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7NN: El Océano

El Océano 
Por Quetzalli Aquino


Cerró la puerta tras ella. 

Detrás de esa puerta había comida fría, promesas rotas y gritos que aún rebotaban en las paredes. Aquella casa era la obra negra de un hogar. Una pecera que le quedaba chica. 



Echó un último vistazo a la fachada. La pintura desgastada y el óxido en las ventanas parecían pedirle que se quedara. Pero no lo haría. Nunca volvería. 



El océano era grande y ella también.



Siete Nuevos Narradores
Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

7NN

7NN: El violinista

El violinista 
Isaías García

Se escuchaban aplausos en todo el auditorio mientras se abría el telón, la sonrisa perfecta ante el éxito de un hombre que era reconocido por los ahí presentes, una melodía resonaba vigorosamente y aquel concertista arrancó con gran maestría el espectáculo, alegremente movía de lado a lado el arco que sostenía en su mano derecha, las luces daban brillo a su traje oscuro y al peinado perfecto que mostraba magistral belleza. 

Al término del concierto Jan se dirigió hacia su camerino, en la entrada había un ramo de rosas decorado con un moño color dorado, una nota en la cual estaba escrita una dirección y hora, aquella era la cuarta de la semana, un lugar especificado y sin remitente. La curiosidad se apoderaba de aquel hombre, nacía la curiosidad de saber quién era su admirador secreto pero cierta inquietud provocaba pánico de sólo pensar que se encontraría a lo inesperado, sin importarle su sentir se encaminó al lugar acordado. Al encender un cigarrillo era como aumentar el ego, jugaba con el humo con aires de grandeza, altanero y burlesco mientras imaginaba a una mujer hermosa de grandes pechos a la cual llevaría a un cuarto de hotel. Pasó por un callejón de la ciudad, los maullidos de los gatos producían un ruido ensordecedor provocándole preocupación y un presentimiento extraño. El miedo se apoderó de sus sentidos, sintió que alguien lo perseguía, creía que había alguien detrás de él, aceleró el paso, tiró la colilla del cigarro y a su vez limpiaba el sudor de su frente, las manos le temblaban y sentía no avanzar. De un parpadeo a otro, se encontró en el lugar descrito en la nota, había avanzado quince cuadras sin haberse dado cuenta. 

Aquel lugar era un restaurante fino, las puertas eran de cristal que permitían una visión más precisa de cada rincón, personas elegantes y bien parecidas, un lujoso establecimiento para gente de alcurnia. 

Por algunos minutos Jan dudaba en entrar, mientras esperaba sentía un hueco en el estómago, una presión en su pecho y las ganas de huir de ahí. Al entrar lo atendió un mesero de nombre Alfred, lo condujo hacia una mesa y le entregó una carta del menú del día. Pasaron 20 minutos y no llegaba la persona que lo citó en aquel sitio. Enojado se levantó encaminándose a la salida, algo acaparó su atención, detrás de las puertas un hombre desaliñado, gabardina, playera, zapatos y pantalones rotos, desgastados y sucios; su cara, cabello y manos se veían grasientos por la mugre, con una mirada triste dirigida hacia él, sus ojos lo veían con lastima y tristeza, aquel sujeto sostenía en su mano derecha un pequeño baúl y en la izquierda un violín viejo, Jan quedó impactado, sentía pena, señaló en darle una moneda, al buscar en su bolsillo se percató que el pantalón era el mismo que de aquel vagabundo, sus manos tenían mugre, sus zapatos se veían cenizos y con agujeros, miró las paredes del lugar y a las personas, el sitio se transformaba en una cantina de mala muerte, fue cuando comprendió que aquel ser era su reflejo, respiró aquel olor a sueños rotos y así dejó caer sus ilusiones cristalizadas en una lágrima, esa situación era tan triste como el escuchar un violín desafinado que emite sonidos discordantes abriendo paso a los crueles sueños frustrados.



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7NN: El protagonista

El protagonista 
Por Sergio Martínez


¡Esto es un secuestro! Me sacó de la pantalla jalándome de las solapas de la gabardina y me metió a la fuerza al papel y a la tinta, que lo sepa el lector. Ahora quiere que siga al pie de la letra sus indicaciones, ¡se le va la pinza! Un policía no obedece órdenes de nadie, menos Jaime Peña, ¡me piro de aquí! No me arrepiento de nada, todo fue calculado fríamente, de alguna manera me tenía que vengar… fueron los causantes del accidente y aún así nos dejaron abandonados con mi mujer seriamente herida… ¿Qué no cuente al lector eso?, ¡tú no me vas a decir qué contar, pringado! Si ya estoy acá, aprovecharé la ocasión. Eso. Lo que me movió fue el dolor de perder a mi esposa, ver paralizada de miedo a mi hija, suplicar ayuda y verlos huir velozmente. Las cosas se hicieron en silencio, lo del robo del cuerpo principalmente, todo salió a la perfección. El crimen no lo cometí yo, mi mano solo movió la cuna, las apasionadas apetencias físicas del señor Ulloa fueron el motor de todo. No, no, no. No me harás hacer o decir lo que quieres, aunque me piques los ojos con la pluma, me cierres la boca con la goma. 

