Iván García y Los Yonkis: componiendo la vida desde el underground poblano


Iván Gutiérrez | Foto: Gema Moreno |


Si uno deambula por el centro de Puebla y tiene la suerte de llegar a la cantina correcta, es probable que entre letras, callejones y mezcales se encuentre a Iván García, músico poblano que tras varios años de practicar el arte de crear canciones ha logrado perfeccionar la composición de relatos de folk, hermanando la poesía y la música en una decena de canciones que hablan de todo un poco: el amor, la muerte, los amigos, la ciudad, la música, el underground, la soledad. Prepárese un buen trago y adéntrese con nosotros por los recovecos de este gran compositor y su full band Los Yonkis.

 

¿Si tuvieras que tomarte un último trago, éste sería de mezcal, whisky, ron, tequila o cerveza?

Difícil decisión… yo creo que me tomaría un vodka tonic.

Hacemos esta entrevista desde Baja California. Si tuvieras que presentarte con la banda de por acá, ¿cómo lo harías? ¿Quién es Iván García, qué hace, a qué se dedica?

Les diría que soy un cantautor con casi 15 años de trabajo. Me identifico como un cantautor alternativo, en el sentido de que he ahondado en muchos estilos del lado de la música alternativa, abarcando desde el rock clásico hasta psychobilly, new-wave, post-punk. Tenemos tres discos con grabaciones que se han concentrado más en el folk, que es el género que más me gusta. Yo empecé haciendo rolas por Bob Dylan, ya después me entró lo más oscuro.

¿Cómo empezaste en el arte de hacer canciones?

Tenía una guitarra… y aprendí a tocar con cancioneros. A pesar de que estudié en el Conservatorio de Música de Puebla, cursé un año de guitarra, y nunca lo aprobé. Es una escuela muy ortodoxa, dirigido a entender la música académica, no hay nada de armonía moderna ni de composición. Estuve ahí, aprendí a solfear, y la guitarra la aprendí a tocar con los cancioneros que vendían en los puestos de periódicos. Entonces empecé a imitar armonías que veía eran constantes en las canciones populares, y les empecé a poner letra.

También me adentré en la canción de autor, con Luis Eduardo Aute o Serrat, pero nunca me encantó este lado de la trova, me caía muy gordo. Entonces conocí al cantautor Carlos Arellano, de aquí de Puebla, nos hicimos amigos por nuestro gusto común por Dylan, y empecé a experimentar más con este tipo de letras que hablaran más de la cotidianidad, de la calle, sin caer en lo urbano, que es más crónica. Más bien una cuestión intimista, inspirado por músicos como Tom Waits, Leonard Cohen.  

¿Cómo surgió la idea del álbum de X?

Es un disco que festeja los diez años de la banda, pero llegó pandemia y se retrasó su lanzamiento. La idea nació porque amigos, colegas, me decían “me hubiera gustado componer esta rola o grabar una versión”, y dije bueno para el festejo vamos a hacer eso: que cada quien se aviente su versión. Es una selección en su mayoría poblana, pero también hay otros amigos foráneos como Gerardo Peña, Lázaro Cristóbal, Paulo Piña y otros más.

Me parece fantástico que hayan reunido a diferentes intérpretes y bandas y que cada uno logré ponerle su sello característico a cada canción. ¿Tenías en mente eso?

Creo que este álbum habla de la versatilidad que tienen mis canciones. Hay composiciones que muchas suceden en mi cabeza, y a la hora de materializarlas, no suenan como uno cree. Por eso es muy importante esta onda de la producción, que igual como artistas independientes muchas veces carecemos de recursos para lograrlo, tenemos que ingeniárnosla. En el caso de X, hay canciones que son más parecidas a lo que tenía en mi mente que lo que salió en algún momento, y otras que le dieron completamente la vuelta a la canción. Esa es la belleza de la canción, que puede ir para muchos lados.

Me parece que todas las grabaciones en ese álbum lograron ponerle ese toque de inspiración para querer cantar las canciones, ¿desde que escribiste estas rolas tenías ese efecto en mente, o fue algo que se dio, digamos, por sí solo?

Es parte de mi sello, mis canciones tienen una estructura popular, muy pop. Hace poco toqué en Ciudad de México, y me fue a visitar un querido amigo, Perasalolmo (Andy Mountains), y me dice “tú no haces rolas, haces himnos”. Y no lo digo exaltándome, es algo que me han dicho mucho, porque la gente los hace suyos, y hago coros para cantarse, que hace que los conciertos sean tan lúdicos.

La melodía de 'Panteón' me parece genial, como que te adentra en esa sensación de melancolía desde los primeros segundos de la canción. La letra a su vez es increíble, tiene sus momentos de vida y muerte, ¿cómo y cuándo nace 'Panteón'?

Hasta hace unos años componía solo con resaca, me daba una lucidez maravillosa, entre botellas, hambriento, sediento, ceniceros llenos. Panteón nace de esas vivencias, habla de un estilo de vida hedonista y destructivo.

La muerte es algo muy presente en tus canciones, me imagino por tu coincidencia con autores de literatura y filosofía existencial, ¿qué es lo que más te llama la atención de este tema?


Son los tópicos más comunes de la literatura. Toda la vida me ha gustado leer, y nunca lo he hecho por lampareo, es un gusto que tengo, y en la literatura esos son los tópicos que más he encontrado, el amor, la muerte… los aspectos sociales, aunque ese lado siempre me ha fallado. Esto no quiere decir que no tenga una postura política, pero siempre he pensado que es complicadísimo escribir canciones sociales, muy complicado no caer en lo panfletario.

