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Crónica: Más allá del agua se encuentra Durango




Por Iván Gutiérrez

Esta crónica musical tiene como hilo conductor la exploración de la ciudad de Durango, guiada por la curiosidad de saber si este lugar es, como canta Lázaro Cristóbal Comala, un destino triste donde los suicidios son una constante. En el camino el lector encontrará una entrevista con este compositor en el Bar Belmont, una cobertura narrativa de su concierto en el Teatro Victoria y un recorrido por otros rincones de la ciudad que son parte del universo lírico de Lázaro.


POR EL BOULEVARD FRANCISCO VILLA. “CUANDO ME VINE DE PUEBLA”

“De Durango salió Guadalupe Victoria, el primer presidente de México, y también Pancho Villa; ahora que andes por acá lo vas a ver por toda la ciudad”. Así el conductor del taxi colectivo que va del aeropuerto a la capital de Durango. Los alacranes, el mezcal, la infraestructura colonial y los suicidios son algunos de los distintivos más populares de este lado de la república, un estado con aires del viejo oeste que mezcla lo mejor (¿y lo peor?) del centro y el norte del país.

El motivo que nos trae hasta acá lleva por nombre Lázaro Cristóbal Comala, compositor que desmiente a Jaime López al cantar que No es cierto que nadie va a Durango. Quienes ya conocen a este músico duranguense saben que no requiere mucha introducción: sus letras son la total transparencia de su persona. Para quienes no lo conocen, les comento que se trata de un compositor de la estirpe de Johnny Cash, Bob Dylan, Nick Cave, Chavela Vargas y Tom Waits, asiduo lector de Bolaño, Pessoa, Borges y Castellanos.

En junio de 2022 Lázaro partió el año en dos cuando publicó su más reciente álbum “Belmont”, un disco doble de 20 canciones donde ha plasmado las emociones e historias que lo habitan en una desgarradora crónica musical sobre un momento fundamental de su vida. Ahora, tras cuatro años de no tocar en su ciudad natal (y afirmar que lo quieren más afuera que en su propia ciudad), está por presentar este disco en formato de banda completa en el Teatro Victoria, un lugar que se dice, es de los escenarios más importantes de Durango, sino el que más. Para documentarlo tenemos cámara y pluma listas.

Durango no es un estado que haga mucho ruido en el contexto nacional por atraer gran turismo. Al contrario, es más común escuchar a la gente preguntarse “¿Qué hay en Durango? ¿Dónde queda”. En el camino a este rancho me invaden algunas reflexiones al respecto, pues Lázaro ha construido toda una mitología personal de su estado a través personajes y espacios que menciona en sus canciones: la Catedral, el Casablanca Hotel, el Café Madrid, el Paseo del Viejo Oeste y, por supuesto, el Bar Belmont, por no decir que los contenidos visuales de sus obras —portadas, videoclips, live-sessions— también aportan a la creación de una visión lazaraina de la ciudad de Durango.

A partir de este campo semántico de tintes geográficos asoman algunas preguntas: ¿cuál es el aura y los detalles que distinguen a esta ciudad, y que forman parte de la inspiración de este compositor? ¿Qué tanto ha influido este lugar en la obra del autor? Y, sobre todo, ¿es este un estado tan triste, desolado y abandonado como afirma Lázaro en el subtexto de sus canciones, o será que más bien la angustia, melancolía y soledad habitan dentro del compositor?

Este viaje es emocionante no sólo por responder éstas y otras preguntas en entrevista directa con Lázaro Cristóbal, sino porque implica visitar el lugar donde se viven las historias que este músico nos comparte en sus canciones: uno se imagina que hay destinos y gente extraordinaria en este pueblo olvidado por Dios. Nosotros, claro, estamos listos para comprobarlo.



POR LA 20 DE NOVIEMBRE. “FAISANES”.

27 grados marca el termostato. “No se ha sentido el frío todavía, ha estado calientito”, dice el chofer. “Tacos de barbacoa, de asada, al pastor”, comenta ya entrada la plática de las recomendaciones culinarias.

Por la carretera que te lleva al centro de Durango se divisan parcelas amarillas que seguramente en primavera resplandecen de verdor. Al aproximarnos a la mancha urbana aparecen varias agencias automovilísticas, también muchos puestos de gorditas, y se siente una vibra que me recuerda a mi natal Ensenada, muy de esas ciudades que conservan ciertos gestos de pueblo, con sus plazas, sus walmart, hombres con sombreros en la terminal de autobuses, misceláneas y tiendas pequeñitas, hoteles viejos, canciones de José Alfredo Jiménez en la estación de La Lupe. El contraste me viene más bien de las colonias habitacionales hechas de calles angostas de un solo sentido. El cielo es sorprendente y las nubes parecen de pintura.

Caminando por las avenidas se siente el espíritu popular. La gente se ve sencilla. En el Mercado Gómez Palacios hay lo que uno busca en todo tianguis: alacranes dentro de botellas de mezcal, llaveros de objetos referentes a Durango y comedores mexicanos de precios accesibles. Me detengo en el “Comedor La Popis y los Iguales” (iguales son los hijos de La Popis) y pido un Caldo de Pollo, que sirven muy bien reportado con guarnición de arroz y abundantes tortillas de maíz: el platillo es increíble, sin mucha grasa, pero sí mucho sabor.

De vuelta a las calles sigo observando cada rincón de la ciudad. El aspecto de los edificios es totalmente colonial. Las tiendas de curious, librerías, taquerías y demás están integradas a los edificios de otra época, como en muchas ciudades del centro de México. Por la cantidad de rosticerías diría que también les fascinan los pollos. La palabra “fascinar” me recuerda a “Faisán”, que en plural es una canción del Belmont que retoma la melodía y un sample de Monomanía, tema grandioso de Nacho Vegas.

La tecnología hace lo suyo y esta canción empieza a reproducirse al retomar la calle 20 de noviembre, una de las principales de la ciudad. El match es perfecto, no solo por las escenas que nos canta Lázaro y que pueden imaginarse manifestándose en estas calles (“salimos del Juan, y fuimos al Belmont”), sino porque la misma melodía conecta bien con el bullicio urbano del centro. Los siguientes temas tendrán el mismo efecto de sincronía.

Avanzadas unas cuadras con los temas belmontianos de Manhattan, Cioran, Cristóbal y Líbano, llega la potencia acústica de Te Dije Cilantro, a mi parecer uno de los mejores temas de todo el álbum, mismo que empieza mientras atravieso el parque frente a Catedral (aquí debió nacer el verso de “y este blunt que armaste frente a catedral”), y en medio de los adornos navideños y las familias tomándose fotos empiezo a entender (o a creer entender) el rechazo de Lázaro a Dios y la iglesia, pues como la mayoría de los estados en el centro de la república, se respira un aire muy... como decirlo... muy “guadalupano”, muy de los santos, muy de que las culturas alternativas no son tan bien recibidas por estas bellas familias católicas.

Pienso esto porque en el breve trayecto que llevo a pie se han presentado ya un aproximado de cinco iglesias gigantescas y muy bien iluminadas, concordando con lo que había encontrado en internet, sobre que Durango llega a ser un estado muy atractivo para el turismo religioso. Horas más tarde, al encontrarme con Lázaro en el Belmont para nuestra entrevista, comprenderé que este rechazo de “lo cristiano” posee un origen más bien familiar que citadino.


POR LAS PUERTAS DEL CASABLANCA HOTEL. “QUIÉN TE HA MANDADO A INTENTAR SER FELIZ”.

Unas cuadras más enfrente de Catedral se presenta el Casablanca Hotel, que se mira viejo, gastado, pero que transmite esa sensación de tener mucha historia detrás. De diseño Art déco (un diseño que prendió mucho en Durango por allá de los 50), fundado por Don Eugenio Durán Vázquez, estas habitaciones alojaron en su momento a Lázaro Cristóbal para la producción de su EP en vivo “Cinco años con sed”.

