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«Elvis», un film digno del rey del rock and roll



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Me parece de suma importancia que, antes de leer esta reseña, tengan muy presente lo emocionada que estoy/estuve por ver “Elvis” tras varios años (sí, años) de espera porque por allá de 2019, cuando me enteré de que mi queridísimo y adorado Baz Luhrmann sería el encargado de dirigirla, no solo se me desbordó la emoción, sino que sabía exactamente qué esperar de la película y, una vez más, Baz no me decepcionó. Obviamente soy una gran fanática de su ya muy particular estilo al momento de desarrollar y contar una historia y, por ende, sabía lo increíblemente meticuloso y creativo que sería, llegando al punto de verdaderamente obsesionarse –en este caso– con Elvis y que el resultado final, sería una joya visual de esas que te dejan abrumadx un largo rato.

Tal vez no lo recuerden, pero hace seis años, escribí acercade Elvis Presley aquí en Sputnik y les confieso que tuve que regresar a leer el artículo previo a ver la película porque no recordaba del todo qué había escrito en aquel entonces (sí… ya estoy grandecita mi gente, la memoria no es lo de antes *carita triste*). Gracias a ello, me refrescó bastante la memoria y recordé, no solo lo mucho que auténticamente me gusta Elvis, sino también lo mucho que ya sabía de su historia personal y carrera artística al andar investigando e investigando por al menos un par de semanas. Así que, les reitero lo emocionada que estuve al ver la película y lo mucho que anhelaba una buena adaptación a diferencia de otras biopics medio chafis que nos han presentado anteriormente. Lo que sí es que tengo que confesarles que me dio un cringe horrrrrrible releer mi texto y darme cuenta de lo normalizado que tenía yo el grooming que le hizo Presley a Priscilla y neta, qué perro oso. Lo bueno es que, la gente cambia, aprende, reflexiona, se deconstruye y pues, la mujer que teclea estas letras, vaya que ya cambió. Gracias infinitas, hermoso feminismo.

Pues bien, por si no lo sabían, el director australiano Baz Luhrmann tiene tan solo seis películas bajo el brazo, de las cuales al menos cuatro son verdaderos iconos del cine moderno: Romeo+Juliet (1996), Moulin Rouge! (2001), The Great Gatsby (2013) y, por supuesto, Elvis (sí, tal vez piensen que me estoy adelantando demasiado, pero no inventen, tuvo una ovación en el Festival de Cannes de 12 minutos y le ha ido muy bien con la crítica, mucho mejor que a Gatsby, por ejemplo). Y, si viéramos esos filmes de manera secuencial, podríamos apreciar aún más el estilo in crescendo de Baz y su forma tan over the top en contar historias. El inicio de “Elvis” por ende, es tan caótico como su director; por un instante se mezclaban tres momentos distintos de la historia del protagonista, con visuales espectaculares y música estridente de por medio, manejos de cámara tan rápidos que te daba la sensación de que, si pestañeabas un poquitín más lento, te perderías de algo esencial en la historia. Esa sensación, bastante abrumadora, va y viene conforme avanza la historia. Pero, de entrada, te deja bien clarito el tono y el ritmo de las siguientes dos horas y media. Y hablando de eso, antes de que se me olvide, sí… confieso que se me hicieron un poquito excesivas esas dos horas y media que dura la película, pero también entiendo que seguramente Baz consideró que lo que vimos en pantalla, era imprescindible para logar el efecto que “Elvis” está teniendo en la audiencia y, por lo tanto, defendió y se aferró a su visión en el cuarto de edición. Cantidad sin arriesgar calidad, básicamente. Aunque se rumorea que Baz tiene en su poder, una versión de cuatro horas, en donde podríamos ver cuando Elvis conoció a Nixon entre otras cosas, pero que no está seguro si algún día seremos dignos de verla. ¿Ustedes la verían?

La película, es narrada por el villano de la historia, el temible coronel Tom Parker, quien fuera mánager de Elvis durante toda su carrera y que es interpretado por el célebre Tom Hanks, una selección de narrador bastante curiosa que nos aleja de otras biopics que han caído en lugares más comunes. Coincido con algunas críticas en cuanto a que no es el mejor trabajo de Hanks ni tampoco hace algo extraordinario que valga la pena recordar, además de que a veces hacen mucho ruido esos kilos de maquillaje y el traje de gordo. Sin embargo, reconozco que tuvo que trabajar con un personaje del cual siempre se ha sabido “muy poco”; no hay suficientes grabaciones o entrevistas que ayuden a estructurar cómo era este nefasto hombre en términos de la voz o los modismos, por ejemplo, así que entre Hanks y Luhrmann crean un personaje… digamos desde cero, por momentos sí rayando en lo caricaturesco y por momentos muy real, pero que nos permite entender su psique al instante al manipular mental, emocional y económicamente a nuestro héroe y a su familia. Parker es responsable del ascenso a la fama de Elvis y también de su declive (y no es ningún spoiler eh, todo mundo lo sabe); un hombre estratégico, inteligente, audaz, cruel y rapaz que surge como una especie de inspiración para todxs aquellxs managers de mitades del siglo XX y por supuesto, de este siglo XXI, estableciendo exactamente qué esperar y obtener de la fama,


Justificando en todo momento los tejes y manejes sobre cómo gestionaba la carrera artística de Presley, Parker nos narra su primera impresión, su primer encuentro con Elvis y cómo logró hacerlo el artista más reconocido a nivel mundial, sin siquiera salir de Estados Unidos. Aquí la grata sorpresa y lo que sigue emocionándonos a todxs, fue ver al maravilloso Austin Butler interpretando a Elvis en el que, les aseguro, es el papel de su vida. Su enorme talento arrasó con contrincantes como Harry Styles, Miles Teller, Ansel Elgort (ugh) y Aaron Taylor-Johnson a la hora de audicionar para el papel y seguramente, Baz quedó prendado de la capacidad de este gran actor y por supuesto, lo llevó al límite. Por si no sabían, Butler fue directito al hospital un día después de haber terminado de filmar la película: “mi cuerpo comenzó a ‘apagarse’ y estuve en cama durante una semana”. Austin ha confesado en múltiples entrevistas que, durante tres años, lo único que tenía en mente y por lo que trabajó arduamente durante todo ese tiempo, fue en encarnar a Elvis Presley. Y es que, la mayoría de las personas (incluyéndome), le teníamos muy poca fe al actor: en primera porque su filmografía no es exactamente la que imaginarías para alguien a quien le encargan semejante protagónico y, en segunda, porque físicamente NO se parece al ultra guapísimo cara-tallada-por-los-mismos-ángeles de Elvis. Entonces, la presión era demasiada y las ganas de cerrarnos la boca, también (lo cual obviamente logró). Se preparó durante meses con los mejores coachings vocales, no solo para cantar como Elvis (porque sí, durante la etapa joven de Elvis, Austin es quien interpreta las canciones y hasta grabó en el estudio donde Presley grabó más de 200 canciones), sino para hablar tal cual como él; es verdaderamente impresionante. En una entrevista con Jimmy Fallon, imita la voz de Elvis y señala los pequeños y sutiles cambios que tuvo entre los 50s, en los 60s y los 70s; según yo es prácticamente la misma, peeero no es así jajaja y Austin nos lo demuestra con muchísimo orgullo, tanto así que durante toda la gira promocional del film, no logra deshacerse de la voz y aunque es un chico californiano, ha recibido un sinfín de críticas por insistir con el acento de Tennessee, aunque el actor lo justifica precisamente con el hecho de haber trabajado tanto con esa voz que ahora le resulta difícil regresar a su tono auténtico. ¿O será pura mercadotecnia? Who knows!

