‘El agente topo’, la misión de ver con los ojos de otros

Cinetiketas | Por Jaime López 


¿Cómo hablar del abandono que padecen algunos adultos mayores sin caer en chantajes o sermones? La respuesta a esta pregunta la tiene "El agente topo", la nueva película de Maite Alberdi, quien echa mano de la empatía para construir su reciente testimonio audiovisual, el cual sigue a un octogenario contratado como espía para averiguar si los inquilinos de un asilo son maltratados por sus cuidadores.

De ese modo, la cineasta chilena que obtuvo gran reconocimiento gracias a "La once", cinta en la que registró las conversaciones que sostienen varias mujeres de la tercera edad, destaca por su mirada sensible sobre un tema que muchas veces es abordado con exagerada aflicción.

Alberdi también plantea una narrativa ingeniosa, la cual ayuda justamente a ponerse en los zapatos de aquellos seres que suelen ser olvidados con el paso del tiempo.

Dicha narrativa incluye la publicación de un peculiar aviso clasificado, así como la presencia de un seudo detective, el cual hará las veces de un "sensei" tecnológico para adultos mayores, que presuntamente no están familiarizados con los teléfonos inteligentes o el mundo digital.

Es ahí en donde la cineasta muestra la capacidad de aprender que tienen las personas de la tercera edad aún cuando gran parte de la sociedad las relega.

Por otro lado, la premisa principal de "El agente topo", consistente en evitar la gerontofobia, se logra gracias al oportuno plan de producción y la buena dirección de cámaras, entre las que se incluye el visor que tienen las gafas-espía portadas por el protagonista, Sergio.

Y qué decir del universo femenino albergado por el largometraje en cuestión, en donde se da cuenta de los diferentes tipos de olvido que padecen las adultas mayores, pero también de la resiliencia multidiversa que tienen para enfrentar esa situación.

Ojo a Berta y Marta, cuya jocosidad y cleptomanía, respectivamente, inundan la pantalla de una alegría epidémica.

Es oportuno agregar que "El agente topo" forma parte de las 15 semifinalistas al Oscar 2021 en la categoría de Mejor película internacional y se puede encontrar en la plataforma de Netflix.

Letrinas: Alicia te había prohibido verla


Alicia te había prohibido verla
Por Iván Gutiérrez

Ahí está de nuevo, ese maldito escalofrío que siempre te persigue antes de tocar. El miedo nunca se irá, por el contrario, es parte del oficio. Eso es lo que dice Alicia. Claro que dar consejos siempre ha sido más fácil que llevarlos a cabo.  ¿Cuándo ella se ha presentado en un escenario como éste? ¿Cuándo ha tocado frente a cien personas impacientes por destrozar cualquier canción que no coincida con sus expectativas? ¿Por qué habría de hacerle caso a las ideas de Alicia, después de todo?

All I wanna be… Is something so good… (Floated By - Peter Car Recording Co.)

Estos tipos tocan poca madre, y aunque no entiendes si lo que escuchas es jazz, rock o góspel, sientes cómo todas las almas a tu alrededor vibran como guiados por cierta melodía con sabor a psicodelia. ¿Por qué te pusieron después de ellos? Ya casi es hora de subir al escenario y tu maldito corazón no va más que empezando a galopar. ¡Mírate, estás echo mierda! ¡Por Dios, ni siquiera el agua fría te quitó la peste a vino barato! ¡Basta, deja de pensar pendejadas y concéntrate! La carta, acuérdate de la carta, y de su voz cuando te pidió que tocaras el Mi Mayor más rápido, y luego sus labios, sobre todo sus labios, de hecho, olvídate de la carta. ¡No, qué dices, la carta es lo importante! Qué decía… empezaba algo así como… “recuerdo que pensé dos cosas cuando te conocí: que tus canciones no eran malas (pero tampoco las mejores), y que necesitabas a alguien que te dijera cuando no estabas dando lo mejor de ti…”

En la presentación de hace un mes los nervios eran mucho peores, ¿te acuerdas? El hedor a marihuana era casi el mismo, aunque el público no superaba las quince personas, y no podía hablarse tanto de asientos como del clásico estar parado con tu caguama en la mano cotorreando. Apenas habías terminado de tocar y ya querías irte a la chingada del evento. No era como que la gente le hubiera puesto mucha atención a tu música, pero tú sabías que no lo habías hecho del todo bien. Por eso te sorprendiste cuando esa melena rubia se acercó para decirte que le había gustado tu música, y tú como pendejo diciéndole “gracias, qué bueno que te gustó”, en vez de pedirle su teléfono o preguntarle su nombre o por lo menos expresar lo increíble que se miraba con esa falda larga. Por suerte ella supo seguir la conversación comentando que tu última canción no había sido la más afinada de la noche. Sacó una tarjeta y te reveló que era manager de bandas independientes en Los Ángeles, y a pesar de tu cara de fracasado te invitó a que fueras a su departamento al día siguiente para ver si había posibilidades de trabajar en tu proyecto. Awebo le dijiste que sí.