Dentro del lugar, a unos pasos de la puerta, hay una foto del hotel tomada en 1945; el edificio luce casi igual, solo la pintura ha perdido algo de brillo. En otra pared hay retratos de artistas que se han hospedado en el Casablanca: Aleks Syntek, Gonzalo Vega, Damián Alcázar, Alfonso Arau (“para el Hotel Casablanca, tan bueno como la película”). Al fondo se oyen canciones navideñas tipo Sinatra.

Leyendo un periódico de 2001 colgado en la pared del hotel descubro que aquí fue donde se inventó el “Caldillo Duranguense” —uno de los platillos típicos de Durango—, por la cocinera María Ríos, además de ser el primer lugar de primera categoría que tuvo el estado, después del desaparecido Hotel Richeliu.

Estoy a punto de irme del hotel cuando la música de fondo se para y un detalle que me había pasado desapercibido se manifiesta: un señor de unos 60 años se ha sentado en un piano al lado de las escaleras y empieza a tocar una armonía por la que va improvisando, hasta llegar a la melodía de Blanca Navidad, misma que interpreta con maestría y mucho sentimiento. Lleva guardados un par de lentes oscuros en uno de los bolsillos de su camiseta y una cajetilla de cigarros Pall Mall azules en el otro. Cuando me acerco a tomarle una foto voltea y sonríe, después regresa a tocar con total atención las teclas de su piano, mismo que lleva tres años haciendo suyo. “Antes del Señor Chavita estuvo el Señor Rocha, quien tocó durante 30 años esas teclas, hasta que falleció”, me comparte la recepcionista. Pienso que en realidad así pasa con todos los instrumentos: van pasando de mano en mano, de corazón en corazón, viajando entre las almas del mundo, tal como lo hacen las canciones.

El Señor Chavita empieza a tocar “Quizás, quizás, quizás”, mientras sigo leyendo la entrevista del periódico hecha a Panchito Durán Alba, nieto del fundador, quien comenta que el Hotel Casablanca también fue la sede de muchas noches bohemias. Empieza una versión melancólica de “Cuando calienta el sol” y decido que es momento de partir; ya mero toca encontrarse con Lázaro en el Belmont.



POR EL BAR BELMONT. “CIORAN”

“Esta tristeza camina y va a un bar...”, canta Lázaro en Cioran. Lo imagino caminando justo como hago en este momento por las calles de Durango, envuelto por una bruma espesa que hay dentro de su cabeza. Al llegar al Belmont, Lázaro está sentado con su soledad en una mesa junto a la pared. Lleva unas ojeras enormes y bebe una cerveza junto con su mezcal. Va todo de negro: camiseta, chamarra, pantalón y botas negras empolvadas.

“Me la paso drogado todo el día… en cierto punto de embriaguez… es la única forma de soportar todo esto”, compartirá más adelante ya con la entrevista en marcha.

Aquí también habita un Chavita, se trata del músico invidente que ha salido en varias de las canciones y videos de Cristóbal. Para la ocasión toca una canción de los Cadetes de Linares. El Belmont tiene ese aire nostálgico y bohemio que uno siempre busca en las cantinas: hay fotos de personajes viejos en las paredes, una barra donde borrachos comparten historias, y claro, muchas botellas de licor.

Me siento con Lázaro y pido un mezcal. Empezamos a conversar sobre Roberto Bolaño, de su reciente presentación en Xalapa en el Serendipia Fest (donde también estuvieron bandas como Diles que no me maten), y de cierto documental biográfico que actualmente Carlos Sosa está preparando sobre su vida. Tras unos minutos de hablar de esto y aquello empezamos una entrevista que se prolongará por una hora y media. Pueden leerla completa aquí, de momento les comparto un fragmento:

—¿Qué es para ti Dios?

—No sé… la mayor parte de mi vida como cristiano creí que era real, pero desde hace una década pienso que no existe: nada, cero. Como dice Nick Cave, “no creo en un Dios intervencionista”. Lo que pasa con Dios es que, si no es intervencionista, no es nada, porque, ¿de qué sirve un Dios que no interviene? Digamos que sí existe, pero no interviene, ¿entonces para qué existe? Creo que Dios es una consolación: al final te da cáncer y sabes que te vas a morir, y acudes a él. Por eso mi Dios es el de Líbano, no es “el Dios”, sino el Dios de mis padres, con el que te educan.

—¿Qué piensas del suicidio?

—Es parte de… desde Canciones del Ancla lo traigo… lo he intentado algunas veces. Pero ahora tengo un hijo, si no lo tuviera seguramente ya no estaría vivo. Pero ahora no puedo. Admiro a la gente que se suicida con hijos; yo no puedo, no lo puedo dejar, aunque también he pensado que ahora es cuando, ya que mi hijo no tiene conciencia… quizás tendría alguna especie de memoria de su padre, pero… no, no puedo, ya lo hubiera hecho pero con mi hijo no, porque no soy irresponsable.

—¿Cómo y cuándo descubriste el Bar Belmont?

—No tiene mucho, yo creo que fue en el 2017 o 2018, por mi hermano Toño, él venía al Belmont, no mucho, pero me empezó a invitar y me gustó. Es un ambiente muy tranquilo. No me gusta venir de noche, porque hay mucho ruido, mucho relajo, mucho borracho, a mí me gusta más ir por la mañana o la tarde, más calmado. Es muy distinto el Belmont de la mañana y el de la noche. Yo siento que la gente que llega al Belmont a esas horas lo hace para tristear, no tanto a convivir ni a divertirse. No hay diversión a esas horas, es gente solitaria, mucho señor solo, mucho wey bronqueado: se les ve en los ojos, que están lidiando con algo.

—¿Por qué decidiste ponerle así al álbum?

—Lo que pasa es que en el Belmont se vive mucha camaradería, empatizas mucho con la gente que va. Pareciera que viene más que nada gente solitaria,viene va más gente sola que acompañada. Muchos llegan solos y se quedan bebiendo solos, otros llegan solos y ahí se encuentran. Ponle que el 80% de los que van se conocen, pero no es como que queden para verse, solo se encuentran. Y muchos de ellos son personas muy solitarias, entonces creo que por eso empatizas: se vuelve una especie de complicidad. En el Belmont me siento en casa.

—¿Dirías que Durango es un estado triste?

—Sí, total, porque es un estado… que se siente separado, todos nos sentimos así, como aislados, y eso lleva a la depresión, y a su naturalidad con el suicidio. Durango es un estado triste.

—En varias de tus canciones de Belmont se asoma una visión medio nihilista de la vida… incluso tienes una canción titulada Cioran…

—Sí, es necesario hablarlo. Durango es de los estados donde más suicidios hay en todo el país, es enfermizo la cantidad de personas que se suicidan aquí, es un tabú… y es dolorosísimo. Y una de las cosas más tristes que se me hacen es que… una vez, en el trabajo que tenía, una de las chambas era revisar notas del periódico, y en una ocasión uno de mis compañeros que era diseñador, que casi nunca se expresaba para nada, me dijo sobre una nota, “lo que tiene que pasar por la cabeza y la vida un niño de 10 años para tomar la decisión de suicidarse…”.

El hecho de yo escribir sobre clase de temas… no es ni siquiera por una cuestión pasajera, sino que es un tema del estado, como hay músicos o compositores de Colombia que hablan sobre lo que pasa en sus entidades con el narco… o una persona como Nacho Vegas que escribe sobre el contexto en el que vive, en su caso sobre cómo expulsan a la gente de sus casas.

Entonces ya el pedo de No me da la gana ser feliz, no viene tanto de una cuestión punk o una persona depresiva, tiene más que ver con el entorno, y el mío es el suicidio. No tiene nada que ver conmigo, sino el estado en el que vive el estado. Y ya no estamos hablando solo de adolescencia o juventud, sino que llega un punto tan mierda en el que estamos hablando de infancia.