Tenía un motivo para hacer lo que hice. Venganza dicen algunos, justicia lo llamo yo. No, no, no; no dejaré que tus letras sean los hilos que me muevan, que tus ideas me conduzcan como marioneta, me resisto a ser tu personaje, ¡flipas! No seré un gilipollas al que gobiernas por medio de tus letras. No me volveré el superpolicía fantasma que construiste en tu cabeza y venga los crímenes de tu sociedad, soy de verdad y habito en la película que protagonizo. A tomar por el culo, escritor cagatintas, el inspector Jaime Peña no obedece instrucciones de nadie.



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7NN: El milagro de Merceditas

El milagro de Merceditas
María Santos


Llevaba años escuchando lo mismo y aconsejando lo mismo. Todo en ese pueblo era predecible. Deseaba que por lo menos una persona se atreviera a confesarme alguna de sus perversiones. No tenía que verme a los ojos, el confesionario ofrecía muchas ventajas, pero se había convertido en un lugar infructuoso. Sin embargo, cierta tarde llegó un hombre. Si lo juzgara por la voz, diría que tenía más de 60 años. Me confesó que hace mucho tiempo participó en una orgía donde tuvo relaciones con mujeres y hombres. Nadie en el pueblo me había hecho una confesión de ese tipo. Le dije que se fuera tranquilo, pero él seguía hincado. Quizá se desconcertó con mi respuesta. Antes de levantarse me preguntó cuál era su penitencia, le respondí que su sinceridad lo había absuelto. 


Después de dos semanas ese hombre volvió a la capilla. Me confesó que hace muchos años se fue a California donde trabajó como actor pornográfico y consumió drogas; a sus familiares les dijo que trabajaba pizcando chícharos y su mayor conflicto era seguir cargando esa mentira. Le dije: - Acuérdate, el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra, pero si lo que realmente te libera es decírselos, adelante. Luego le pregunté: - ¿Sigues consumiendo drogas? Me respondió que no. Me quedé pensativo, le dije que su historia me había recordado un filme que vi hace muchos años, Boogie Nights. Al instante él me preguntó casi aseverando ¿Oiga Padre, esa película viene en un estuche que dice El Milagro de Merceditas, verdad? Me quedé pasmado, ¡cómo era posible que supiera eso! Enseguida añadió: - Lo que pasa es que yo trabajo en una tapicería y hace unos días llevaron un sofá de la Sacristía que estoy por terminar. Cuando quité el cuero vi que adentro había varios DVD´s, entre ellos Boogie Nights


Cuando escuché eso, no creía semejante casualidad. Le comenté que en nuestra diócesis eran muy rigurosos y algunos sacerdotes teníamos que recurrir a eso. Antes de pedírselo, él me dijo que sería discreto y que vería la película.



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7NN: Letras de Dennise Rodríguez


Denisse Rodríguez


H- S A- M 


Hay instrucciones para todo, hasta instrucciones para subir una escalera, pero menos para olvidar.

Y, sé entonces que ahora existen dos pieles, una que se llama memoria y otra que sostiene mis huesos. Pero hoy no tengo memoria y no estoy en coma. 

Espacios en blanco ahora habitan en ella y es así como escribe un muerto después de eslabones de lágrimas, después de lugares, personas, cosas que me sacuden tu ausencia, después del hoyo negro en el que me convierto 

Donde todo nuestro tiempo juntos, ahora son diez minutos y es ahora lo que más veo, que al cielo desnudo, con mi ojos abiertos y cerrados y eso es algo aterrador, aunque vayan acompañados de la misma canción al subirme a un carrusel viejo que construimos, donde solo aparecen billetes de recuerdos que no tiene valor, solo para nosotros dos. Donde al final se resbala en mi todo lo que fui ayer. Donde al final de la carrera nadie llega a la misma meta. Suena a tragedía. But all my tears have been drowned. 


Somos caníbales, empezamos la guerra disparando de nuestras bocas, besos. 

Somos caníbales al creer que una persona es amor y consumirlo hasta los huesos. 

¡Vaya traición, vaya sermón… que decepción! 


Escucharé mejor ahora la canción del elevador donde ya no hay estación ni locomoción de los dos, pero sin antes decir adiós. Me lo enseñaron a decir, pero no a sentir el adiós. Adiós, adiós.



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7NN: Estándares de belleza

Estándares de belleza 
Mauricio Caballero


Nos encanta esa sensación; respirar el aire fresco, sentir su abrazo y la tierra húmeda. Vivía en paz, en comunión con la naturaleza, como siempre lo hacía. Así eran mis días, hasta que él llegó.


Estaba en el bosque jugando con las aves cuando él se acercó y habló de lo maravilloso que yo era. Solo recuerdo el primer golpe. No pude hacer nada, nadie pudo. ¡Me arrancó de mi familia! “¿Por qué, por qué lo haces?”, quería que me escuchara. Con pasos acelerados llegamos a su carro y me recostó dentro de la cajuela. La luz se apagó y el auto inició su marcha. Desde ahí dentro escuché un silbido alegre haciendo juego con una canción de la radio. “¿Qué está pasando?, ¿a dónde me lleva?”, me repetía constantemente. Una eternidad después el carro frenó y él bajó. Todo mi cuerpo se tensó a la espera de que abriera la cajuela. Eso no pasó. Permanecí ahí aprisionado, me pregunté miles de cosas; ¿Qué es lo que hará conmigo?, ¿por qué me mantiene aquí encerrado?, quiero ver a los míos, a mis hermanos. Me da miedo estar aquí.


A través de una rendija vi que el sol bajó hasta guardarse y en su ausencia llegó el frío. Recordé las noches cobijado en mí hogar, me llené de una profunda nostalgia.


