La Teoría del Todo: ¿El agujero negro o el 'Big Bang' de las 'Biopics'?


Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |

"La teoría del todo", uno de los ocho films que compiten en la categoría de Mejor Película en la edición 2015 del Oscar, llega a las pantallas mexicanas ofreciendo - en apariencia - una historia atractiva sobre el Rock Star de la ciencia, Stephen Hawking, físico y cosmólogo británico. La cinta, dirigida por el también documentalista James Marsh ("Man on wire"; "Project Nim"), enfatiza la relación de Hawking con su primera esposa Jane Wilde y la manera en cómo ambos tuvieron que lidiar, durante décadas, desde 1965, con la enfermedad muscular degenerativa que ha padecido el otrora astrofísico inglés.

Lo positivo. Se trata de un proyecto ameno para la audiencia, que hace pasar un rato agradable y que goza de buenas actuaciones; en particular, la de Eddie Redmayne, quien encarna a Stephen Hawking desde sus estudios de Doctorado, en la Universidad de Cambridge, hasta su jubilación y situación actual. Redmayne aborda su personaje con compromiso y responsabilidad, nunca cae en la caricatura fácil o en los maniqueísmos innecesarios. Es tan compleja su actuación que irradia sutileza en cada una de sus gesticulaciones y miradas. El control de su cuerpo es más que extraordinario y el trabajo del departamento de maquillaje y peluquería en su personaje es espectacular.

Junto con Eddie Redmayne, se logra destacar Felicity Jones, actriz británica que personifica a la primera esposa de Stephen Hawking, Jane Wilde, mujer religiosa que, mediante la fe y la lealtad, trata de sacar adelante la enfermedad del físico británico. Jones cumple correctamente con su papel, al transitar de la mujer enamorada y decidida, a la esposa abnegada y cansada de la enfermedad de su esposo.

Otro acierto de la película es que desmitifica el matrimonio idílico que abunda en las películas hollywoodenses que versan sobre personas de la vida real, quienes trascienden todos los obstáculos o adversidades de la existencia a través de guiones abarrotados de escenas ramplonas o extremadamente cursis. El film de Marsh se siente más realista y natural, quizá eso se deba - en parte - a su experiencia como documentalista. Sin embargo, a veces peca de contenido, no termina de explotar. Esto sería lo negativo del filme en cuestión. 

A pesar de que la vida del científico Stephen Hawking es una historia tan fascinante, la cinta se quedó demasiado corta; le falta garra en su tratamiento, carece de audacia en el desarrollo y puesta en escena del guión. Se extraña el punto de vista, sobre la enfermedad de Hawking, percibido desde su propia mente, algo muy al estilo de "La escafranda y la mariposa" (2007) de Julian Schnabel. Marsh opta por lo correcto, por lo positivo, tanto que hasta la musicalización de su cinta raya en lo meloso o exageradamente romántico. Además, el final es flojo, ya que luce desangelado y desconectado de la historia principal.

"La teoría del todo" es una cinta entretenida que hace pasar un buen rato en la sala de cine, con una modesta y rescatable producción, pero que deja pendiente esa "gran explosión" de placer y homenaje que merecen una mente y vida como las de Stephen Hawking. Buena a secas, una ecuación cinematográfica que no termina por desarrollar la fórmula que promete. 

 

10 consejos invaluables para la vida que aprendiste al ver Kill Bill


Cultura Y | Por Rodrigo Macías |

1. Las apariencias no solo engañan, también matan.

Vernita Green pasó inadvertida como una ama de casa común de los suburbios (hasta que encontraron su cadáver sosteniendo una pistola en una caja de cereal) “haciendo el súper” y manejando su Mom-Van. Nadie se imaginaba que era una experta en asesinar con arma blanca.

¿Te imaginas cuántas oportunidades al día “mueren” en los negocios y el amor al no ser vistas porque están tapadas con “ropa fea” o “hablan chistoso”? Aprovecha y tómalas tú.