A pesar de no meterte mucho en lo social, tienes esta canción de “La Resistencia”…

Es una canción inédita, nunca la he grabado, sólo existe en X. Los compas de Rockercoatl, mitad tlaxcaltecas y mitad poblanos, tienen una banda de metal en náhuatl. El acordeonista toca conmigo y cuando escuchó esta canción me dijo, “oye, por qué no nos das esa rola…” y le dije va, claro, y quedó en este disco.

Tengo otra social que se llama “En algún lugar del cielo”, en el Sal Paraíso, dedicada a los desaparecidos. Pero sí me cuesta mucho, admiro a gente que lo hace maravillosamente, como León Chávez Teixeiro, o por ahí Israel Belafonte me parece que tiene rolas muy chingonas.

Hablemos de Ciudad Soledad, esta contradicción urbana, ¿para quién fue compuesta esta canción, para quién es esta invitación?

Para mí es un tema muy común hablar de mi ciudad, porque estoy muy enamorado de ella. Entonces es una frase que digo mucho, porque mis amigos se enamoran de su tranquilidad, su gastronomía, su clima, y siempre me dicen “me gustaría vivir en Puebla”… y les digo “ven a vivir en Puebla”, es un cliché mío, invitarlos.

Esta canción sale a media pandemia, salía a ver a una amiga, me iba en mi moto cruzando la ciudad y era maravilloso, espeluznante y poético, no había nadie en el centro… era hermoso, y se me ocurrió esa frase.

¿La frase “por el amor de mi parvada he terminado enjaulado” es ficción o no ficción?

Todos hemos tenido ese lado oscuro… pasaron varias veces por diferentes situaciones, es parte de lo emocionante que es vivir, de romper las reglas… Nunca me imagino haber sido una persona muy en el “statu quo”, siempre fui un tipo raro, como dice la rola, me he metido y me sigo metiendo en problemas, la vida contracultural.

¿Qué opinas del fenómeno contracultural en los tiempos posmodernos?

Es muy complejo, nos daría para un debate. Ahorita con todo este rollo del reguetón y los corridos tumbados, es complicado saber qué es la contracultura, porque si bien es cierto que estos géneros hablan de temas que eran tabú, como el sexo, la violencia, y que ellos los están sacando de donde estaban escondidos, también es verdad que es música de establishment.

Tú pasas por una construcción y los albañiles están oyendo a Peso Pluma, pero también los chavos fresas de Angelópolis lo escuchan, es la música que se oye en todos lados. Entonces no sé si eso sea contracultural, porque está establecido, está de moda, su nivel de masificación es devastador… pero en cuanto a temas puede que sí guiñen con lo contracultural. Es complicado, como te digo, un tema que hay que platicarlo con unos tragos.

¿Hubo un tema que fuera tu favorito de este álbum?

Hay varios, para mí todos tienen una aportación magnífica. Hay unos que me llegan ahorita de rápido, diría que Panteón la versión de Sinuhé García, me parece propositiva, porque habla de esa otra parte de la canción, porque la rola habla de los excesos del lado festivo, cuando en realidad también hay una cruda moral, que es como esa parte que versionó Sinuhé. La de Grito, en versión ska de Los Marginados, me parece sensacional, está chido porque están dando la canción a conocer. Obviamente todas las canciones me gustan, son mis hijos, pocas mamás dicen que sus hijos son feos; en mi caso igual, todas las veo hermosas. 


¿Por qué la frase “si un día pretendes escribir, entre lobos tendrás que vivir”, en la canción de Ajedrez?

Creo poco en los escritores de escritorio, creo más en los escritores vivenciales. Alguna vez pensaba en un cuento de Vargas Llosa, “Los Cachorros”, que habla sobre la onda de los rebeldes sin causa, los 50s, y nunca se la creí.

Creo que es importante eso, que las canciones tengan óxido, víscera, por lo menos hacerle como Solá, que se iba a las cantinas a escuchar de qué hablaba la gente. De eso trata ese verso, de que hay que vivir para escribir.

¿Qué viene para Iván García?

Estoy pasando por una situación de análisis… ya tengo escrito todo el próximo álbum, tengo ya los músicos… estoy en la parte de entender cómo lo vamos a producir, de qué manera le vamos a dar ese sonido que traigo en la cabeza. Es un disco complicado para estos nuevos estándares comerciales, pero me parece que, como te digo, siempre me ha gustado ser propositivo en este lado de hacer lo incorrecto: soy un necio y lo voy a publicar así como lo tengo en la cabeza.

Estoy en esa parte, donde ya estoy dando últimas pinceladas, de a diario lo toco, de a diario me gusta, es una lista muy larga donde tengo que hacer la selección. Espero que ahora que vea a todos mis carnales en el Festival Resistencia, puedan ayudarme a elegir y a resolver un poco esto que tengo en la cabeza. Creo que siempre, siempre hay que ayudarnos con los amigos, sobre todo gente con la que te sientes identificado musicalmente.

Dos cosas que te gusten y que no te gusten de Puebla

Me encanta el centro, arquitectónicamente es bellísimo, he andado en muchos centros borracho de noche, y ninguno tan maravilloso como el de Puebla. Otra cosa que me gusta son los tacos árabes, es mi comida favorita, es un taco delicioso y aparte es el papá de los tacos al pastor.  

No me gusta todavía este apego tan grande que tiene el poblano a la religión, son ultra católicos, son de derecha, conservadores. Otra es… esto del público poblano, es complicado, no es como el público de otras ciudades que se parten la madre por su escena contracultural, aquí está muy segmentado y aparte no son tan apasionados. Sí hay banda, hay público acérrimo, pero, por ejemplo, en Ciudad de México hay una pasión por la música de otro tenor. Aquí en Puebla la hay, pero no a esas magnitudes, somos más parcos, tibios…

Si Iván García fuera una película, ¿cuál crees que sería el género y de qué trataría la trama?