No sé cuánto tiempo transcurrió, de repente escuché un silbido, me percaté de sus pasos aproximándose. Abrió la cajuela y me contempló maravillado. Yo permanecí inmóvil, me aterró su mirada sonriente, luego me cargó, recostado en sus brazos… ¡como a un bebé!, y eso me confundió aún más. “¿Qué quieres de mí?”, pensé. Yo debería estar abrazado por mi madre, mis hermanos, no por un extraño.


Sin hacer ruido me llevó al patio trasero, entramos a un cuarto pequeño y me dejó en una mesa al centro de la habitación. Él se dio vuelta para sacar algunas cosas de un mueble. Yo observé el lugar; debajo de mí había una larga hoja plástica, no comprendí para que era, no comprendía nada de lo que sucedía, del techo colgaba una gran luz, me cegaba, el lugar era pequeño, olía a tierra y químicos, era sofocante. El aire se volvió seco, el calor aumento y lo que vi en los muros… ¡¿En realidad está pasando esto?!, sentí escalofríos por todo el cuerpo.


Él volteó y dejó varios instrumentos en la mesa contigua, presionó un botón y la música comenzó a sonar, por primera vez en mi vida quise gritar, pero no pude hacerlo. Su mirada fue dulce, caminó a mi alrededor. Me encontraba petrificado, él totalmente calmado me mostró las tijeras; puntiagudas, delgadas y al mismo tiempo fuertes.


El frío se apoderó de mí, sentí pequeños cortes en mis pies, el sonreía mientras los hacía, se alejaba para verme unos momentos y regresaba para continuar con su tarea, luchaba por moverme, él siguió cortando aún más.


Cambió de artefacto por uno más grande, el dolor fue terrible, uno de mis brazos se resistía, temblaba, él apretó más fuerte, yo peleaba, giró las pinzas, sentí un crujido, giró aún más, ¡varias veces! Mi brazo cedió, yo cedí, parte de mí cayó al piso y morí… morí un poco.


“¿Por qué estás haciendo esto? Yo no debería estar aquí, mi lugar es allá afuera, con mi familia, yo no te he hecho nada, ¡nada! No debería estar aquí”. Sentí a mi cuerpo hablar con todas sus fuerzas, pero era inútil, él no escuchaba. Estaba ocupando cortando, rasgando y bailando con aquella música de piano.


Cuando creí que por fin había terminado, me torció otro brazo y lo enredó con un alambre, lo colocó de forma totalmente innatural, después tomó otro alambre más grueso y siguió con la desfiguración. “¿Este no soy yo, por qué lo haces?”, imploraba dentro de mí. No podía más, llegué a mi límite.


De pronto, asomó la voz de un niño cuestionando lo que hacía mi captor, él se sorprendió al igual que yo. Pensé que por fin terminaría esté tormento, agradecí a nuestra madre tierra y a nuestro padre sol. Me quiso ocultar, pero era demasiado tarde, llegó una mujer y ahí conocí el nombre de mi raptor: Carlos. El niño y la mujer estaban intrigados por ver lo que había detrás de él, Carlos quiso alejarlos, pero no logró disuadirlos y al sentirse vencido, se hizo a un lado para que me vieran.


Sentí vivir de nuevo, como beber agua fresca de la lluvia, ¡por fin seré rescatado!, regresaría a la paz, a mi tierra, con mi madre, a bailar con el viento, sentir el calor del sol, a jugar con las aves, ¡podría crecer!, sanar las heridas y olvidarlo todo, sé que podría lograrlo.


—¡Es hermoso Carlos! —Dijo la mujer.


Comprendí que nunca más regresaría a mi hogar, con los míos. Me convertí en uno más de su colección, su creación; un bonsái, como ellos nos llaman. Ahora convivo con otros árboles como yo; presos en un recipiente con poca tierra, torturados sistemáticamente para no crecer lo suficiente, para satisfacer sus estándares de belleza. Encerrados y dispuestos cerca de una ventana que nos provoca una tremenda nostalgia de aquellos días en donde vivíamos en el bosque.


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7NN: Secreto en la valija verde

Secreto en la valija verde 
María Santos

Había terminado el quinto año de primaria y mis padres me dejaron con mis abuelos en el rancho para pasar las vacaciones. Recuerdo bien aquella tarde. Habíamos terminado de comer. Mi abuelo se puso su sombrero y salió a visitar a un amigo. Mi abuela y yo nos quedamos en la cocina. Me comentó que habían pasado varios días sin visitar a su hermana Serafina, quien estaba convaleciente. Recogimos los trastes y después mi abuela entró al cuarto para tomar su rebozo. Al salir de la casa nos asombramos al ver el cielo tan nublado, en cualquier momento comenzaría a llover, pero aun así nos encaminamos. 

Al llegar a la casa de mi tía Serafina nos abrió la puerta Raquel, era una de sus hijas, quien acostumbraba saludar apenas rozando los dedos. Nos invitó a pasar y pidió permiso de ausentarse para salir a comprar algunas cosas. Mi abuela le dijo que no se preocupara, que nosotras la cuidaríamos. Mientras Raquel salió presurosa, entramos al cuarto donde estaba mi tía. Se encontraba acostada en su cama, con la cabeza y parte de la espalda levantadas sobre dos almohadas. Estaba pálida y con el cabello ligeramente trenzado. Luego de que mi abuela la saludó con un cálido apretón de manos, yo también me acerqué a saludarla. 

