7NN: Levántate, no tienes los huesos rotos

Levántate, no tienes los huesos rotos
Por René López


«Busquemos una joven virgen que lo
atienda y lo cuide, mi señor;
dormirá en sus brazos y le quitará el frío»
Reyes 1:1

No despiertes; me doy una orden que no voy a atender: no despiertes. El clip continúa y yo despierto. Dentro del video, la otra yo ve al anciano muerto y grita. Mientras observo, fuera, también yo grito. En la última semana he visto ciento cincuenta veces al anciano tomar un té, desnudarse y quedarse dormido hasta la muerte, a un lado mío. Tengo la grabación porque quería saber qué pasaba mientras yo dormía.

De manera regular iba a casa de Sara; ella me daba un té para dormir por varias horas.  Mientras duermo, hombres, ancianos casi todos, intentan suplir su incapacidad sexual con fantasías. A cambio pagan la factura de mi celular, dos entradas al mes para un restaurante lujoso y un exclusivo spa de su propiedad. El dinero que recibo es aparte, depende de las personas que atienda. Casi siempre es más dinero del necesario para pasar muy bien el mes.

El contrato no restringe nada, pueden hacerme lo que sea, salvo penetrarme. Pueden lamerme, escupirme o venir a morir  envenenados a mi lado y pagar por ello.

No lo sabía, por eso compré la cámara miniatura.

Al día siguiente vinieron a mi departamento a recordarme el acuerdo de confidencialidad que teníamos. Yo puedo decir nada sobre el hombre envenenado.

Trato de olvidarlo y seguir yendo a la universidad. Pero mi celular timbra. Timbra y lo  silencio. Timbra aunque lo ignoro. Timbra y, cuando contesto, es ella. Ya no quiero ir de nuevo a tu casa, Sara. Te entiendo, Lucy, no voy a llamar en un tiempo, descansa.

Pero tengo miedo. Por las noches veo automóviles  que me siguen de regreso desde la estación del subterráneo. Dos noches seguidas un hombre de chaqueta café va detrás de mí,  intenta hacerse el disimulado y cometo el error que me pone en donde estoy. Marco el número de Sara y le digo que deje de molestarme. Intenta defenderse, no sabe de lo que hablo. ¿Y los automóviles, y el tipo de la chaqueta?. Sigue sin entenderme; entonces le digo del video, si continúa su acoso lo haré público. Me grita, sabe donde vivo, no me estaba siguiendo pero ahora no se detendrá hasta tenerme a mí y al puto video, luego cuelga.

Me quedo quieta, pensando al borde de la cama. Tocan la puerta, mi sangre abandona mi cara y siento una palidez dolorosa que marea. Corro al baño en puntas. Si recuerdo que estoy viva es sólo por el dolor al golpearme con el lavamanos. Se hace un silencio profundo, escucho caer el agua en el depósito del escusado. Desde afuera me gritan. Es la encargada de cobrar la renta, no estará la próxima semana pero puedo depositar en una cuenta de banco.

***
Teniendo a las personas indicadas puedes encontrar a quien sea. Me imagino que Sara tendrá a cualquiera de los ancianos a su disposición, pero no creo que sean las personas precisas para encontrarme. Ni yo sé dónde estoy. Busco alguna noticia que hable del hombre en casa de Sara, no hay nada. Nada.

Debo calmarme, hacer una lista de lugares en donde esconderme. No debo ir con amigos o familiares. Aunque quisiera, mis familiares no me hospedarían y mi lista de amigos es inexistente. Descarto la posibilidad de un hotel, ya no es fácil registrarse con un nombre falso. ¿Se encuentra bien, señorita?, me dice el camarero del café. Sí, sólo mis exámenes, respondo intentando justificar mis lágrimas  y todas las hojas en la mesa. Me trae un té. Es un regalo, para que termine pronto. Espero terminar pronto.

CouchSurfing, plataforma de hospedaje gratuito. Busco desde el celular. Me arroja varios sitios, en casi todos tienes que registrarte y mostrar credenciales. Finalmente descubro uno que es más amable con las restricciones, dice en su página principal:  “un esfuerzo de buena voluntad en contra de empresas que hacen negocios con la colaboración”. Qué estupidez. Yo sólo busco un lugar más o menos seguro y lejos de mis rumbos usuales.

