rugido de su Jaguar, otros menos virtuosos inmortalizamos el garito a través de las letras. Lo cierto es que el bar ha trascendido ya su propia existencia en obras que han quedado para la posteridad.

Quizá el encanto radique en su naturaleza anacrónica y camaleónica por igual. A diferencia de otros lugares, en el Ummagumma un sábado nunca será igual a otro sábado, pues cada día es un vórtice irrepetible en donde puedes encontrar y descubrir experiencias de todo tipo: un sabor, una charla enardecida, un disco, una sugar girl. Del soundtrack ni hablamos, por igual te topas un día a Depeche Mode y a New Order, que a Bauhaus y The Smiths, o Bob Dylan y Johnny Cash alternando con The Clash e Iggy Pop. La psicodelia que le dio nombre al pub no puede faltar, mucho menos las letras y acordes de Robert James Smith, santo patrono del lugar.


Hay cierta mitología que envuelve al Ummagumma, algunos cronistas cuentan que en otros tiempos su estructura sirvió para albergar cortejos fúnebres, y si prestas atención entre trago y trago podrás darle sentido a la arquitectura; aquí la recepción, por allá las salas de velación, los corredores y las salas de espera, al fondo la antigua plancha de preparación y embalsamamiento. Incluso si logras aislarte un poco más, podrás escuchar el cuchicheo tétrico de los deudos, y si vuelves la mirada siempre hay un alma taciturna con su ropa más sombría deambulando rumbo al patio. Y es que no hay mejor lugar para olvidar que estamos muertos.

El Ummagumma Alt-Rock-Pub llega a sus primeros diez años en medio de una catástrofe que nos ha obligado a reinventarnos y resistir una y otra vez, tal y como lo ha hecho este monstruo verde de mil cabezas a lo largo del tiempo: entendiendo el mundo de una manera alternativa y a contracorriente. Larga vida al Ummagumma.

Crónica de un peatón: Don Emilio, el contrabajista

Crónica de un peatón | Por Alejandro Carrillo | Foto: Chaneke Correa (Julio 2014)

Don Emilio nos abre las puertas de su casa al tiempo que abre una botella de whisky para celebrar -o quizás no- una noche épica de música de 'etiqueta'. Don Emilo es contrabajista en la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes y ha estado ligado al oficio durante más de veinticinco años; -mi edad- pienso para mis adentros, al tiempo que me pierdo en sus gafas de pasta perfectamente zurcidas con un alambrito y cinta de aislar.

Don Emilio no es diferente a otros músicos; habla como músico, gesticula como músico, alza la voz como músico, se queja de otros músicos como músico, bebe como músico. Busca mi aprobación sobre el concierto de esa noche y yo temo quedarme corto. -¡Poca madre!- es lo único que se me ocurre decir al no encontrar en ese momento un adjetivo más 'a tono' para describir el recital de hace un par de horas. Para mi fortuna, esa respuesta parece complacerle a Don Emilio y revira satisfecho -sí, estuvo chingón-.

Me habla de la vida del hombre que se convirtió en músico. Del día que hizo maletas y se fue a la capital a vivir a una vecindad que tenía un grifo de agua helada que usaba como regadera sólo para llegar y aprender de los maestros más reconocidos de la época. Me cuenta que la vida no se ha tornado muy diferente desde entonces y que los músicos tienen las mismas calamidades de hace treinta años. Sin embargo, puedo notar que la música le ha dado a ese hombre más de lo que cualquier mortal pudiese tener en el mundo. No sé lo que sea, pero hay algo que ahí está y que Don Emilio recuerda al  perder su mirada en los círculos anaranjados pintados en los mosaicos del piso.

Se acaba el agua mineral y Don Emilio se sirve uno en las rocas para hablar de música. Habla de Schubert, de Tchaikovsky, de Brahms, de La Quinta, de La Novena, de las más grandes obras de la música clásica. Habla de los violinistas rusos, de los franceses, de los checos; pero algo lo detiene. -Mira, esos güeyes podrán ejecutar perfectamente y ser rubios, pero no te tocan el Huapango de Moncayo, por eso somos más chingones- dice convencido mientras lleva con su índice el compás ternario de la obra -parapapapapá, parapapapapá-.