Austin trabajó para convertirse en cuerpo y alma en Elvis durante tres años y no es mentira: desde el casting hasta la finalización del film (que se detuvo un año debido a la pandemia de COVID-19), tuvo la oportunidad de estudiar e imitar todas las facetas de Presley como artista y como ser humano; leyó las decenas de biografías que existen sobre él, meticulosamente vio cada película, escuchó cada álbum, cada entrevista que realizara el artista en sus 25 años de carrera y es de asombrarse que nuestro joven actor (Austin tiene 30 años) no se volviera loco ¿o sí? El resultado es que conoce al artista y al hombre, y logra mediante una bestial actuación, presentarnos a un inmortal Elvis, lleno de inseguridades, miedos, pasiones, arrebatos y todos esos matices, hacen que empaticemos con el héroe del que tanto nos hemos mofado por años. No en balde las mismísimas Lisa Marie (su hija) y Priscilla (su exesposa), le agradecen a Baz la forma en cómo retrata a Presley. Los movimientos perfectamente coreografiados que logra Austin ¡están de locura! tanto así que quieres que te salpique el sudor que le corre por todos lados. True story.


Algo que me parece re atinado, es que se le hace un buen homenaje a artistas como B.B.King, Sister Rosetta Tharpe (de quien también yaescribí en Sputnik ¡yuju!), Little Richard y Big Mama Thornton y, por supuesto, se visibiliza y se reconoce el talento, la innovación y, por ende, la tremenda influencia de la música negra del sur de Estados Unidos, en particular la que Beale Street tuvo en Elvis; R&B, gospel, soul, provenientes de la clase trabajadora y de las iglesias protestantes evangélicas afroamericanas. La mayoría de sus primeras grabaciones, eran simples covers de artistas negrxs y por supuesto se le acusó de apropiación cultural, lo cual efectivamente es, pero al ser un intérprete blanco y quererlo matizar con música country, pues obviamente no iba a hacer tanto ruido y encima, lo que los ejecutivos de las disqueras hicieron y supongo que el buen manejo del Coronel Parker, fue fusionar dichos ritmos con el country, el cual evoluciona y surge un sonido que, en la década de los 50s era nuevo, fresco y atraía a las masas juveniles del resto del país: el rock and roll. Lo cual me lleva a hablar precisamente de las fusiones auditivas que hace Baz en esta película, muy similar a lo que hizo y logró en The Great Gatsby. ¿Nos imaginábamos algún día escuchar a Eminem en un soundtrack de Elvis? ¿O escuchar a Doja Cat (rapera gringa) hacer una interpretación de “Hound Dog” de Big Mama Thornton mientras vemos en pantalla a Elvis caminar en su ciudad natal? ¡Claro que no! Pero la intención de Baz, y me atrevería a llamarla ya una obsesión, es la de fusionar el pasado y el presente para que entendamos de una buena vez, lo transgresor que eran esos sonidos entonces y lo mucho que continúan influenciando a la música actual y también, por qué no, atraer a un público más joven. La música es el vehículo perfecto para la transmisión de esas ideas y sentir. Lo que Baz logra en la escena de la feria, cuando Elvis interpreta “Baby, Let’s Play House” es FENOMENAL. Obviamente podemos bailar mientras escuchamos muchos de los éxitos de Presley, algunos reeditados y algunos no, sin llegar a saturarnos. Muy por el contrario, el efecto que causa la película es querer crear nuestras listas en Spotify y darle una oportunidad a la innovadora banda sonora. No dudo ni tantito, que los números de Presley en las plataformas musicales estén teniendo un considerable repunte.

Y sí, visualmente “Elvis” es… uff… sen-sa-cio-nal. Una explosión barroca que podemos apreciar, desde los posters promocionales, hasta los vestuarios perfecta y meticulosamente diseñados por Catherine Martin la ganadora del Oscar quien, además de haber hecho los vestuarios de Moulin Rouge! y The Great Gatsby, es la esposa de Baz, por lo que la dupla de talento es indiscutiblemente asombrosa. Hace unos días veía una entrevista en donde Catherine explica el trabajo agotador que fue hacer una selección de los mejores jumpsuits de Elvis en su legendaria etapa de Las Vegas, aunado al famoso traje de cuero que usó para su especial de televisión del 68, todo bajo las restricciones de la pandemia, que la obligó a imprimir en un sinfín de ocasiones, estampados que se asemejaran a las telas que buscaba obtener ya que no le podían ser enviadas (porque la película fue filmada en Australia). Una labor titánica que seguramente, la llevará a obtener otros merecidos premios. Y en cuanto al exceso de gráficos dentro de la peli, simplemente los amé.

Para finalizar, no todo es miel sobre hojuelas en mi reseña; además de sentir que la duración de la película fue excesiva, me hubiera gustado que ahondaran más en ciertos momentos de la historia de Elvis, como sus auténticos inicios en la música y no un montaje ahí medio de cómic, o que profundizaran más en su “peculiar” historia de amor con Priscilla (porque he leído unas cosas terribles y en exceso cringey sobre su relación), porque todo es sumamente fugaz y el trabajo de Olivia DeJonge ni se disfruta ya que son contados los minutos que aparece en pantalla y por lo tanto, el drama y la tensión entre ellos es prácticamente nula y en ese sentido, es difícil entender la depresión que causó en Elvis su divorcio (a pesar de haber sido él, el causante del mismo). El hilo temporal a veces se pierde y, escenas que merecían más profundidad, son fugaces y, por el contrario, de repente se enganchan en ciertas situaciones que, a mi parecer, no merecen tanto tiempo de pantalla. Aunque insisto, seguro Baz le encontró una explicación lógica a la narrativa que decidió presentar y supongo que, en cuanto al tema de Priscilla, no quería meterse en problemas con ella.

Creo firmemente que el amor como tragedia, sigue y seguirá siendo el tema central en las películas de Baz y en esta ocasión, hasta lo dice explícitamente. Tras casi diez años de ausencia, Luhrmann nos entrega una biopic digna de un rey del rock que dará de qué hablar por un buen rato. Vayan a verla y discutamos qué les parece.


Stevie Wonder: de niño prodigio a artista revolucionario



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |

“Just because a man lacks the use of his eyes
doesn't mean he lacks vision”
-Stevie Wonder-

El pasado 13 de mayo, festejamos el cumpleaños número 72 del gran Stevie Wonder, y qué mejor forma de hacerlo que celebrando al mismo tiempo sesenta años de una espectacular carrera música, escuchando sus mejores éxitos que son ufff… ¡UN BUEN! No les miento ni exagero cuando les digo que tiene AÑOS que tenía este artículo en mente y en realidad no sé muy bien por qué no me había animado a escribirlo, pero ahora que sí, es porque tengo tres poderosas razones: 1. Porque me encaaanta Stevie y siento que siempre ha formado parte del soundtrack de mi vida (qué ñoña, qué cursi); 2. Por lo importante que es seguir descubriendo y analizando lo revolucionario de su música y 3. Porque se me ha estado manifestando (del verbo manifestar, wink wink) en todas partes. Su carrera musical es una perfecta ilustración de sus visionarios talentos, por lo que Stevie Wonder es y será por siempre, uno de los artistas más exitosos, aclamados y significativos de todos los tiempos y por ello, es un honor y me enorgullece plenamente regresar a mis artículos musicales con él.

