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El ascenso y caída de Oliver Stone



Jorge Tadeo Vargas |


“Creo que las películas están sujetas a miles de interpretaciones”

Oliver Stone

 

Si existe un director en la industria del cine que representa Hollywood capaz de navegar con la etiqueta de liberal, “izquierdista”, “progre” es sin duda Oliver Stone, quien desde la década de los setenta ha sido crítico, transgresor, sarcástico y un tanto incómodo en sus declaraciones contra la industria y la derecha que representa gran parte del cine norteamericano, en la que los republicanos tienen una fuerte influencia.

Sin llegar a tener una postura política tan definida en su cine como si lo hace Ken Loach -por citar un ejemplo de otro director incomodo-, Stone intenta confrontar a los espectadores con historias que los saquen de su zona de confort, no importa si esto lo hace desde una crítica a los conflictos bélicos, burlándose de un presidente o haciendo un homenaje a un enemigo declarado del gobierno de los Estados Unidos y parte de su población. Para él, lo importante es dejar clara su postura.

Una de las cosas que siempre ha dejado claro es que la guerra es una mala idea y que Hollywood gusta mucho de enaltecer al ejército norteamericano cada vez que tiene la oportunidad. Él hace películas que van hacia el otro lado, como deja constancia en su trilogía contra la guerra de Vietnam. Esta inicia con Platoon (1986) con la que hace una fuerte crítica a los roles de mando en el ejército, donde los de más abajo son quienes más sufren, es de donde salen los muertos. Algo que él conoce bien, pues es un veterano de esta guerra. Con la segunda película de la trilogía, Born on the Fourth of July (1988) habla justo de lo que significa volver de una guerra, especialmente de ésta que es considerada la mayor derrota del gobierno gringo. Una crítica dura, fuerte al trato que se les da a los veteranos. Esta película lo llevó a varias nominaciones a los premios Oscar ganando como mejor director. Hay que mencionar que esta es una adaptación de la novela de Ron Kovic del mismo nombre.


En 1993 con
Heaven and Earth cierra la trilogía. Basada en los libros de Le Ly Hayslip, When Heaven and Earth Changed Places y Children of War, en donde hace el recorrido de una mujer desde Indochina/Vietnam hasta su migración a los Estados Unidos mostrando todo el racismo, la violencia y el dolor de ser desplazados por los conflictos bélicos.

Para Stone es importante mostrar esta cara que va más allá de la idea que nos vende la industria de que en las guerras hay buenos y malos, cuando en realidad quienes las sufren son quienes no lo merecen.

Pero no es con esta trilogía que inicia su propaganda antibelicista, de hecho lo hace con su opera prima Salvador (1986) que le permitió comenzar su carrera en Hollywood y con la que hace una fuerte crítica a la política intervencionista del gobierno de los Estados Unidos, en esta ocasión en la guerra de El Salvador vista desde los ojos de un periodista norteamericano, que fue quien le paso los documentos a Oliver para que hiciera el guion y la película que tuvo dos nominaciones al Oscar, además de crear la imagen de director liberal y progre que mantiene hasta la fecha.

Con su tercer filme decide arriesgarse y hacer una crítica al corazón del capitalismo y sus prácticas no solo ilegales sino también contrarias a los derechos humanos, prácticas criminales. Con Wall Street (1987) toma un camino peligroso y denuncia al capitalismo contando una historia desde dentro, desde los propios villanos, pasando así también a criticar una década que se caracterizó por los excesos, por la culminación del neoliberalismo como sistema de gobierno hegemónico en el occidente que trajo como resultado todo el caos que vivimos actualmente.


En 1988 filma dos películas que se contraponen en su carrera, Talk Radio es tal vez su película más oscura y provocativa a la par que personal, pues el protagonista se parece mucho a Stone en sus declaraciones. Una película que puede parecer adelantada a su época por el odio y la señalización pero al final esto no es algo nuevo producido por las redes sociales como podríamos pensar o lo pensamos, éstas solo potencializan una actitud que ha estado presente en la historia contemporánea.

Un fracaso tanto en la crítica como en la taquilla que le pudo haber costado la carrera de no haber salido ese mismo año Born on the Fourth of July, que lo regresa a ser ese director crítico, pero desde el propio sistema y jugando las reglas que éste le da y hasta donde se lo permite. No por nada tuvo ocho nominaciones a los Oscar.

La última década del siglo XX la inicia con su primera película por encargo. Esta fue la biopic Doors (1991). Centrada en los excesos de Jim Morrison, es una película que lo único que tiene como rescatable es la sobresaliente actuación de Val Kilmer en el papel protagónico. La crítica no la trató muy bien y la taquilla menos, pero a Oliver Stone le permitió filmar JFK (1991) donde con mucha libertad creativa hace un recorrido conspiranoico del asesinato del presidente John F. Kennedy. Sin importar las inexactitudes históricas, con personajes ficticios, regresa a los años que más le obsesionan, un periodo bastante revuelto en los Estados Unidos y que vuelve a retomar con Nixon (1995) mostrando la caída de otro presidente en una de las décadas más revueltas de este país. JFK recibió ocho nominaciones a los Oscar, manteniéndolo como el director político e incómodo que la industria vendía.


Cierra el siglo con dos películas en las que más allá de las historias o los procesos decide experimentar a la hora de filmar. Primero con Natural Born Killers (1994) donde narra una caótica historia de un par de asesinos seriales bastante disfuncionales, una especie de Bonnie y Clyde (pos)modernos. Aquí juega con distintas formas de filmar, tanto en el uso de las cámaras como de la velocidad de grabación y los filtros, así como en las actuaciones de todos los involucrados. La suma de todo esto la ha convertido en una película de culto. La segunda en la que experimenta en las formas de filmar es Any Given Sunday (1999) donde se mete directamente con el deporte icono de los Estados Unidos: el fútbol americano, denunciando la corrupción, los excesos, las drogas, las formas de negociación en el que los jugadores son meras mercancías que no importan.

Con una historia donde el juego en sí es importante de mostrar, Stone decide cambiar la velocidad estándar de filmación de veinticuatro cuadros por segundo a treinta y dos con un resultado caótico, desesperante, lo que hace que esta película pase a ser una cátedra de cine a la par de que mantiene una denuncia al sistema capitalista gringo.