Me gusta mucho el terror, pero por lo cursi y romántico que soy, me gustaría ser una película de Jim Jarmusch, algo en blanco y negro, que tenga tragos, taxis, ciudad, y algo terrorífico por ahí, algo de novela negra.


Letrinas: Post-Estridentismo



Post-Estridentismo


Alejandro Barrón

 



En Reforma, casi llegando a Bucareli,
hay un teléfono público
-sin auricular / lo han arrancado brutalmente-
con un mensaje escrito muy grande a rotulador:
QUITEN ESTE ESTORBO


¿Quién escucha la radio?
Los habitantes del Panteón de Dolores


¿Quién mira la TV?
Los foros están vacíos, desmantelados
las risas enlatadas duermen su justo
descanso rellenando algún parque de Ciudad Neza
acompañadas por manos huesudas de cadáveres desconocidos
traídos desde los derrumbes de la memoria


Los hilos del telégrafo fueron cortados, amontonados
en la bodega polvorienta de un edificio del Centro
que se derrumbó durante el terremoto del 85,
o que fue demolido después del terremoto del 85,
o que no se derrumbó ni fue demolido, y fue seccionado,
y alberga en sus entrañas un pasaje comercial,
o consultorios, u oficinas, o habitaciones improvisadas para
organilleros, vendedores callejeros de libros y asesinos solitarios


¿Quién escribe cartas?
Maples Arce, Vela y List Arzubide hace mucho tiempo que
ya no andan incendiando las calles


Bolaño y Santiago Papasquiaro, tampoco:
A Papasquiaro lo atropellaron y
a Bolaño le debemos un hígado


En una barda de Copilco alguien escribió:
LA DECADENCIA JAMÁS PASARÁ DE MODA
y luego se tiró de un puente


¿Quién lee los periódicos?
¿Adónde se fueron los voceadores?
manos marchitas manchadas de tinta


De vez en cuando gente anónima deja
ramos de flores a medio marchitar,
a un lado de cualquier carretera solitaria de Sonora,
en memoria de Cesárea Tinajero y de Nellie Campobello


De madrugada la voz del Gallo de Oro
suena en alguna lejana e infecta bodega fronteriza y
retiembla en sus centros la tierra


[La ciudad es otra
la ciudad tiene vida propia
la ciudad sucumbe
muere y renace a diario,
con cada semáforo en verde


El ruido está adentro
viene de abajo
y
explota ruge grita
su algarabía es lavada por la lluvia
el agua moja los cables chamuscados
del vagón del metro inservible
convertido en chatarra por
el último estallido


Sus fantasmas piden una moneda
en cada esquina
para comprarse un café
y un boleto de trolebús
para volver a los sitios
a los que nunca pertenecieron]


El local donde estaba el Café de Nadie
es ahora un restaurante de hamburguesas
que sólo alimenta al monstruo gentrificador


Quetzalcóatl viaja en metro y
en horas pico


Las cenizas de Cantinflas llevan años
fugándose por un orificio de su urna apolillada
dentro de aquella cripta imponente
que nos sobrevivirá a todos;
los bustos de bronce de Pedro Infante y de María Félix
han sido robados o han tratado de ser robados de sus tumbas
para ser vendidos por kilo


La Llorona viaja en el último pesero exhausta
no le da la no-vida para andar apareciéndose
en tantos videos virales


Tanto temblor algún día hará emerger
de sus clandestinas fosas
todas las pirámides
todos los adoratorios
todos los dioses
-todos los cráneos atravesados por obsidiana o arcabuz-
gloriosos habitantes de la vieja ciudad
cuyo corazón
late más fuerte que nunca.


El mole de guajolote hace mucho que se enfrío y
se echó a perder,
pero ahí están las Kekas de Doña Mary,
en República de Brasil esquina con República de Cuba,
que no se rajan.


                                                                     OK Google.

 


Donostia-San Sebastián, abril de 2023

 

 

 

 

 

Alejandro Barrón (Tepic, Nayarit, 1987) es narrador, poeta y editor. Estudió Comunicación. Ha publicado las plaquettes de microrrelatos Patrañas (2014), Desquiciados (2016) y Mozalbetes (2017), así como los libros de narrativa breve Pinche Malena (2016) y Tragedia en cinco actos (2018) e Inventario de máquinas inútiles (2021). Su trabajo narrativo y poético ha sido difundido a través de antologías, revistas, diarios y sitios electrónicos de México, Chile, Perú, Colombia y España, tales como Letralia, Elipsis, Playboy México, Punto en línea (UNAM), Diario Sur de Málaga, Papenfuss, Brevilla, La Vanguardia, Letras de Chile, Plesiosaurio, El Espectador y Estación Poesía (Universidad de Sevilla). Como editor ha creado e impulsado las plataformas editores suicidas y BUCARELI, las cuales están enfocadas en la difusión de autores noveles. En 2018, tras residir más de siete años en la Ciudad de México, decidió mudarse al País Vasco.

Sobre el primer aniversario de La Perlita y la estética relacional de Nicolas Bourriaud


Iván García Mora | Fotos: Omar Delgado | 

 

La forma de la obra contemporánea se extiende más allá de su forma material: es una amalgama, un principio aglutinante dinámico. Una obra de arte es un punto sobre una línea. (Nicolas Bourriaud).

 

La Perlita, antes que cualquier cosa, es un punto sobre una línea.