Los highlights y datos duros en la carrera del buen Stevie son vastos y espectaculares, por ejemplo: en 1963, a la tierna edad de 13 años, fue el primer artista joven en encabezar las listas de popularidad de Billboard Hot 100; a partir de ahí, ha tenido 29 hit singles en Estados Unidos, 101 singles en total, 23 álbumes discográficos, 25 Premios Grammy y más de 100 millones de copias vendidas en todo el mundo. Nada mal, naaada mal, Stevie. Iniciando su trayectoria como un niño prodigio, Wonder ha podido disfrutar de una amplia carrera que vio su cúspide creativa entre 1972 y 1976, época conocida como el periodo “clásico de Stevie”; durante este periodo lanzó 5 álbumes que fueron considerados verdaderas obras de arte inmediatamente después de ser lanzados y que, hasta la fecha, siguen siendo indispensables en las estanterías de todos aquellos que amamos su música. El más famoso y legendario de ellos, es el doble álbum de 1976 “Songs In The Key Of Life”. No solo le tomó dos años producir, sino que también contó con la colaboración de 120 músicos, un listado (depurado) de 21 canciones, la exploración e innovación de nuevas armonías y sonidos, y tiene una duración total de 1 hora 45 minutos. Aplausos de pie, ¿cierto? “Songs In The Key Of Life” viéndolo desde una perspectiva actual, funciona perfecto como una especie de álbum recopilatorio de Greatest Hits y es considerado por la reconocida revista Rolling Stone como el 4 mejor álbum dentro de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos. Fue incluido en el Grammy Hall of Fame en 2002; tres años más tarde, en la National Recording Registry (que es una lista de grabaciones sonoras catalogadas como cultural, histórica y estéticamente significativas) y se mantuvo 82 semanas consecutivas en las listas de Billboard. Mi amigo personal Elton John, (*inserte risitas aquí*) ha declarado en múltiples ocasiones que considera a “Songs In The Key Of Life” como el mejor álbum de la historia y que siempre carga (ya sea de manera física o digital) con una copia cuando viaja.


Stevie Wonder fue un pionero del uso de sintetizadores en los años 70s y el encargado en implementar nuevas técnicas de producción. Uno de sus sintetizadores ocupaba el tamaño de toda una habitación y pesaba literalmente una tonelada (más adelante les hablaré un poquito más de él). Durante su periodo clásico, fue el primero en llevar al R&B, de ser conocido por ser un género que producía exclusivamente singles fugaces, a hacer álbumes completos, cohesionando con el pop, el rock, el jazz y otros géneros musicales, y encima hacer que los temas a tratar en las canciones fueran más allá que solo letras románticas, incluyendo temas sociales, políticos e incluso, espirituales.

Así que vayamos al grano: ¿quién es Stevie Wonder? Un niño prodigio que realmente cumplió con su condena de genialidad (para bien, por supuesto). Su nombre real es Stevland Hardaway Morris y nace en Michigan por allá de 1950; sus padres fueron Lula Mae y Calvin Judkins quien, de acuerdo con la biografía de Lula, era alcohólico, violento y la obligaba a prostituirse. Cuando Stevie cumple 4 años, Lula se divorcia y se lleva a sus seis hijos a Detroit. A partir de los 7 años, Stevie comienza a tocar el piano, la harmónica, la batería y el bajo; también comienza a cantar en el coro de la iglesia y en algunas esquinas para ganar algo de dinero. Seguramente se estarán preguntando si en algún momento su ceguera fue impedimento para su desarrollo musical, pero también creo que saben cuál es la respuesta. Nació seis semanas prematuro lo que, junto con la atmósfera rica en oxígeno de la incubadora del hospital, derivó en una retinopatía prematura, una afección en la que no hay crecimiento de los ojos y provoca el desprendimiento de las retinas, por lo que quedó ciego siendo tan solo un bebé. He leído que existen muchas teorías en donde se le acusa de fingir su ceguera con tal de alcanzar el éxito profesional del cual goza y construirse una especie de personaje. Todo me parece una verdadera estupidez y falta de respeto.


A la edad de 11 años, le cantó una de sus canciones a Ronnie White del grupo “The Miracles” y quedó tan impresionado que lo mandó con Berry Gordy fundador de la legendaria casa discográfica Motown Records, quien lo contrató al instante y le propuso a Clarence Paul como su productor de cabecera, quien lo bautizó con el nombre artístico de “Little Stevie Wonder”. Clarence fue su mentor, productor y ocasional coescritor de canciones. En un año de trabajo, juntos lanzaron dos álbumes y algunos singles que fueron recibidos con muy poco éxito. Con 12 años, se unió a la “Motortown Revue” que hacía tours por todo Estados Unidos con los artistas de la disquera. Una presentación de 20 minutos de uno de esos shows en vivo en junio de 1962 fue grabada y lanzada en mayo del ‘63 en un álbum que se llamó “Recorded Live: The 12 Year Old Genius” que fue un éxito casi instantáneo y sirve como catapulta para la carrera de Stevie. Como dato curioso, Marvin Gaye toca la batería en dicha presentación. ¿SE IMAGINAN LO INCREÍBLEMENTE LEGENDARIO Y ESPECIAL QUE FUE ESO?

Durante el resto de los años 60s y mientras Stevie seguía siendo un adolescente, además de quitarse el “Little” de su nombre artístico, sacó más álbumes y singles como “Up-tight Everything’s Alright”, “I Was Made To Love Her”, “For Once In My Life” (que ingeniosamente incluyeron en la peli “Begin Again” y cuya escena entre Mark Ruffalo y Keira Knightley me fascina y encela al mismo tiempo) y la súper legendaria “Signed, Sealed, Delivered I’m Yours” que siempre relacionaré con otra de mis rom-coms favoritas, “You’ve Got Mail” al formar parte de su soundtrack (sí, a una niña de 9 añitos se le pueden quedar muy grabados ciertos datos inútiles). Todos esos singles, fueron Top 3 en Estados Unidos por semanas enteras. El muy marcado estilo musical de Stevie en esta época tenía toda la influencia de Motown y sus álbumes contenían además muchos covers, casi siempre producidos por alguien más. Algunas de las letras más queridas y populares entre el público (incluso a la fecha) fueron coescritas con su mamá, Lula.

A finales de los años 60s, Stevie ya era uno de los artistas estadounidenses más populares y mientras más maduraba, más quería y necesitaba independencia y libertad profesional. En 1970, a los 20 años, se casa con Syreeta Wright quien era secretaria en Motown Records y con quien formó una dupla creativa y profesional que daría muchos frutos interesantes a ambas partes. Motown tenía prácticamente el control absoluto de los álbumes de Stevie quien, a sus 21 años, buscaba insistentemente que su contrato fuera mucho menos rígido y le cediera más control en todo sentido, adquiriendo poder legal y creativo de todas sus canciones. Es así como el álbum “Where I’m Coming From” es su primer trabajo como productor y donde decide apartarse de su ya consagrado estilo musical. Algunos lo consideran el verdadero inicio de su periodo clásico. En 1972 decide sacar el álbum “Music Of My Mind” enteramente escrito y producido por él, a pesar de no tener un contrato tan concreto con Motown. Es aquí cuando empieza a experimentar con una amplia variedad de géneros musicales: soul, funk, jazz-rock, R&B, reggae, african, etc.  Consigue una colección de sintetizadores que en conjunto se llaman “TONTO”, cuyas siglas significan The Original New Trimbal Orchestra; asesorado y manejado por Malcolm Cecil (experto sintetizador) y Robert Margouleff (bajista de jazz) quienes fueron nombrados ingenieros y productores asociados en tres producciones futuras de Stevie. TONTO fue y sigue siendo considerado como el sintetizador analógico polifónico multitímbrico más grande del mundo y su existencia le permitió al trío experimentar con nuevos sonidos.