En medio de estas dos filma Nixon (1995), una biopic sobre la caída de este presidente y adapta la novela Stray Dogs de John Ridley que él tituló U-Turn (1997) donde hace una revisión del cine noir muy a su estilo.

Oliver Stone cierra el siglo XX en buena forma, aunque podríamos decir que sus ideas políticas iban pasando por una deformación y son justamente ellas las que no le permiten mantener una visión crítica, convirtiéndose en mero propagandista de ciertos personajes de la historia contemporánea.

Esto es claro cuando le da prioridad a su rol de documentalista-panfletario donde las buenas historias comienzan a perderse, salvo con la excepción de W (2008) en la que desde la comedia, la ironía y el sarcasmo muestra lo que en realidad fue el expresidente George W. Bush. Un títere sin idea y sin forma de gobierno y quienes en realidad mandaban lo hacían desde las sombras.

Aunque con Alexander (2004), Savages (2012) y World Trade Center (2006) intenta mantenerse haciendo ficción, sus documentales claramente sumidos en la idolatría a ciertos personajes, como Fidel Castro, como lo muestra en Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004) o Hugo Chávez con Mi amigo Hugo (2014) no le ayudan a mantener su postura crítica, alejándole cada vez más de una posible cercanía a directores como Ken Loach.


Tampoco le ayuda mucho su biopic sobre Snowden (2016) o The Putin Interviews (2017). Si acaso la serie La historia no contada de los Estados Unidos (2012) y South of the Border es de lo más rescatable que tiene en toda su producción de esta década, en la que prioriza la propaganda sobre la calidad del cine y tristemente deja la experimentación que iba mostrando cuando filmaba a finales del siglo XX.

Stone fue capaz de denunciar los horrores de la guerra -el antes y el después- y ridiculizar la idea de la familia nuclear y ejemplar, el sueño americano, los excesos del capitalismo y los crímenes de este, sin embargo es víctima de su propia ideología y una pobre formación política, lo que no le permitió convertir la propaganda en una obra completa cayendo en el panfleto. Al final no ha sabido cómo manejar esa dualidad de la denuncia y la creación desde los límites de la industria del cine, prefiriendo convertirse en un simple propagandista.

Sin embargo su legado -hasta el momento de escribir esto- es lo importante pues hace una radiografía de lo que fueron los últimos años del siglo XX, no en balde en su película más arriesgada como lo es Natural Born Killer deja una línea de diálogo que puede resumir la realidad en que vivimos desde hace décadas:saben la diferencia entre el bien y el mal, solo que no les importa un carajo y esta línea vale más que toda su propaganda actual pues es el reflejo de lo que fuimos, somos y seremos como sociedad.



Desde el exilio en Ankh-Morpork


Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

Las criaturas de John Carpenter



Jorge Tadeo Vargas |

 

“Hay dos historias diferentes del horror, las que hablan del interior y las que hablan del exterior”.
John Carpenter

A Rocío, en el presente y el futuro.

 

Hablar de la historia del cine de terror, es hablar de John Carpenter y la enorme influencia que son sus películas y su estilo. Mas allá del género en que se popularizó, es un referente importante en la historia de la cinematografía pero no solo por su capacidad para contar historias y crear personajes, sino también por lo que aportó en la música, específicamente para el séptimo arte.

Si bien Carpenter ha dicho en muchas entrevistas que su llegada al cine la hizo pensando en hacer películas western, influenciado por directores como Howard Hawks y John Ford entre otros, fue el cine de terror el que le permitió ser la leyenda que es a la fecha y esto inicia con Halloween (1978) que junto a Friday the 13th (1980) dirigida por Sean S. Cunningham y A Nigthmare On Elm Street (1984) de Wes Craven, popularizaron el subgénero de los asesinos seriales sobrenaturales, donde al ser la primera, Halloween revoluciona el cine para permitir que las otras dos lleguen a cimentarlo.

El mérito de Halloween no es solo que fue el inicio de este subgénero, sino que el estilo narrativo, la estética visual iban más allá de una película para adolescentes, como han clasificado a estas producciones muchos críticos, sino que tomando muchos elementos del suspenso hitchcockiano, con influencias del cine de John Ford, se va perfilando el estilo de dirigir que a la fecha es reconocido a nivel mundial.

Carpenter llega a la industria -aunque siempre se mantuvo en los márgenes, en la frontera- con una actitud de confrontación con los grandes estudios y la idea hegemónica de cómo comercializar sus películas antes de pensar en lo que quería contar, por lo que siempre se mantuvo como un marginal al cual no se le otorgaba mucho presupuesto a la hora de filmar, fue así que entendió que tenía que hacer lo posible para que sus películas llegaran a buen fin con poco presupuesto por lo que su estilo se fue desarrollando desde un minimalismo visual que a la fecha es reconocido y a la fecha es influencia para muchos directores.


Si bien Halloween es la película que lo llevo a la fama, no fue la primera; después de algunos cortometrajes donde esa mezcla de ciencia ficción y terror que manejó en muchos de sus filmes se fue gestando hasta llegar a su ópera prima Dark Star (1974), una especie de space opera con mucha influencia del western a la cual no le fue muy bien en su momento, pero con el paso de los años se ha ido posicionando como una parodia a esa idea de la inteligencia artificial que en esos años puso tan de moda Stanley Kubrick cuando adaptó 2001: odisea del espacio, la novela de Arthur C. Clarke.

En su segundo filme Assault On Precinct 13 (1976) toma la decisión de mezclar dos de sus películas favoritas para narrar una historia de acción. Aquí vemos la influencia de Rio Bravo (1959) de Howard Hawks y de George Romero con su Night of the Living Dead (1968). Esta película a la fecha es considerada como una de las mejores películas en su genero de todos los tiempos.

Esto le permite que Halloween, que es una mezcla de terror, gore y noir, revolucione el género y así comienza una nueva etapa en su carrera, llegando a convertirse en un referente del cine de la década de los ochenta con películas icónicas como The Fog (1980), el western distópico Escape from New York (1981) y The Thing (1982), la cual pudo haber acabado con su carrera ya que la crítica en ese momento no la entendió usando calificativos como  “la peor película jamás filmada” o “lo más repulsivo que se ha hecho”; sin embargo al llegar al video, se convirtió en un filme de culto apuntalando la filmografía de Carpenter e iniciando lo que al paso de los años se conoce como la Trilogía del Apocalipsis. Esta “redención” que le dieron sus fans, le permitió que los grandes estudios apostaran por él para dirigir la adaptación de la novela de Stephen King, Christine (1983) y la crítica a los superhéroes de mallas con Starman (1984).