Este tema de No me da la gana ser feliz era una burla al lema de cierto alcalde, que decía “Durango te quiero feliz”, siendo que es de los estados con más suicidios. Entonces esta canción ya no es un tema emo, es un tema social. Una de las razones por la que más me deprimí hace años fue cuando saqué Niños tristes de Durango, que salió cuando un amigo se suicidó: se quitó la vida, se hizo parte de la estadística.

[...]


—Estás por dar un concierto en la ciudad que te ha visto crecer. Sin embargo, en Belmont, tu último álbum, dices que “te quieren más afuera que en tu propia ciudad”, ¿sigues pensando eso?

—Bueno, es el primer concierto que doy en Durango tras casi cuatro años. El último que di acá fue también en el Teatro Victoria, cuando presenté al álbum de Samuel, en marzo de 2019. Este concierto es muy importante para mí, además del tiempo, porque siempre es más difícil jalar gente en tu propia ciudad, al menos así ha sido para mí. Lo que pasa es que a mí me tocó… un tiempo muy difícil para empezar, no por falta de espacios, sino por ataques que tuve hacia mi persona.

Lázaro salió en un tiempo en que todo era punk y todo mundo escribía en inglés: toda la escena andaba en modo anglosajón. Y pues de repente un wey empieza a hacer canciones con guitarra y cantar en español… yo era el extraño, el raro. Además de eso era un tiempo en el que había mucha competencia, mucha mala vibra, y tocaba un género que no le gustaba a las bandas; a la gente le empezó a gustar, pero a las bandas no… entonces llegó un momento en el que llegué a recibir amenazas de muerte; de hecho la canción de Préndanle fuego viene de eso.

—¿En qué sentido?

A mitad del paseo Constitución (una calle peatonal) hay una placa que le dedicaron a un payaso de camiones, muy popular en la ciudad. Se llamaba Bogar, se subía a los camiones y contaba chistes. Se volvió noticia porque se metía sus drogas, y en una madrugada tuvo un pedo con uno de sus amigos, creo por pedos de droga, entonces le arrojó gasolina y le prendió fuego (ambos eran escupe-fuegos).

Entonces, en una de esas que los músicos de bandas locales me andaban tirando mierda en una publicación de Facebook, alguien comentó “deberían prenderle fuego, como a Bogar”; por el estado emocional y mental en el que yo estaba, me afectó mucho que me dijeran eso, y me llevó a querer cerrar mis redes y dejar ya todo el proyecto musical. Por suerte, en ese momento el manager de Nacho Vegas me contactó, dijo que había escuchado mis canciones y que quería que le abriera un concierto en Guadalajara. Y eso me salvó. Entonces Préndanle fuego viene de eso, de que no me querían en la escena musical de Durango, no tanto de la gente.

Todos los inicios de Lázaro fueron eso: mucha crítica, mucha mierda, y una persona como yo, sensible a ese pedo, pues te llega más. Siempre me he sentido como un exiliado, soy una persona a la que le cuesta mucho tocar aquí, porque de estar, estoy: aquí vivo y trabajo. Siento que este concierto va a ser para sanar. Lo que pasa es que cuando uno lidia con estas depresiones, angustias y ansiedades, es el estado natural el enfocarse en todo lo malo. El mejor ejemplo es que si hay diez personas, y ocho te quieren, pero dos te tiran mierda, tú te enfocas en esas dos, en lugar de escuchar a las que te quieren.

Y ese ha sido mi error en todos estos años en Durango, que siempre me he enfocado en esos que me tiran mierda, en vez de los que me quieren y les gusta mi música. Es una lucha con tu mente, porque tu mente se enfoca siempre en lo malo. No significa que nadie me quiera o me sienta perseguido, sino que es mi cabeza. Pero ahora, después de cuatro años de no tocar aquí, va a estar precioso, porque el Teatro Victoria es increíble, o sea, no es un bar donde la gente anda cotorreando, sino que ahí van al silencio y a escucharte. Va a estar muy chingón.




POR EL TEATRO VICTORIA. “TE DIJE CILANTRO”

8:05 pm del jueves 8 de diciembre. Llego al teatro justo a la hora precisa. Como dijo Lázaro, el Teatro Victoria es sorprendente desde su entrada. Tiene esa arquitectura que dota a todo lo que ocurre en su interior con un aura de gloria y elegancia, muy adhoc al concierto de hoy. En ambos lados del escenario hay columnas dóricas gigantes y los barandales y butacas te transportan a la época de mediados de siglo.

Accedo al backstage justo cuando los músicos van entrando al escenario acompañados por el equipo que está grabando el documental de Lázaro. Tomo un vaso de whisky que dejaron por ahí y me lo bebo de un trago mientras preparo mi cámara. La banda se abraza al centro del lugar, se dicen lo que se tienen que decir, se van a sus puestos y se abren las cortinas para que empiece la función.

Lázaro nos sorprende iniciando con Cuando te canses de mí, una obra maestra de Nacho Vegas, ídolo de ídolos para quienes amamos las tormentas musicales (del vínculo de Lázaro con este compositor español también hablamos en la entrevista en el Belmont). La versión de Lázaro es precisa y preciosa. Al lado de sí tiene tres vasos de whisky, combustible para hígado y garganta.

Al concluir el primer tema, Lázaro deja guitarra de lado y de inmediato arranca la experiencia Gin con full band, con ese sonido shoegaze y el coro poderoso que es inevitable no cantar. “¡Gracias por lo dado, por el gallo, el gin y este error de vivir sin ti!”. Termina y viene un “Gracias a todos por estar aquí, les voy a cantar unas canciones y pues nada, un abrazo”, dice Lázaro antes de arrancar el swing de Cuando te hagan mierda. El sonido del full band es impresionante, dotan a Lázaro de un fondo increíble que llevan su música a otro nivel. Si a eso le agregamos las notas altas inesperadas de Lázaro en ciertas partes de la canción tenemos como resultado una experiencia folk-rock fantástica.

Cristóbal nos dice entonces que admira mucho a las personas que hacen canciones con buenas letras, pues logran plasmar lo que la gente siente de una manera extraordinaria, y arranca La inundación de 1905, tema que cita a los grandes de la canción: desde Sixto Rodríguez a Nick Cave, pasando por Tom Waits, Roberto Carlos, Bob Dylan, Palito Ortega, Jorge Drexler y demás.

A esta canción le sigue un solo magnífico del guitarrista “Güero”, primo de Daniel, y de ahí arrancan Todas las aguas, una dedicatoria a esa felicidad contradictoria que puede representar un amor terrible. Los gritos que hace la tecladista Gabi Garza en la parte del coro me hacen vibrar con intensidad.

“Vamos con una canción que nunca hemos tocado en Durango… me da miedo jaja, ahí les va, esto es Manhattan”, y empieza una dedicatoria furiosa hacia una ciudad que se ama y se odia: “estoy hecho, de todo lo que mi padre no pudo lograr, de todo lo que mi madre nos juró que estuvo mal, estoy hecho… de cristianos pendejos”.

Concluye el trago clásico sonorizado y Lázaro pasa a formato acústico. Como si estuviera aferrado a sorprendernos una y otra vez esta noche, el músico empieza a cantar un tema que mi generación entera conoce desde su infancia: “Por galaxias navegar, más allá del sol / En barco de plata, el sueño terminó / Y por fin ya comprendí / Quien soy y lo que hago aquí…”.



El homenaje tremendo a este tema de Toy Story hace entonces una transición que parece creada por Pixar, aterrizando en Te Dije Cilantro, con ese primer acorde que ya es tan clásico como la intro de Cuando te canses de mí. Se abre el paso a ese ritmo de vals con el que te dan ganas de llorar mientras Lázaro grita “este año me voy a matar”, haciendo un pequeño ajuste de lírica para sentir todo el dolor y dejar que caiga una o varias lágrimas, porque para eso es la música de Lázaro Cristóbal.