En 1972, su álbum “Talking Book” contiene éxitos como “You Are The Sunshine Of My Life” y por supuesto la revolucionaria “Superstition”, originalmente escrita y prevista para otro artista. El sonido de esta canción es totalmente nuevo, utilizando a TONTO y muchas otras técnicas que, sin duda, innovaron la forma de hacer y escuchar música ayudándolo a reproducir exactamente lo que él oye en su cabeza. La batería de Stevie es quien, a pesar de toda esta implementación tecnológica, sobresale de manera indescriptible. Posteriormente, en un estudio construido especialmente para él, crea su álbum “Innervision” alcanzando una madurez musical y de sus letras. Le sigue Fulfillingness' First Finale en 1974, siendo mucho más instrumental y hasta sobrio, hablando de temas más profundos como la reencarnación. En ese año, Stevie sufre un terrible accidente automovilístico que lo deja en coma por 4 días e incluso inhibe su sentido del olfato por un tiempo. Pero, a pesar de lo difícil que fue su recuperación, decide invertir todo su tiempo y esfuerzo en crear durante dos años, su magnum opus “Songs In The Key Of Life” de quien ya les hablé anteriormente.


Sus siguientes álbumes fueron mucho más instrumentales con una tendencia muy cargada hacia las baladas sentimentales. “Hotter Than July” de 1980 no consigue el éxito esperado entre la crítica, pero sí con el público, haciéndolo su álbum más vendido y consiguiendo su primer disco de platino. Incluye el tema “Happy Birthday” que, si bien uno pensaría que es una canción cumpleañera más del montón, tiene en realidad una poderosa intención política y social, ya que Stevie luchó porque en Estados Unidos se conmemorara como fiesta nacional el nacimiento de Martin Luther King, y la canción fue escrita precisamente para ello. Cuatro años más tarde, recibe el Golden Globe y el Oscar a la Mejor Canción Original por la sonadísima “I Just Called To Say I Love You” de la película “The Woman in Red” protagonizada por Gene Wilder. Los años 80s son de gran éxito comercial para Stevie, aunque según los expertos, Wonder se estanca y deja de innovar como antes.

En los años 90s y 2000s, no produce álbumes nuevos, sino que se dedica a dar giras, entrevistas, a continuar con su compromiso social, político y altruista, y a vivir enteramente de su legado (qué envidia). Su penúltima producción discográfica fue en 2005 pero, ha sacado singles son artistas modernos como Ariana Grande, Redfoo y Travis Scott. Trabaja en una nueva producción titulada “Through The Eyes Of Wonder” lanzando un par de singles en 2020, pero debido a problemas de salud, aún no se ha podido concretar el lanzamiento del álbum completo.

Gran cantante, excelente letrista, extraordinario productor e instrumentista múltiple (en muchas ocasiones, le hizo de one man band en sus grabaciones). Wonder es reconocido por sus aportes a la música moderna y por ser una constante influencia en artistas del siglo XX y XXI que van desde Michael Jackson, hasta Kanye West. Dudo que muchos de nosotros estemos conscientes realmente de lo increíble de su legado, de lo poderosas que son sus letras y, sobre todo, de lo innovador que fue y es su arte. Por eso las y los invito a escucharlo y dejarse asombrar.

Realmente la nueva versión de “West Side Story”, ¿fue un rotundo fracaso?


Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


A mi querido tío Raúl que, sospecho,
le hubiera encantado esta nueva versión de “West Side Story”.
“¡Qué bárbaros!”, hubiera dicho.

Tengo que hacerles una confesión bastante ñoña: me emociona (y mucho) que mi segunda colaboración del año en Sputnik sea de otra película musical del 2021 porque como sabrán, hace un mes escribí acerca de “Tick,Tick… Boom!” y, como a inicios de mes estrenaron “West Side Story” en Disney+, ¿de qué otra cosa podría hablar esta fanática de los musicales? Además, estamos a tan solo días de los famosos premios de la estatuilla dorada y, por si no lo sabían, esta nueva versión de “West Side Story” recibió unas muy merecidas 7 nominaciones y acá la ñoña que teclea estas líneas, quisiera que ganara la mayoría (obvio no será así). Aunque hablando de manera un poco más objetiva, mucha gente -incluyéndome- nos preguntamos si realmente era necesaria otra versión de este clásico de Broadway en esta oleada cinematográfica actual de remakes y marketing de nostalgia y encima, me genera mucho ruido el por qué tantos medios y en general la audiencia, opinan que fue todo un fracaso. En lo que cada uno se responde a estas preguntas, iré contándoles un poquitín acerca de varios aspectos de la película que creo, valen la pena retomar y tomar una decisión mucho más informada.



Un clásico de clásicos.

Hablar de “West Side Story” no es cualquier cosa. La idea de este musical fue concebida en 1947, aunque sus raíces datan del Siglo XVI, cuando un tal William Shakespeare escribió una pequeña obra llamada “Romeo y Julieta”. Cuando el coreógrafo Jerome Robbins nota ciertos paralelismos entre dicho clásico shakespiriano y la época actual, se reúne con el compositor Leonard Bernstein y con el dramaturgo Arthur Laurents para generar ideas para un nuevo musical. En un principio, la historia giraría entorno a irlandeses católicos vs judíos en tiempos de Pascua, pero a ninguno le latía demasiado la idea y la desecharon. Hasta que un día, leyendo noticias en el periódico acerca de peleas chicanas callejeras, les surgió la idea de musicalizar/escribir/coreografear un encontronazo entre dos bandas juveniles en los años cincuenta: los Jets (provenientes de Europa) y los Sharks (de origen puertorriqueño) atravesados por una trágica historia de amor. Luego de diez años y con el trabajo de un muy joven y talentosísimo letrista llamado Steven Sondheim, “West Side Story” hace su debut en Broadway generando un éxito instantáneo no solo por la temática social que evidenciaba un racismo sistemático estadounidense, sino también por sus increíbles coreografías y sus inolvidables canciones (porque sí, seguramente TODOS hemos escuchado alguna y si no, que mal por ustedes eh…). Luego del éxito en Broadway, el mismo Robbins la lleva a la gran pantalla en 1961, codirigiéndola con Robert Wise, convirtiéndola en una de las películas más taquilleras de la época, recibiendo diez Premios Oscar y sentando unas bases sólidas para la futura adaptación de musicales al cine. Lo que automáticamente, me lleva al siguiente punto.



La dirección.  

Por allá del 2017/2018, fue un shock para la comunidad hollywoodense que el legendario director Steven Spielberg (sí, “Jaws”, “Jurassic Park”, “Saving Private Ryan”, etc.) quisiera filmar una nueva versión de “West Side Story”: “[…] he dirigido películas bélicas, de acción, ciencia ficción, drama… solo me falta hacer un musical”. Tras un sinfín de negociaciones, le dan luz verde al proyecto gracias a la nueva visión que tiene Steven para contar la historia y a que, además, el director tiene sumamente presente su amor por el musical, al remontarlo a su infancia en Arizona. A inicios de los años sesenta, el soundtrack de “West Side Story” era un álbum obligado en los hogares estadounidenses y en muchas otras partes del mundo (mi mamá me cuenta que al parecer lo tenían también cuando ella era niña; tal vez ande por ahí escondido en casa de mis abuelos). Y es que la música de Bernstein es simplemente bella y legendaria.