En 1986 regresa al cine de acción, esta vez mezclado con comedia y junto a Kurt Russell, su actor fetiche de esa década,  filma Big Trouble in Little China, un fracaso taquillero pero que como con casi todas las películas de Carpenter, con el tiempo ha pasado a considerarse de culto. Cabe mencionar que a pesar de ser una comedia ligera con toques de acción, la firma minimalista incluso en la música está muy presente, por lo que de nuevo hablamos de un filme lleno de guiños al western y al noir.

Con Prince of Darkness (1987) le da cuerpo a la Trilogía del Apocalipsis que terminaría con In the Mouth of Madness (1995), regresando a ese terror mezclado con suspenso detectivesco en el que se siente más cómodo. Esta es posiblemente su película más exitosa comercialmente hablando de toda la década de los ochenta, sin embargo si una película deja muy claro quien es Carpenter es They Live (1988) donde aprovecha las libertades que tiene para hacer una crítica directa a la industria del cine, de la publicidad, al consumismo y al capitalismo en general.

Con esta obra se posiciona como un director crítico, transgresor y muchos comienza a buscar un doble sentido en sus filmes, cosa que esta muy presente en todos ellos. Más allá de la búsqueda de una crítica social, lo que Carpenter hace es presentar a sus personajes desde el horror y todas las formas en que se puede traducir, desde las pesadillas más oscuras, hasta la maldad más tangible.

En la década de los noventa a diferencia de la anterior donde dirigía una película por año, su producción es menor, sin embargo es en estos años cuando filma In the Mouth of MadnessVillage of the Damned (1995) -que puede ser su película más elegante y fina visualmente hablando, además de contar con una historia bastante buena, que la convirtió de inmediato en una película de culto- y termina con Vampires (1998), una reinvención del género de vampiros, llevándolo al western moderno, caótico, desordenado, que al paso de los años se convertiría en uno de sus clásicos. Un filme que le quita todo elemento oscuro/gótico para darle una nueva maquillada mucho más violenta y salvaje.

En el siglo XXI su producción ha sido intermitente, dedicándose más a la enseñanza que a la dirección, debido a un hartazgo por los giros que ha dado la industria en las ultimas décadas, incluido el cine independiente donde directores como él no tiene mucha cabida. Su estilo minimalista, es parte de la historia pero no del hoy.

Más allá de su legado cinematográfico, Carpenter ha dejado historia en la música y esto merece todo un apartado a revisar.

Aunque el discurso oficial dice que él componía y grababa sus propios soundtracks debido al bajo presupuesto con el que contaba, al escuchar las piezas musicales queda claro que es un poco engañoso, gran parte se debe por el control creativo que siempre ha querido llevar en sus películas, al tener muy claro qué tipo de música debe de sonar en determinado momento, además que sus influencias son atípicas por lo que para él fue importante dejarlas plasmadas como un todo. Es así como las piezas ensamblan de forma perfecta en las imágenes que trasmite, creando atmósferas simples a la vez que repetitivas, utilizando un simple sintetizador, así estas piezas se convirtieron en parte de su sello cinematográfico.

Pero no solo compuso música para sus películas, también participó en otras e hizo colaboraciones con otros compositores e incluso, llegó a trabajar con bandas de metal como Anthrax, quienes forman parte del soundtrack de Gosth of Mars (2001); es tan grande su influencia musical que hay dos discos tributos por bandas metaleras a las canciones que compuso y grabó para sus películas.

Carpenter tiene claro que el cine es una forma de entretenimiento que está en constante evolución y que muchas veces dicha evolución está inducida por la propia industria y sus mecanismos de propaganda comercial, por lo que en todos los años que se dedicó de lleno a la dirección se mantuvo en permanente conflicto con los grandes estudios, pues no se identifica como un cineasta de género, sino como un contador de historias, es parte de esa generación de directores que están en extinción (o ya extintos), que han dejado un legado mucho más importante que la figura que representan, es decir, su filmografía. Fue capaz de retratar la maldad en todo su esplendor, desde un asesino serial inmortal hasta esas pesadillas en las que intentamos no pensar cuando estamos despiertos.


Desde el exilio en Ankh-Morpork

Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

¡Que viva México!: buenas actuaciones, poca crítica a la 4T



Cinetiketas | Jaime López |



Desde su primera secuencia, el nuevo proyecto filmico de Luis Estrada, "¡Que viva México!", trata de mofarse de la polarización que se vive en el país, pues confronta a pedantes burócratas enfundados en trajes de gala con dos personajes que están ataviados con indumentarias humildes.

En el enfrentamiento aludido, el cineasta echa mano de diálogos que nos recuerdan el actual contexto político, debido a que incluye términos como "fifís", un concepto que, en años recientes, ha sido promovido intensamente por el titular del ejecutivo federal, Andrés Manuel López Obrador.

Lo anterior podría ser el presagio de un discurso enérgico y contundente contra la gestión del político tabasqueño, que, sin lugar a dudas, no es santo de devoción de muchos sectores.

Sin embargo, "¡Que viva México!" no va más allá de las generalizaciones y señalamientos poco elaborados respecto al líder de las izquierdas mexicanas.

Es decir, Estrada no profundiza en su crítica o en las acusaciones hechas por la oposición acerca de que Obrador está convirtiendo a México en la nueva Venezuela o que tiene pensado reelegirse para perpetuar su proyecto político.

El "gag" más memorable contra la denominada Cuarta Transformación tiene que ver con el discurso enarbolado constantemente por el presidente de México, consistente en que su administración ha acabado con la corrupción de un día para otro.

De ahí en fuera, el argumento de la cinta está enfocado en burlarse de la población de a pie o los simpatizantes de Morena, es decir, el llamado "pueblo bueno".

Ello representa un arma de doble filo para la audiencia, debido a que puede acentuar los estereotipos relativos tanto a las clases marginadas como a las personas más acaudaladas.

De ese modo, "¡Que viva México!" muestra a la ciudadanía de escasos recursos como gandalla, vengativa, iletrada y ambiciosa, un enfoque que recuerda la visión clasista de Michel Franco en "Nuevo orden".