Para el día siguiente quedaste sorprendido por lo minimalista de su depa, con apenas una planta, algunas botellas de vino y un cuadro en óleo de dos jóvenes desnudos mirándose fijamente: ella fumado un cigarro, él tratando de leer. Al fondo sonaba esa versión de Barro Talvez con la noble y hechicera voz de Cande Buasso y los teclados de Paulo Carrizo.

Tienes mucho potencial, Julián, comenzó a decirte mientras te invitaba a ponerte cómodo en el sillón y te servía una copa de Tempranillo. Yo te voy a ayudar a desarrollar tu talento, pero antes debo saber si tienes o no madera de artista. Verás, un artista no puede tener apego a nada más que a sí mismo.

¿Apego?, le respondiste a la par que la marihuana comenzaba a llenar cada rincón del aire. Tener apego es vivir encadenado, y un artista no puede vivir así: tiene que ser libre, ¡darlo todo por la libertad!, sentenció Alicia. Respondiste que no estabas del todo de acuerdo, y ella te respondió que eso era porque le temías a la soledad. Eres un cobarde, y esa es una de las razones por las que tu proyecto no prospera ni tu música no llega a más de diez personas, dijo mientras exhalaba un toque.

Si quiero me toco el alma… Pues mi carne ya no es nada…

¿Te acuerdas cómo permaneciste impávido, mientras tratabas de evitar que las palabras de Alicia rebotaran en tu baja autoestima? Tras unos segundos no pudiste contenerte y le gritaste ¡¿Tú qué chingados sabes Alicia?! Y ella, sin alterarse, dijo que no se creía nada, pero que ella siempre era honesta con los músicos con los que trabajaba.

¡No vine aquí para que dijeras pendejadas!, le respondiste encabronado. Eres un mamador, te dijo ella mientras dejaba la copa vacía en la mesa y te miraba con malicia. Fue entonces que te echaste encima de ella repitiendo que se callara, y ella respondió que te dejaras de mamadas y que la besaras de una puta vez. Eso hiciste y luego la mordiste y tus dedos se fueron debajo de su vestido y descubriste que no traía ropa interior.

Ya lo estoy queriendo… Ya lo estoy volviendo canción…

Luego cogieron con furia, como enojados por haberse tardado tanto en hacer lo que ambos querían: tratarse con esa mezcla de cariño y desprecio, arrancarse los labios y besarse el cuello y morder un pezón y luego el otro y olvidar por un momento que la vida no vale nada. Ya al final te dijo que eso era lo que te hacía falta en el escenario: transformarte en una bestia y dar una exhibición que naciera de lo más profundo de ti. Después te invitó a que regresaras en cuatro días, y que para tal ocasión llevaras tu guitarra.

En los días siguientes estuviste pensando en cómo habías perdido los estribos, y tuviste noches de insomnio que ni el tabaco ni el jazz ayudaron a apaciguar, horas pensando si lo ocurrido había sido (o no) lo correcto, porque jamás te habías sentido tan libre como cuando dejaste que la pasión tomara el control, pero tampoco nadie te había hecho enloquecer de tal manera. Y dudaste, claro que dudaste si regresar o no, porque temías que manipulara tu violencia y terminarás por hacerle daño, y te preguntaste por qué te importaba tanto el llegar a hacerle daño si apenas la conocías. El mero día sonó Plan de Fuga de Los Planetas y dejaste de pensar para seguir ese impulso que su aroma había dejado flotando por tu memoria.