Don Emilio rocanrolea. Con todo el conocimiento y las experiencias que un músico de su talante puede tener, no olvida la primera vez que escuchó el 'Dark Side of the Moon' y habla de Roger Waters como si estuviera hablando de Mozart -incluso con más admiración-. Recuerda algunos amigos, algunos lugares, algunas mujeres, algunos excesos y concluye con un -soy muy afortunado-, mientras hace una mueca burlona que lo dice todo.

Me marcho de la casa de Don Emilio pensando en volver pronto por otra historia y quizá otro vaso de whisky. Me repito en voz alta eso último que me dijo -soy muy afortunado-.

En memoria de Emilio Sierra Olguín. Gracias por los whiskys y por la música.

Yo nunca supe nada de Cerati (Homenaje inválido de un infame fanático)


Cerati y yo, ahora ambos muertos también por dentro.





Crónica de un Peatón | Por Alejandro Carrillo |


Jueves por la noche, los campeones y odiados Seahawks –que me hicieron perder miles de pesos en el pasado Súper Bowl- le ganan por tres posesiones a los inútiles ‘cabezas de queso’ en el último cuarto. El primer partido de la temporada perdió mi atención antes de la pausa de los dos minutos y mejor me da por apagar la tv de una vez por todas y empezar a trabajar en el especial obligado de Cerati que toda revista groovy mágica-musical que se precie de serlo, debe tener a ocho columnas en un día como hoy.

La noticia me llegó desde temprano. El celular vibró como pocas veces, tan fuerte que hasta me despertó, como diciendo despiértate cabrón, esto va en serio. Malhumorado busqué entre las cobijas el teléfono y vi de reojo la notificación de Milenio Diario (aplicación para celulares):


“ÚLTIMA HORA: El Cantautor Gustavo Cerati murió hoy, a los 55 años, luego de permanecer 4 años en estado de coma, reportan medios argentinos”.


Me da por botar el teléfono sin darle mucha importancia al asunto y me envuelvo en mi capullo de colchas Vianney para aprovechar una media horita más de sueño antes de empezar a mentar madres por el sol hidrocálido sobre mi cabeza, ya que en pocas horas tengo que salir de mi sarcófago a dar una entrevista en Radio Universidad para hablar de lo chingones que somos en esta revista y las mil razones por las que el mundo entero debe leernos y darnos dinero.

Pero no. En 'posición cochinilla' cierro los ojos dentro de mi capullo, respiro profundo para reencontrarme con el camino del sueño matinal... pero no; repentinamente me descubro repitiendo despiértame cuando pase el temblor, despiértame cuando pase el temblor. Gustavo cabrón, te tenías que morir -ahora sí- en un día tan ajetreado. Abro la regadera y busco en mi reproductor algo para la ocasión: Música/Artistas/G/Gustavo Cerati/1 álbum, 1 canción/Álbum Ahí Vamos/12/Crimen 3:43. Y le pico play. -¿Por qué sólo tendré una rola de él?- Y suenan los primeros acordes de ‘Crimen’, que dista mucho de ser una canción emblemática. Con el agua caliente cayendo sobre mi pelo recuerdo que hace muchos años vi el video de esa rola en Telehit, una historia detectivesca a lo Elliot Ness con buena fotografía que para mis años pubertos salía del molde de los videoclips de la época –no existía YouTube y nos limitábamos a esperar el video de Britney Spears en falda de colegiala o de los Genitallica en falda de monaguillos-. Lo cierto es que ese video me atrapó en aquellos años mozos por su rollito de gánsteres y mujeres fatal:


“Últimamente los días y las noches se parecen demasiado, si algo aprendí en esta ciudad es que no hay garantías, nadie te regala nada. Todo podía terminar terriblemente mal… pero este caso había que resolverlo”.