A pesar de lo anterior, así como de su excesiva duración (3 horas y 10 minutos) o su desabrido desenlace, el filme ha rebasado el millón de espectadores en las salas mexicanas, colocándolo como la segunda cinta nacional más exitosa en lo que va del año.

En cuanto a las interpretaciones, siempre es gozoso ver en pantalla grande a los ganadores del Ariel, Damián Alcázar y Joaquín Cosío, que en esta película dan vida a tres roles cada uno. No obstante, ninguno de ellos es inolvidable como ocurrió con el "Varguitas", de "La ley de Herodes" o "El Cochiloco", de "El infierno".

En contraste, Cuauhtli Jiménez y Mayra Hermosillo cautivan con sus roles de "Jacinta" y "Gloria", respectivamente, quizá porque aportan frescura y un gran "timing" a la trama.

Además, ambos personajes participan en escenas que hacen guiños a clásicos del séptimo arte nacional, por ejemplo, "El lugar sin límites", de Arturo Ripstein, o "El infierno", del propio Luis Estrada.

Cabe agregar que Hermosillo añade una sensualidad a flor de piel a su "Gloria", lo que probablemente le consiga algunas nominaciones en festivales o premiaciones.



El sinsentido en el cine de los Hermanos Coen




Jorge Tadeo Vargas |

 

“Afortunadamente estamos libres del proceso de desarrollo y del proceso de realización de la película del comité de Hollywood. Ellos entienden que si van a hacer una película con nosotros, nos dejarán hacerla a nuestra manera.”
Joel Coen

 

Para intentar entender el cine de los Hermanos Coen tenemos que ver sus orígenes, de donde vienen y quienes son. Son un par de hermanos judíos que no cumplen con el cliché que por años Hollywood ha perpetuado y nos ha vendido. Sí son judíos, pero son originarios de Minnesota, es decir de esa región que se le conoce como el “Midwest” norteamericano, lo que de entrada los convierte en “outsiders” en la industria cinematográfica que suele concentrarse en dos grandes ciudades como son Los Ángeles, California y New York, NY, aunque el mayor dominio se dé en la ciudad californiana, desde los inicios del cine norteamericano.

Desde esa visión del “Midwest” de ver y vivir la vida es que estos dos hermanos, uno graduado de la escuela de cine y otro de la de filosofía, es lo que les permitió que sus historias se vayan contando desde lo absurdo, desde el sinsentido como eje rector y la principal característica de sus películas.

Pertenecientes a una generación de cineastas que a finales de la década de los ochenta y gran parte de los noventa, supieron mantener su trabajo en la línea fronteriza de la independencia y la industria cinematográfica. Esta generación donde hay nombres como Richard Linklater, Quentin Tarantino, Kevin Smith, PT Anderson entre muchos otros que se permitieron con su arte hacer un cuestionamiento al sistema, a la forma de vida occidental que nos impone una forma única de pensar y de actuar.

Con esto me refiero a que no importa de qué lado de la moneda ideológica nos toque estar, al final la forma de pensar, que se nos dicta es única y autoritaria. Contra todo ello es que se rebelaba esta generación de cineastas a la que pertenecen los Coen, evidenciando el vacío de las estructuras tanto sociales, políticas y/o culturales, principalmente en el mundo occidental y la hegemonía e influencia que se tiene a nivel global.

Esta crítica al sistema y sus estructuras permea mucho en la construcción de los distintos géneros cinematográficos que están presentes en la obra de los Coen y esto lo hacen desde una profunda conciencia histórica, la cual juega en papel muy importante en la mayoría de sus películas, así como el absurdo que también tiene un papel importantísimo en la elaboración de los personajes, con lo que convierten su obra en un homenaje, una burla, una apropiación, un retrato de su idea de deconstruir y visualizar estos géneros, como la comedia romántica, el western, el noir.

En Blood Simple (1985) ya comenzaban a perfilar esas ideas narrativas con mucha influencia de la literatura, algo que continúan haciendo en toda su obra, a la par de el sinsentido y la deconstrucción del género o de los géneros más representativos del cine norteamericano. Blood Simple encaja dentro del noir, neo-noir, para ser más específicos, donde el humor absurdo y situaciones sin lógica van comenzando a desarrollarse logrando construir una mejor historia con su segundo largometraje Raising Arizona (1987), una comedia absurda, con gags y momentos que parecen ser un homenaje a los grandes comediantes de inicios del cine. Con esta película es que comienzan a perfilar, esa relación orgánica y sinérgica que tienen para ellos las imágenes y la música.

Con Miller's Crossing (1990) regresan al género neo-noir, esta vez desde una historia de gánsteres pero con una construcción de personajes alejados del cliché que en ese momento era el predominante en el cine de este subgénero liderado por Coppola y Scorsese.

Aquí ellos toman como base las novelas de Dashiell Hammett para darle una perspectiva distinta al género. A pesar de que en la taquilla no le fue nada bien, tampoco con mucha de la crítica; y es que se estrenó a la par de Goodfellas de Scorsese y Godfather II de Coppola, pero con el paso de los años, Miller's Crossing se ha consolidado como una película que rompe con estereotipos, que va más allá de lo que se puede esperar del género y nos da una de los historia de gánsteres mejor trabajadas.

Un año después presentan Barton Fink (1991), película que les da el reconocimiento internacional al ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes como mejor película, mejor guion y mejor actuación a John Turturro, además reciben sus primeras nominaciones a los Premios Oscar.

Basada en una época fetiche para los Coen como son los años previos, durante y posteriores a la gran depresión, desde la construcción del monopolio en que se convirtió Hollywood, cuenta la historia de un personaje que intenta encajar en la maquila del cine, a la par de que van desarrollando una serie de personajes secundarios y antagónicos muy interesantes, como lo es el que personifica John Goodman en una de sus mejores actuaciones. Mucho se ha hablado de una secuela, que al final sabemos que no llegará, al menos no de la mano de los hermanos.