Mi anfitrión es un tipo flaco, huele a tabaco, tiene libretas y papeles tirados por todo el diminuto cuarto. Me preparó un futón, él no dormirá acá, tiene una reunión con amigos, pero puedo sentirme en casa. No, gracias, le contesto en mi mente y me siento a esperar a que se vaya para  acostarme. No duermo, siento que estoy olvidando algo, siento que Sara o algún tipo contratado por ella estará esperándome afuera para cuando salga, o que al doblar la esquina los voy a encontrar. Va a ser fácil para ellos, aún recuerdo algunos movimientos de kick boxing, pero ocho años sin entrenar son demasiados.

Logro empezar a soñar. Dentro del sueño estoy dormida en la casa de Sara, pero el cuarto no está; todo lo que nos rodea es una nube color esmeralda, me levanto, estoy gritando, siento el esfuerzo pero no se escucha nada. De pronto, el anciano muerto se despierta y me voltea a ver. Le faltan pequeños pedazos de piel, alcanzo a ver larvas blancas en algunas partes de su rostro. Me toma de la cara y mete su lengua a mi boca. Intento despertar, pero sigue aquí conmigo, siento su peso sobre mi pecho y no me puedo despertar. Lloro, siento mis lágrimas correr. Intento hablar pero no puedo porque tiene su lengua hurgando mi boca. Abro los ojos y el tipo flaco está sobre mí, no tiene camisa, está borracho y dice cosas que no logro entender. Lo empujo y cae, lo pateo en el suelo. Cojo mi mochila y me largo, sin más trámite. Salvo en la casa de Sara, nunca duermo desnuda en las casas ajenas.

***
Regreso por donde llegué. Ya no me siento perseguida, pero sí perdida . Me dirijo al café. Está a punto de amanecer, así que espero sentada en la banqueta a que abran. Me despierta el mesero, levanta la cortina, me hace pasar y prepara la mesa más próxima a la ventana, me sirve dos panes con mermelada y café.

No hablo nada mientras como, él no dice nada. A veces, cuando termina de limpiar algo, se sienta conmigo y me observa. Está para cualquier cosa que necesite, dice.

Se levanta para atender a los clientes que comienzan a llegar, siento sus miradas en mí, como si supieran que huyo, como si supieran algo y fueran parte de un grupo organizado por Sara. Una anciana me voltea a ver y me recuerda a mi abuela. La señora que espera un desayuno y su pequeña hija me recuerdan a mi madre y a mi hermana. Al anciano de traje no lo puedo relacionar con nadie, pero es el que más me parece conocido. Comienzo a sentirme mal. Siento una mueca que mi cara hizo por sí misma: es el muerto, me sonríe. El mesero sirve café en la mesa de junto. No me puedo parar y llegar al anciano. Lo cojo de la camisa. Voltea y en el movimiento, con el brazo que sostiene la cafetera, me noquea. Despierto, algunas personas están cerca, el mesero trae un trapo mojado que me pone en la cabeza. El anciano muerto ya no está, vuelvo a cerrar los ojos.

***

Las paredes hablan, las mesas, los sillones; cualquier decorado dice quién es la persona que vive en el espacio en el que estás. Es muy identificable la presencia o la ausencia de un florero, un cuadro o alguna pintura. A veces engañan, claro, a veces pensarías que una buena persona vive en una casa acogedora. Casi siempre es fácil saber de las personas por sus hogares.

Así comienzo a entender al mesero, Tel Fitt se llama, es hijo de inmigrantes angoleños, él ya es de acá, supongo. Comparte casa con otras dos personas, uno trabaja y el otro estudia, ambos están fuera de la ciudad ahora. Dividen el alquiler, de otro modo no podría tener una habitación decente. Que me lo digan a mí, también fui mesera.

Puedes quedarte acá, el café está a un par de cuadras, recuerdas por dónde llegar ¿cierto? Creo, le contesto.

Observo un pequeño cuadro en un portarretratos, es un atardecer: rojos y naranjas en el cielo, los árboles están pintados con negros. De ahí debe venir Tel, pienso.

Por la noche, cuando regresa del café, horas después, ya sé casi todo de él. Basta algo de plática para darme cuenta que mis apuestas son ciertas. Sé que estudió arte y no pudo concluir.