Acaba y se escucha el arpegio de Estar sobrio. Avanzados unos segundos Lázaro detiene la armonía y con una sonrisa (la primera que le he visto por estos días) dice “por aquí está mi mamá”, y retoma el tema con esa lírica donde canta sobre cómo “su psiquiatra engulle su quincena” y como éste cree vanamente que de aquí a abril le darán ganas de ser feliz, y bang, corta la rola de forma inesperada en un acorde y se va con el ritmo folk de No me da la ganas ser feliz, una canción inspirada en la cantidad terrible de suicidios que ocurren en Durango.

Me salgo del backstage y me lanzo a las escaleras para tomar fotos desde un ángulo superior justo cuando empieza La Sed (Nos volvimos laberintos), un himno para muchos seguidores del músico duranguense. Lázaro le imprime fuego a su interpretación y desde el público muchos nos subimos a la ola y empezamos a desgarrar la garganta en el coro que dice “y en mi vida esto ha ocurrido, nos volvimos laberintos. Porque te tengo, pero yo no a mí”. Lázaro se nota en trance, le dan algunos espasmos a ratos, como si la emoción quisiera sobrepasarlo, pero la amarra, la domina; es justo lo que, en palabras de un amigo de Mexicali, este poeta maldito ha logrado en su nuevo álbum: domar y llevar a su máxima expresión las emociones de angustia y desdicha.

Minutos después, al interpretar Reynaldo Arenas, Lázaro se desgarra al gritar la parte final del tema: “Pienso lo mismo en ti, que en araaaaaar”. Al concluir el músico nos comenta: “Esta canción que sigue también viene en el nuevo álbum”, y empiezan los arpegios de Cuanto abismo nos ha unido, un relato huracanado cuyos versos son para fumarse un cigarro: “Hace 100 gin tonics que no estás / haces bien en cogerte a alguien más / fue un ciclón y varios ciclos de terror / fue el mezcal que lo jodió para variar”.

Le sigue ese canto country sobre la historia de un hombre llamado Sue, un homenaje a Johnny Cash, mismo que cuenta la historia de un sujeto al que su padre lo bautizó como Sue. El público se sabe la letra completa y cuando llega el momento del encuentro del padre con el hijo dicen a coro “¡Yo soy Sue, buenas tardes, vengo a matarte!”, y letra por letra van acompañando a Lázaro en este relato cómico.

“Me siento muy contento de estar aquí... No iba a tocar ésta, pero como aquí está mi mamá, ahí les va… no sé bien dónde está porque no veo nada, pero sé que ahí anda”, dice el duranguense para introducir el folk de Martha Huracán, una rola compuesta para su jefita. Se prenden las luces del lugar como para que Lázaro busque a su jefa, pero momentos después éste deja de tocar y dice “¿para qué las prendieron?”; la raza se ríe, da unas palabras de agradecimiento y retoma.

Llegada la segunda mitad de la canción mete un fragmento de Quiero que sepas, de los Cardenales de Nuevo León: “Quiero que sepas que yo reconozco que tuve la culpa al perder tus amores, quiero también escuchar de tus labios que si no hay cariño que no haya rencores” y de ahí se avienta sobre el último coro en el que parece que va a romperse, se encierra sobre su guitarra y saca lo mejor de sí. Aparece un estruendoso aplauso del público y empieza una versión lenta de Silo y Pararrayos, que de nuevo es acompañada por el público: “esto es igual que sufrir para después cantar”. Se siente un ambiente muy chido, como que los que estamos aquí sabemos a lo que venimos: a escuchar y cantar estas historias nihilistas, suicidas, existenciales y reales.

“Esta canción no es mía… me hubiera gustado escribirla, pero bueno ahí les va”, nos cuenta Lázaro antes de empezar a tocar Estertor, una composición increíble de Iván García, un lamento del vacío que se queda cuando llega el abandono: “Dejaste lo nuestro por la paz y a mí atrincherado en un rincón. Dejaste un libro a la mitad y a la mitad el cadáver de una flor”.

Lázaro concluye el cover conectándolo con The Ballad of Bono Coronado, otro himno lazariano, una oda a esas ganas de desaparecer cuando los ansiolíticos no bastan y los domingos duran demasiado y apenas el licor ayuda un poco a paliar el dolor; eso y unas rolas del Lázaro, para ir acompañado la soledad. Previo al coro el músico sube la intensidad con que golpea su guitarra, como dando unos últimos latidos desde su corazón deshecho y de ahí todos a cantar lo que ya es un coro emblemático del músico: “¿Quién decide el derrumbe? ¿Quién decide quien puede dormir y quien no? Un domingo aburrido que huele a suicidio / Una oportunidad para no ser tú mismo”.


Recuerdo entonces lo que dijo una amiga que conocí anoche, sobre cómo tuvo depresión durante varios años y cada día pensaba en quitarse la vida. Luego de llevar tratamiento logró salir de ahí, y desde entonces ha procurado no volver.

Músicos entran de nuevo a escena y toman instrumentos. “Esta canción se la compuse a un wey que quiero mucho. Me hubiera gustado que estuviera aquí, pero de seguro andaría corriendo, gritando y eso; ahí les va”, comenta Lázaro para darle fuego al tema de Cristóbal, escrito para su hijo. “Meteorito, tu padre no sabe bailar, es un niño que solo va a trabajar, es muy frío vivir en un Durango sin Dios”.

Tras un par de risas tímidas el duranguense dice “Esta canción que sigue se la compuse a la bandita de Durango”, a lo que la raza responde con aplausos, pero luego agrega “no, pero en mal plan jajaja”, y arranca el estruendo de Préndanle Fuego: “Me quieren más afuera / que en mi propia ciudad”.

Lo peor de mí, otro tema clásico que el compositor grabó con el músico michoacano Walter Esaú, empieza a tronar con la banda acompañando y se disfruta a lo grande cantar ese primer y último verso: “Cuando al fin todo esto acabe, y te dé por hablar mal de mí…”.

“A ver si me sale ésta”, comparte Daniel antes de empezar a cantar en acústico el clásico de Elvis Presley Can't Help Falling in Love, y de ahí a darle con todo al rocanrol de Faisanes (tributo a Monomanía de Nacho Vegas), lo que me lleva a pensar lo grandioso de que para este concierto Lázaro haya integrado composiciones de tantos de sus autores predilectos. Casi como si leyera mi pensamiento, Lázaro concluye Faisanes tocando en acústico el principio de Monomanía: “necesito andar... en movimiento...”.

El show está por concluir, pero no sin antes disfrutar de Mira si no es un buen día para naufragar, ese tema en dueto con Pablo Perro que me trae a la mente imágenes de un videoclip de un par de amantes sangrantes entre los árboles. El coro revienta con todo: ¡Y aaaaaahoraaa, siento que estoy a deshoras, y aaaaaahoraaaa, vivo para naufragar!".

“¡Gracias a todos por venir!”, cierra Lázaro mientras los músicos se retiran y va de nuevo solo contra el mundo a cantarnos un último Adiós, que abras más ventanas. Mientras ocurre esto pienso en Lázaro tomándose un mezcal en la mesa del Belmont, en el tramo que nos aventamos caminando por la noche fría a tomar el taxi en la 20 de noviembre, en los terribles momentos de mi vida en que esta voz ha estado a mi lado, en Daniel sentado en la barra del Club Verde bebiéndose una cheve para calmar la ansiedad (“y si aún sigo en pie / es porque abrigo un poder no mío, me hice un laberinto y una sed / que nunca sacié...”), en las risas con los compas en El Pirata Bar, en un cigarro a medianoche acompañando el parpadeo de las luces de la ciudad, en un abrazo y otro y otro más y en la gente que llega y la gente que se va y en que al final la vida es esto: una canción de despedida, una voz rota que nos comparte un último canto.