Con The Hodsucker Proxy (1994) se mantienen en la época de la gran depresión y con una comedia absurda y sinsentido hacen una crítica al sistema económico capitalista que engulle a las personas hasta llevarlas al límite. Si bien, esta es una de las películas menos “exitosas” de los hermanos Coen en la taquilla y en premios, la crítica la trató bien. Es posiblemente una de las menos conocidas pero queda la actuación de Tim Robbins como alguien del Midwest” que intenta vender una idea en Wall Street. La crítica al capitalismo en The Hodsucker Proxy cobra mayor relevancia en estos días.

Fargo (1996) los regresa al camino del éxito, eso sí, sin cambiar un mínimo su forma de contar historias para convertirse en directores exitosos tanto con la crítica como en taquilla al conseguir y ganar varios premios alrededor del mundo. Regresan al neo-noir y juegan un poco con el humor negro y esa pasión por la literatura, construyen una historia tan sólida que permitió incluso un spin-off como serie que duró tres temporadas, manteniendo ese estilo sobrio y elegante, lleno de sinsentidos absurdos.

Los Coen se han caracterizado por llevar a la comedia a nuevos derroteros, dotándola de cierta inteligencia sin caer en superioridad moral; sus personajes van caminando por situaciones que de la forma en que son narradas y/o construidas pierden toda solemnidad. Es el caso de The Big Lebowski (1998) que con una historia muy sencilla, que podríamos catalogar dentro del género neo-noir, nos da una comedia negra, llena de situaciones hilarantes, absurdas, ilógicas. El éxito de esta película se puede medir más allá de la taquilla o de la crítica, su verdadera influencia en la cultura pop, es que año tras año desde 1999, se organiza un festival en su honor, aunque se suspendió en pandemia y no se sabe si regresará, sin embargo habla de la gran influencia de esta película. Ni qué decir del impecable soundtrack que va desde Bob Dylan hasta los Gipsy Kings.

En O Brother Where Art Thou? (2000) toman un arriesgado camino y le dan un papel protagónico a la historia y a la música (histórica). Basándose en la Odisea de Homero, nos llevan por un recorrido de la América Profunda en años de la gran depresión (su época fetiche), convirtiendo la película en todo un documento histórico y de recuperación de la memoria sin perder un ápice de lo que estos hermanos nos tienen acostumbrados con el sinsentido, lo absurdo y esa forma de tejer los hilos entre personajes y situaciones.

El trabajo de rescate musical que hace T Bone Burnett, su compositor musical de cabecera, merece un reconocimiento aparte pues permitió que mucha música de la América Profunda fuera reconocida a nivel mundial. Canciones que tienen más de cien años.

El inicio de siglo estuvo marcado por lo que considero un bajo en la calidad cinematográfica de estos hermanos; si bien The Man Who Wasn't There (2001) es una película arriesgada, elegante, muy bien contada, no tuvo el impacto que tuvieron las demás. Lo mismo paso con Intolerable Cruelty (2003), un intento de comedia romántica que a pesar o por culpa de los protagonistas, no logró cerrar el círculo quedándose como un intento de deconstrucción del género. Lo mismo pasa con la adaptación de la película inglesa de 1955, The Ladykillers que aunque tiene una historia muy buena, no termina de cuajar.

En 2007 con la adaptación de la novela No Country For Old Men de Cormac McCarthy retoman el camino y combinando de forma excepcional el western con el neo-noir logran la que para muchos es su mejor película. Aunque la adaptación es bastante libre, es la forma que ellos tienen para trabajar la literatura, algo que está presente en todas sus películas. No Country For Old Men los pone de vuelta en el grupo de directores premiados que, aunque el reconocimiento no es importante para ellos, les da una plataforma para que su cine escale más allá de la industria y de la independencia.

Las películas de los hermanos Coen manejan un gran número de líneas narrativas, donde muchas veces el protagonista pierde el peso de toda la historia, eso no es malo, pero a veces como en el caso de Burn After Reading (2008) juega en su contra y una buena historia se ve rebasada. Aunque no sucede lo mismo con Hail Caesar! (2016), con la que sí lo logran, haciendo una crítica al Macartismo y su lista negra.

Con Inside Llewyn Davis (2013) y A Seriuos Man (2009) hacen un poco de metaficción tomando la biografía como parte de la historia. Inside Llewyn Davis hace un recorrido por la década de los sesenta, la música folk (de nuevo el soundtrack es fundamental) y mucho absurdo, falta de lógica y humor negro. A Seriuos Man arma un diálogo para ellos mismos burlándose del cliché judío, a la par que lo reconoce y construye una historia que en muchos momentos parece ser algo personal, íntima. Es posiblemente la película menos comprendida de los hermanos.

De la misma forma con True Grit (2010) y The Ballad of Buster Scruggs (2018) siguen con la deconstrucción de unos de los géneros favoritos de Estados Unidos. En la primera construyendo un antihéroe muy alejado de lo que vemos en el western clásico y la segunda tiene muchos guiños a la literatura con una serie de historias sin relación que en palabras de ellos les costó veinticinco años escribir, y que es el último trabajo a la fecha que han realizado juntos, declarando que esa relación ya se terminó. Eso no significa que han dejado de trabajar, Joel filmó en 2021 The Tragedy of Macbeth mientras que Ethan en 2022 dirigió Jerry Lee Lewis: Trouble in Mind, las cuales mantienen su estilo absurdo pero no alcanzan ese punto perfecto que lograron en sus trabajos en conjunto.

Una de las ideas permanentes en el cine de los hermanos Coen es la de convertir la literatura en arte visual, ponerle movimiento a las palabras, eso se percibe en cada una de sus películas, así como las múltiples referencias a cuentos, novelas, poemas, escritores que les abren un universo de posibilidades y mayor libertad a la hora de trabajar e ir creando sus personajes desde el sinsentido desde donde lo construyen.

La frivolidad y la profundidad son parte de su cine y una forma de ir presentando la realidad que vivimos desde lo hilarante, el absurdo mayor de estar vivos a pesar de todo lo que nos rodea.


Desde el exilio en Ankh-Morpork

Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

Hablemos de «Daisy Jones & The Six»



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Quiero creer que mis niveles de intensidad ante las cosas y la vida son más un aspecto positivo que una red flag. Y es que, desde niña, si algo llama mi atención, me O B S E S I O N O de inmediato hasta que esa obsesión se diluye a causa de otra obsesión y así on and on. Pues resulta que, a inicios del pasado mes de febrero, comencé a ver en Instagram y en Twitter, un tremendo “buzz” por una serie llamada “Daisy Jones & The Six” que se estrenaría a inicios de marzo en Prime y que está basada en el libro homónimo de la autora estadounidense Taylor Jenkins Reid. Todo tweet o post que hablaba de “Daisy Jones & The Six” estaba inevitablemente ligado a Fleetwood Mac (una de mis bandas favoritas) y, como soy re curiosa (por no decir chismosa) y re intensa, comencé a indagar al respecto y como era de esperarse, ya estoy en plena etapa de obsesión a pesar de las múltiples críticas que tengo de la serie.