Tan sólo necesito una victoria… una victoria nada más…

Cuando llegaste pudiste ver varias de las botellas vacías y el cuadro en el piso con el vidrio roto. Alicia parecía angustiada, pero cuando te vio llegar con la guitarra se entusiasmó y toda su cara adquirió brillo. Hoy vamos a practicar un ejercicio de ritmo, porque hay muchas de tus canciones que pueden mejorar si trabajamos el tiempo, dijo, y luego te ordenó que tocaras un acorde de Mi Mayor con un ritmo de folk, y que progresivamente fueras subiendo la velocidad del rasgueo. Llegaste a un punto en que no podías más, los dedos y la muñeca comenzaba a dolerte, pero Alicia te gritó que fueras más rápido, que no se te ocurriera detenerte ni perder el ritmo, que ¡vamos hijo de puta, hazlo más rápido!, y así alcanzaste un ritmo increíble que nunca habías ejecutado sin perder el tiempo. Terminaste exhausto, uno de tus dedos sangraba ligeramente porque en cierto momento la púa salió volando y tuviste que continuar sin ella, pero sentías una fuerza increíble fluyendo por todo tu cuerpo.

Alicia te dijo que tenía otro ejercicio, y quitándote la guitarra de las manos te desabrochó los pantalones y te dijo que cerraras los ojos. Atrévete a mirar y te vas a la chingada de aquí, advirtió mientras te recostaba en el sillón. Obedeciste sin resistencia y escuchaste como su ropa caía al suelo, y entonces llegó a tu boca el roce de sus senos, apenas una caricia que te dejaba más ansioso que un preso sin tabaco, queriendo que supieras que estaban ahí para ti pero que ella marcaba el ritmo: que ella era la libertad. Sus labios comenzaron a besar tu pecho y descendieron hasta tu entrepierna, revelando con su lengua una talentosa habilidad para sacar lo mejor de ti. Luego se subió encima y con una mirada de caníbal te ordenó que te la cogieras como al acorde de Mi Mayor, con fuerza y rapidez, y tú obedeciste y con tus manos dejaste unas marcas rosadas sobre su piel blanca y ella te gritó que lo hicieras más rápido, ¡más rápido, hijo de puta! y en tu cabeza Belafonte Sensacional cantaba que lo Hicieras por el Punk, y entonces Alicia gritó mientras te rasguñaba el pecho y tu sentías como todo el peso de su alma se evaporaba. Ya con el porro encendido te confesó que te había conseguido un lugar para tocar en el Subterra Fest, que se llevaría a cabo dentro de tres días en el Foro Alameda, y que necesitabas llevar una canción nueva para cubrir el tiempo total de la presentación.

El insomnio otra vez, y las caminatas nocturnas por el parque no ayudaban ni las canciones de Juan Cirerol: estabas convencido de que “la presión obstruía la inspiración”. Alicia te había prohibido verla antes del día de la presentación, que para que te enfocaras en la nueva rola, pero tú solo podías pensar en ella, en Alicia riendo a carcajadas, en la mirada encantadora y perversa de Alicia, en Alicia contigo en la regadera, en Alicia gritándote que lo hicieras más rápido.

La noche del tercer día terminaste por soñar con Alicia recostada sobre tus piernas conversando sobre lo que hace auténtica a una canción, si la sinceridad de la composición o lo vanguardista de su sonido, si su carácter subversivo o su fuerza emotiva, si el dominio de la técnica o la altura conceptual; una conversación sin resolución cerrada con un beso profundo que te hizo despertar y descubrir que la canción estaba hecha, que podías escucharla de principio a fin, así que fuiste en chinga a anotarla y la compusiste en menos de cinco minutos, bautizándola como “Alicia me ha prohibido verla”.

Te valió madres el pacto con Alicia y corriste a su departamento, listo para interpretarle en vivo la nueva obra, pero cuando atravesaste la puerta no había nada, ni botellas, ni cuadro, ni Alicia, ni nada, apenas una canción de Los Tigres del Norte sonando desde la calle, y sobre la mesa la planta de Alicia, y debajo de ella una carta donde tu mujer soñada confesaba que no se llamaba Alicia ni era manager de Los Ángeles, pero que no mentía cuando decía que tenías talento, que solo debías creer más en ti mismo y dar lo mejor de ti en el escenario. Se despedía pidiéndote que cuidaras de su planta, y terminaba la carta dedicándote un poema de Samuel Noyola.

Ahora tienes la carta contigo, y es probable que nunca vuelvas a saber de Alicia, pero también sabes que no vas a olvidar nunca el calor de sus piernas arriba de ti, ni su voz gritándote que lo hagas más rápido, ni mucho menos la sonrisa fugaz entre la penumbra de las velas. Entonces sujetas el cuello de tu guitarra, dejas de pensar, subes al escenario y le demuestras a esta centena de extraños cómo debe sonar un Mi Mayor.