La tía Serafina y mi abuela llevaban una media hora platicando de los manteles que ellas antes bordaban y que un tal Don Emilio los llevaba al pueblo a vender. Fue entonces que mi tía me hizo una seña para que me acercara, se quedó pensativa y luego me entregó unas llaves que tomó del interior de un jarrón. Me dijo que fuera al cuarto contiguo, me indicó la llave que abría la puerta y me pidió que buscara en una valija azul un mantel con malvas bordadas para mostrárselo a mi abuela y recordar viejos tiempos. 

Nunca había entrado a ese cuarto; olía a cuarto encerrado, a humedad. El techo era de bóveda. Comencé a observar las cosas. La mayoría eran sillas rotas; había dos cabeceras de cama, una inclinada sobre la otra, y tres valijas sobrepuestas, una azul y dos de color verde. La azul se encontraba arriba, la abrí y tomé el mantel. Se lo llevé a mi tía y de manera precipitada me salí del cuarto, fingiendo que debía ir al baño lo antes posible, pero en realidad volví al cuarto; tenía la curiosidad de saber qué guardaban las otras maletas. Una de ellas guardaba figuras de barro, eran las clásicas que se ponen en los nacimientos de navidad. Extrañamente, la otra verde tenía un pequeño candado. A propósito no le devolví las llaves a la tía Serafina porque una de ellas era diminuta y pensé que quizá abriría ese candado y así fue. Estaba nerviosa porque en cualquier momento podría llegar Raquel y descubrirme. Al quitar el candado y abrirla me quedé boquiabierta al ver una fotografía en blanco y negro. En ella aparecían mis abuelos con unas gemelas, casi de mi edad, una de ellas era mi madre y la otra tenía la mirada perdida y deslucida, como si estuviera muerta. Mi madre siempre había dicho que era hija única. De repente escuché que alguien abrió el portón de la entrada. Sabía que era Raquel. Apresuradamente puse el candado, acomodé las valijas y salí del cuarto. Le entregué las llaves a mi tía e hice un gran esfuerzo por no delatar mi nerviosismo. 

En los siguientes días no dejé de pensar en esa fotografía, hasta que una mañana le pregunté a mi abuela con un cierto tono de desconfianza: -¿Sólo tuviste una hija?




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7NN: Mi primer amor

Mi primer amor 
Por Sergio Martínez


Andrea era la niña más bonita del salón, yo soñaba todas las noches que le declaraba mi amor y éramos novios. En la vida real las cosas eran diferentes, ella se la pasaba jugando futbol a la hora del recreo y en el salón apenas si cruzábamos dos que tres palabras, mi cobardía podía más que mi amor. Tenía celos de todos los que jugaban con ella; yo que nunca fui futbolero, ahora lo era por ella, solo la veía a la hora del descanso driblar, a uno, otro y otro contrincante para meter un gol que todos sus compañeros de equipo celebraban abrazándola. 

Todas las tardes al salir de la escuela, mientras hacia la tarea, trataba de pensar en un plan para poder hablarle. No se me ocurría nada. yo solo era bueno para español y ciencias sociales. Andrea no lo sabía, pero al verla jugar yo inventaba en mi cabeza una crónica del juego que se realizaba en el patio, donde ella era la protagonista principal. 

“Por fin llega el día de la final del mundial femenil de futbol, el equipo nacional disputa la copa contra la escuadra japonesa, defensora de la corona. Suena el silbatazo inicial, las japonesas mueven el balón, uno, dos, tres, cuatro toques de un lado para otro, retrasan el balón hasta su portera, Andrea presiona a la guardameta del equipo nipón que apenas alcanza a despejar,… el esférico lo recupera la escuadra nacional al medio campo, uno, dos, tres, cuatro toques, hacia adelante, Andrea toma el balón fuera del área grande, al ver adelantada a la portera bombea la pelota y anota un golazo, ¡goooolaaaazoooo! de Andrea”… yo relataba en mi mente, pensando que ella me escuchaba, le gustaba mi narración y se enamoraba de mí por ser ella el centro de mis comentarios futbolísticos. 

Así un día tras otro, me conformaba narrando para mí sus genialidades en el patio de la escuela, pasándole las respuestas de algún examen, e imaginándome dándole un beso. 

En algún momento se me ocurrió pasar de contar el juego a participar en él, era una manera de estar cerca de Andrea, me emocionaba la idea de poder anotar un gol y festejarlo con ella abrazado, sí; era lo que tenía que hacer, sumarme a la cascarita para acercármele. Lo haría al día siguiente, pediría chance para unirme a jugar, así tendría su atención y su amor. 

Me armé de valor, a la hora del recreo pedí unirme a la cáscara. Me incluyeron con sorpresa ya que nunca había jugado; al momento de formar los equipos el azar me dio la espalda, me tocó en el equipo contrario al de Andrea, por treinta minutos íbamos a ser rivales. Sacaron ellos, inmediatamente ella tomó la pelota y empezó a llevarse a uno, otro y otro rival, traté de alcanzarla, quitarle la bola, pero me ganó en la carrera, con un recorte hacía afuera sacó al portero y nos metió el primer gol, casi igual fue el segundo y el tercero. No metimos ni las manos. 

Yo todavía no había tocado el esférico, solo lo veía pasar de un lado a otro, una o dos veces al querer patear la bola abaniqué la patada, todos se rieron, incluso Andrea. No supe si me dio más pena que coraje; por eso en la siguiente oportunidad que tuve, medí bien la pelota y le pegué con toda mi fuerza, era la primera vez que le pegaba a un balón; salió un trallazo que se fue a estrellar a una ventana del salón, el vidrio se hizo pedacitos. 