Desde los inicios de preproducción, comenzábamos a escuchar grandes y pesados nombres que formarían parte de esta nueva adaptación, como el del escritor Tony Krushner, el director de fotografía Zygmund Janusz, el coreógrafo Justin Peck, el diseñador de producción Adam Stockhausen, y nada más y nada menos que el director venezolano Gustavo Dudamel, quien junto a la orquesta filarmónica de Nueva York y de Los Ángeles, estarían a cargo de revivir la épica banda sonora. Es decir, un ejército de gente talentosísima que, bajo la tutela de Spielberg, trabajarían arduamente durante dos o tres años, basándose siempre en el espectáculo de Broadway y NO en la película. Esto es importante resaltar porque, si bien notamos ciertas similitudes e inspiraciones entre una película y otra (sobre todo en el lenguaje cinematográfico), me parece que la intención actoral (por órdenes de Steven quiero suponer) es sumamente teatral, por lo que creo que hay mucha gente que no conecta con ello. Intentan contar la historia bajo un contexto sumamente real y hay detalles y decisiones actorales que no coinciden y hasta dan un poquitín de cringe. Lo que sí creo es que hay un esfuerzo bastante claro en hacer que la danza sea quien cuente la historia, tal y como lo concibió Robbins en Broadway hace sesenta y cinco años. Además, déjenme decirles que la fotografía y los movimientos de cámara son BESTIALES, realmente IM-PRE-SIO-NAN-TES y se notan todos y cada uno de los años de experiencia de un director de la talla de Spielberg, que además a sus 75 años, quiso innovar en todo momento para que nosotros tuviéramos una experiencia y una conexión mucho más cercana con la historia; no exagero cuando digo que todo ese amor y esa pasión que siente Spielberg por “West Side Story” conmueve, sorprende y contagia; se le nota una emoción tremenda en todos los videos y fotografías de detrás de cámaras, como un chamaquito haciendo su sueño hecho realidad. Y, desde un inicio, todo el equipo de producción sintió y manifestó la enorme responsabilidad que tenían para hacer de esta nueva versión, una más inclusiva y fiel a la historia.



El elenco.

Desde un inicio, el equipo de “West Side Story” encabezado por Steven Spielberg, decidió que quienes protagonizarían esta nueva versión por el lado de los puertorriqueños Sharks, serían actrices, actores, bailarinas y bailarines latinxs y así dejar a un lado las peripecias tan desafortunadas de la versión del 61: recordemos que el papel de Bernardo lo interpretó George Chakiris de origen griego a quien tenían que pintarle la cara para que luciera puertorriqueño (a él y a todo el elenco, incluida mi adorada y reina boricua Rita Moreno); a María la interpretó la muy californiana Natalie Wood quien hablaba terriblemente español; estigmas latinos absurdos por doquier y así on and on… así que me parece que fue un buen esfuerzo el hacer un casting más acorde esta vez y dar lugar a quien lugar merece. Aunque, si consultamos con nuestros hermanos puertorriqueños, seguramente la deuda histórica no está del todo saldada ya que esta vez el papel de María lo interpretó la estadounidense con ascendencia colombiana Rachel Zegler, y Bernardo es interpretado por el canadiense-cubano, David Álvarez (mi nuevo crush, por cierto). Así que supongo que, por más ‘esfuerzos’, las cosas nunca se harán 100% bien y pone sobre la mesa muchos debates acerca de hacer lo verdaderamente correcto vs lo políticamente correcto.

En sí el ensamble actoral y artístico es excelente (tú no Ansel Elgort). Cada uno aporta cosas interesantes e innovadoras a sus personajes, en lugar de hacer un copy paste de las versiones anteriores. Ariana DeBose, en el papel de Anita, es la revelación de la película y ha estado arrasando con todos los premios a los que ha estado nominada (seguro es el único Oscar que se llevará “West Side Story”), y aunque mi querida Ari ya tenga años de arduo trabajo en Broadway (estuvo en “Hamilton”, con eso les digo todo), es muy reconfortante ser testigos del constante reconocimiento a su talento triple threat actualmente. La desconocida Rachel Zegler, quien obtuvo el papel de María con tan solo 17 años y sin haber salido si quiera de la preparatoria, también hace un excelente performance (excepto la escena final que me parece súper mal lograda y bastante desafortunada); tiene una voz asombrosa y un carisma natural y fresco que se agradece. David Álvarez, que ganó un Tony a sus tiernos 13 años por el musical “Billy Elliot”, hace un extraordinario papel como Bernardo, con toda esa fuerza y coraje, y no me explico por qué no estuvo ni está nominado a nada porque actúa re bien, canta re bien y baila re bien. Tenemos también al veterano de Broadway Mike Faist, quien interpreta a Riff y no sé cómo hace para que lo ames y odies al mismo tiempo y, por último, mi adorada Rita Moreno que a sus 90 años está más espectacular que nunca. Recordemos que ella interpretó a Anita en 1961 y es increíble que haya formado parte también de esta nueva versión, no solo como actriz, sino como productora ejecutiva. Su rendition de “Somewhere” es tierna y fabulosa. Del Ansel Elgort ese, lo único que voy a decir (porque no se merece siquiera ser mencionado en mi artículo) es que es un tronco y que, el tarado sí canta bien.



He leído por ahí que, para que realmente esta nueva versión de “West Side Story” fuera considerada un éxito, tendría que recaudar unos 300 millones de dólares al tener una inversión de 100 millones. La recaudación fue de solo 75, lo que instantáneamente la hace un fracaso de taquilla. Originalmente estaba previsto que se estrenara en diciembre de 2020 pero, algo llamado COVID-19 se interpuso en el camino y decidieron recorrer el estreno hasta diciembre de 2021, cuando en nuestro imaginario ignorante e inocente, las cosas supuestamente ya deberían estar más tranquilas entorno a la pandemia. Pero, nadie contaba con esas latosas y múltiples variantes del virus y el pasado diciembre, no me van a negar que OMICRON estaba al tope. Ese fue un factor que sin duda impactó la taquilla, aunado a que muchas de las personas que son muy fans del musical (tanto de Broadway como de la película), son en su mayoría gente mayor que definitiva, no iba a arriesgarse a asistir a una sala de cine. Pero, creo que además de todo esto, hay otro factor que influyó en esos números rojos de la película y en las críticas muy, MUY variadas de la audiencia: la historia. Si bien los temas de desigualdad, territorialidad y racismo siguen muy vigentes (y más en una nación como la de los gringos), la historia entre Tony y María es brutalmente incómoda e inverosímil. No sé qué tanto ya es viable y creíble esta narrativa del amor a primera vista, ya sea en un baile en un gimnasio o en un auto a punto de iniciar un viaje (WHAAAAT!), no sé ustedes, pero ya no va. Muchos pensamos que tal vez harían cambios sustanciales en la historia o al menos, profundizar más la historia de este par, pero ¡NO FUE ASÍ! Y entonces conflictúa muchísimo la última parte de película y le quieres dar unas cachetadas guajoloteras a María y gritarle que es una reverenda imbécil. Por último, tal vez también sea el hecho muy tajante de querer ver nuevas historias en pantalla y por eso, inconscientemente, la audiencia hace un boicot a los remakes.