             Una obra de arte creada por Daniela Villa Cantú y Daniela D’Acosta. Porque la gestión cultural también es un acto creativo. Gestionar un espacio es crear las condiciones para que otrxs se relacionen. Aglutinar instintos y percepciones que se traducen en “obra”.

              Y estar frente a la obra de arte nos convierte en parte de ella.

              Danzantes que narran con el cuerpo, artistas plásticos que narran con pinturas e instalaciones, músicos que narran con el sonido; todxs ellxs, junto al público que les presta atención, son el glóbulo nacarado que da vida a La Perlita.

              Un espacio para imaginar.

              Un parque de diversiones para artistas,

              ubicado en el centro de Ensenada.

 

…la obra suscita encuentros y da citas, administra su propia temporalidad. (Nicolas Bourriaud).

 

Un año de vida para un espacio cultural es un alivio.

              Aire fresco y sombra

              bajo el sol quemante del capitalismo.

              Toda obra de arte es nuestra mente extendida a la materialidad.

              La imaginación vive afuera.

              En este año, el dúo de Danielas imaginaron a La Perlita como fabrica de creación, galería, venue para conciertos, escenario para teatrerxs, restaurante, bar.

              Su mutabilidad es su fuerza. Sus ganas de albergar.

              “La poesía es la continuación de la infancia por otros medios”, nos dice María Negroni. Un verso/armadura que le cabe a todxs lxs artistas, incluyendo a lxs gestores culturales.

              Celebrar el primer año de La Perlita significa celebrar el juego eterno. Es entender que al arte es arena para todxs, espuma para todxs, oleaje para todxs, fiesta para todxs.

 

Dicho de otra manera, lo que el artista produce en primer lugar son relaciones entre las personas y el mundo. (Nicolas Bourriaud)

 

La fiesta de cumpleaños por el 1er aniversario de La Perlita inició con:

              Acto 1: La Expo de Afuera “Esculturas y Murales”.

              Jocelin y yo viajamos en camión desde Tijuana; dos horas de chisme, desamor y porvenir salieron de nuestras bocas. Al llegar a La Perlita y pagar la entrada, recibimos vino de cortesía. Caminamos hasta el fondo del patio y descubrimos una fuente de ostiones.

              La gente se aglomeraba alrededor.

              Murales de Joel Mayoral, Leonardo Ortega, Gibrán Turón y Hachemuda en las paredes.

              Las buenas fiestas se asemejan a los buenos cuentos: tienen una gran introducción.

              Beber, comer, reír: la trama relacional por excelencia.

              La más placentera.

              Pasamos un rato saludando a algunas caras conocidas. Luego llegó Caro a la celebración, cubierta por un abrigo café: más peluche que persona.

              “Mientras más crudo el marisco es mejor”.

              Emocionada por los ostiones, me pidió que la acompañara para que nadie la viera comiendo. Este gesto de ternura, intimidad y gozo es lo que provocan algunas de las grandes obras.

              Y yo, ahí estaba:

              Cubriendo con mi altura a la mejor amiga de mi novia, mientras devoraba moluscos a escondidas.

 

Con gestos pequeños el arte, como programa angelical, realiza un conjunto de tareas al lado o por debajo del sistema económico real con el fin de zurcir pacientemente la trama relacional. (Nicolas Bourriaud).

 

Acto 2: Sala de zapatos by La Nopalera.

              La Nopalera es un playground liderado por Daniela Villa Cantú. Un taller de cerámica del que bien se podría escribir una sitcom. Junto a Isa, Meli, Ana Sofía y Lluvia, Daniela moldea el mundo con sus manos.

              Ubicado dentro de La Perlita, La Nopalera es un Rugrats que pone la risa, el juego y el afecto como elementos esenciales para aprender a manejar el barro.

              Sin embargo, para esta instalación, las manos de quienes asistimos no fueron lo más importante, sino los pies.

              Antes de entrar, Isa le daba una bolsa a todas las personas para que guardaran sus zapatos.

              “Fiesta de queso”, recuerdo risas y calcetines.

              Jocelin, Caro y yo nos adentramos.

              Del techo brotaban cortinas transparentes,

              acomodadas de tal forma que anunciaban pasillos circulares.

              Al centro de todo, como un núcleo planetario, colgaba una pieza compuesta por figuras irregulares.

              “Son como hojuelas de zucaritas”.

              Hechas con cerámica. Pendiendo de un hilo.

              Alumbradas de tal forma que

              su geometría asimétrica

              simulaba el irrepetible brillo

              del sol sobre el mar.

              De pronto me sentí como en una pecera.

              Esa sensación de profundidad se reafirmaba con el ambient jam que lanzaban Phanta, David Martínez, Braulio Lam, Bruno Zampano y Jota M.

              Mis amigas y yo nos sentamos en un cojín enorme y de color arena, pegados a la pared. Luego Dani nos sugirió: “¿Y si jalan el cojín debajo de la pieza?”.

              Dos minutos después, distintos grupos de gente arrimaban su cojín hasta el centro.


              De a poco las sensaciones cambiaron. Nos acostamos y vimos los zucaritas desde abajo. “Mira, parece una bacteria”, “¡Una medusa!”. “Esa tiene cara de concha”.

              Éramos la arena debajo de esos seres de cerámica.

              Estábamos en el clímax de la historia.

              Un silencio total de pensamientos.

              Solo la pieza sonora al fondo y los susurros de decenas de personas a nuestro alrededor.

              Por un momento, imaginé que la instalación sobre nosotros era un móvil para una cuna.

              “…es un espacio vacío o en construcción que siempre se está llenando de nuevos contenidos, de nuevas imágenes. Es un significante sin identidad, que se llena constantemente de nuevos significados”, Byung-Chul Han sobre la mutabilidad de la obra de arte.