Desde esa ocasión el futbol a la hora del recreo estuvo prohibido, yo me gané el rechazo de todos mis compañeros, entre ellos el desprecio de Andrea, que nunca me volvió a pedir las respuestas de los exámenes, ni dirigir una mirada.



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7NN: La última cena

La última cena 
Por René López


No odié a ningún hombre, nunca maté con odio. Aunque sí maté con odio, al último hombre que vi morir. Espero que la misericordia de Dios tome en cuenta que soy un buen cristiano y siempre he deseado servirlo con cada uno de mis actos. 

El día de su ejecución comenzó a escribir. Lo miré durante horas desde afuera de la celda, me daba la impresión de que más que escribir, dibujaba, y ponía en cada trazo un pedacito de su alma. Le habían llevado folios arrancados de una libreta y le dejaron plumillas con tinta al pie de la cama. Casi nunca se levantaba salvo para refrescarse la cara o quedarse sentado viendo la rendija superior de la celda. Nunca las había usado, nunca dijo una palabra siquiera a su abogado; no escribió a nadie. Hasta ese día. El folio que me pasó tenía diecisiete palabras escritas, las necesarias para pedir la última comida que quería. “Papas fritas, un filete de vaca apenas cocido, un vaso de vino de uva, si es posible.” Las palabras parecían soldados, todas eran perfectas; si no lo hubiera visto hacerlas juraría que esa nota había sido mecanografiada. 

Ni cuando lo llevaron a las mazmorras, ni cuando supe de qué lo acusaban le tuve rencor alguno, no pequé de pensamiento hacia él. Sólo Dios puede juzgar y para eso la ley del hombre los hace llegar pronto bajo su trono. Dan orden y a mí me toca bajar la cuchilla. No faltará quien diga que lo que hago es despreciable, pero si quien sentencia puede dormir en paz, yo también puedo. Mi trabajo sólo es hacer pagar a los que deben algo en la tierra y hacerlos morir lo más rápido posible, con el menor dolor, de la manera más cristiana. Yo reniego de cuando la tortura era parte de la ejecución, si ya han de sufrir en la eternidad ¿por qué un pecador igual que ellos habría de empezar acá? Por eso nunca me avergoncé de la comida que había en mi mesa, ni de los panes que comían mis hijos o los confites que di a mis nietos, ese dinero lo gané limpiamente. 

Una vez escuché que el tiempo es un jorobado que lleva a cuestas un ovillo y que va guardando de a poco el hilo que es el tiempo y no sabe cuándo va a descansar, dónde termina el tiempo o cuándo Dios le va a recoger el ovillo el Día Final; por eso si esperamos que el tiempo pase pronto, si apresuramos al jorobado sentimos su desesperanza y su desasosiego. 

Pero yo no espero nada. 

Sé que obré bien, sé que cualquiera que lo hubiera visto cenar esa noche lo habría matado. No sé decirlo, sólo sé que cuando vi cómo chupaba el hueso del filete, cuando lo vi mascarlo después de acabarse la carne, vi que sonreía apenas con una mueca disimulada entre cada bocado, que echaba pan y carne y papas y vino a la boca y mascaba, entonces supe que él había sido. Sí era culpable, y lo disfrutaba. Que esas bolsitas de hueso y carne de criaturas que fueron encontrandas cerca del río, profanadas, que las vidas que habían arrancado como chacales, todas habían sido destruidas bajo sus manos. 

Yo no sé mucho de leyes, sólo sé que de cualquier modo ese hombre iba a morir, yo le iba a matar frente a una plaza repleta de hombres y mujeres gritando, no encuentro cuál es la diferencia. Por eso pido clemencia, señoría. Sabe que un buen cristiano no podría mentir o ser mezquino y pedir clemencia cuando sabe que es culpable, pero le juro que si lo hubiera visto cenar, usted estaría sentado del otro lado del estrado.




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7NN

7NN: Letras de Dennise Rodríguez II



Denisse Rodríguez 



Aguascalientes

Vivo en Aguascalientes

Donde el agua carece

La tranquilidad, la adormece

Un buen lugar para suicidarse

Pero no, para ahogarse

Y, es que los problemas aquí, se hacen agua.

Porque se cree que no hay nada.



Enero

No he escrito nada, porque no he ido a la playa

Y, es que en el agua mis palabras nadan

Cuando en la tierra, solo se marchan



Colibrí

Nos acostumbramos a conversaciones huérfanas de sentido

Con el motor de un carro siempre encendido



Carretera

No entiendo a las palabras

Nunca me llaman

Solo me hablan cuando se les pega la gana

Para salir y darse la vuelta

En la carretera de mi pluma y mi papel que arañan.