Resulta que “Daisy Jones & The Six” es el primero de los libros de Taylor Jenkins Reid en adaptarse a la pantalla chica y al parecer, no será el último. El muy sonado “The Seven Husbands of Evelyn Hugo” (que, si alguien de por aquí ya lo leyó, díganme qué les pareció porque ya me lo recomendaron varias veces) de 2017, se convertirá en una película de Netflix, mientras que “Malibu Rising” de 2021, se adaptará para Hulu. Pero para esta adaptación inicial de Daisy Jones, Reid sabiamente se asoció con la actriz y productora Reese Witherspoon cuya casa productora “Hello Sunshine” ha perfeccionado a lo largo de seis añitos la ciencia de adaptar bestsellers tan adictivos de ver como de leer. Parte de la estrategia es una especie de integración vertical: Witherspoon seleccionó “Daisy Jones & The Six” para su club de lectura mensual, lo que ayudó desde un inicio a construir y consolidar una fanbase que indiscutiblemente, apoyaría el lanzamiento de dicha novela a la televisión. Antes de continuar, aclaro un detallito bien importante: yo no he tenido la oportunidad de leer el libro y les prometo que algún día lo haré, pero mientras tanto, ya me estuve informando un poco acerca de su estilo narrativo, de cómo lograron plasmarlo y adaptarlo a lo audiovisual y las grandes diferencias entre ambos.


A sus tiernos 13 años, Taylor Jenkins Reid veía fascinada el especial de televisión de 1997 de una banda setentera llamada Fleetwood Mac, que celebraba veinte años del lanzamiento de su icónico álbum “Rumours” y como era de esperarse, le llamó muchísimo la atención la feroz versión del himno de rupturas amorosas por excelencia “Silver Springs” y la electrizante química que había entre dos miembros de la banda: Stevie Nicks y Lindsey Buckingham. De ahí le llegó la inspiración para escribir “Daisy Jones & The Six” años después, cuyo estilo narrativo, toma la forma de una historia oral acerca del ascenso de Daisy Jones y el grupo The Six al estrellato y su infame separación. Se cuenta en su totalidad a través de entrevistas con la banda, otros personajes clave y testigos. Las entrevistas se realizan de 30 a 40 años después de la separación de la banda, mientras los miembros reflexionan con distancia y (algo) de madurez todo lo que vivieron. Cada miembro recuerda cómo sucedió todo de manera ligeramente diferente (como acontece en la vida real), dejando lo que realmente sucedió elusivo y sujeto a interpretación del lector. La escritora dice: "[…] también se debe tener en cuenta que, en asuntos grandes como pequeños, a veces los relatos del mismo evento difieren. La verdad a menudo se encuentra, sin reclamar, en el medio".

Por lo tanto, un estilo documental encaja naturalmente para una adaptación televisiva y los episodios cobran vida al estructurar sus historias en torno a eventos o periodos de tiempo específicos con esas mismas entrevistas. Al dar el salto de la página a la pantalla, “Daisy Jones & The Six”, en su mayor parte, ha tratado de recrear la experiencia de lectura del libro (o al menos eso es lo que dicen sus fans menos exigentes y flexibles). Pero como con cualquier adaptación, ciertos detalles no pasan el corte y tanto los personajes como algunos eventos, son inevitablemente alterados de manera significativa, para bien o para mal.


La historia (tanto del libro como de la serie) básicamente trata del recorrido de una banda de soft rock al estrellato y nosotros somos testigos de cómo navegan el mundo de la fama, las drogas, los excesos, los dramas personales, los triángulos (rectángulos) amorosos, la creatividad e innovación musical, las rencillas y celos profesionales. La banda es una especie de supernova que arde brillante y efímera, disolviéndose definitivamente después de un show en Chicago a finales de la década de los 70s, tras un exitoso y único álbum titulado “Aurora”. Daisy Jones, nuestra protagonista, es el huracán en el centro de esta historia. Es una hermosa, carismática, errática, inmadura y talentosa cantautora que irrumpe sorpresivamente a los integrantes de la banda “The Six” y, por ende, cambia drásticamente la vida del grupo, en especial la de Billy Dunne. Líder y vocalista de “The Six”, Billy es un tipo desagradable, autoritario, perspicaz y terriblemente talentoso que no disfraza los celos hacia su nueva vocalista, quien no tiene reparos en robarle protagonismo y al mismo tiempo, generan una conexión profunda y natural a partir de sus vivencias y traumas del pasado que obviamente, será el meollo de las crisis de la banda.

Adentrándome ahora sí en la serie (que es con lo que estoy realmente familiarizada), hay un montón de cosas que me gustan y un montón que no. Voy a ir por partes para no mezclar demasiado mis propias contradicciones. Creo que toda la cuestión de producción, es decir, ambientación, vestuarios, fotografía, etc. etc. etc. me parecen maravillosos. Realmente reflejan un presupuesto nivel Jeff Bezos (el modestito dueño de Amazon) y nos sumergen en la década que se encargó de “moldear” mucho del soft rock, folk y pop que tanto me gusta con muchísimo estilo y autenticidad. Todas las escenas de los conciertos nocturnos son espectaculares: cuentan con una iluminación increíble, innovadora, con movimientos de cámara que nos adentran al escenario y, por ende, directamente a las emociones de la banda.