‘Nuestra parte de noche’: un recorrido por el país y el genio de Mariana Enríquez

Por Noé Isaías Lara Aguila


Mariana Enríquez ya era una autora consagrada de la nueva narrativa argentina. Los volúmenes de cuentos: Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016) son clara muestra de ello. Es periodista del diario argentino Página 12. Al leer su última novela, que le mereció el Premio Herralde de novela 2019, encontramos a quien podríamos describir como una alumna avezada de Stephen King. Esto no quiere decir que su escritura sea una calca o una especie de King latinoamericano, pero su obra guarda ciertos paralelismos con la del maestro norteamericano. En pocas palabras, si estás habituado a los ambientes del maestro de Maine, la obra de Mariana Enríquez puede serte muy afín. Ese estilo dinámico, caracterizado por un lenguaje claro y sencillo que al paso de las páginas te va sumergiendo en las historias sin que aparentemente te des cuenta, forma parte también de la narrativa de Enríquez. A diferencia de King, ella no hace tantas digresiones ni se entretiene en tantos relatos secundarios, salvó cuando cree que la anécdota lo amerita. Como en el caso de la narración de las hazañas de Maradona durante el mundial de México 86, mientras el evento es seguido por los protagonistas en la televisión argentina. Al igual que en la obra del maestro de Maine, la infancia cumple un papel central en la conformación de sus personajes. Los hechos que vivirán de niños determinarán su futuro como personas adultas. Si bien, este es un hecho indudable en la existencia de cualquier persona, la naturaleza de los acontecimientos a los que se enfrentarán en esta historia, marcará un antes y un después dentro de sus vidas, dejándoles a algunos de ellos un trauma psicológico difícil de superar, y a otros, además de éste, huellas físicas que marcarán aún más sus destinos. Después de todo, puede resumirse la acción principal de la novela, como el esfuerzo que realiza un padre para proteger la vida de su hijo, sin importar los medios ni las consecuencias que esto atraiga consigo.

Nuestra parte de noche es un recorrido por la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Si cierta literatura sobre la Argentina se ha centrado en la parte nazi que se escondió y proliferó en esas latitudes; en esta obra se establece un paralelismo entre la maldad de ciertos grupos iniciados en el ocultismo y su estrecha relación con los militares golpistas de la década de los setentas. Nuestra parte de noche habla de la oscuridad que habita en las personas y en los medios que ciertos grupos tienen para alimentarla y vivir de ella y para ella.

La maldad es una deidad generosa que sabe recompensar a sus allegados pero que exige a cambio un pago muy alto. Las diversas técnicas o estrategias narrativas que emplea Mariana Enríquez vuelven aún más completa la obra.

Desde la narración en retrospectiva, hasta la adaptación de uno de sus relatos dentro de esta novela; se trata de la historia de La casa de Adela, un texto original del volumen de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego. De igual manera, se incluye un informe periodístico, el falso reportaje que una periodista se encuentra investigando sobre la extraña desaparición de una niña acontecida años atrás. Algunos tópicos clásicos del terror se encuentran presentes en la obra, como el terror psicológico y las casas embrujadas.

Por último, haré mención de la correspondencia entre esta obra y El invierno del lobo (2015) de John Connolly, en donde una comunidad de Maine, llamada Prosperous, descendientes directos de un grupo de colonos protestantes que arribaron a Estados Unidos procedentes de Inglaterra (sí, igual que los del Mayflower) también realizan un extraño culto a una deidad demoníaca en una iglesia antigua que fue traída en el mismo barco piedra por piedra para volver a ser edificada en América; recinto en el que habita una terrible deidad que debe ser alimentada con personas para que Prosperous siga haciéndole honor a su nombre.

En efecto, la maldad, tanto en la obra de Mariana Enríquez como en la de Connolly, es un ente caprichoso que recompensa generosamente a sus iniciados pero que a cambio exigirá ser bastante bien alimentado; recordándonos aquello de que todo imperio está construido sobre la sangre de sus víctimas. Creo que lo verdaderamente terrorífico sería descubrir que bajo cualquier deidad se escondiera un ente hambriento, pero eso ya es otra historia. 