Desvelo

No puedo dejar a la noche sola

Ya estuve con el sol y la edad



Amapola

Cubrí mi mente en amapola

La aparte de los negros espacios

De la harina que la arropa



Nihilismo

Aunque la alegría se aproxima a media noche

Prefiero dejarla en mi porche



Humano

No fumo

Soy humo mundano



Vorágine

Mareada de palabras sueltas

Que entre abiertas

Letras vuelan




 Siete Nuevos Narradores
Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

7NN

7NN: Cabeza de venado


Cabeza de venado 
Por Isaías García


En las primeras lluvias de otoño aparecen pequeños animales negros, fastidiosos y adictos al olor a muerte. Una vez Camilo dijo sentirse frustrado porque era el tiempo de decir adiós. En ese momento se aterraba de contar aquel cuento perturbador que le provocaba una carga de negatividad y en sus ojos se registraba el peor acto de asesinato. Argumentaba sobre el monstruo que gobernaba el bosque, el que acechaba a sus presas provocando caos mental y existencial, aquel que se disfrazaba de gabardina, botas, sombrero y escopeta, amante de lo perverso y se apoderaba de las cabezas de sus víctimas, un ser maldito que siempre caminaba a la orilla del río con un bulto sobre su espalda, rodeado de mosquitos y moscas. 

Fue ese 25 de septiembre cuando la oscuridad se apoderaba del atardecer y no se podía ver bien, ese hombre se acercaba a un árbol dejando caer el cuerpo envuelto de color rojo que cargaba sobre sus hombros y desprendía el más asqueroso de los olores, sonreía satisfactoriamente, mostrando la gloria del hecho, caminaba hacía la cabaña, tomando de la entrada una cabeza de venado, mientras Camilo observaba la atrocidad de ese ser infernal, al dirigir su vista hacía el campesino se escuchaban chillidos muy agudos y de un parpadeo a otro Camilo observaba la decoración de la sala, al mismo tiempo que mi cabeza era colgada junto a la suya.




Siete Nuevos Narradores

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7NN

7NN: Bebé gorila


Bebé Gorila 
Por Quetzalli Aquino


La primera vez que lo vio apenas era una burbuja en la pantalla y no sintió nada. Se emocionó cuando la prueba de embarazo fue positiva. Aún más cuando le dio la noticia a Marco, su esposo. Pero durante ese primer ultrasonido, en el consultorio del ginecólogo y con sólo una burbuja por hijo, Adriana no sintió nada. Nada de nada.

Con el tiempo cambió de forma. Se convirtió en un frijol. Después en un pequeño alien, hasta que por fin pudo reconocer los dedos de sus manos y el puchero en su boca.
- Parece un bebé gorila - bromeó Marco y abrazó a su mujer cuando un par de lágrimas rodaron por la cara de ella. Por fin Adriana sentía algo, tristeza al no tener sentimientos por aquél bebé gorila.

Cuando llegó el día del parto, Adriana cayó en cuenta que no estaba preparada. No sabía que debía hacer con un desconocido en brazos. Una personita que dependería de ellos y no sabría ni pedir lo que necesitaba. Al llegar al hospital sus ojos reflejaban pánico. ¿Qué demonios debía hacer con un bebé gorila?

Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no vió la expresión preocupada de quienes la rodeaban. No escuchó la seria charla que tuvo el doctor con ella y su esposo. Sentía que se desvanecería en cualquier momento, pero eso seguramente era normal, estaba por expulsar a un ser vivo de su cuerpo.
Recuperó conciencia de su entorno cuando la subieron a una camilla en la que la llevaban a toda velocidad.
-       Marco, ¡Marco! - lo llamó buscándolo. Él le tomó la mano manteniendo el paso.
-       Todo va a estar bien, - la tranquilizó.
-       Pero...
-       Todo va a estar bien, - repitió con firmeza.

Llegaron a un pasillo donde detuvieron a Marco mientras el resto del equipo continuaba avanzando. Adriana movió la cabeza para ver su rostro una vez más. Su esposo le regaló una sonrisa que ella nunca olvidaría. Se miraron hasta que una puerta los separó por completo.

Estar dentro del quirófano fue tal y como lo había visto en la televisión. Una tela que no le permitía ver el resto de su cuerpo. Una enfermera que se tomó apenas un segundo para mirarla antes de regresar su atención a lo que sucedía al otro lado de la cortina. Conversaciones con palabras irreconocibles. El sonido quedo de aparatos que la arrullaban con sus constantes bips.

Los párpados de Adriana parecían pesar tres veces más de lo normal, obligándola a cerrarlos. A partir de hoy tendría un bebé gorila. Su bebé gorila. Era tan extraño ser dueña de alguien. Por que era suyo ¿cierto? Para toda la vida, ¿y si lo echaba a perder? Una contracción atravesó su cuerpo y abrió los ojos jadeando por el dolor.
-       Se debilita - escuchó a la enfermera.
Las voces a su alrededor se convirtieron en murmullos hasta que finalmente se callaron. La obscuridad de sus ojos cerrados se transformó en imágenes, parte de una película en la que Adriana era la única espectadora y olvidó todos los temores que la invadieron en las últimas horas. Por primera vez en todo ese tiempo pudo visualizar al pequeño. Lo sintió suspirar mientras lo mecía. Lo escuchó reír mientras caminaba torpemente hacia ella en sus primeros pasos. Lo vio con el corazón roto por una chica en la secundaria. Reconoció el orgullo en su cara cuando se graduaba de la universidad. Se acercó para abrazarlo cuando el dolor y un grito desgarrador la regresaron al quirófano.
-       ¡Doctor! - reclamó alguien al otro lado de la cortina. Silencio.

La actividad frenética a su alrededor la sorprendió. Adriana sentía manos en sus entrañas. Lágrimas mezcladas con sudor corriendo por su cara. Quiso hablar pero sólo jadeos y quejidos escapaban de su garganta. Volvió a cerrar los ojos y se refugió en la película que continuaba tras ellos. No sabía ser madre, pero lo era. Había mantenido vivo a este bebé durante nueve meses y continuaría haciéndolo. Echó un último vistazo a la escena donde Marco caminaba con la mano del niño entre la suya. Su niño. Con esa imagen se encerró en sí misma, sintiendo su cuerpo transformarse en un capullo que protegía a su hijo.