Otra cosa que aplaudo muchísimo, son las actuaciones a pesar de algunos diálogos cursis y storylines comunes. Todo el elenco, encabezado por Riley Keough y Sam Claflin, me parece extraordinario y sirve muchísimo que la química, sobrepasa la pantalla. Los he visto en un sinfín de entrevistas y realmente hay mucho amor entre ellos y parece que auténticamente disfrutaron muchísimo trabajar en este proyecto. La modelo inglesa Suki Waterhouse, Will Harrison, Josh Whitehouse y Sebastián Chacón, quienes interpretan a Karen, Graham, Eddie y Warren (miembros de la banda), tenían ya ciertos conocimientos musicales ya que, desde niños tocaban la guitarra, cantaban y así. De todos modos, tuvieron que aprender a tocar sus respectivos instrumentos y son ellos quienes realmente tocan e interpretan las canciones en vivo en las escenas de los conciertos, lo cual francamente hizo que me estallara la cabeza. Peeero… Riley (a pesar de ser la mismísima nieta de Elvis Presley y de que todo mundo dé por sentado que tiene la capacidad vocal y el talento de su familia, lo cual me parece una tremenda estupidez, pero bueno) y Sam, quienes interpretan a Daisy y Billy, no. Han comentado ya en varias entrevistas, que a pesar de lo horrible que fue la pandemia, para ellos fue benéfico el año y medio que estuvo detenida la producción de la serie para aprender, tanto a cantar, como a tocar la guitarra y ambos tuvieron intensas lecciones para lograrlo. Los integrantes estuvieron meses en una especia de “band camp” donde aprendieron realmente a convertirse en estrellas de rock y francamente la química entre Riley y Sam es sublime. No me da pena admitir que soy una hopeless romantic y que me fascinan esas tramas que van del amor al odio o al revés.

Actualmente, la banda ficticia tiene un álbum en los primeros números de las listas de Billboard y once canciones que cuentan ya con millones de reproducciones diarias en las plataformas musicales como Spotify y Apple Music.

“Aurora” es un álbum atemporal y logra capturar el drama de esta banda en sus puntos más altos y bajos, ya que muchas de las canciones están vinculadas directamente con la narrativa de la serie y al menos el concepto o la intención de cada letra, fueron creadas por la misma Taylor Jenkins Reid, pero obviamente perfeccionadas y modificadas para hacerlas sonar más auténticas; somos testigos de cómo nace “Aurora” y su impacto a lo largo de los diez episodios. Phoebe Bridgers, Madison Cunningham, Marcus Mumford y Jackson Browne son algunos de los artistas y músicos de la vida real que ayudaron a escribir y producir las canciones de “Aurora”, por eso también el éxito del álbum. Éste, lucha por aprehender la audacia de Fleetwood Mac, combinando un poco de ese rock tan característico de los 70s, con baladas fáciles de escuchar. En particular, me agradó bastante cómo estructuraron y enlazaron las canciones durante el episodio final. Yo les recomiendo muchísimo el álbum y no solo porque llevo semanas escuchándolo y enamorándome de él. Además, la serie en sí tiene una banda sonora buenísima, con canciones de Carole King, Toto, Patti Smith, The Beach Boys, Barry Manilow, etc. que refuerzan con mucho detalle e intensión, determinadas escenas.

 

Y bien, ahora va el montón de cosas que NO me gustaron de la serie y creo que básicamente se reduce a la historia en sí, a la forma en cómo fue escrita, desarrollada y modificada para la televisión. Prometo no hacer ningún spoiler significativo, aunque me den hartas ganas jajaja. Pues bien, por lo poco o mucho que he investigado, tengo ya claras las diferencias más tajantes entre el libro y la serie y, a pesar de que la novela raya en muchísimos clichés y lugares comunes, por momentos la serie los sobrepasa y termina encarnando los estereotipos superficiales que dice aborrecer. Si bien se presenta de manera convincente en ciertas escenas, en general es una dicotomía que hemos visto muchas veces antes. Incluso creo yo que el título hace alusión a algo que claramente no existe en esos diez episodios: la verdadera unión entre Daisy y la banda. Siempre es Daisy por aparte y The Six por aparte. No existe esa relación de familiaridad entre la cantante y la banda que tanto insisten en mencionar y los escritores, prefieren enfocarse en el “romance” tormentoso entre Daisy y Billy. Se supone que Daisy llega para revolucionar a la banda desde lo más profundo, pero son muy pocos los momentos de interacción entre ella y los demás (haciendo a un lado las escenas de los conciertos) y, por lo tanto, jamás se siente esa cohesión y cuesta mucho trabajo creer o asimilar ciertas escenas. Incluso Daisy, en sus entrevistas actuales, jamás J A M Á S habla de la banda, de sus integrantes, de sus talentos o carencias. Solo se dedica a hablar de sí misma y, por supuesto, de su dupla caótica con Billy y, por lo tanto, es difícil conectar con ella.

En ese sentido, otra cosa que me molesta muchísimo (ya sé, sueno a meme del fascista ese), es la construcción de los personajes femeninos. Dichos personajes, divagan entre ser mujeres auténticamente empoderadas, inteligentes, audaces, dueñas de sus propias vidas, dispuestas a labrarse un camino profesional serio pese al mundo recontra machista donde están inmersas y terminan cayendo en los clichés absurdos que tanto aborrecemos. Mi mayor problema, es con Daisy quien obviamente encarna el estereotipo de la chica rota que hace estupidez tras estupidez al pedo. Disculpen si no encuentro otra forma más formal de expresarlo, pero es la verdad; nunca se siente lo suficientemente propia y no sé qué tanto esté bien darle el peso de una heroína cuyos impulsos, están siempre fuera de control. Las muchas escenas de Daisy inhalando cocaína, tomando pastillas o garabateando letras, podrían tomarse de cualquier cantidad de biopics, y en lugar de entenderla, más bien te provocan ganas de cachetearla. Encima, la relación entre ella y los otros personajes femeninos como Karen, Simone y en especial con la bellísima Camila (protagonizada por la argentina Camila Morrone), deja muchísimo que desear, a pesar de ciertos destellos de sororidad que se agradecen. Y luego, esta insistencia patriarcal de poner a dos mujeres a “competir” por un hombre, de bancarle sus machiruladas, o de representar a la mujer como una especie de ancla divina para rescatar y beneficiar únicamente a un hombre sumamente roto, YA NO VA y desespera.