‘Pretend It’s a City’: la legendaria Fran Lebowitz en acción

Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |


Recuerdo haber visto una entrevista de Fran Lebowitz hace un par de años en donde hablaba sobre lo mucho que detesta subirse a un avión, pero en especial, el único vuelo que ha hecho a Australia. “Es el vuelo más largo en toda mi vida y, por lo tanto, el mayor tiempo que he pasado sin fumar. Fue horrible, parecía una niña preguntándole a cada rato a la aeromoza si ya habíamos llegado y me miraba con cara de ‘estás loca, apenas llevamos 4 horas’. Deduzco que las únicas personas que viven en Australia son aquellas que no tuvieron el valor de enfrentar el vuelo de regreso”. Ese fue mi primer acercamiento consciente con Fran y automáticamente, me pareció una mujer en extremo genial, cruda, divertidísima y sin miedo a decir exactamente lo que piensa. Por eso, cuando andaba navegando por Netflix el mes pasado y apareció el tráiler de ‘Pretend It’s A City’, inmediatamente me impacienté a que se estrenara.

Si no conocen quién es Fran Lebowitz, lo harán (y muy bien) a través de la serie documental de siete fabulosos episodios llamada ‘Pretend It’s A City’, dirigida por el buen Martin Scorsese, amigo de toda la vida de Fran. La amistad entre el cineasta y la autora tiene una muy peculiar y fabulosa dinámica que traspasa la pantalla y de inmediato lo contagian a uno con sus divertidas interacciones (Martin simplemente no puede parar de reírse como histérico en cada intervención que hace Fran). La serie es una especie de tributo a Nueva York desde el punto de vista de este par de neoyorquinos setenteros; un pequeño recorrido por la Gran Manzana acompañada de la perspectiva humorística sarcástica y oscura de Lebowitz quien discute temas diversos como el trabajo, el transporte, el arte, la literatura, el sexismo etc. El título de la serie por supuesto es de la autoría de Fran, cuya relación amor-odio de más de cincuenta años con Nueva York, la ha llevado a ser una de las autoras estadounidenses más reconocidas y una oradora pública altamente solicitada. “Es lo que quise mi vida entera: que la gente preguntara mi opinión sobre las cosas y no tuvieran derecho a interrumpir”.


La historia de Fran con Nueva York surge en 1969, cuando una joven Lebowitz decide abandonar Morristown, Nueva Jersey para aventurarse a vivir a la Gran Manzana, una decisión que ultimadamente le cambiaría la vida por completo. Buscando un lugar seguro para escribir poesía y vivir abiertamente su homosexualidad, Fran trabajó de todo un poco antes de ser contratada por Andy Warhol (sí, EL Andy Warhol) como columnista de la revista ‘Interview’. Los trabajos iban desde ser señora de limpieza, chofer, taxista y escritora para pornografía. Hasta que se dio cuenta (como a much@s nos pasa) que simplemente NO le gustaba trabajar y debía conseguirse alguna actividad que le brindara la remuneración suficiente para vivir cómodamente en Nueva York. Cuando comparte esta historia en la serie documental, les juro que solté una carcajada ENOOORME porque parece que me estaba escuchando a mí misma. Y no es broma, en más de una ocasión mi mamá y mi hermana volteaban para decirme lo mismo: “parece que te estamos escuchando hablar”. Compartimos el odio a le gente, la intolerancia a todo y a todos, la frialdad para decir las cosas… para mí no hay un cumplido más grande y grato, que ser comparada con la magna Fran Lebowitz.

Antes de trabajar en la revista de Warhol, con el que nunca se llevó bien, trabajó en la revista ‘Changes’, cuyos contenidos eran básicamente políticos y culturales en tono chic; dicha revista fue fundada por Susan Graham Ungaro, la cuarta esposa del jazzista Charles Mingus. ¿Se imaginan? Después de otros trabajos en revistas, publica su primer libro titulado ‘Metropolitan Life’ en 1978 y luego le sigue ‘Social Studies’ en el 81; ambos son una colección de ensayos sarcásticos en donde narra las constantes irritaciones y frustraciones de vivir en el Nueva York de los años 70s. Acto seguido, Fran se convierte en una celebridad local, frecuentando el famoso Studio 54, constantemente asistiendo a fiestas, conociendo y codeándose con la crème de la crème del medio artístico y cultural. Y así es como básicamente, Fran se convierte en leyenda y en un fashion icon, le pese a quien le pese. *suspiros bonitos*

A la edad de 70 años, uno creería que Fran ya no encuentra motivos para continuar quejándose, pero Lebowitz nos demuestra en efecto, que sí es posible. Las pláticas con Scorsese en ‘Pretend It’s a City’, funcionan como una especie de ‘stand up’, similares a las que tuvieron en el documental de 2010 ‘Public Speaking’ en HBO, también dirigido por Martin. Pero, el mismo Scorsese platica en su reciente entrevista con Jimmy Fallon, que sintió mucha más libertad a la hora de estructurar, filmar y editar esta reciente docu-serie.