Lázaro se despide, pero la gente clama por otra. Detrás del escenario Lázaro dice a sus compas “sí pero es que no sé cuál”, le da un trago a su whisky y en el camino encuentra la respuesta: “esta canción se la compuse a un hermano”, dice Lázaro antes de iniciar He visto demasiadas casas vacías en mi vida, el canto más limpio de Belmont, también uno de los más crudos, o mejor dicho, la voz de un alma que “nunca de los nuncas fue feliz”.



POR EL PASEO CONSTITUCIÓN Y EL CAFÉ MADRID. “NO ME DA LA GANA SER FELIZ”.

El centro de Durango es increíble. En sus museos hay pinturas de creadoras jóvenes con gran dominio conceptual y técnico; en sus calles encuentras librerías con joyitas a precios increíbles; en sus esquinas ves mujeres saxofonistas tocando improvisaciones. Pasan tantas cosas en lugares como éste los viernes por la tarde: una banda de música sube a un autobús hacia Zacatecas mientras un chico de 11 años le dice a su amigo “7 datos curiosos sobre Zacatecas: aquí matan gente”; un hombre que vende elotes pide un encendedor y luego le regala un vaso a quien se lo prestó; un guitarrista trata de parar un taxi para llevar una bocina a quien sabe dónde; un par de señores viejos platican en una banca sobre alguien que les hace falta; un señor repleto de collares y Tonayán lanza profecías; chicas con tatuajes en las piernas secretan algo al pasar frente a Catedral. ¡Es la vida manifestándose en su perpetuo caos!

Como bien me comentaron algunos de los nuevos amigos, el Café Madrid es un lugar muy curioso por el hecho de que no venden café, sino cerveza. El lugar tiene pinturas muy chidas en sus muros, un escenario bastante alto, rayones punks y un letrero parpadeante de Tecate. En el escenario un músico solista empieza a tocar temas clásicos de Los Beatles, The Who y de repente aparece The Man Who Sold The World en una versión impresionante por el parentesco de la voz que renace la canción del músico británico.

Pienso entonces en cómo Lázaro seguramente ha encontrado mucha inspiración en este bar, que ubicado en el centro del Paseo Constitución (una calle peatonal llena de vida y movimiento), permite sentir el pulso del centro de Durango. O quizás todo eso le viene en madres y solo le gusta venir a echarse un trago en soledad y pensar sus cosas: el suicidio, la muerte, su hijo, la música, la angustia, la nada.

Mientras bebo mi Corona y escucho al intérprete en el escenario vuelvo a las reflexiones con las que inicié este viaje. Tras varios días de navegar por esta ciudad, de conocer a algunos de sus actores culturales, rincones gastronómicos, músicos, museos y demás, me voy con la impresión de que Durango es una ciudad tranquila, plana, en apariencia sencilla, pero en el fondo compleja, que contiene esa contradicción de ser un lugar donde a la vez se puede tener mucho movimiento y mucha calma. Su ubicación geográfica lo hace a la par una ciudad “asilada” pero también un estado interseccional, con varias entidades de la república alrededor; punto para Lázaro cuando dice “No es cierto que una ciudad se ha alejado de otra tanto…”.

La realidad es que mi experiencia como foráneo-turista hasta ahora, si bien efímera, ha sido muy grata. Siento como si se tratase de una ciudad que te recibe con los brazos abiertos, donde puedes caminar a las dos de la mañana por las calles del centro borrachísimo sin ningún problema, comer rico en cada esquina, echarte un par de mezcales a precios increíbles y escuchar bandas independientes en varios bares locales. Cotorreando con la gente he escuchado todo tipo de historias; una que se me viene a la mente es la que me comentó Samuel Herrera anoche, sobre los rancheros haciendo disparos al aire en las quinceañeras y bautizos.

En la entidad parece haber una creciente escena musical, festivales de cine y pueblitos en los alrededores para visitar (por ejemplo, Nombre de Dios). Y bueno, también se dice por ahí que el crecimiento de la ciudad proviene del financiamiento del narco, que hay mucha raza loca que le pega al crico, que la cultura buchona está cada vez más presente, que el gobierno no apoya como debería a la cultura y al arte, que esto y aquello.

Como muchas ciudades con décadas detrás, Durango tiene la nostálgica integrada en varios lugares comunes como taxis, restaurantes, cantinas, parques y edificios viejos. También es verdad que es uno de los estados con mayor índice de suicidios. Tan solo en 2022 fueron más de 140, lo que equivaldría a por lo menos 10 suicidios por mes, la mayoría de jóvenes entre los 18 y 29 años. Según Lázaro, esto tiene que ver con una grave crisis de salud mental entre las juventudes, que desde temprana edad caen en vicios como el cristal.

Otros datos que rondan por el dicho popular es que el aislamiento no permite que entren tan fácilmente nuevas corrientes ideológicas, identidades y formas de ser, lo que mantiene una fuerte presencia de costumbres y estructuras conservadoras-tradicionales (por no decir cultos religiosos) que facilitan los abusos y represiones de todo tipo, abonando con ella a la crisis que atraviesan las juventudes. En fin, puede que las razones de tanto suicidio no las tengamos del todo claras, pero lo dicho por Lázaro en nuestra entrevista se sostiene: el entorno duranguense tiene a los suicidios como parte del ecosistema diario.

Traigo de vuelta las reflexiones con las que empecé esta crónica. ¿Qué tanto ha influido este lugar en la obra del autor? ¿Es este un estado tan triste, desolado y abandonado como Lázaro manifiesta, o más bien la angustia, melancolía y soledad habitan dentro del compositor? La verdad es que me voy con más dudas que respuestas, pero igual me atrevo a dejar por escrito algunas ideas.

Lo que sí podemos notar es que Durango tiene varios aspectos que fácilmente le pueden dar la categoría de ser un estado triste, una entidad donde se llegan a manifestar con gran profundidad los estados depresivos que llevan al suicidio. Sin embargo, también pienso que los sentimientos de soledad, aislamiento, melancolía, vacío y angustia existencial, tan presentes en la música de Lázaro, van más allá de este lugar, y son más bien el resultado de la propia biografía del autor, sumado a un modus existencial que los compositores de folk desarrollan tras mirar tan frecuentemente en el abismo.

La influencia recíproca entre Lázaro y Durango es clara, es un escenario de aires western que los vinculan de inmediato con autores como Johnny Cash, un lugar donde el suicidio está igual de presente en las noticias diarias como en la vida del compositor.

Sin embargo, pienso que Lázaro pudo haber nacido en algún otro rincón de México y seguiría manteniendo la esencia melancólica de su música: de una u otra manera habría encontrado su Belmont, ese destino donde las soledades se reúnen para beber y matar el tiempo. O quizás no, quizás, de haber nacido en Mérida o en Los Cabos, el autor nunca se habría enfrentado por tanto tiempo al abismo, y ahora no tendríamos tan buenas canciones para hacernos compañía en el día a día.

A Daniel Azdar, conocido como Lázaro Cristóbal Comala, le tocó nacer y forjarse aquí, en el triste estado de Durango. Ahora, queriéndolo o no, su música es una excusa perfecta para que los foráneos visitemos su ciudad que, al menos vista desde fuera, nos ha resultado un lugar no tan triste, sino lleno de vida, movimiento, fraternidad. Entiendo que “el pedo no es quien viene, sino quienes vamos”, pero bueno, mi estimado Lázaro, por aquí andamos dando un último trago de mezcal en tu rancho, para confirmar que No es cierto que nadie va a Durango.


PD: si usted quiere descubrir de primera mano cómo es este estado mexicano y formar su opinión al respecto, dese una vuelta cuando pueda por este bello destino mexicano; si no sabe por dónde empezar, pues empiece escuchando a Lázaro Cristobal.