2. Si hay niños presentes, disimula.

Si Beatrix Kiddo pudo contener su sed de venganza con tal de no matar a Doña “Cabeza de Cobre” frente a su hija de cuatro años, nosotros, si vemos que hay un infante cerquita, seguramente podemos aguantarnos la leperada que vamos a decir o la muestra de egoísmo que nos disponíamos a realizar. ¿Qué tal si el chamaco sigue viendo la vida positivamente? Dejémoslo pues.







3. Da más placer llegar por el camino más difícil.

¿Porqué Bill no salvó su vida dejando que asesinaran a Beatrix tranquilamente en su camita (o mejor dicho, en su “comita”)? pues porque ¡qué chiste! Cuando siempre la libramos de la forma que cause menos líos, caemos en un círculo vicioso de hueva que termina chupándole a nuestra existencia todo el sabor que nos hace disfrutarla. Quizás estoy exagerando, o quizás no… mejor no esperes a averiguarlo y lánzate uno que otro desafío de vez en cuando.


4. Tu cuerpo obedece a tu mente, y ella a sólo tiene oídos para ti.

Si tú o yo nos quedásemos inválidos como la protagonista de Kill Bill, al no tener entrenamiento Samurái como ella, probablemente nos quedaríamos sentados por siempre aunque le roguemos a nuestro dedo gordo “una movidita”. Pero seguramente puedes lograr que tu cuerpo te obedezca en situaciones más cotidianas. A poco cuando le dices a tu mente: “hoy nos vamos a chutar la serie completa en Netflix” ¿no te obedece y hace que tu cuerpo se sienta “sin energía para moverse”? Lo mismo pasa cuando le das órdenes más productivas.



5. Por imposible que parezca hoy, puedes llegar a ser quién se te de la gana.

Seguro que cuando tenía nueve años, O-Ren Ishii no se imaginaba que once años después sería una de las mejores asesinas a nivel mundial. Fue su entrañable deseo por vengar la muerte de sus padres lo que la motivó a lograr su objetivo mayor. Así, tú también tienes la capacidad de obsesionarte intensamente con un deseo y vencer a las probabilidades para conseguirlo. Elige la motivación que quieras pero empieza hoy, que el tiempo se te acaba (no es indispensable que mueran seres queridos).


6. Para comenzar bien una relación con personas nuevas, actúa como ellos.

En la película, Hattori Hanzō toma en serio la petición de Beatrix para fabricarle un sable nuevo cuando ella comienza a hablar fluidamente japonés. Para sentirte libre, nunca deberías fingir ser alguien diferente, pero no lastima adoptar nuevas costumbres temporalmente “para probar” y poner un pie adentro. Está en nuestra naturaleza el aceptar a gente nueva una vez que les encontramos algún aspecto que se relacione con nosotros. ¿Te ha caído un poquito mejor un turista en México cuando se atreve a ponerle picante a la comida? Exacto.




7. Si tu opinión va en contra de la mayoría, dilo con tacto o te cortarán la cabeza.

¿Recuerdas qué le pasó a Boss Tanaka cuando expresó su disgusto porque la nueva líder de su grupo mafioso era una Chinese Jap-American half-breed bitch? Seguramente así conoces a algún jefe / profesor / etcétera inseguro que te hayas cruzado por la vida (y seguramente te cruzarás con más) con quien no puedes expresar una opinión contraria sin que se sienta agredido y busque castigarte severamente para reafirmar su autoridad. Bueno. Pues el consejo aquí no es quedarse callado, eso no debería pasar nunca, pero cuando hables, es más inteligente pensar bien el modo de hacerlo para que la persona con mayor “autoridad” no se sienta intimidada y no tenga razón para cobrártela caro.