Un par de horas más tarde, un nuevo padre estaba de pie frente a un ventanal que daba vista a una habitación con varios recién nacidos, entre ellos el suyo. Su mirada se fijó en la tarjeta con el nombre del pequeño: “Adrián”.

Nadie vio a Marco llorar desconsolado frente a los cuneros.




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7NN


7NN: Yo puedo esperar

Yo puedo esperar 
Por Isaías García


Pensé que el enviarte cartas y no recibir alguna respuesta era por tantas ocupaciones que sueles tener. Pensé que aprendería a vivir a solas aunque fuese por un tiempo, creí que así podría madurar y aceptar futuros inciertos. Quería llamarte por las mañanas para que te alegraras, aunque sea un poco y esto te ayudará a distraerte. Deseaba aprender de todo esto pero soy una persona tan débil que no puedo sacarte de mi mente y veo que dependo de que tú estés aquí. No puedo hacer lo que debería por pensar si te encuentras bien, si nuestra relación aún continúa. Me pregunto si piensas en mí, me pregunto qué harás ahora, creo tus labores te condenan al cansancio porque no respondes a ninguna hora, pero yo puedo esperar.

Me encontraba sentada en la parada del tren, en esa banca en la que el único ser que me acompañaba era mi perro Bruno, ese hermoso animal en color café, de raza pastor alemán que fruncía el ceño mientras me miraba al espejo de bolsillo. Sentía que la desesperación se apoderaba de mi cuerpo, un hueco en el estómago y la ansiedad era como un golpe que me sofocaba al instante.

Recuerdo que portaba un vestido corte princesa en color rosa que me llegaba a las rodillas, en corte V, con tirantes y cremallera. Calzaba unos zapatos de tacón en color blanco, llevaban una tira que se acomodaba a la perfección en mis tobillos, la puntera cerraba y dejaba los dedos cubiertos. Me ponía de nervios mientras miraba a las vías del tren para ver aparecer a alguno que te trajera en él y a la vez me miraba en el espejo, mi cabello rubio era alborotado por el aire que parecía jugar como si éste fuese un juguete, por lo que opté por sujetarlo con una liga de color blanca y hacerme una coleta. Veía que estuviera presentable por lo que observaba en mi reflejo esos ojos azules que parecían ser un cacho del cielo cuando está en todo su esplendor, mis labios pintaban en color rosa para hacerlos ver más natural y así mi tono de piel me hacía ver más blanca. Ese día yo me había arreglado para verte especialmente a ti, para darte una noticia que me tenía emocionada e ilusionada.

La tarde pintaba gris, las nubes se juntaban altaneras como las vecinas que se la pasan criticando a todo mundo, estas mujeres juguetonas escondían bajo su cuerpo al sol que minutos antes se insinuaba con sus rayos de luz que se colaban en mis brazos descubiertos. Esperaba con ansia verte llegar, tocaba mi estómago cada vez que podía y suspiraba de alegría.

Pasaron varios minutos y el sol ya no se veía por ningún lado, un viento ligero se volvía de lo más arrogante golpeando todo a su paso como si un ego profundo invadiera todo su ser. La gente caminaba siempre tan igual, caras desconocidas, pareciera que sabía lo que pensaban y cuál era su misión en la vida, mientras yo suspiraba como una adolescente enamorada. Esa tarde se me hacía de lo más eterna, sentía un vacío tan triste, sabía que algo iba a concluir, un presentimiento merodeaba como las abejas a la flor, mis fuerzas se escapaban en segundos que creaban deseos absurdos de verte llegar y de este modo mostraba una impresión entusiasta a pesar de que el dolor me amenazaba e invadía mis sentidos, estaba con los sentimientos encontrados.

Bruno se encontraba acostado en la banca y se tapaba los ojos con ambas patas, no dejaba de gruñir cuando se escuchaban los truenos resonar. La tarde se mostraba tan extraña, invadida de un gran misterio, así como tú cuando llegabas a casa y no entendía el porqué de tu comportamiento. Me encantaba perderme en tus ojos profundos que me dominaban y así perdía el control, caía rendida ante tus brazos que parecían protegerme de un ser maligno. Tu cabello siempre tan perfecto, esa sonrisa delgada que muy apenas dejaba mostrar tus dientes alineados y blancos. Miraba con tanta atención a tu cuerpo que me hacía desvanecer y quedar pegada a él mientras me hacías el amor y así me entregaba en cuerpo y alma. Algo que no olvido es que me besabas en la frente como si besaras cada pensamiento mío por muy absurdo que fuera, a mis sueños frustrados, a mi poca inteligencia y a todo eso que hay en mi cabeza loca. Me tocabas el pecho con tanta fuerza y te regocijabas en él como queriendo conocer los sentimientos que inundan en lo más profundo de mi ser, te quedabas abrazado de mi como un niño mimado, me apretabas al ritmo de los latidos de mi corazón, yo, quedaba sin aliento, apasionada y contenta por tu forma de unir tu cuerpo y tu alma con mi cuerpo y mi alma.