PD2: Un agradecimiento especial a César Reséndiz, sin él este trabajo no habría sido posible. Gracias por darnos la oportunidad de hacer periodismo musical de calidad.

Sputnik Fanzine #03 para leer y descargar



Compartimos el tercer número de Sputnik Fanzine, publicación de arte y contracultura de libre distribución en la ciudad de Aguascalientes, con colaboraciones desde diversos puntos del país. Recuperemos la cultura del fanzine creando espacios comunitarios de difusión.

Una edición sumamente melancólica en donde reproducimos esta entrevista con el compositor mexicano Lázaro Cristóbal Comala, y compartimos el trabajo de artistas locales hidrocálidos que han llevado su trabajo y talento hasta el otro lado del Océano Atlántico en lo musical (Trailer) y lo gráfico-audiovisual (Nespy5€).

En la parte literaria el lanzamiento oficial del libro más reciente de Editorial Agujero de Gusano: 'Jauría de ángeles' del poeta Itzamatul Ikal, además de algunos poemas rabiosos de Marco A. Pérez.

Acompaña esta lectura con tres discos imprescindibles para oscurecer además de una playlist creada desde las entrañas de nuestro bar: Ummastalgia (disponible en Spotify).


¡Que viva México!: buenas actuaciones, poca crítica a la 4T



Cinetiketas | Jaime López |



Desde su primera secuencia, el nuevo proyecto filmico de Luis Estrada, "¡Que viva México!", trata de mofarse de la polarización que se vive en el país, pues confronta a pedantes burócratas enfundados en trajes de gala con dos personajes que están ataviados con indumentarias humildes.

En el enfrentamiento aludido, el cineasta echa mano de diálogos que nos recuerdan el actual contexto político, debido a que incluye términos como "fifís", un concepto que, en años recientes, ha sido promovido intensamente por el titular del ejecutivo federal, Andrés Manuel López Obrador.

Lo anterior podría ser el presagio de un discurso enérgico y contundente contra la gestión del político tabasqueño, que, sin lugar a dudas, no es santo de devoción de muchos sectores.

Sin embargo, "¡Que viva México!" no va más allá de las generalizaciones y señalamientos poco elaborados respecto al líder de las izquierdas mexicanas.

Es decir, Estrada no profundiza en su crítica o en las acusaciones hechas por la oposición acerca de que Obrador está convirtiendo a México en la nueva Venezuela o que tiene pensado reelegirse para perpetuar su proyecto político.

El "gag" más memorable contra la denominada Cuarta Transformación tiene que ver con el discurso enarbolado constantemente por el presidente de México, consistente en que su administración ha acabado con la corrupción de un día para otro.

De ahí en fuera, el argumento de la cinta está enfocado en burlarse de la población de a pie o los simpatizantes de Morena, es decir, el llamado "pueblo bueno".

Ello representa un arma de doble filo para la audiencia, debido a que puede acentuar los estereotipos relativos tanto a las clases marginadas como a las personas más acaudaladas.

De ese modo, "¡Que viva México!" muestra a la ciudadanía de escasos recursos como gandalla, vengativa, iletrada y ambiciosa, un enfoque que recuerda la visión clasista de Michel Franco en "Nuevo orden".

A pesar de lo anterior, así como de su excesiva duración (3 horas y 10 minutos) o su desabrido desenlace, el filme ha rebasado el millón de espectadores en las salas mexicanas, colocándolo como la segunda cinta nacional más exitosa en lo que va del año.

En cuanto a las interpretaciones, siempre es gozoso ver en pantalla grande a los ganadores del Ariel, Damián Alcázar y Joaquín Cosío, que en esta película dan vida a tres roles cada uno. No obstante, ninguno de ellos es inolvidable como ocurrió con el "Varguitas", de "La ley de Herodes" o "El Cochiloco", de "El infierno".

En contraste, Cuauhtli Jiménez y Mayra Hermosillo cautivan con sus roles de "Jacinta" y "Gloria", respectivamente, quizá porque aportan frescura y un gran "timing" a la trama.

Además, ambos personajes participan en escenas que hacen guiños a clásicos del séptimo arte nacional, por ejemplo, "El lugar sin límites", de Arturo Ripstein, o "El infierno", del propio Luis Estrada.

Cabe agregar que Hermosillo añade una sensualidad a flor de piel a su "Gloria", lo que probablemente le consiga algunas nominaciones en festivales o premiaciones.



Letrinas: Por una cabeza



Por una cabeza
Samanta Galán Villa

Hace frío. Al lado de mí alguien llora. Sus gritos me aturden. No me importa lo que le hacen, pero sé que me tocará recibir exactamente lo mismo. Es el lugar sin límites. Está sitiado por barrotes, dividido por celdas, apartados del mundo porque hicimos algo mal, algo prohibido socialmente y aquí adentro pasa todo lo prohibido, pero peor.

Sé que los gritos que escucho de pronto cambiarán de tonada, subir y bajar. Como cuando me rasuro todas las mañanas y subo y bajo el rastrillo por toda la cara llena de pelo hasta que queda limpia y me veo más joven.

Él, me acuerdo, tenía la cara llena de pelo. Mina, quisiera que estuvieras aquí conmigo. No. Quisiera estar lejos de aquí contigo, en otro lugar. Me gustaría regresar a esa mañana en la que me dijiste que te acompañara al monte porque querías enseñarme algo.

Qué contento me puse. Pensé: al fin se me hizo con esta. Perdón que te dijera “esta”, pero aquí, en una celda mientras los gritos del de al lado se elevan cada vez más y luego se atraganta con algo que meten a su boca e imaginar que ya pronto es mi turno me da el valor de decirte que esa vez te dije “esta”.

Fuimos al monte y yo me iba aguantando las ganas de acariciarte las nalgas que temblaban detrás de la tela de tu vestido o de meter mis dedos en tu cabello largo, negro y lacio. El olor de la tierra recién labrada y también a quemado por el tiempo de siembra hinchando los pulmones. Nos van a ver, Mina, te dije. Hay que buscar un árbol frondoso.

Cállate y no digas nada, ya casi llegamos.

La rama entró por debajo del lóbulo de la oreja izquierda y salió en la coronilla del cráneo. Los ojos abiertos mirando al cielo que apenas empezaba a volverse azul. La sangre en el cuello coagulada. La cara llena de pelos, como si no se hubiera rasurado todas las mañanas, moviendo la mano arriba y abajo, así, así hasta quedar limpio como la cara de un muñeco de aparador.

¿Sabes quién es? Preguntaste. No, respondí. Me hubiera gustado decir más, decirte Mina, que me había hipnotizado el color rojo alrededor del cuello, viscoso y brillante. No había salido el sol, pero brillaba. La cabeza de un extraño colgada en la rama de un árbol como una manzana. Como un fruto cualquiera.

Entonces dejé de pensar en las formas de tu cuerpo, en el peso exacto de tus tetas en mis manos. No podía dejar de ver al desconocido, a las moscas en las fosas nasales, que se arremolinaban en el cuello cercenado.

¿Qué hacemos? ¿Le avisamos a la policía?

No. Hay que llevarla a mi casa.

¿Por qué? ¿Para qué quieres una cabeza en tu casa?

Mina, esas cosas no se preguntan. Uno no sabe por qué de pronto un día aparece una cabeza colgada de la rama de un árbol con el mismo resplandor de una estrella y tiene los ojos mirando hacia arriba como quien está harto de vivir y ruega un descanso. Uno no sabe por qué de pronto tiene la necesidad de descolgar la cabeza igual que con un fruto maduro y jugoso que ya está listo para comerse y la quita con cuidado para que no se desbarate y se convierte a partir de entonces en su posesión más sagrada. Uno no lo sabe. Yo no lo sé explicar.