Para no hacer el cuento largo, Cerati acaba recibiendo un plomazo de una mujer. ‘Qué  ironía’, pienso más tarde cuando me entero de Chloé Bello, una rubia de 27 años que según los chismosos es ‘la culpable del coma’ de Gustavo. Cuenta la leyenda que la señorita fue la última conquista del guitarro y vocalista de Soda; ella en ese entonces con 22 y él con 50, se veía obligado a tomar Viagra que combinado con la ingesta de drogas y alcohol, resultarían una mala idea para un hipertenso Cerati.

Obviamente lo anterior es un rumor de lavadero, pero en honor la verdad, tengo muchas ganas de que sea cierto y de ser así, Gustavo, eres el puto amo. Morir cogiendo y lleno de drogas siempre será mejor que morir de un aburrido plomazo, así tengas que pasar cuatro años en el purgatorio del cajón de los vegetales. Por cierto, qué poca madre tiene, señora madre de Cerati; otro crimen quedará sin resolver.

Cuando me di cuenta, la rola se había repetido unas cinco veces y yo seguía bajo la regadera, ya no alcanzaba mi taza de café bien cargado si es que quería llegar a tiempo a la entrevista. Agarré un libro, mochila, gafas oscuras, cartera, celular y vámonos. Contrario a lo pensado no había ni un rayo de sol, sino un de nubes que en cualquier momento empezarían la lloradera de la desgraciada muerte del rocanrol melancólico y seductor del sureño.

Ya en el bus busqué mi separador navideño de librerías Gandhi, estaba en la página 101 de algún libro y me dispuse a leer durante los próximos cuarenta minutos de camino a la universidad. Leía y leía sin comprender ni una sola coma –no es chiste, Gustavo-, pensando más bien en cómo empezar esta editorial pero sin encontrar una sola respuesta. Cerré el libro y observé a los pasajeros, todos perdidos en sus asuntos, viendo hacia afuera pasar la vida y los coches. Busqué en alguno de ellos algún gesto, algún semblante triste que me dijera ‘no mames, ya se murió Cerati y yo como pendejo en este autobús’; pero nada, no encontré a nadie devastado –al menos no por la muerte de Gustavo-. Pinche gente, si supieran cuántos palos le debemos a este cabrón ya le estarían poniendo un altar.

Ya en el campus de la universidad me olvidé un poco del tema y me concentré en mis respuestas para la entrevista; encontré a una amiga, estaba pálida y según dijo, recientemente se había desmayado en la enfermería. Sin razón alguna le atribuí el hecho a la muerte de Cerati, parecía lógico que todos estuviéramos tristes y nos sintiéramos mal al grado de desfallecer, sin embargo no hice comentario alguno y el tema regresó a mi mente.

El resto del día no fue muy diferente, pensado en las repercusiones que la muerte desencadenaría en mi círculo social -por llamarlo de alguna forma-. Recordé que por la mañana alguna persona me encontró algún parecido con Gustavo. ¿Lo dices porque ahora ambos estamos muertos también por dentro?- le pregunté medio en serio, medio en broma.

Durante la tarde cayó una lluvia torrencial, sentí escalofríos al pasar frente al estéreo –era Gustavo Cerati, sin duda-. Me puse melancólico por un momento y pensé en el vaivén del carajo de la vida, pensé en mamá y papá y añoré quizás un té para tres. Es extraño, la verdad. Pensé en Bukowski diciendo es extraño cuando la gente famosa muere/ las veredas parecen diferentes y nuestros chicos parecen diferentes/ y nuestras compañeras de cama y nuestras cortinas y nuestros autos/ es extraño cuando la gente famosa muere: nos sentimos mal.

Me sentí ridículo y mejor prendí la tv, empezaba el primer partido de la temporada, me olvidé de Gustavo Cerati durante casi cuatro cuartos; justo hasta antes de la pausa de los dos minutos, cuando los Seahawks le ganaban por tres posesiones a los inútiles ‘cabezas de queso’. 

Saqué el whisky de las grandes ocasiones, me senté frente al monitor y empecé a redactar osadamente este artículo sin valor ni validez de alguien que nunca supo nada de Cerati, y que seguramente nadie leerá y pasará a la historia con más pena que gloria.

Sin embargo, de momento, y más en lo personal que en lo editorial al final, al final hay recompensa.

Gracias por venir, gracias totales.


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