El reloj marcaba las seis y cuarto, faltaban quince minutos para que llegara el siguiente tren, en el que tu llegarías, de un momento a otro se dejó caer una llovizna que amenazaba en convertirse en una tormenta, el viento golpeaba con tal fuerza que movía descontrolado a mi vestido y acariciaba con brutalidad a mi cabello que era sujetado por una liga. Mi respiración se aceleraba, mi instinto de huida hablaba a mis oídos pero mi sentido de la razón insistía que me quedara y saliera de dudas. Una posesión se acumulaba en mis hombros como un costal de papas para que no me moviera del lugar en el que me encontraba, siempre supe que algo me pasaría, la tentación o la curiosidad no sé qué era pero estremecían a mi cuerpo, iba a tener una aventura que sería una desventura, sabía que sería parte de ella y que saldría lastimada.

Bruno salió huyendo acobardado porque el cielo comenzó a tronar más fuerte y dejaba escuchar su furia, inició una lluvia que coloreaba al cielo más triste y gris. Las gotas que caían mojaban mi cara y escurrían por mi cuerpo, por la ropa que cubría ligeramente a cada parte de mi ser.

Mi amigo el tiempo se presentaba alocado y con una burla que me tenía sentimental, eran las 6.30, un silbato se dejaba escuchar a lo lejos, mis ojos volteaban como atraídos por la gravedad que se encontraba alrededor de ese tren, éste se detenía lentamente y dejaba abrir todas sus puertas, la gente se dejó llegar con paraguas en mano y algunos cubriéndose con bolsas para no terminar empapados, yo buscaba por las ventanillas lo que más he esperado ver tu silueta aparecer, verte llegar. Las personas que abordaban el tren bajaban despavoridas como un montón de aves en libertad, se empujaban, el ruido no dejaba de cesar, los murmullos, los llantos y risas hacían eco por todo el lugar. De un momento a otro el silencio gobernaba y sólo se dejó escuchar el ruido de una puerta que se encontraba a unos metros de mí al compás con la lluvia que se calmaba en ese momento, frente a ella se encontraban una mujer joven, muy atractiva por cierto pero describirla está de más, iba acompañada por un niño de aproximadamente unos cinco años. Lograba observar una sombra de una persona alta con una gabardina negra y un sombrero del mismo color, esa persona medía como un metro ochenta, caminaba como loca hacia allá, vi que eras tú, si mi primer amor, al único que me le he entregado como si el mundo fuese a acabar, eras tú, sonreías y tu cara mostraba una felicidad inmensa, jamás había visto esa cara, me enternecía y a la vez me dejaba estremecida, de repente esa mujer se abalanzó hacia a ti y ese niño se abrazaba de tu pierna izquierda, la mujer lloraba y un sentimiento de alegría se desprendía de su rostro, tú la besabas en la frente y acariciabas su mejilla. En cambio yo, retrocedía lentamente, lloraba y me desvanecía, me abrazaba a mi estómago como mi único consuelo, caía de rodillas al piso, veía como te ibas abrazado de esa mujer, no tuve el valor de levantarme y de acercarme a ti, no quería acabar con aquella alegría, eran la familia perfecta, mordía mis labios, quería dejar de llorar pero no podía, cubría mis ojos no quería seguir viendo. Tanto que corrí para darte la noticia, algo dentro de mi pecho se despedazó, tanto que me arreglé para encontrarme contigo y de qué me sirvió. Me levanté y corría con tanta pena, solo imploraba a Dios fuerza para valerme por mí y por ese ser que crece dentro de mi vientre, mi fuerza de voluntad sería sólo por ese ser. El tiempo pasará y un siglo no es mucho, no podré vivir sin tu amor, pero me dejaste lo más hermoso sembrado en mi cuerpo, y sí, me regresé a esa banca, mi ropa mojada y mi cabello desarreglado, porque me di cuenta que ha quien esperaba aún no llegaba, por lo que opté por esperar a mi primer amor, sí tú, mi único y verdadero amor. Sé que aún te encuentras lejos, sigo postrada en esta banca esperando tu llegada.

Hoy como todos los días escribo una carta preguntando tantas cosas, esperando recibir alguna respuesta. Mis amistades dicen que ya te olvide que no sirve de nada esperar, que un amor de lejos no es sincero pero no se percatan de que lo que siento por ti ignora cualquier comentario necio, mi amor es tan fuerte y puro que todo eso lo hace único, lo hace lo más bello y celestial, inquebrantable, perfecto, inmortal. Pensé que el dudar de ti al no recibir ninguna carta de tu parte acabaría por matarme, sé que me condenaba a la desesperación, a los celos sin justificación. Creía en lo que otros me decían pero no vuelvo a cometer ese error porque sé y puedo esperar.

Quizá no entendía lo que pasaba y hoy me doy cuenta que es una prueba aunque sea algo extraña, ahora más que nunca sé que mi amor me hace fuerte, valiente y paciente, me hace estar de pie, esperándote en aquella estación de tren todos los días de invierno observando por todas las ventanillas lo que más he esperado, tu llegada, ver tu silueta aparecer para recibirte con las brazos abiertos, con un beso en la mejilla, mientras te tomo de las manos, y así, no soltarte jamás, para que caminemos siempre juntos por las calles de la ciudad, tomando como rumbo la eternidad. Tal vez suene cursi y ridícula al decirte todo esto, pero no hay nada que me detenga, en esa estación ya me conocen y me dicen que me dé por vencida, que tú jamás volverás, pero aún sigo esperando y seguiré así hasta el final de mis días, sabes por qué, porque yo puedo esperar.



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