“Quería que se sintiera como una especie de irrupción de Fran a nuestros hogares y que nos ‘vomitara’ sus pensamientos sin tapujos”.

Martin Scorsese

Podemos disfrutar de las pláticas/entrevistas de ambos, mientras se entrelazan imágenes de la ciudad, conversaciones, pláticas y otras entrevistas que Fran ha tenido en auditorios, programas de televisión y de radio, y uno que otro cameo interesante.


Una de las tantas ‘peculiaridades’ de Fran es que, por convicción propia, no forma ni le interesa formar parte de la era digital: no tiene celular, ni computadora, ni iPads, ni nada por el estilo. Vaya, ni siquiera llegó a tener una máquina de escribir, sus libros los ha escrito a mano. A mediados de 2019, cuando ‘Pretend It’s a City’ andaba en producción, Fran admite en otra entrevista con Jimmy Fallon: “Nunca voy a verla, porque no tengo Netflix”, a lo que Fallon le discute: “Pero, ¡TIENES QUE VERLA! Apareces en ella”. Y Fran, siendo Fran responde: “¿Y eso qué?”. Agradezcamos a Netflix y a Martin Scorsese por regalarnos una nueva plataforma en donde podamos ver, admirar y escuchar las múltiples quejas de Fran Lebowitz y así llegar a una audiencia mucho más amplia y joven que tal vez no la conozca y que, como yo, comparta mucho de su sentir y pensar. Por favor, ¡no se la pierdan!

Las olas rompen: poema-elegía a Allen Ginsberg

Por Lawrence Ferlinghetti


Allen Ginsberg se está muriendo
dicen los periódicos
los noticieros
Un gran poeta está muriendo
Pero su voz
no morirá Su voz está en la tierra
En Lower Manhattan
en su propia cama
está muriendo
No podemos
hacer nada
Está muriendo la muerte que todos mueren
Está muriendo la muerte que mueren los poetas
tiene un teléfono en la mano
y desde su cama en Lower Manhattan
llama a todos
Tarde en la noche
en todos los lugares del mundo
el teléfono suena
“Habla Allen”
dice la voz
“Habla Allen Ginsberg” Cuántas veces han escuchado esa voz
en todos estos grandes años
No tendría que decir “Ginsberg” En todo el mundo
en el mundo de los poetas
solamente hay un Allen
“Quería decirte” dice
Les dice lo que sucede
lo que se le viene
encima
La muerte la amante oscura
se le viene encima
Su voz viaja vía satélite
sobre la tierra
sobre el mar de Japón
donde un día él se alzó desnudo
tridente en mano
un hombre joven de barba negra
como un joven Neptuno
de pie en una playa de piedras
Hay marea alta y las aves marinas lloran
Las olas rompen contra él
y las aves marinas lloran
en la costa de San Francisco
Sopla un viento fuerte
hay olas enormes
azotando el Embarcadero
Allen está en el teléfono
su voz está en las olas
Yo leo un libro de poesía griega
en donde está el mar
y los caballos lloran
donde los caballos de Aquiles
lloran
aquí junto al mar
en San Francisco
donde las olas lloran
Hacen un sonido sibilante
profético
Allen
susurran
Allen


Sorry, We Missed You: la esclavitud de moda en tiempos pandémicos

Por Jorge Tadeo Vargas

En el 2016, Ken Loach junto a su inseparable guionista Paul Laverty, deciden hacer un retrato de la realidad que vivimos actualmente, filmando I, Daniel Blake, una cinta que hace un recorrido por la burocracia y la falta de empatía que tiene el sistema para con los más desfavorecidos.

Mientras nos muestra a un “boomer” intentar conseguir trabajo después de un infarto al corazón va desenredando toda la desesperación, la locura que es tratar de lidiar con un sistema que no esta hecho para funcionar, al menos no para la clase trabajadora. Con una visión más realista que el Joker, Loach hace una critica muy a su modo contra el sistema capitalista que nos convierte en números, en cifras, en seres anónimos. Lamentablemente no estamos listos para tener esta conversación y preferimos la ficción.