“West Side Story” es más que una simple historia de amor entre una mujer y un hombre opuestos; es también una historia de amor entre hermanos, amor a la patria, amor entre amigos, amor por el pasado… el amor en todas sus variantes, pues. Yo tengo que confesar que disfruté mucho la película y me da como penita ajena que, tras el inmenso esfuerzo de todos y cada uno de los que trabajaron en ella, sea considerada como un fracaso y sea muy poco reconocida en esta temporada de premiaciones en Hollywood. Así que díganme ustedes si pudieron contestarse alguna de las dos preguntas que lancé al inicio de este artículo. Creo que ni yo pude jajaja. Pero bueno, como siempre, no hay como que cada uno vea esta nueva versión y genere sus propias opiniones y discusiones así que, en cuanto puedan/quieran, ¡véanla!


¡Ay! Pero no solo vean el trailer, vean “America” que seguro les anima más y estarán tarareándola todo el día.

 

Hablemos de "Tick, Tick… Boom!"


Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


No les miento: llevo poco más de dos meses intentando redactar este artículo pero, simplemente no encuentro la forma de hacerlo sin ser demasiado intensa y vomitarles (en sentido figurado) todo lo que significa para mí este peliculón llamado "Tick, Tick… Boom!", la vida en sí de Jonathan Larson y por supuesto, mi amor y eterna admiración por el increíble genio capricorniano que los dioses musicales decidieron llamar Lin-Manuel Miranda, quien hace su debut como director y es el encargado de que mi cabeza no tenga un solo descanso en estas últimas ocho semanas (si quieren, luego les cuento por qué). Así que relájense, téngame muuuuucha paciencia y resígnense a leer un artículo cero objetivo o imparcial.


No es ninguna revelación que me gustan las películas musicales (y mucho), tanto así que hace un par de años (casi cuatro para ser exacta) les compartí una lista de mi Top 10 que, con mucha alegría, puedo afirmar que se ha modificado a lo largo de estos años y me parece excelente que así sea porque, en palabras de mi muy sabia psicóloga: "todo aquello que no cambia, muere" y dudo que mi amor por las pelis musicales, muera any time soon. Pues bien, en aquella ocasión coloqué a "RENT" en el lugar número diez y les hablé un poquito de la importancia de este musical de rock irreverente en la historia moderna de Broadway, al revolucionar por completo al teatro musical y por supuesto, de lo desafortunada que fue la repentina muerte de Jonathan Larson la noche del último ensayo de vestuario, previo al estreno de la obra Off-Broadway (término que, según lo poco que sé e intuyo, es la antesala a un estreno en Broadway). Y si bien hace años conocía o me era familiar la historia personal y profesional de Larson, nunca me había interpelado tanto como hasta ahora. Y vaya que duele.

“Tick, Tick… Boom!”, en palabras de su director, “[…] no es una de esas películas biográficas donde ves a Mozart escribiendo su gran obra maestra. Esta es una película acerca del fracaso y de cómo recuperarse, y de cómo la obra maestra de Jonathan Larson está justo delante de él; es esperanzador porque tal vez también la tuya esté justo delante de ti”. 

En varias entrevistas, mi querido Lin-Manuel ha expresado su amor y devoción por el cine dado que, desde pequeño, su sueño era ser cineasta (y hay muchos videos caseros de la familia Miranda que nos lo confirman). En 1997, a la tierna edad de diecisiete añitos, Miranda tuvo la oportunidad de ver “RENT” cuando la obra ya había sido estrenada en Broadway y rápidamente se posicionaba como EL espectáculo que TODAS y TODOS debían ver y, palabras más palabras menos, es un suceso que le cambió la vida; no solo la obra lo impactó y lo dejó boquiabierto (como a toda una generación) gracias a su frescura, dinamismo e irreverencia, sino que realmente lo inspiró y animó a explorar y crear su propio arte (porque aceptémoslo, “RENT” caminó para que “Hamilton” pudiera correr, como dicen por ahí). Al paso de los años y estando ya en la universidad, se inclina por el teatro y en particular por el teatro musical y no es ninguna novedad que ha hecho cosas ASOMBROSAMENTE LEGENDARIAS en este ramo (sí, con M A Y Ú S C U L A S). En 2014, Lin-Manuel tiene la oportunidad de interpretar el papel de Jon en un breve reestreno que tuvo “Tick, Tick… Boom!” Off-Broadway, al lado de los talentosísimos Leslie Odom Jr. en el papel de Michael y Karen Olivo en el de Susan, por lo que podemos deducir que es una obra y una historia que le apasionan y que más allá de conocerla a fondo, le atraviesa de mil maneras. Ya cuando Lin adquiere cierta presencia y notoriedad en el medio artístico, insiste en que, si algún día tiene la oportunidad de dirigir una película, tendría que ser “Tick, Tick… Boom!”, deseo que se le cumplió en 2019 gracias a la productora Julie Oh quien le comentó en aquel entonces, que finalmente había obtenido los derechos para filmarla, a lo que Miranda le contestó rápidamente que “no habría un mejor director que él para hacerla”. ¡Wow! ¡Eso es tener confianza en sí mismo, carajo!  Así que Lin hizo hasta lo imposible para crear un film exitoso en toda la extensión de la palabra. Y a mi parecer, lo logró.


Jonathan Larson tardó ocho años en escribir “Superbia”, una obra musical de rock satírico de ciencia ficción, inspirada en la aclamada novela de George Orwell, “1984”. La historia retrataba a una civilización futurista pegada a sus pantallas, viendo las vidas extraordinarias de los ricos como programas de televisión (¿les suena familiar?). Jonathan quemó sus “roaring twenties” suplicándole a múltiples productores para que le dieran una oportunidad a “Superbia”. Tras numerosos y dolorosos fracasos y por ende un sinfín de puertas cerradas, Larson al borde de cumplir los temibles 30, escribe y estrena “Tick, Tick… Boom!” (que originalmente se llamaba “Boho Days”), un “one man show” acerca de todo el proceso creativo que implicó hacer y eventualmente no hacer “Superbia” y que retaría a los productores a que le pusieran otro pretexto que no fuera el costo en sí de la producción. Nunca fue la creatividad con lo que luchó Jonathan; fue con el rechazo, el fracaso, la duda, la falta de visión y originalidad de otros y por supuesto, la falta de capital que financiara su arte.  


La película comienza con Larson, interpretado de manera excelsa por Andrew Garfield (sí, sí… Spider-Man pues), dándonos la bienvenida a su monólogo. Filmado en el New York Theatre Workshop (donde Larson originalmente estrenó “Tick, Tick… Boom!”), el personaje de Jonathan nos introduce a su obra musical con algo de resignación y hasta presume las múltiples cartas de rechazo que tiene en su poder pero, de pronto cambia su actitud cuando nos cuenta que está por cumplir 30 años en tan solo un par de días y la carga que ello representa. Y justo así comienza la canción “30/90” y de inmediato nos sitúa en el mood ideal para el resto de la película y nos succiona a la mágica cotidianidad del Larson de inicios de los noventa. No saben cómo me hubiera gustado conocer esta canción cuando cumplí mis treinta, pero supongo que ahora a mis treinta y tres, no cambia mucho la cosa ¡duh! En ese momento, Larson tenía ya un par de años trabajando como mesero en el icónico “Moondance Diner” y así continuó hasta prácticamente el estreno de “RENT”. Su familia y amigos platican en el documental “No Day But Today: The Story of RENT” que Jonathan en realidad encontraba muy cómodo su trabajo; le permitía dedicarse exclusivamente a escribir y crear sus musicales de lunes a jueves, y de viernes a domingo, trabajaba todo el día en la cafetería. Lo hacía por la comodidad del horario, para pagar la renta de tu infame departamento (que Lin y la producción replicaron con asombrosa exactitud) y tratar de sobrevivir a la jungla urbana que es Nueva York y vamos… en ese sentido, creo que todas y todos sabemos lo que es tener (sí TENER) que trabajar en lo que tienes que trabajar para lograr hacer aquello que en verdad queremos hacer.