              Pasé de ser arena a ser niño en tan solo segundos.

              Giré la cabeza, a lo lejos Isa sonreía.

              Ver a tu novia con ese brillo en la boca,

              sentir que también es tu brillo.

              Sentir que tú eres el sonido de la guitarra de Braulio.

              Sentir que las piezas de cerámica sobre ti

              son infinitas posibilidades de tus pensamientos.

              Volverse un continuo

              con la obra de arte.

 

 Parece más urgente inventar relaciones posibles con los vecinos, en el presente, que esperar días mejores. Eso es todo, pero ya es muchísimo. (Nicolas Bourriaud).

 

Acto 3: Ya hace hambre y ganas de bailar.

              Sí, hay una urgencia por dejar de cosificar los lazos.

              Dejar de pensar que los afectos tienen que ver con transacciones.

              Materiales, emocionales o simbólicas.

              La parte tres de esta fiesta se mudó a la bodega de La Perlita. Ya con zapatos puestos, degustamos tostadas de verduras y ostiones ahumados. Compartimos risas y anhelos.

              La oscuridad y la música Disco eran nuestro cielo.

              Braulio se acercó y me jaló para hablar con él.

              Su tez blanca, cabello rojizo y su voz: nada ha cambiado desde hace 12 años, cuando compartíamos el mismo profesor de guitarra y la misma hora de clase.

              “Nadie te enseña a envejecer”.

              Sus palabras son una reafirmación de que vivimos en una sociedad que glorifica la juventud.

              Estos temas se tienen que hablar.

              ¿Cómo envejecer “bien” sin tropezarte en el intento?

              Mi única respuesta es

              creando un grupo sólido de amistades.

              Montañas que sirvan de apoyo emocional.

              Pienso en el dúo de Danis y su equipo de trabajo. Un año de sostenerse mutuamente. De cabalgar el infinito amor por la creación artística y la gestión de un espacio.

              En algún punto, Braulio se fue.

              Me quedé con Caro, Jocelin e Isa, quien por fin se unió de tiempo completo a nuestro equipo nocturno. Decidimos abandonar la bodega, regresar a los cojines de arena.

              Volver a ser niñxs.

              La sala estaba en completo silencio.

              Solo nuestros chismes y risas la habitaban.

              Así, en calcetines, comenzó una pijamada que se desplegó hasta el departamento de Isa. Hasta allá se extendieron las emociones provocadas por el aniversario de La Perlita. Hasta los oídos de quienes, un día después, preguntaron cómo estuvo la fiesta. Hasta los ojos de quienes leerán este texto.

              “Cada época sueña a la siguiente” (Jules Michelet).

              La Perlita es un sueño materializado en el presente, pero que apunta al futuro.

              Un sueño. Una casa. Un nido.

              Eso. Sobre todo eso.

              Un nido.



Letrinas: El quinto jinete



El quinto jinete

Julio César Ortega López


El suelo se abría bajo sus pies, pero Federico saltó las grietas y siguió su camino. El cumplimiento de una última voluntad antes del fin lo motivaba.

Una fila de coches rodó en reversa hacia el abismo entre gritos de horror y golpes de claxon. La fachada rutilante del edificio de oficinas Weltt, Husman & Asociados estalló en mil pedazos. La lluvia de cristales tasajeó a los oficinistas que, despavoridos, buscaban ponerse a salvo en la banqueta. Se contaba que no sabían qué hacer sus últimos días de vida, salvo poner en orden papeles dentro de los archivos. Merodeaban por sus puestos de trabajo esperando, quizá, que el orden de las cosas pusiera un alto al apocalipsis.

Federico se identificaba con la pureza de esa aspiración. Se miró los brazos rojos y excoriados sobre los que comenzaban a levantarse ampollas de piel. La espiral ardiente que surcaba el cielo se desenrollaba con rapidez hacia la superficie, por mucho quedaban unas horas para que la Tierra ardiera en llamas; debía apretar el paso.   

Escaló una pendiente formada por rocas, cabezas y torsos frescos. Dos cuadras eran todo lo que lo separaba de Eduardo, pero cada nuevo trecho era más escabroso que el anterior.

Una pequeña lluvia de rocas incandescentes se desató de pronto y tuvo que desviarse de su trayecto para guarecerse entre los restos de un puente elevado que había caído tras el primer sismo. Ahí, encorvado bajo las planchas de concreto, Federico entrevió pequeños grupos de gente que se congregaba para orar y darse los santos óleos con saliva antes de asistirse, los unos a los otros, para darse una muerte rápida. En la semioscuridad se distinguían con suma claridad los rajones de piel, las respiraciones ahogadas y uno que otro plomazo.   

A Federico se le revolvió el estómago. El solo pensar que Eduardo pudiera haber optado por una despedida de esa clase era peor escenario que la asolación de la Tierra y la raza humana. Debía llegar a él. ¡Pronto!

Se arrastró fuera de la madriguera de los suicidas, dejando tiras de piel derretida de sus manos sobre el asfalto quebrado, y advirtió que en lugar de la lluvia de rocas una neblina vaporosa y encarnada acariciaba las azoteas de las contadas estructuras y edificios que aún quedaban en pie. Un rugido, similar al de una bestia, cruzaba la bóveda celeste. Las cosas por fin llegaban a su fin.

Federico cerró los ojos y cruzó una gruesa avenida que separaba los márgenes de la ciudad de la zona habitacional. Las suelas de sus zapatos se quedaban adheridas al suelo a cada paso hasta que, finalmente, tuvo que prescindir de ellos y andar a pie sobre el chapopote reblandecido. Bramidos de dolor escaparon de su garganta. No era el único que aullaba. Por todas partes, la gente burbujeaba.