8. Si tienes que dar un mensaje importante, dramatiza.

Cortando inesperadamente la cabeza del Boss Tanaka fue como O-Ren Ishii se aseguró que su equipo entendiera que su ascendencia era un tema de conversación sensible. En nuestra época atascada de información, es común que ignoremos uno que otro mensaje para evitar saturarnos y quedar zopencos de por vida. Si tienes algo importante que decir y quieres asegurarte de ser escuchado, no cortes la cabeza de la gente, pero sí dramatiza un poco el mensaje para que sobresalga del montón y se quede bien refugiado en la sesera de tus escuchas. Solo hace falta decirlo como nadie más (cuerdo y sobrio) lo haría.



9. Ofrece disculpas ahora o muere con tu remordimiento.

En una de las últimas escenas del filme, antes de que pudiéramos ver qué tan rosita era el cerebro de O-Ren Ishii, seguramente ella sospechaba que perdería la pelea contra Beatrix y por eso le pidió perdón antes de morirse con la culpa. Cuando la regamos, es más inteligente tragarse el orgullo y ofrecer disculpas inmediatamente a dejar que la culpa engorde masivamente comiéndose tu energía y alejándote cada vez más de aquella persona que evitas, por la vergüenza que sientes. Para que cuando veas otra vez a esa persona, a quien de seguro ni le importaba tanto lo que hiciste, puedas saludarla de frente sin tener que ocultarte tras tu gordis.


10. Deshazte brutalmente de TODO lo que se interponga entre tú y tu misión.

El consejo más importante que aprendimos al ver Kill Bill es sin duda el ya choteado “lucha por tus sueños”. Pero en serio, quizás no debamos asesinar a un escuadrón de asesinos profesionales y a un ejército de 88 locos Samurái, pero sí encontraremos gente mediocre que intente desanimarnos en cualquier deseo loco que tengamos, ya que esto los haría verse más mediocres ¿o no? Por eso corta de tajo la relación con gente o actividades que obstruyan tu camino y enfócate sólo en aquello (y aquellos) que te ayudan a subir, subir y subir.
 





















El Autor: Rodrigo Macías es co-fundador del estudio de diseño integral para emprendedores Ojo Terzo. Para leer su blog y conectar con sus redes sociales visita: http://ojoterzo.com | "Cultura Y" aborda artículos de interés para la generación Millenial con temas de pop culture.


'La mujer que no' (un cuento de Jorge Ibargüengoitia)


Un día como hoy pero de 1928 nació Jorge Ibargüengoitia, uno de los escritores más excepcionales que ha tenido México. Maestro de la ironía y el humor negro a la hora de escribir, y crítico mordaz de la realidad y el sistema del país. Nos dejó un sinfín de obras literarias que incluso han sido llevadas al cine. Tal es el caso del libro "La Ley de Herodes y otros cuentos" que fue adaptada a la pantalla grande y con gran éxito en 1999 por el cineasta Luis Estrada. 

En Revista Sputnik lo recordamos a 87 años de su nacimiento y reproducimos este fenomenal cuento que forma parte de la obra citada en el párrafo anterior. Ojalá que les guste. Compártanlo.


La mujer que no
Por Jorge Ibargüengoitia
(Guanajuato, México, 1928 - Madrid, 1983)

      Debo ser discreto. No quiero comprometerla. La llamaré.. . En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya. junto con las de otras gentes y un pa­ñuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién. o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinariamente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus gran­des ojos almendrados, el pelo restirado hacia atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cerca­nas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.

      Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cer­canos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un medio­día brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. “Jorge”, me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una doce­na de veces era mucho. Le puse una mano en la gar­ganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y. con hijos, que yo había te­nido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impul­sos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche, que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de enmedio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos. Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. “No importante, no importa.” Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza... hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.

      Después del accidente, fuimos al SEP de Tamauli­pas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores. La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. “¿Te veré?” “Nunca más.” “Adiós, entonces.” “Adiós.” Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.

      Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha... fue a ella. Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: “Búscame mañana, a tal hora, en tal par­te”; y desapareció.
      ¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparci­miento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gra­cias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

      Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: “Esto es para ti.” Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silen­cio; luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.

      Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: “¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!” Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.

      Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.