Ya con la cabeza en las manos me miraste como si el aparecido fuera yo, como si me desconocieras. Te pedí que no le dijeras a nadie y respondiste que sí con un movimiento. Ya no quisiste hablar. ¿Te arrancaste la lengua Mina? ¿Tu boca se convirtió en una cueva oscura a la que nunca toca la luz?

Mina, los gritos de al lado, son insoportables. Tú no podías soportarlos y tampoco las risas de los otros presos que se divierten con los que acaban de llegar a la prisión. Qué frío. Los dientes me castañean y casi puedo olvidarme de que en poco tiempo se van a aburrir de esa víctima y será mi turno.

Llegué a mi casa corriendo y puse la cabeza, no la mía sino la del desconocido, en una caja de cartón. Atrapó mis ojos. Todo alrededor se volvió borroso y también dentro de mí. Me costaba trabajo recordarte, Mina. ¿Cómo es que te llamas? Mina. Guillermina. Sólo podía recordar el nombre sin una cara porque la cara del desconocido se convirtió en la cara de todo el mundo.

Inventé historias sobre él. ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Por qué le cortaron la cabeza y la colgaron de un árbol? El desconocido es mi hermano Luis que desapareció hace muchos años cuando intentó fugarse a Estados Unidos con su novia y nunca los volvieron a ver. No es cierto, es mi papá: Un jornalero que sembraba maíz en los tiempos de lluvia. Madrugaba con el sol y regresaba hasta tarde, pero un día sólo volvió su cuerpo caminando sin orientación. Nunca encontramos la cabeza, pero mi papá sí encontró la forma de seguir trabajando de todos modos.

 La cabeza eres tú, Mina. Somos todos.

El desconocido, igual que yo, fue cambiando con el tiempo. No te imaginas cómo se transforma el ser humano después de la muerte. La piel, Mina, se pone verde, se pone azul y luego negra. Huele mal. A otro mundo y a un aire que sólo puede respirarse por los que ya caminan en los infiernos. Los gusanos y moscas que atrae la podredumbre son imparables, pero yo me acostumbré al ruido del revoloteo de los insectos necrófagos.

Es fácil hablar con alguien cuando sabes que nunca lo volverás a ver. Que está desapareciendo. Le dije al desconocido todos mis secretos. Por ejemplo, que tú, Mina, eres la mujer que más he querido. Que te llamas Guillermina y que te llevaré a otras tierras para regalarte campos donde el trigo aun sea verde.

Le dije que yo también estaba harto de la vida y que se comienza a notar en la piel manchada por el sol y en las costillas que se asoman encima de la ropa. Le dije: No sabes la suerte que tienes de estar lejos de aquí y estar aquí al mismo tiempo. ¿Los muertos son los únicos que pueden habitar dos dimensiones?

1,2,3,4,5,6,7,8,9,10…¿Cuántos días estuvimos juntos? No lo sé Mina, sólo puedo decirte que contemplar la cabeza me robó el tiempo y las ganas de trabajar, de comer y hasta de citarte en el cerro para levantarte el vestido y clavarte contra un árbol.

11,12 o13 días más tardaron en llamar a la puerta y preguntarme si estaba bien, si había alguien adentro y que si no respondía iban a tirar la puerta. La tiraron. Me encontraron a mí con una cabeza descarnada en una caja de cartón oliendo a diablos. Oliendo a muerte.

¿Cómo lo mataste? ¿Por qué? ¿Qué te llevó a cortarle la cabeza a este desconocido y dónde dejaste el cuerpo?

No sé, no sé. Él no es un desconocido. Es mi amigo. Él me conoce mejor que nadie. Por favor no se lo lleven. Por favor déjenme aquí.

Me acusaron de homicidio, Mina. Ho-mi-ci-dio. Qué palabra más triste. Mina, no te olvides de decirles que yo no maté a nadie. Cuéntales que tú fuiste quien me llevó al monte, tú fuiste la que me dio a comer del fruto prohibido en el Jardín.

Pasos en el corredor. Pasos que vienen a mí. Pasos que se detienen en la celda. Mina, ya vienen. Mina, dime algo y tal vez logre escucharte. Mina, llévale flores a mi amigo en su mausoleo que tiene la leyenda “Aquí descansa la cabeza de un desconocido, asesinado por un criminal”.

La reja se abre. Ellos entran. El aire que entra en mi pecho duele.

La reja se cierra.





Samanta Galán Villa (Moroleón, Guanajuato,1991) textos suyos se publicaron en medios como la Revista Pez Banana, Revista Estrépito, Sputnik, Neotraba, Monolito, Low-fi ardentía y en el periódico oaxaqueño El Imparcial. Actualmente, lleva un diplomado en Literaria, Centro Mexicano de Escritores y forma parte del taller de novela corta del escritor Eugenio Partida. Recientemente se publicó su primer libro de cuentos 'Amorfismos' (2022), con editorial La Tinta del Silencio.

El sinsentido en el cine de los Hermanos Coen




Jorge Tadeo Vargas |

 

“Afortunadamente estamos libres del proceso de desarrollo y del proceso de realización de la película del comité de Hollywood. Ellos entienden que si van a hacer una película con nosotros, nos dejarán hacerla a nuestra manera.”
Joel Coen

 

Para intentar entender el cine de los Hermanos Coen tenemos que ver sus orígenes, de donde vienen y quienes son. Son un par de hermanos judíos que no cumplen con el cliché que por años Hollywood ha perpetuado y nos ha vendido. Sí son judíos, pero son originarios de Minnesota, es decir de esa región que se le conoce como el “Midwest” norteamericano, lo que de entrada los convierte en “outsiders” en la industria cinematográfica que suele concentrarse en dos grandes ciudades como son Los Ángeles, California y New York, NY, aunque el mayor dominio se dé en la ciudad californiana, desde los inicios del cine norteamericano.

Desde esa visión del “Midwest” de ver y vivir la vida es que estos dos hermanos, uno graduado de la escuela de cine y otro de la de filosofía, es lo que les permitió que sus historias se vayan contando desde lo absurdo, desde el sinsentido como eje rector y la principal característica de sus películas.

Pertenecientes a una generación de cineastas que a finales de la década de los ochenta y gran parte de los noventa, supieron mantener su trabajo en la línea fronteriza de la independencia y la industria cinematográfica. Esta generación donde hay nombres como Richard Linklater, Quentin Tarantino, Kevin Smith, PT Anderson entre muchos otros que se permitieron con su arte hacer un cuestionamiento al sistema, a la forma de vida occidental que nos impone una forma única de pensar y de actuar.

Con esto me refiero a que no importa de qué lado de la moneda ideológica nos toque estar, al final la forma de pensar, que se nos dicta es única y autoritaria. Contra todo ello es que se rebelaba esta generación de cineastas a la que pertenecen los Coen, evidenciando el vacío de las estructuras tanto sociales, políticas y/o culturales, principalmente en el mundo occidental y la hegemonía e influencia que se tiene a nivel global.

Esta crítica al sistema y sus estructuras permea mucho en la construcción de los distintos géneros cinematográficos que están presentes en la obra de los Coen y esto lo hacen desde una profunda conciencia histórica, la cual juega en papel muy importante en la mayoría de sus películas, así como el absurdo que también tiene un papel importantísimo en la elaboración de los personajes, con lo que convierten su obra en un homenaje, una burla, una apropiación, un retrato de su idea de deconstruir y visualizar estos géneros, como la comedia romántica, el western, el noir.

En Blood Simple (1985) ya comenzaban a perfilar esas ideas narrativas con mucha influencia de la literatura, algo que continúan haciendo en toda su obra, a la par de el sinsentido y la deconstrucción del género o de los géneros más representativos del cine norteamericano. Blood Simple encaja dentro del noir, neo-noir, para ser más específicos, donde el humor absurdo y situaciones sin lógica van comenzando a desarrollarse logrando construir una mejor historia con su segundo largometraje Raising Arizona (1987), una comedia absurda, con gags y momentos que parecen ser un homenaje a los grandes comediantes de inicios del cine. Con esta película es que comienzan a perfilar, esa relación orgánica y sinérgica que tienen para ellos las imágenes y la música.