Hay una dedicación profunda cuando hace cualquier cosa: prepara comida, lo que plasma en un cuadro, una figura de cerámica o la atención que pone en mí. Es como si hiciera todo con una fuerza vital que envidio.

Puedo definir precisión cuando él pregunta. Sus preguntas están a la mitad; no es intrusivo, pero me hace sentir confiada para dejarle entrar a una parte de mí. Escucha con atención, hablar con él es como pensar cosas en voz alta, cada vez con más claridad. Comienzo a decirle el embrollo en el que estoy, le hablo de Sara y del muerto, incluso le menciono que dudo un poco de él por mi última experiencia con el flaco asqueroso. Sonríe un poco, me dice que es normal, pero vale más la pena confiar en los otros.

A la hora de dormir me dice que duerma en su habitación, él puede dormir en la cama de alguno de sus compañeros. Quiero dormir con él, abrazarlo y sentir que ésta es mi casa y que no tengo que esconderme más, quiero verlo dormido y saber que mientras yo duerma él sólo estará ahí para mí. Pero es mejor dormir sola. De cualquier modo cierro con seguro la puerta y duermo vestida, aunque me quito el brassier y los zapatos.

Duermo reconciliándome con la cama. Duermo y me imagino que la cama vuelve a ser un sitio para esconderse. Si pongo mi cabeza debajo de la sábana nada puede pasarme porque es un campo de protección contra Sara y contra el mal del mundo. Comienza a haber ruido, como alguien afuera tirando platos, como mis padres discutiendo. Despierto y me mantengo con la cabeza debajo de la sábana, el ruido desaparece por un instante, todo es callado y suave, las cosas van bien, estoy tranquila.

Recuerdo que no estoy en casa. Salgo de la cama y en la sala veo a Tel en el suelo, y a varias personas en la habitación; uno de ellos revisa el cuello de Tel, otro está detrás de un hombre. Un hombre que sostiene mi teléfono, un hombre que se supone está muerto.

Te doy miedo, dice, más que un señalamiento es una orden. Me quedo callada. Sara me dijo que te escondías, pero ella tiene rastreada tu línea, ella la paga. ¿Cómo mierdas puede estar acá? Puedes hacer lo que sea con el video, me da igual. Por favor caballeros, salgan. Vinieron por si había problemas con el negro.

Mi cara vuelve a moverse sin mi permiso, tengo miedo y no sé qué está pasando. Los tipos salen y el anciano se sienta en el sillón, mira hacia arriba, parece complacido. Sabes, me dice, a algunos nos gusta mucho ver el miedo. Qué hermosa eres cuando tienes miedo.

Entonces me enciendo, un ardor desde la boca de mi estómago sube y mi cabeza explota, no sé en qué momento me pongo encima de él. Lo golpeo. Su cara comienza a desaparecer es como esculpir un cadáver. Mis brazos, no me obedecen, hacen con el anciano lo que ellos quieren. Ya no se mueve ni lucha contra mi cuando suena el teléfono. Es Sara.

-Lucy ¿Ya está contigo el señor Ellison?
- …
- ¿Lucy?
- ...
- Discúlpanos el mal rato que pudimos hacerte pasar, Gerald insistió en seguirte, no podíamos decirte, él quería ver tu miedo. No es nada personal. De verdad...
- …
- Cuando puedas pasa a mi casa para pagar tus honorarios, tres veces lo que recibes regularmente, creo que lo vale.


Sara cuelga, aprieto el celular y con la mano cerrada golpeo de nuevo a Gerald Ellison, si no tenía los huesos rotos, ahora sí.




Siete Nuevos Narradores

Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

7NN


7NN: Códigos de convivencia

Códigos de convivencia 
Por Mauricio Caballero 

No sé cómo empezar, porque me cae de madre que está cabrón tío. Al chile le digo, sé que ya estoy muerto y me cago de pinche miedo, pero quiero que entienda el porqué lo hice. 

Recordará que hace muchos años cuando estaba por acá, la vida estaba cabrona. Que mi primo y yo éramos unos huercos como de doce años, que usted no encontraba chamba y decidió irse a la capirucha, que para que les vaya mejor, ¿lo recuerda? Pues ahí qué le cuento, ya sabe bien que al inicio estuvo difícil, pero que después a mi primo, gracias a usté, le fue chido acá, con sus envíos de lana, sus regalos y esas cosas. Acá el primo bien chido nos comenzó a pichar cosas, la cheve, el pisto, las morras, se compró una troca y dábamos el roll. 