      Y esto es que un mes después recibí, no un tele­grama, sino un correograma que decía: “Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p. m.) Firmado: Guess who? (advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras sig­nifican “adivina quién”). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acer­caba al fin la hora de ver saciados mis más bajos instintos.

      Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, por­que no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y es­peré. Inmediatamente empezaron a llegar gentes co­nocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
      Pasaba el tiempo.

      Caminando por la calle de Génova pasó la joven N., quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.

      Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en tíos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida...

      La joven N. volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la joven N. venía mirando hacia el Konditori.
      Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.

      Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la joven N., que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: “Did you guess right?”

      Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la joven N. se puso incómoda; luego, me repuse, plati­camos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine.

      Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.

      Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar. La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos... Hasta que llegaron sus hijos del parque. Des­pués, fuimos a darles de comer a los conejos.

      Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: “¡Es mía!” Y luego, con una impu­dicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofen­siva, muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Ale dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el telé­fono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, tam­bién, yo le tomé a ella la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos su­cios. Entonces regresó el marido poniéndose el sacro y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: “Espérate” y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindarnos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. “Es para ti”, me dijo. Yo la miraba. mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba riada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le en­cantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besarnos apasionadamente, busqué el cierre cíe sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos ja­deantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.

      Hubiera podido, quizá, tegresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de rni escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la his­toria), son más numerosas que las arenas del mar.

Poesía: Cantar libélulas


Por Carlos Noyola |


Cantar libélulas

Subo los jarrones
para escapar de mi memoria.
Desde allá veo a mis hermanas
brincan encimándose
para alcanzar libélulas que se congelaron
cuando pensaban en ser aquenios.

La tía llamó
e intenté correr
pero mis hermanas decidieron
construir pirámides sobre mi cuerpo.
No siento los dedos, dijo una de ellas
y volteé a mirar por la ventana
el vals de dieciséis
que pronto se convirtió en canto
de risas y libélulas.

Mis hermanas repetían
que no las encontraban
y entonces entendí lo que vi
cuando dijeron:
las libélulas no están
se han ido
o se las llevaron.


Defecar

Orinar.
Masturbarse.
Orinar y masturbarse.
Ser asqueroso, ser instintivo, ser necesario, ser
placer. Casi como
comer y vomitar
oposición innecesaria
 pero perturbadora
¿por qué la repulsión?
cerca están
de lo inverso
vestigios de la fragilidad.



Carlos Noyola nació en la Ciudad de México en el 96. Sus poemas han aparecido en publicaciones como Letras Explícitas, Nomastique y el Periódico de Poesía de la UNAM.  Escribe regularmente para El Inconformista Digital y The insighters. Su primer libro, Costumbres correctas, fue publicado por Texere Editores en 2014. Actualmente vive en Estados Unidos.

Muerte Catrina: A 102 años de la partida de Posada



Aguascalientes fue la ciudad que vio nacer a José Guadalupe Posada Aguilar un 2 de febrero de 1852. Desde su juventud se interesó por el dibujo, tenía una facilidad innata para la caricatura y en 1868 entró como aprendiz al taller de Trinidad Pedroza, quien lo introdujo al mundo del periodismo y la prensa gráfica. Fue en el periódico El Jicote, en el que logró sus primeras publicaciones, cunado tenía apenas 19 años.

Tiempo después decidió instalarse en León, Guanajuato, continuando su trabajo con Pedroza. Posteriormente decidió abrir su propio taller alternándolo con su trabajo como maestro de litografía en la Escuela de Instrucción Secundaria. Debido a las inundaciones de esta ciudad, cambió de residencia a la Ciudad de México, donde pronto recibió ofertas de trabajo en distintas empresas editoriales, entre ellas la de Irineo Paz, abuelo de Octavio Paz. Allí elaboró cientos de grabados para varios periódicos como: La Patria IlustradaRevista de MéxicoEl Ahuizote, Nuevo SigloGil BlasEl Hijo del Ahuizote, entre otros.