Abrió los ojos, dispuesto a darse por vencido y morir, pero vio la fachada de la casa de Eduardo. La construcción estaba intacta, envuelta en un aura pacífica. Era un milagro, había que aprovecharlo, y motivado aún más por el tacto del contenido dentro de su bolsillo prosiguió más allá de sus fuerzas.

Resuelto, Federico rompió el cristal de la puerta, liberando todas las emociones contenidas, quitó el seguro desde el interior y entró en la casa sombría.

—¡Eduardo! —se desgañitó, al borde de las lágrimas—. ¡Eduardo, sal! ¡Soy Federico!

Un hombre salió de una habitación a oscuras. Era increíble. No solo seguía vivo, sino que sonreía, ileso. ¿Era un preferido de Dios? Posiblemente.  

—¿Federico? —preguntó, como si soñara—. ¡Es un milagro! ¿Qué haces aquí?

Federico rio, limpiándose las lágrimas con el dorso ennegrecido de la mano, y sacó la pistola. Acercó el cañón al entrecejo de Eduardo.

—Nunca me pagaste los dos mil varos que te presté.

En el umbral de la habitación a oscuras una mujer desgreñada y una niña con los ojos hundidos miraban con ojos de pasmo a la figura quemada plantada como un ángel en medio de la habitación.

—Y prefiero dos mil veces que en el infierno me conozcan por cabrón, no por pendejo —dijo.  

Y apretó el gatillo antes de que el fuego acabara por envolverlo.

 

Julio César Ortega López (San Mateo Atenco, 1991). Estudió comunicación en la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha publicado en Revista La Colmena (UAEMex), Revista Tierra Adentro, Punto de Partida UNAM, Grafógrafxs, Penumbria, Alas de Cuervo y otras publicaciones digitales. Facebook: /juliotrystero

A mí sí me gustó "Vargas Yosa"


Francisco Joaquín Marro

 

Roberto Arlt escribió en el prólogo a su novela Los lanzallamas: “…se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes. Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él”. 

Arlt escribió esto en 1932. Hace más de 90 años y aún blanqueamos los ojos del placer si el hedor viene de una literatura eurocéntrica, pero nos asquea si viene de nuestro campo. Esta cita es a propósito de una reseña publicada por Elton Honores sobre la novela breve de Julio Meza, titulada Vargas Yosa. En la reseña se le señala de pornográfica y lumpen-chabacana, adjetivos que bien pueden sentarle en un nivel, pero que solo tocan la superficie de su propuesta literaria, más próxima a las estrategias del arte conceptual que a los marcos lectores del reseñismo local. Pero Honores insiste en subrayar lumpenesco como “fondo”, no encuentra un espacio en lo que considera la inmaculada tradición literaria peruana para la novela de Meza, cuyas premisas, nos da a entender, son de “buen gusto” y “seriedad”. Es claro que no son aseveraciones expresas del crítico, pero se las puede leer entre líneas.

Honores, apoyándose en una noción de “tradición literaria peruana” nunca explicada del todo, efectúa algunas declaraciones sobre la práctica de un “humor melancólico” en la literatura peruana (¿o deberíamos decir, con más precisión, la limeña de clase media-alta?) en relación con la novela de Meza. Esta noción fue aludida primero por Alexis Iparraguirre en sus palabras iniciales a “Vargas Yosa” y se refiere claramente a la narrativa coming of age y de la literatura del padre, y también a las historias de amores burgueses escritas en el siglo XXI pero encajadas en marcos políticos y sociales del siglo pasado que emplean los autores de “autoficción” para otorgarles “densidad” o una suerte de prestigio intelectual a sus historias las cuales, en suma, son melodramas. Pero estos escribidores de melodramas a los que alude Iparraguirre no son los autores de prosa humorística en los que piensa Honores, éste pasa por alto un marco contextual y un debate contemporáneo evidente e imagina que la frase “humor melancólico” es una calificación equívoca para  una tradición literaria peruana organizada desde la altura de humor sofisticado y culto (panteón poblado por Ricardo Palma y Alfredo Bryce) hasta lo más bajo, chabacano y frívolo, en donde se encontraría el autor de “Vargas Yosa”. 

Demás está decir que si esa genealogía literaria funcionara en los hechos, no tendríamos que padecer la solemnidad del realismo y sus grandes “verdades” (dato curioso: la invención de tradiciones para legitimar la importancia de un género -el fantástico en el Perú- es la especialidad de Honores). Tampoco es cierto que el humor a la peruana sea una cima de sofisticación o buen gusto: ni Palma desdeñó en sus “Tradiciones” el humor escatológico, menos aún en sus “Tradiciones en Salsa Verde”; ni Bryce es ejemplo cabal de un “humor blanco”, como han querido convertirlo sus admiradores y sus peores lamebotas e imitadores, que lo han hecho ante el público más reciente una suerte de Chespirito literario peruano, cosa que no es en lo absoluto. Me remito a las pruebas: las escenas sobre las heces y el posterior tratamiento con consoladores para reabrir el ano del personaje central de La vida exagerada de Martín Romaña; o las lumpenescas escenas de racismo y clasismo extremos hasta la náusea entre señoritos bien en No me esperen en abril. Nuestra literatura reciente también ha dado pruebas del uso de recursos escatológicos con fines humorísticos: “Casa de Islandia” (2004) de Luis Hernán Castañeda y “Terapia de Grupo” (2010) de Dany Salvatierra. En el primer caso, la escatología es utilizada como recurso  para desacralizar el quehacer literario (enfocándose en los agentes externos a la creación estética que la invisibilizan y la manipulan); y en el segundo,  se recurre al “camp”, es decir, al empleo irónico de las convenciones burguesas de buen y de mal gusto para ejemplificar lo grotesco de la naturaleza humana. Por lo demás, bastante aleccionados deberíamos estar sobre los prejuicios que entraña el ninguneo a partir de la condena por vulgaridad que sufrió Oswaldo Reynoso, como cuando se le acusó de inmoral o chabacano al introducir en “Los Inocentes” elementos del habla barriobajera popular. 