Para el 2019 la dupla Loach-Laverty deciden apostar por hacer una critica mucho más fuerte, agresiva, contra uno de los peores males de la actualidad. El llamado capitalismo de plataforma y uno de sus peores exponentes: la esclavitud disfrazada de emprendimiento con el servicio de entregas a domicilio de las compras por internet.

En Sorry, We Missed You, renombrada en español como “Lazos de Familia”, Loach y Laverty le dan forma a una familia de clase obrera, que intentando sobrevivir a la crisis económica, deciden vender el carro familiar para comprarse un camión y entrarle al emprendimiento de entregas de comprar por internet. En teoría un trabajo que les va a permitir autonomía, y con eso mayores ingresos. Es justo ahí cuando se dan cuenta del mito de que ser un emprendedor no te permite salir de la clase obrera, que el concepto, la acción es solo la zanahoria que venden desde el capitalismo de plataforma para todos aquellos que desde la crisis o el propio aspiracionismo quieren salir de la cadena de producción.

Salen de la esclavitud de las fábricas hacia la esclavitud de lo que David Graeber llamó “trabajos de mierda”.

En esta película tanto el padre como la madre son personajes que conocemos muy bien, los dos trabajan más de doce horas al día. Ella es enfermera que cuida enfermos y/o viejos en sus casas, un trabajo físico sumamente pesado, que la deja adolorida, cansada; él entrega paquetes todo el día, es decir pasa más de ocho horas manejando, visitando casas, lidiando con el tráfico, las personas que lo tratan como un sirviente, incluso con la inseguridad de que en cualquier momento lo pueden asaltar para robarle su mercancía, cosa que pasa terminando mal herido. Sin seguridad social, y como es “socio de la compañía” si no trabaja, no tiene sueldo, además de que está la amenaza de quedarse sin el trabajo, perder el camión por las deudas, no hay más, tiene que salir, así, golpeado, lastimado a continuar con las entregas.

Viven al día tratando de criar a sus dos hijos, una pequeña y un adolescente. Una historia muy familiar para cualquiera que venga de la clase trabajadora. Es fácil sentirte identificado con los personajes, al menos reconocer a tus padres, vecinos, a esos que son parte de quienes hacen funcionar la máquina sobreviviendo al día a día con empleos que no les dan un futuro.

En estos tiempos donde parece que la esclavitud está de moda, que se maquilla de emprendimiento, esta dupla al igual que lo hicieron con I, Daniel Blake, muestran la desesperación, la tristeza, la locura; eso que algunos sociólogos llaman depresión por capitalismo.

En Sorry, We Missed You la marginación se disfraza de soledad y mientras las transnacionales se hace cada vez más ricas, sus “asociados” como los llaman caen en una espiral sin fondo, en un esclavismo disfrazado logrando apenas sobrevivir para continuar con su explotación diaria.

Presentada en el 2019, no pienso que ni Loach, ni Laverty se imaginaran lo que se venía en tiempos de pandemia y encierro, iniciado el año pasado por el  COVID-19. No creo que hayan sido capaces de imaginarse la fuerza que estas empresas iban a tomar en el 2020, y es que con la llegada del #QuedateEnCasa, el consumismo en que se sustenta la base del sistema de clases actual fortaleció aun más al capitalismo de plataforma, convirtiendo a los emprendedores de entregas de compras por internet en parte de la línea del frente para que las clases aspiracionistas no se volvieran locas en el encierro. Consume hasta morir, dice una frase, que ahora se complementa con compra en línea, no importa, alguien saldrá de su casa corriendo el riesgo para que tus productos te lleguen seguro a tu puerta. El emprendimiento de este tipo ha sido el único que no entró en crisis; fábricas cerraron su producción, restaurantes fueron forzados a cerrar, pero las compras por internet y los repartidores aumentaron, al grado que Jeff Bezos (dueño de Amazon) logró ser de forma intermitente el hombre más rico del mundo.

En tiempos pandémicos, con la economía real, la que se sustenta en la producción está yéndose al carajo, la esclavitud disfrazada de emprendimiento aumentó, con lo que la riqueza de un sector privilegiado también lo hizo. En estos meses la realidad superó con creces a lo que Loach nos presentó en su película.