José Guadalupe Posada hacía obras con diferentes fines: anunciar catástrofes, situaciones cotidianas y extraordinarias de la sociedad nacional, milagros, corridas de toros, anuncios y muchos otros tópicos que tenían que ver con la situación política. Las sátiras de los políticos más influyentes de la época provocaron que fuera a la cárcel en más de una ocasión.

Las imágenes realizadas por Posada son evidencia de la desigualdad e injusticia social que existía en la época porfiriana; cuestionaban su moralidad y su culto por la modernidad. Describía al pueblo mexicano en los asuntos políticos, la vida cotidiana, su terror por el fin de siglo y  el fin del mundo, los desastres naturales, las creencias religiosas y la magia. Tomó como símbolos populares los animales ponzoñosos, culebras y serpientes, esqueletos, el fuego, el rayo, la sangre, etc.
Con sus obras dejó un retrato fidedigno de un cambio de siglo y una transformación cultural, convirtiéndose en uno de los íconos del nacionalismo, además de haber dejado como legado uno de los máximos símbolos mexicanos: la Calavera Catrina. Sus grabados fueron esenciales para crear conciencia política en una población analfabeta, como en ese entonces lo era la mexicana, y también son considerados como un movimiento precursor de la Revolución.
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Su fama se disparó hasta puntos inimaginables, su economía mejoró y esto le permitió hacer algunos experimentos gráficos utilizando planchas de zinc, plomo o acero en sus grabados. Su obra se estima en más de 20 mil trabajos con esta técnica, clasificados como expresionistas, pues recrean con imaginación, sentido del humor y crítica a la miseria, los prejuicios de la sociedad y la política de la época.



Según el investigador Agustín Sánchez, José Guadalupe Posada es un invento de dos personajes: el grabador Leopoldo Méndez y el muralista Diego Rivera. “Posada nunca creyó que era un gran artista, que era un gran personaje. Y Diego Rivera lo inventa, como inventó a Frida Kahlo; lo mismo Leopoldo Méndez, inventa un Posada que no tiene nada que ver con el Posada de la realidad, es decir: inventó un político radical, con una concepción política muy avanzada”. Investigaciones recientes demuestran lo contrario: Él era un hombre que tan sólo trabajaba, iba haciendo los carteles que le encargaban. No tiene nada que ver con esta imagen que nos han vendido durante muchos años: una imagen antiporfirista, radical.

Posada fue un gran dibujante y un excelente técnico del grabado, murió solo y siendo pobre en la Ciudad de México un 20 de enero de 1913. Sus restos no fueron reclamados, por lo que los sepultaron en una fosa común.

Letrinas: Asalto fantasma



Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco |

Agradecimientos a Alex Carrillo

Eran las dos de la tarde, la fila de automóviles en la salida de la México-Puebla era lenta, los pasajeros del autobús 208 de ADO sólo tenían dos alternativas: ver cautivamente la película que el chofer designaba o resistirse a ello y contemplar los rayos de sol que atravesaban las cortinillas, esas que acompañan los cristales que dejan ver a lo lejos, ese mar de casas grisáceas sin pintar.

Todo era quietud, hasta que un grito rompió con la calma, tal estruendo provenía del fondo del autobús, era un asaltante que advertía con una pistola que entregaran las pertenencias, nadie por supuesto se movió, solamente un anciano, de esos que suelen sentarse hasta adelante. Con cierta lentitud en su andar, se levantó de su asiento, suplicando que se hiciera silencio. El asaltante como muestra de poder le disparó dos balazos certeros. –¡Si alguien más se mueve, esto es lo que les va a pasar hijos de su puta madre! Nadie se movía de su asiento. El anciano, se repuso, volvió a insistir, ahora caminando hacia él, –¡Hijo de puta madre! –Tú no entiendes ¿verdad? Advirtió nuevamente el asaltante, quien se estremeció por un momento al no ver rastro alguno de sangre en el anciano.