Jonathan decide crear una oda al “Moondance Diner” titulada “Sunday”, una especie de plagio/inspiración/modernización/sátira de otra canción llamada “Sunday” que es la famosa culminación del primer acto del musical “Sunday In The Park With George”, escrito por su mentor e ídolo personal y profesional, el gran Stephen Sondheim, quien fue una leyenda de Broadway y que desafortunadamente, falleció el pasado 26 de noviembre de 2021. Tanto en la película, como en la vida real, vemos cómo Sondheim y Larson tienen/tuvieron una relación maestro-discípulo, en donde los consejos y observaciones de Stephen eran el oro más preciado para Jonathan quien, sin miedos ni inseguridades, solía enviarle letras, partituras y grabaciones de melodías constantemente. Sondheim nunca dudó de la enorme capacidad creativa de Larson, cuyo talento era indiscutible y de primera clase, sin embargo, nunca pudo ayudarlo más allá de lo que él hubiera querido, aunque sus palabras y la fe que tenía en él bastaron para que Jonathan nunca desistiera, a pesar de que la vida y las circunstancias le pedían a gritos que lo hiciera. Lin-Manuel quiso extralimitarse (algo que aprendió de Jon M. Chu, director de “In The Heights”) y hacer de “Sunday” una de las escenas más icónicas de toda la película y regalarle a Jonathan Larson, el coro de estrellas de Broadway con el que siempre soñó. Mi hermana Elo es testigo que, cuando aparecieron Adam Pascal, Daphne Rubin-Vega y Wilson Jermain (los actores originales de “RENT”) en pantalla, pegué un grito ENOOOOORME y es increíble la cantidad de cameos que Lin consiguió para este número en particular, desde Chita Rivera, Bebe Neuwirth, Howard McGillin, Joel Grey, Bernadette Peters, hasta mis Schyler Sisters, Renée Elise Goldsberry and Phillipa Soo.

Jonathan Larson luchó por hacer arte, no porque no tuviera talento, sino porque Nueva York era (es) una ciudad terriblemente cara y competitiva, más hablando de Broadway. La tragedia de ser un artista es que a veces nacen en el momento equivocado, en la generación equivocada. Todos sabemos que, en su vida, Van Gogh vendió solo una pintura; nunca fue famoso y murió atormentado y en la pobreza. Hoy en día, sus obras son de las más apreciadas y vendidas a altísimos precios y comercializadas y reproducidas en cualquier tipo de producto de consumo que pudiéramos imaginar (wink wink a la taza de “Noche estrellada sobre el Ródano” que le regalé a mi amigo René ¡ayñ!). Según expertos en arte, Van Gogh habría sido el artista más rico del mundo. Hoy en día, hemos sido testigos de las cuantiosas historias futuristas que se nos presentan en televisión, en el cine, en la literatura, en los podcasts, etc. La ciencia ficción vende y muy bien, y para Jonathan Larson “Superbia” cumplía todos los requisitos necesarios para atraer inversores y un público que conectara con la temática, pero en la década de 1990, simplemente no fue posible y francamente yo sí creo que le rompió el corazón. Después, escribió “RENT”, explorando el tema del SIDA, las drogas, la comunidad LGBTTTIQ, la lucha incasable por sobresalir y dejar huella y… el resto es historia.

Ganador de tres Premios Tony, el Premio Pulitzer de Drama y autor de uno de los espectáculos de mayor duración en Broadway y que ha recaudado más de 300 millones de dólares alrededor del mundo. Aunque Larson obtuvo el reconocimiento que merecía, llegó demasiado tarde: todos estos reconocimientos le fueron dados post mortem. Así como les comenté hace unos párrafos, Jonathan falleció a los 35 años de una disección aórtica mal diagnosticada (los doctores le decían que era estrés). Ese miedo de no llegar a los cuarenta, se le cumplió; una auténtica tragedia. Pero si el viaje de un artista se encuentra en sus tragedias, entonces, de hecho, Larson vivió una gran vida artística. Para mí, Larson es una especie de Van Gogh de finales del Siglo XX.

Dos años, una pandemia, el guion de Steven Levenson (creador de otro hit de Broadway llamado “Dear Evan Hansen”), numerosas visitas a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (donde se albergan muchos documentos originales de Jonathan Larson), rearmar el orden de las canciones, quitar unas, aumentar otras, la aprobación de Julie Larson (la hermana de Jonathan encargada de salvaguardar su legado), el casting perfecto de Andrew Garfield, quien aprendió a cantar, a bailar y a tocar el piano en tiempo récord, la visión particular de Lin-Manuel… todos estos, factores importantísimos e imprescindibles que hacen de “Tick, Tick… Boom!” una auténtica bocanada de aire fresco, un apapacho bien necesario para el alma, un recordatorio doloroso acerca de la perseverancia en el arte y el rechazo inminente. Porque sí, aceptémoslo, ser un artista (o querer ser uno), es vivir con miedo y dudas constantes; es crear algo todos los días y esperar (sí, es-pe-rar) que algún día alguien te lea, te escuche, te vea. Esperas que tu creatividad sea lo suficientemente buena y diferente como para cambiarle la vida a alguien; ese es EL sueño. Y como todo buen sueño, suele ser bizarro, sin un principio y fin claros, efímero y/o que solo se le concede a los realmente suertudos. ¿O acaso estoy siendo demasiado negativa? ¡En fin! Dense la oportunidad de ver “Tick, Tick… Boom!” las veces que sean necesarias y ojalá se les estremezca el corazón tanto como a mí.

Fran Fine, diosa millennial

Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Después de seis años, ciento cuarenta y seis episodios y un sinfín de atuendos espectaculares, el 23 de junio de 1999, mi hermana Elo y yo nos despedíamos con muchísima tristeza de una de nuestras series favoritas y que cambió el rumbo de nuestras vidas (sin exagerar) para siempre. Por supuesto, estoy hablando de “The Nanny” o “La Niñera”. Este emblemático programa de televisión creado, protagonizado y producido por la maravillosa Fran Drescher, a pesar de no haber sido tan exitoso en Estados Unidos, en Latinoamérica vaya que la queremos y la queremos un buen, tanto así que tuvo adaptación chilena, argentina, ecuatoriana, mexicana y ¡hasta rusa! haciéndola una de esas series emblemáticas y que muchos guardamos en el corazón y recordamos con harto cariño. Por ejemplo, en mi caso, la considero junto a “Friends” como mi gran maestra particular de inglés; modificó la forma en que Elo y yo jugábamos de niñas porque díganme, ¿qué niñas de 8 y 10 años juegan a hacer y adaptar guiones de televisión, armar talk shows junto a su prima Laura, grabar una película con sus amigos tomando ideas y diálogos de la serie y pensar y repensar sus atuendos de los Emmys dentro de quince años? (Porque Elo y yo jurábamos que armaríamos una revolución en la televisión gringa con nuestro toque latino). Pues sí… ese efecto tuvo “La Niñera” en este par de ñoñas que terminaron estudiando comunicación, producto supongo de todas estas cosas (o al menos prefiero aferrarme a esa idea medio infantil y súper ingenua ja-ja). Pero, más allá del efecto que nos produjo en sí esta magnífica serie, esta ñoña se está preguntando ¿cuál es el verdadero legado de Fran Fine y que, ahora a mis treinta, puedo reflexionar y resignificar con mucha más precisión?