Declararé algo que quizá suene escandaloso en nuestro medio nacional, pero es necesario decirlo. Como en cualquier otra área de la cultura oficial, el “buen gusto” no toma riesgos y se supedita a convencionalismos de los que pocos pudieran, por sentido común, discrepar: lo bonito, tierno, bello, nostálgico, conmovedor y sus variaciones, derivarán  inevitablemente en kitsch.

Me ahorraré de citar la famosa frase de Milan Kundera. Lo repito: la literatura peruana de los últimos treinta años, especialmente la urbano-limeña, es kitsch: apela al sentimiento común, al reforzamiento de conceptos que nadie quiere poner en duda por temor a perder una cuota de prestigio, por miedo al ridículo, como en el cuento del Traje del Emperador de Andersen. Y lo digo de nuevo: el kitsch nunca arriesga, siempre pretende gustar a todos lo que pueda. Las obras literarias kitsch no ponen en duda creencias ni generan preguntas, no son un diálogo de “tú a tú” con su lector; se funda en una premisa propia de quien no sabe de literatura, pero sí de agradar: “es obvio lo que es de buen gusto, no lo definiré, pero brindemos porque todos los sabemos y somos listos”.  

Por ello, es de agradecer que una novela como ““Vargas Yosa”” nos permita discutir sobre “buen gusto” y “mal gusto”. Estas nociones, en literatura, están vinculadas estrechamente a nuestras propias aspiraciones sociales. Es sugerente que “lo que callamos dice más de lo que decimos” y esto puede percibirse en la imagen de un estante lleno de libros a la espalda de un conferencista literario peruano en una charla vía zoom; esta imagen habla de las pretensiones de prestigio intelectual  del conferencista frente a su público. Pero esta pretensión no es la misma en todos los lectores, porque estos pueden subdividirse según estratos y relaciones sociales. Con riesgo en caer en la peor caricatura, esos académicos afines a la “novela histórica” realista a los que alude Honores hablando de sus “papers, muchas veces insustanciales” probablemente considerarán de “mal gusto” las novelas premiadas de Planeta, Herralde y Alfaguara, las que por estos años son, más bien, propias de unos lectores sin criba intelectual, embrujados por la mercadotecnia y ávidos del prestigio de cultivar la lectura. Y así, distinciones hay muchas más. 

Pero así como el gusto es diverso y es una categoría vacía para comentar una novela (o el traje de un reggaetonero), también lo es el humor. ¿A qué se referirá  Honores cuando habla de “un humor más reflexivo y culto”? ¿Tratará de decir que la obra de Julio Meza no es lo suficientemente “reflexiva y culta” para sus estándares? Me remito a las reflexiones de Emilio de Gorgot en su artículo “Los límites del humor”: “Por supuesto, podríamos vivir en un mundo donde toda la comedia fuese blanca e inofensiva, pero esto sería como vivir en un mundo donde toda la música fuese apta para sonar en un ascensor ¿Quién demonios querría vivir en un mundo así?”. (Jot Down, 07/12/2021).

Pero Honores utiliza el humor como compartimento estanco y se pregunta de forma no solo válida, sino pertinente: “En cuanto al humor [en “Vargas Yosa”], es claro que la intención, el sentido y la construcción del texto se orienta a conseguir el efecto humorístico (el que se cumpla o no con esta intención depende de muchos factores, y no siempre funcionará en todos los lectores), ¿qué tipo de lector busca esta novela?”.

Podemos ir adelantando que a quien no le guste el humor al estilo de “South Park” o “Drawn Together”, naturalmente, no será el lector ideal, no le dará risa. 

Y aquí parto lanzas por la propuesta literaria de Julio Meza Díaz, por su apuesta por un tipo específico de humor, y explicaré mis razones. 

Desde su primer cuentario “Tres giros mortales” (2007) hasta “La máquina del orgasmo infinito” (2021) sus historias, en conjunto,  han utilizado como recursos el absurdo, el dadaísmo y la propuesta del fanzine underground para reflexionar sobre cómo los seres humanos ejercen el poder y abusan de la autoridad. En “Tres giros mortales” están, por ejemplo, “El amor de un dinosaurio” y “El mensaje divino”. Mientras el primero introduce en la narrativa de Meza una de sus constantes favoritas, el raro, el sujeto disonante con las normas sociales; el segundo, es una sátira anticlerical. “La máquina del orgasmo infinito”  (en su cuento “Fredo”)  y “Vargas Yosa” nos conceden el arquetipo del personaje con autoridad “moral” tan propio de nuestro siglo; el miedo de quienes aparecen como caricaturas esperpénticas al perder su cuota de prestigio social y capital simbólico es el detonante de todas sus disparatadas desventuras. ¿Qué mayor terror puede existir, en el siglo XXI, en el mundo de las redes sociales, de las burbujas políticas y de las carismáticas figuras de autoridad sino el simple hecho de un rumor, una denuncia o un dedo acusador?  Es un miedo frecuente en nuestro mundo de influencers y followers, lo vemos a diario: ídolos con basamentos ruinosos como el Ozymandias de Shelley. Lo que caricaturiza Meza en sus cuentos es precisamente toda esa paranoia, mediante el retrato de egos exagerados hasta casi el solipsismo o la mera brutalidad onanista. Es un espejo deformado, horrible, de la cotidianidad. Será la ironía y no precisamente el humor (no son lo mismo) la hoja de ruta que un lector de Julio Meza debería seguir para disfrutar de su obra. El humor, así como las invenciones de las historias de ciencia ficción, tienen fecha de caducidad. Las válvulas de memoria Thorsen de la novela Puerta al verano de Robert A. Heinlein están más que caducas debido a nuestros micro procesadores actuales y, sin embargo, el relato no ha envejecido un ápice, sigue tan fresco como hace más de cincuenta años. Nadie hoy se mata de risa leyendo a Don Quijote (bullying tras bullying en la primera entrega) pero lo que subsiste es la hondura psicológica de sus variopintos caracteres sociales. Antes de que me apedreen, no estoy comparando a Julio Meza con tremendos monumentos literarios, pero sí afirmo que su obra tiene “capas” y es necesario resaltarlas y no negarlas o invisibilizarlas. 