Frío por los nervios, disparó directo a la cabeza, el anciano se repuso nuevamente, nadie en su asiento se movía. El asaltante no tuvo más remedio que terminar la carga de balas que tenía en su pistola, la única carga que tenía. El anciano siguió caminando y las balas no lograban hacerle nada. Al toparse de frente, el anciano, conmovido y en voz baja le dijo a un tembloroso asaltante:
–mijo, cuántas veces te tengo que decir que aquí nadie nos escucha.


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El autor es Licenciado en Ciencia Política por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, tiene un Diplomado en Organizaciones de la Sociedad Civil. Además de escribir relatos, sus reflexiones se orientan al análisis de la democracia, la gobernabilidad, los Recursos Naturales, la Geopolítica y la Defensa Nacional. Twitter@H7GO

Letrinas: Me encanta el aroma de los salones de danza


Primera Posición | Por Liliana Esparza |


Me encanta el aroma de los salones de danza. Huelen a madera, a brea y a los leotardos nuevos de las bailarinas, al piano, al pianista y las melodías que te sabes de memoria.

Huelen a los calcetines blancos y rosas de las niñas de pre-ballet, a las zapatillas de punta Gaynor Minden recién estrenadas de las niñas de tercero, a la diamantina de los tutús de los ensayos generales y a los diez metros de tela rosa de las faldas para folklore. 

Están impregnados del perfume de mi maestra favorita y de la crema de manos de la que siempre me grita, del esmalte de uñas que se usa para que las mallas no se rompan más y de los polvos de sulfatiazol para secar las ampollas.

Tienen el aroma de las lágrimas de un cisne que quiere volver ver a su príncipe, del sudor de veinte ratoncitos que quieren atacar a Clara cada navidad y de la sangre de una princesa que durmió en un sueño profundo.

Con cada inhalación se llenan mis pulmones de las figuras perfectas que bailarines antes de mí tuvieron que sostener hasta ya no poder más, de la desesperación de las maestras por no ver lo que quieren y de las secuencias que olvidan los alumnos.

El aire está hecho de la desilusión de haber ejecutado un paso a la perfección en vano porque nadie lo vio, de brazos en primera posición y en tercera, de los suspiros enamorados que llegan al terminar cada ejercicio y de todas las coreografías ofrecidas a la luna.

Me encanta el aroma de los salones de danza porque tienen partículas de los sueños de las niñitas que hacen sus primeros relevés, de la pasión de los bailarines experimentados, de la frustración de los últimos de la clase, de los recuerdos de todos que dan sentido a las interpretaciones y de la confianza entre los que bailan en pareja.

Con el oxígeno se mezclan los reflejos engañosos del espejo que no dejan comer galletas, ni tomar refresco, ni terminar ningún alimento, la urgencia de las alumnas por abrazar a su maestra al llegar a clase y la desilusión al saber que ya es hora de regresar a casa.

El cabello salvaje de las bailarinas de danza polinesia y la pasión de los bailarines de flamenco llenan el ambiente de un aire apasionado que contagia a todo el que ponga un pie en el salón.

Me encanta el aroma de los salones de danza, porque no olvidan nunca todo lo que llevan dentro y llenan de vida al artista con una sola inhalación.



La Autora: Enamorada del mar, amante de la danza y adicta a los helados. Sueño despierta, bailo sin darme cuenta, aprendo Ori Tahiti, uso labial rojo y estoy siempre despeinada.
 

Zapatismo, cine y sustentabilidad

 
El Gallo Rojo | Por Oscar Maskie |


Así es, a más de 20 años de haberlos conocido (públicamente al menos) seguimos hablando de ellos, recientemente porque fueron organizadores del primer Festival de la Resistencia y las Rebeldías, evento del que desafortunadamente no les podré hablar por la sencilla y triste razón de no haber asistido. De lo que sí les puedo hablar, es de otro montón de cosas que a lo largo de mis veintitantos años me han tocado ver, leer, probar, escuchar o sentir. En esta primera entre de El Gallo Rojo (que pretende abordar temas tan diversos como las variedades de mole en Oaxaca o los grados de cinismo de nuestros gobernantes), les voy a hacer una serie de recomendaciones orientadas a esos personajes mencionados arriba, quiénes se lanzaron a los chingadazos después de que el presidente más orejón de la historia mundial firmará el Tratado de Libre Comercio con nuestros vecinos del norte.  