1.    La voz de Fran

No es ningún secreto que en sí la voz de Fran Drescher es… digamos… escandalosamente peculiar. En varias entrevistas, la actriz ha manifestado lo difícil que solían ser las audiciones y, por ende, conseguir buenos papeles en televisión y cine debido a que los productores y directores de audición, siempre le ponían “peros” a su voz. Incluso, el New York Times llegó a comparar su voz con “el sonido de un Buick con un tanque de gasolina vacío, girando en frío en una mañana de invierno”. Auch. Pero eso no detuvo a Fran quien, en 1992, pitcheó la idea de una serie al entonces presidente de la CBS durante un vuelo; un año más tarde, “The Nanny” se estrenaría con altos ratings de audiencia. Obviamente, durante el rodaje de la serie, Fran exageraría mucho más su voz, digamos, la pondría a actuar, haciéndola más ruidosa y nasal, haciendo que inmediatamente se impregnara en nuestros cerebros y nos pareciera harto divertida. Pero, más allá de parecernos divertida, me parece que la voz de Fran es irreverente, audaz, sin tapujos; ruidosa en el mejor de los sentidos. Y aunque en algunas ocasiones (o muchas más bien), su voz le trajo problemas a ella y a los Sheffield -como cuando supuestamente arruinó un partido de tenis del gran Elton John-, el tener voz y el deliberadamente no quedarse callada nunca, son rasgos característicos de Fran y que indiscutiblemente se agradecen hoy en día porque, ¿qué mejor lección para una mujer que alzar la voz, gritar y hacerse escuchar? Y aunque no siempre encajara en los ambientes en los que se codeaba, la fuerza de la voz de Fran hacía que eso no importara, ella siempre iba a destacar. Como bien leí por ahí, “LOUD IS HER ONLY VOLUME” y que bello poder resignificarlo así. La voz de Fran es una voz que no puede ser ignorada, olvidada y qué mejor ejemplo que ese.

 


 2.    Sus atuendos

¿Por dónde empezar con los miles de atuendos fabulosos de Fran Fine? Siempre destacó por su buen estilo, sus impecables outfits, su destello de color a donde quiera que fuera. Incluso la canción del intro de la serie lo dice: “She's the lady in red when everybody else is wearing tan”. Imposible no ver a Fran a kilómetros de distancia, con ese cabello frondoso, esas faldas y vestidos súper cortitos, esos tacones altísimos y esos atuendos nada monocromáticos. ¡Fran, jamás en un atuendo monocromático, eh! Aunque, seamos honestos: es sumamente improbable que una niñera que ganaba seis dólares la hora en los 90, pudiera tener en su armario prendas de Moschino, Christian Lacroix, Todd Oldham, Vivienne Westwood o John Galliano peeeero, si algo nos enseñó Fran y nos lo reiteró muchísimas ocasiones, es a siempre comprar en rebajas. Así que dejemos que nuestra imaginación viaje y divague un poco y nos haga creer que las niñeras como Fran, derrochan estilo. Brenda Cooper, diseñadora y estilista, fue la encargada de diseñar el vestuario en la serie, así que a ella le debemos mucho del destello colorido de Fran y el estilo muy marcado de cada personaje, ¿o me van a decir que C.C Babcock no era súper chic?

Quiero creer que mi Fran, más allá de vestirse para impresionar al Señor Sheffield (sorry, mi niña interna está más acostumbrada a decir “Señor Sheffield” que “Mr. Sheffield”), en realidad siempre se vistió para ella misma; esa es otra lección importantísima para nosotras y lo cual me lleva al siguiente punto…


3.    El Feminismo de Fran

Aquí entramos tal vez en disputa, pero lean primero mis argumentos y después los debatimos sin problema. A pesar de que Fran siempre escondía su verdadera edad y de que su único sueño era casarse y tener hijos, eran decisiones propias que venían de ella y que, en realidad, jamás escondió o pretendió tener otro tipo de aspiraciones mientras encubría su verdadero objetivo de vida. Jamás. Fran no ingresó a la casa de los Sheffield con el afán de casarse o “amarrar” al jefe; la relación entre ambos fue construyéndose poco a poco (en términos de la nana Fine, vaya que cinco años sí es poco a poco) y aunque Fran siempre… digamos… la cagaba monumentalmente, siempre sabía resolver la situación sola o con ayuda de los confidentes de siempre y salir victoriosa. Y ahora que lo pienso, qué complicado debía ser vivir en la misma casa que tu crush, coquetarse todo el tiempo, besarse de vez en cuando, ser muy amigos y que nada serio o formal ocurriera porque el “dude” le tenía miedo al compromiso (¡momento!… ¿acaso estamos hablando de mí? Jajaja). Y bueno sí, admito que está el factor Sylvia (la mamá) y su constante presión para casar a su hija, pero entendamos que también tiene que ver mucho el factor religión judía que, dentro de sus múltiples preceptos, está el matrimonio y la reproducción de facto. Entonces, era inevitable que les entrara cierta angustia al ver a una Fran de 34 años sin ningún prospecto, aunado a la constante comparación con otras mujeres, por lo que no es de sorprendernos que, a pesar de que esta serie tiene veintiocho años, el patriarcado y sus mandatos sigan muy vigentes.

Aun así, creo que Fran realmente era una mujer libre y auténtica; hacía las cosas que quería, a su modo, nunca tuvo miedo de hacer el ridículo, tenía claro qué quería de su vida, tomaba sus propias decisiones, era determinada, le gustaban (y mucho) los chicos, le gustaba el sexo, era inteligente, daba todo por la gente que quería y, sobre todo, amaba A-MA-BA comer. Jamás tuvo miedo de expresar lo mucho que adoraba la comida y sobre todo, la comida chatarra. ¿Cuándo vimos a Fran matándose, haciendo dietas o haciendo ejercicio? ¡JA-MÁS! Y por más estúpido que suene, qué genial es ver a una mujer en televisión teniendo una relación auténtica con la comida. Ella comía cuando estaba feliz, triste, preocupada, enojada… o sea, era un ser humano normal. Claro, ves el cuerpo de Fran Drescher y te preguntas a dónde iba toda esa comida, pero al menos la actitud ahí estaba. En pocas palabras, está bien no encajar, ser demasiado femenina, ser demasiado judía, ser demasiado irreverente, ser demasiado escandalosa siempre y cuando seas auténticamente tú.


Fran Fine, es uno de esos íconos de los 90 que a nosotros los millennials, nos encanta recordar y defender a capa y espada, porque más que ser una simple serie de televisión, “La Niñera” nos hacía sentir como en casa y Fran, era una auténtica amiga, así como cada uno de los personajes maravillosos del programa (inserte un chiste sarcástico de Niles aquí). Quién mejor que ella para enseñarnos acerca de Rosh Hashaná, Yom Kippur, Hanukkah, cómo es un Kibutz israelí, cómo comprar en descuento, cómo regresar prendas que ya usaste, cómo robar comida o suplementos en restaurantes, cómo comer sin culpa, cómo suplantar identidades, cómo conquistar chicos guapos, cómo vestirnos, cómo no tener miedo a cagarla, a amar nuestros cuerpos, a usar batas con kilos de maquillaje, a comprender que la familia siempre es y será lo más importante, a cómo amar de manera incondicional y, sobre todo, ser una buena persona siempre. Por eso, nunca me cansaré de ver “La Niñera”, reír a carcajadas y envidiar la forma tan chic en que Fran bajaba esas icónicas escaleras. ¿Y ustedes?

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