Ken Loach ha usado su cine para la denuncia -propaganda izquierdista, dice la derecha-, lo usa para hablar directo sin tapujos, Sorry, We Missed You no es la excepción y no queda más que esperar cual será su visión cuando este encierro solo sea parte de la historia de la civilización.

Febrero, 2021, segundo año pandémico.


Letrinas: Contrato de actuación

Contrato de actuación

Por Marianela Labrada Hernández

Cuando entré al estudio los actores que ensayaban para la filmación dejaron sus parlamentos a medias y H, mi director, suspendió en alto la mano con que los guiaba. Después la fue bajando lentamente y se hizo un silencio pesado.

— Ven conmigo— dijo, y  ya no tuve que preguntar si había llegado. Fuimos juntos hasta mi camerino. Abrió la puerta como si nos presintiera, y se quedó parada en el umbral.

— ¿Qué te parece?— Me interrogó H con más curiosidad en los ojos que en la pregunta.

Si me negaba a aceptarla los raitings de la serie se irían al piso. Era un derecho que me otorgaba el contrato de actuación para proteger mi imagen. Interpretaba el protagónico, y aunque faltaba un año para concluir la grabación, necesitaba irme por un tiempo. H tenía razones para estar nervioso. Los demás directores le habían advertido que trabajar con actores humanos en esta era, representaba un riesgo. Pero él insistía en contratarnos y sus series eran las más vistas. En su equipo los actores programados solo trabajaban eventualmente, como dobles en escenas de peligro.

La miré detenidamente y pensé en si ella sería capaz de interpretar la pregunta que H me dirigía; o la asimilaba literalmente, sin comprender el lenguaje extra verbal en toda su extensión.

—Puedo entenderlo— dijo, y reparé en su mirada (la mía), en esa forma de apretar los labios que tiene (tengo) para asegurar algo.

H estaba asustado. Me conocía desde hacía una década. Eran muchos los papeles que había interpretado bajo su dirección. Sabía además que ella, mi yo robótico, era demasiado perfecta. Para H, en cuanto al físico resultaba imposible que una mujer humana no sintiera celos de aquel rostro, que nunca tendría una arruga (a menos que se la programaran). De aquellas tetas que no cederían ante los embates del tiempo. Cómo no envidiar su vientre plano y sus nalgas perfectas, sus muslos sin celulitis, sus piernas que no conocían las várices.

Era demasiado para asimilarlo en tan poco tiempo. Apenas una mañana para conversar con ella. Conmigo misma, pues en pocos minutos copió mi tono de voz, mis gestos. Hasta mi forma de caminar la había copiado antes de sentarme. H estaba seguro de que me había incomodado la sustitución y temía que aquello afectara nuestra amistad. Pero al mediodía, al despedirme, le dije que estaba de acuerdo, y firmamos la cláusula modificativa del contrato.

Tiempo después, cuando entré al estudio, los actores que ensayaban para la filmación dejaron sus parlamentos a medias y H, suspendió en alto la mano con que los guiaba. Después la fue bajando lentamente y con su mejor sonrisa vino hacia nosotros. Me besó. Los demás actores, los camarógrafos y el personal de apoyo nos rodearon. Ella también me felicitó.

Antes de irse me dijo que sentía envidia. No supe de qué hablaba y me quedé en silencio. Fue la única vez en que no me molestó su habilidad para leer la mente:

—Tu hijo. Dar vida no programada. —Aclaró— es algo en lo que jamás podré copiarte.


Pablo Delo lanza “Volvamos a la vida”


El cantautor poblano Pablo Delo vuelve a “Casa Yonki” para la producción de su segundo material discográfico “Volvamos a la vida”. A finales del 2020 se publicó en las plataformas digitales el disco “Fantasmas” teniendo una respuesta favorable en Puebla y otros estados del país.

“Volvamos a la vida” es el primer sencillo del disco, en el que los textos son el producto de días de encierro, de negarse al fastidio que puede ocasionar largas jornadas de convivencia; de aguardar un momento más para volver al rumbo y lugares que frecuentamos cuando debamos hacerlo.

El álbum será publicado en el primer semestre del 2021 en todas las plataformas digitales.

“Dejamos que el tiempo sea tan fugaz y relativo, perdiendo su valor: a mayor sufrimiento menor placer de lo más simple. Hoy nos encontraremos absortos en la ciudad, ante el caos que habita en nosotros, y no haremos más que sonreír y cuidarnos; los momentos y las personas nos recuerdan que vivir es algo más que un transitar incierto”.

            (Joos Mort)

 


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