La primer recomendación es de carácter cinematográfico, del género documental específicamente. Imaginemos el contexto: México, año 2000, un empresario ranchero (sí, lo digo con peyorativa intención)  quién más nos "divertiría" con frases como los mexicanos hacemos trabajos que ni los negros quieren hacer”, que trataría a sus invitados con delicadezas como “comes y te vas” y que pondría de pestañas a las feministas mexicanas con comentarios del tipo “lavadoras de dos patas”; representa el fin de una era de gobiernos tecnócratas (priistas pa’ acabarla de chingar), en fin, un nuevo siglo con todas las de la ley. El empresario ranchero preside el gobierno mexicano y promete durante su campaña resolver el conflicto en Chiapas en tan sólo 15 minutos, seguro tenía la intención de romper algún récord o algo así. Por su parte, nuestros amigos Zapatistas recorren el país en una campaña que busca apoyo y respeto a los Acuerdos de San Andrés. Una comunidad purépecha se prepara para recibirlos, se organizan para montar un templete, limpian las calles, los músicos se reúnen para practicar sus mejores notas, y particularmente, los niños de la escuela primaria ensayan una obra de teatro de donde se toma el nombre para una película: “Caminantes”.

En su obra, Fernando de León Aranoa, además de una imperdible entrevista con el subcomandante Marcos, muestra las perspectivas de varios personajes del pueblo purépecha en relación a la situación en la que han vivido (situación que se extiende por todas las latitudes del mundo), situación que los lleva cada vez más a emigrar buscando otras maneras de subsistir al modelo neoliberal que nos ha pasado a chingar a la mayoría y que en lo particular, a ellos, les ha dejado niveles de despojo, abandono, explotación, desintegración y toda una serie de circunstancias a las que ni a ti ni a mí nos gustarían vivir, y que sin embargo, hemos contribuido a su permisión.  En fin, vean el documental y juzguen, aquí se los dejo.

Ojo, no está completo, le falta la parte final que para mí es la más emotiva, en ella, el subcomandante Marcos se quita el pasamontañas y rebela por fin su identidad, si eres bien huevón y no te interesa ver el documental, pero igual sientes morbo por saber quién está detrás de esa enigmática figura, puedes ver al sub sin pasamontañas aquí: 


Pero cuidado, no todo es despojo y abandono cuando se habla de nuestros pueblos originarios, y aquí va la segunda recomendación para nivelar la balanza y darnos cuenta de que no todo está perdido. En fechas recientes tuve la oportunidad de tener acercamiento con el Instituto de Investigaciones Interdisciplinarias en Medio Ambiente de la Universidad Iberoamericana de Puebla, específicamente con el Dr. Benjamín Ortiz Espejel, a quién agradezco públicamente haberme regalado el libro “México, regiones que caminan hacia la sustentabilidad”, escrito por él y el Dr. Víctor M. Toledo. En su libro, los doctores Ortiz y Toledo plasman los resultados de una serie de investigaciones en torno a empresas sociales (muchas de ellas asociadas a cooperativas zapatistas) que se desarrollan en la línea de la sustentabilidad (entendida como empoderamiento social). Estas empresas se ubican principalmente en comunidades indígenas que a través de su cosmovisión, desarrollan actividades económicas manteniendo siempre presente la preservación y cuidado del medio ambiente y los recursos naturales. El libro agrupa más de 2 mil proyectos de este tipo y como dije al inicio de este párrafo, nos devuelve un poquito la esperanza en un mundo cada vez más desesperanzado. En fin, ojalá que puedan atender estas recomendaciones cinematográficas y si quieren hablar hablar más sobre el asunto, pues échenme un grito.


El Autor: Realizador audiovisual, cinéfilo, futbolista, fotógrafo y escritor amateur. Aquí está mi FB. 
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