En lo que falla Honores es en calificar la obra de Meza a la altura de las comedias de cine americanas de parodias metarreferenciales. Ojo, no habría nada de malo si tal fuera el caso, es más, sería genial que existieran obras de ese tipo en nuestro trillado campo literario nacional ¡pero ni siquiera eso! Entonces responderé a su pregunta más importante. ¿Funcionaría la novela si el personaje principal no tuviera ese nombre? Quién sabe, pero para la propuesta de Meza es necesario que el personaje se llame así. Quizá Honores tenga como base de sus apreciaciones las nociones románticas de inmortalidad y perdurabilidad literarias que hacen a muchos escritores declararse a sí mismos “artistas”, imaginando golosamente un futuro inamovible en el “canon” nacional y un monumento dedicado a ellos (o por lo menos una avenida), y en la que lidiar con la literatura que recurre al vocabulario de los excrementos y las funciones corporales bajas resulte poco digno, impropio de quienes debieran ser un modelo de la moral y las letras de la patria. 

Si asumimos que Elton comparte esa concepción romantizada del quehacer literario, no hay forma de conciliación posible con él, porque está tratando de hacer calzar una lectura arbitraria en la novela, una que no encaja con los propósitos del autor de “Vargas Yosa”.

Posmoderno o no, Julio Meza está más cerca de pretensiones iconoclastas concernientes al hoy, o del situacionismo de los años 60 o quizá del “no hay futuro” del punk. Y para todo ello es necesario abrir debates, renunciar a los esquemas convencionales y derribar monumentos.

Tal vez deberíamos reflexionar, a raíz de todo lo dicho por Honores, sobre la propuesta literaria de Meza que, como ya adelanté, se explica en las estrategias de las artes plásticas, específicamente conceptuales. Para tener en claro a lo que refiero, haré algunos apuntes. Recordemos que hay mucho arte malo en el mundo, como aquel plátano pegado a una pared con una cinta adhesiva, y hay mucho buen diseño gráfico a quienes las personas llaman “arte”. Y aquí podríamos añadir varios otros puntos: un artista puede ser mal artista, y no por ello deja de ser un artista. Pero un escritor no es necesariamente un artista.

Y un artista tiene actitud, gesto y pose. Para un artista la pose ES medio, mensaje y provocación. Por poner un ejemplo, las actitudes de los escritores César Aira y Mario Bellatin frente a la industria editorial son las que completan sus obras y los convierten en artistas conceptuales, son indivisibles a su quehacer literario. Habrá quienes no gusten de sus obras, pero no les pueden negar el gesto o, mejor dicho, la situación que crean. Si despojamos a sus obras del discurso y contexto dentro de los cuales fueron publicadas y posicionadas, las mutilaríamos de su capacidad polisémica y de interrogación. 

Precisamente por eso hace muy bien Elton Honores en mencionar que la obra de Meza nunca obtendrá un premio de la Bienal Vargas Llosa o una invitación al Hay Festival; en ello queda constancia del desafío político, entre otros muchos, que plantea su obra. Tampoco creo que Meza logre dinero en el “Plan Lector”, escribiendo historias de ciencia ficción o leyendas nacionales exentas de violencia y sexo, adecuadas para promover la lectura en niños y adolescentes que corren el riesgo de ser infantilizados para siempre. Y quién sabe, probablemente su obra no cuaje con los intereses editoriales de las grandes transnacionales. Alguien que se dispara así los pies o debe estar completamente loco, o es un provocateur. Y Dios sabe que, para la espesa ciénaga conformista e inmovilista que es nuestro erebus literario, es de agradecer que exista, por lo menos, uno. 

Pisco (Ica) 14 de junio, 2023.

 


Francisco Joaquín Marro (Ica, 1979). Escribió la novela "Sol de Tokio" (2011) y fue coeditor de la antología de ciencia ficción "Esta Realidad no Existe" (2021). También ha colaborado con algunas páginas locales en la reseña de libros. Actualmente le preocupan más los derechos de los gatos que los derechos humanos.

Escafandra Literaria: entrevista con Óscar de la Borbolla



Óscar de la Borbolla es uno de los escritores más dinámicos y creativos de la literatura mexicana. En su obra podemos encontrar pasajes igual de divertidos que polémicos y desgarradores. En esta entrega de Escafandra Literaria charlamos con el autor sobre la diversidad de su obra, producto de las múltiples disciplinas de lo constituyen. En sus propias palabras, se considera más un pensador que un filósofo o poeta. Su espíritu rebelde se percibe en sus historias y en su forma de vivir.


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