Con Miller's Crossing (1990) regresan al género neo-noir, esta vez desde una historia de gánsteres pero con una construcción de personajes alejados del cliché que en ese momento era el predominante en el cine de este subgénero liderado por Coppola y Scorsese.

Aquí ellos toman como base las novelas de Dashiell Hammett para darle una perspectiva distinta al género. A pesar de que en la taquilla no le fue nada bien, tampoco con mucha de la crítica; y es que se estrenó a la par de Goodfellas de Scorsese y Godfather II de Coppola, pero con el paso de los años, Miller's Crossing se ha consolidado como una película que rompe con estereotipos, que va más allá de lo que se puede esperar del género y nos da una de los historia de gánsteres mejor trabajadas.

Un año después presentan Barton Fink (1991), película que les da el reconocimiento internacional al ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes como mejor película, mejor guion y mejor actuación a John Turturro, además reciben sus primeras nominaciones a los Premios Oscar.

Basada en una época fetiche para los Coen como son los años previos, durante y posteriores a la gran depresión, desde la construcción del monopolio en que se convirtió Hollywood, cuenta la historia de un personaje que intenta encajar en la maquila del cine, a la par de que van desarrollando una serie de personajes secundarios y antagónicos muy interesantes, como lo es el que personifica John Goodman en una de sus mejores actuaciones. Mucho se ha hablado de una secuela, que al final sabemos que no llegará, al menos no de la mano de los hermanos.

Con The Hodsucker Proxy (1994) se mantienen en la época de la gran depresión y con una comedia absurda y sinsentido hacen una crítica al sistema económico capitalista que engulle a las personas hasta llevarlas al límite. Si bien, esta es una de las películas menos “exitosas” de los hermanos Coen en la taquilla y en premios, la crítica la trató bien. Es posiblemente una de las menos conocidas pero queda la actuación de Tim Robbins como alguien del Midwest” que intenta vender una idea en Wall Street. La crítica al capitalismo en The Hodsucker Proxy cobra mayor relevancia en estos días.

Fargo (1996) los regresa al camino del éxito, eso sí, sin cambiar un mínimo su forma de contar historias para convertirse en directores exitosos tanto con la crítica como en taquilla al conseguir y ganar varios premios alrededor del mundo. Regresan al neo-noir y juegan un poco con el humor negro y esa pasión por la literatura, construyen una historia tan sólida que permitió incluso un spin-off como serie que duró tres temporadas, manteniendo ese estilo sobrio y elegante, lleno de sinsentidos absurdos.

Los Coen se han caracterizado por llevar a la comedia a nuevos derroteros, dotándola de cierta inteligencia sin caer en superioridad moral; sus personajes van caminando por situaciones que de la forma en que son narradas y/o construidas pierden toda solemnidad. Es el caso de The Big Lebowski (1998) que con una historia muy sencilla, que podríamos catalogar dentro del género neo-noir, nos da una comedia negra, llena de situaciones hilarantes, absurdas, ilógicas. El éxito de esta película se puede medir más allá de la taquilla o de la crítica, su verdadera influencia en la cultura pop, es que año tras año desde 1999, se organiza un festival en su honor, aunque se suspendió en pandemia y no se sabe si regresará, sin embargo habla de la gran influencia de esta película. Ni qué decir del impecable soundtrack que va desde Bob Dylan hasta los Gipsy Kings.

En O Brother Where Art Thou? (2000) toman un arriesgado camino y le dan un papel protagónico a la historia y a la música (histórica). Basándose en la Odisea de Homero, nos llevan por un recorrido de la América Profunda en años de la gran depresión (su época fetiche), convirtiendo la película en todo un documento histórico y de recuperación de la memoria sin perder un ápice de lo que estos hermanos nos tienen acostumbrados con el sinsentido, lo absurdo y esa forma de tejer los hilos entre personajes y situaciones.

El trabajo de rescate musical que hace T Bone Burnett, su compositor musical de cabecera, merece un reconocimiento aparte pues permitió que mucha música de la América Profunda fuera reconocida a nivel mundial. Canciones que tienen más de cien años.

El inicio de siglo estuvo marcado por lo que considero un bajo en la calidad cinematográfica de estos hermanos; si bien The Man Who Wasn't There (2001) es una película arriesgada, elegante, muy bien contada, no tuvo el impacto que tuvieron las demás. Lo mismo paso con Intolerable Cruelty (2003), un intento de comedia romántica que a pesar o por culpa de los protagonistas, no logró cerrar el círculo quedándose como un intento de deconstrucción del género. Lo mismo pasa con la adaptación de la película inglesa de 1955, The Ladykillers que aunque tiene una historia muy buena, no termina de cuajar.

En 2007 con la adaptación de la novela No Country For Old Men de Cormac McCarthy retoman el camino y combinando de forma excepcional el western con el neo-noir logran la que para muchos es su mejor película. Aunque la adaptación es bastante libre, es la forma que ellos tienen para trabajar la literatura, algo que está presente en todas sus películas. No Country For Old Men los pone de vuelta en el grupo de directores premiados que, aunque el reconocimiento no es importante para ellos, les da una plataforma para que su cine escale más allá de la industria y de la independencia.

Las películas de los hermanos Coen manejan un gran número de líneas narrativas, donde muchas veces el protagonista pierde el peso de toda la historia, eso no es malo, pero a veces como en el caso de Burn After Reading (2008) juega en su contra y una buena historia se ve rebasada. Aunque no sucede lo mismo con Hail Caesar! (2016), con la que sí lo logran, haciendo una crítica al Macartismo y su lista negra.

Con Inside Llewyn Davis (2013) y A Seriuos Man (2009) hacen un poco de metaficción tomando la biografía como parte de la historia. Inside Llewyn Davis hace un recorrido por la década de los sesenta, la música folk (de nuevo el soundtrack es fundamental) y mucho absurdo, falta de lógica y humor negro. A Seriuos Man arma un diálogo para ellos mismos burlándose del cliché judío, a la par que lo reconoce y construye una historia que en muchos momentos parece ser algo personal, íntima. Es posiblemente la película menos comprendida de los hermanos.

De la misma forma con True Grit (2010) y The Ballad of Buster Scruggs (2018) siguen con la deconstrucción de unos de los géneros favoritos de Estados Unidos. En la primera construyendo un antihéroe muy alejado de lo que vemos en el western clásico y la segunda tiene muchos guiños a la literatura con una serie de historias sin relación que en palabras de ellos les costó veinticinco años escribir, y que es el último trabajo a la fecha que han realizado juntos, declarando que esa relación ya se terminó. Eso no significa que han dejado de trabajar, Joel filmó en 2021 The Tragedy of Macbeth mientras que Ethan en 2022 dirigió Jerry Lee Lewis: Trouble in Mind, las cuales mantienen su estilo absurdo pero no alcanzan ese punto perfecto que lograron en sus trabajos en conjunto.

Una de las ideas permanentes en el cine de los hermanos Coen es la de convertir la literatura en arte visual, ponerle movimiento a las palabras, eso se percibe en cada una de sus películas, así como las múltiples referencias a cuentos, novelas, poemas, escritores que les abren un universo de posibilidades y mayor libertad a la hora de trabajar e ir creando sus personajes desde el sinsentido desde donde lo construyen.

La frivolidad y la profundidad son parte de su cine y una forma de ir presentando la realidad que vivimos desde lo hilarante, el absurdo mayor de estar vivos a pesar de todo lo que nos rodea.


Desde el exilio en Ankh-Morpork

Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

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