A pesar de estos grandes detalles, créanme cuando les digo que sí estoy medio obsesionada con “Daisy Jones & The Six” y no tengo reparo en declarar abiertamente que disfruté mucho la serie; que esperaba cada viernes los capítulos nuevos, que me considero fan del álbum, del elenco, del hecho de que se tomen más en cuenta historias escritas por mujeres y de que actualmente existan personas que quieran acercarse o reconectar con música como la de Fleetwood Mac, por ejemplo. ¡Ah! Y antes de que se me olvide, me pareció muy divertido y tierno que los títulos de los episodios sean títulos de canciones de los 70s, canciones de Elton John, Barry Manilow, John Lennon, David Bowie y así y no sé si todo el mundo los haya captado, pero me dio gusto que yo sí. La serie ha sido Trending Topic en Twitter durante cuatro días (desde que Amazon subió los últimos dos capítulos), así que anímense a ver “Daisy Jones & The Six” y díganme qué les pareció. Hay mucho que platicar, discutir, criticar y disfrutar (como la aesthetic que está dejando la serie).


"Manto de gemas", la aniquilación de un país



Cinetiketas | Jaime López |


Tres mujeres entrecruzan sus destinos en un país donde la desaparición forzada se ha vuelto una constante y un monstruo de mil cabezas. Esta podría ser la base argumental de "Manto de gemas", la ópera prima de Natalia López Gallardo, creadora que tiene una amplia trayectoria en el montaje de filmes.

Sin que hasta ahora alguien haya escuchado el motivo del nombre del largometraje, estrenado hace algunos días en distintas partes de la República Mexicana, la obra constituye una dura representación de la violencia en nuestro país, una violencia que hace convivir muy de cerca a víctimas y victimarios.

Aventurándonos a dar una hipótesis al respecto, tal vez el manto de gemas al que alude la directora López Gallardo simboliza lo siguiente: un trío de piedras preciosas que han sido extraídas de su ambiente o entorno habitual en contra de su voluntad, para ser talladas o convertidas en otro tipo de entes, los cuales son cubiertos por un largo velo fúnebre.

Así, la muerte acecha a "Isabel", "María" y "Roberta" (las protagonistas del relato), desde el inicio de la historia, aunque no de manera literal, sino en diversos sentidos.

La primera de ellas se encuentra en medio de un rompimiento de pareja, pero deja de lado su duelo para dar con el paradero de la hermana de su trabajadora doméstica, a pesar de que ello ponga en riesgo su vida.



En tanto, "María", por sus problemas económicos, ayuda a un grupo de secuestradores, quizá desesperada por sufrir la marginación por parte de un sistema financiero y una sociedad que excluye a miles de personas como ella, abandonadas a su suerte (casi siempre mala, con final trágico).

Por su parte, "Roberta" es una policía municipal que forma parte de una cadena de corrupción y complicidad criminal, la cual detesta ver a su hijo "jugando" al narcotráfico.

Una amalgama de rostros femeninos que develan la aniquilación o defunción de un país que ha sido sometido a la normalización de la violencia en todas sus modalidades: emocional, económica o física.

Acerca de la narrativa, la realizadora opta por una yuxtaposición de imágenes no convencional, que exige una audiencia activa desde el primer minuto del metraje.

De ese modo, los detalles y diálogos en la mayoría de los fotogramas de "Manto de gemas" se van hilvanando paulatinamente y, en determinados momentos, hasta de manera poética.

Ejemplo de eso último es una de sus escenas más memorables, en la que López Gallardo muestra a un hombre linchado, mientras varias personas a su alrededor solo se quedan viendo su combustión sin mover un solo dedo.



El relato escrito por la propia directora y protagonizado por Aída Roa, Antonia Olivares y Nailea Norvind, también lanza una crítica velada a la banalización de la violencia mediante el personaje interpretado por Juan Daniel García, que apuesta por convertirse en un influencer del crimen organizado.

Además, "Manto de gemas" también se adentra en retratar la indiferencia de una familia adinerada, cuya matriarca no tiene la disposición de comprender las realidades de las nuevas generaciones, incluyendo la situación de su hija, que está inmersa en una vorágine de destrucción.

La película fue estrenada el pasado 8 de marzo en salas de México, a casi un año de haber ganado el Oso de Plata durante la edición del Festival de Cine de Berlín.



"EO": la (in)humanidad a través de los ojos de un burro



Cinetiketas | Jaime López |


Un burro gris es el hilo conductor de "EO", película polaca que mezcla dosis de ficción, documental y surrealismo para retratar la insensatez del ser humano, ese que constantemente busca controlar el mundo sin importarle el bienestar de otras especies.

Narrada desde el punto de vista del cuadrúpedo y sin otorgarle ninguna expresión antropomórfica (como ocurre en ciertas producciones animadas), el filme dirigido por Jerzy Skolimowski es una oda a la materia prima del celuloide: la imagen y el sonido.

Derivado de lo anterior, cada partitura musical y encuadre se conjuntan poéticamente para cautivar las pupilas y sentidos de los espectadores y, de paso, ponerlos en las patas de "EO", cuya vida se ve trastocada cuando deja de ser artista de un circo por las protestas de un grupo de ciudadanos que rechazan los espectáculos con animales.

Desde el primer minuto de la cinta, la fotografía comandada por Michał Dymek recurre a filtros rojos para acentuar la visión onírica del protagonista, pues es un ser que desconoce la malicia e irracionalidad de los hombres, pero también las inclemencias del bosque y la Madre Tierra.

En su descubrimiento, "EO" no tiene noción de las fronteras y su aprendizaje parece la acumulación de pedazos de historias, que en la película aparentemente no tienen conexión alguna, pero que, de alguna manera, están concatenadas para comprender el contexto del estelar.

Exenta de diálogos extensos, la obra nominada al Oscar es un tipo de road movie pro-animalista, que lleva a la audiencia por distintas emociones sin necesidad de recurrir a situaciones maniqueístas o que rayen en la cursilería ramplona.

Así, las aventuras del estelar son mostradas sin romanticismo y los homo sapiens deambulan entre quienes son condescendientes con "EO" y aquellos que lo ven con indiferencia o superioridad.

Ojo a la secuencia en la que el protagonista recorre un bosque en medio de la noche, porque da cuenta del viaje introspectivo al que nos somete el realizador, uno en el que salimos de nuestra burbuja de comodidad para ver el mundo como es, lejos de moralismos o juicios subjetivos.

Gloria, limbo e infierno desde los ojos de un animal. Así podría resumirse la premisa de "EO", que también reflexiona sobre el fanatismo deportivo y religioso, así como acerca del uso de los cuadrúpedos para eventos o situaciones banales.



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