Al chile no sabíamos en qué andaba metido usté, pero ya después nos lo imaginamos. A mi primo se le hizo fácil y se metió a esos bisnes, yo le dije que ya tenía feria de usté, que pa qué chingao se metía en esas cosas. Pero pues quiso más, y le entró a lo mismo. 

Le va a sonar a guasa, pero esto es neto tío, por favor aguante. Recuerda que cuando vivía acá en Tijuana, una vez vimos una movie de esas viejitas mexicanas, se llamaba El esqueleto de la señora Morales, ¿lo recuerda? 

¡No tío!, espérese, aguante, puta madre, aguante tío. 

¿Recuerda al vato ese de la peli, el que siempre se la pasaba contento? Pues algo así le pasó al primo. Ya dentro de ese jale fue cuando empezó a portarse bien culo, se le subió al muy perro, se sentía el muy cabrón y el más chingón del barrio. Y ahí andaba paseándose, todo feliz por las calles, por la plaza o de visita en mi casa. En la peli el vato lo hacía porque así era, era todo feliz, pero acá no tío, el primo lo hacía para chingarme, sí, pa joderme, para restregarme que él tenía lana y yo no. Mi madre lo quería mucho, lo dejaba pasar a la casa y lo consentía, él le dejaba dinero y cosa pa la casa. El muy cabrón decía que lo hacía porque quería mucho a mi ma. Y luego ella me echaba en cara frente a él, que él parecía más hijo que yo, ¡que yo tío!, yo que soy su hijo de verdad. Cómo me chingaba eso. Y el primo, muy sonriente, muy feliz. Perdón tío, pero pinche primo, si en realidad era bien culero, se la bañaba con todos, con todos tío. 

Chingado, tío, que no, que no es guasa, escúcheme. 

Y pa fregar más, le empezó a tirar carro a mí hermana, y claro, ahí sí le bajo de humos, después de que no me pelaba el muy culo, ahora llegaba como el gran amigo, y yo de pinche pendejo que le creí. El muy cabrón comenzó a venir a la casa más seguido, a cada rato cambiaba de troca, llegaba con buena feria, su buchanas y las rolas a todo lo que daba. Me comenzó a platicar de sus cosas, me enseñó su fusca, su cuerno. Me decía que le entrara al negocio y yo la neta me sordeaba. Pero usté sabe que la vida está bien cabrona, sabía de la situación en mi casa y de mi jefa. Y pos le entré, me tragué mi pinche orgullo y le entré. Pensé, que si ahora era yo quien llevaba cosas a casa, mi jefa iba a dejar de estar chingando con que no era un buen hijo. 

Pinche vida tío, pinche perra vida. Al chile es lo más perro que he hecho, pero en este pinche pueblo no se puede hacer otra cosa, y sé que sigo siendo chavo y pude haber intentado otra cosa, ¡pero cabrón!, en este jale me hice de feria muy rápido. Le pude dar más cosas a mi jefa, le pude ayudar con sus tratamientos. Ver a mi jefecita recuperarse, es lo que me daba fuerzas para aguantar todo este pinche desmadre. Verla caminar, sentirse mejor, verla sonreír tío, ¡sonreír! Pinche vida loca, la acomodé en una mejor casa, con más espacio, ya no hacía falta comida, le pude pagar la prepa a mi hermana. 

Puta madre tío… sé que está muy encabronado por todo esto, pero quiero que sepa porqué lo hice. 

¿Recuerda que le tiraba carro a mi hermana? Tío, pos yo no supe por qué pinches hizo eso el muy culo. 

No, tío, no, puta madre, mi dedo, aguante tío, le digo, le digo. 

Se chingó a mi hermana tío, se la chingó, ella no quería y a él le valió madres, llegó a la casa sabiendo que yo no estaba, llegó bien pedo, encerró a mi jefa en un cuarto y se fue a otro con mi hermana, ella no quería, no quería. Puta madre tío, es mi familia, ¿por qué no se fue con otra morra, por qué no agarró a alguna de la calle? Si ya lo había hecho antes. 

Y él, como si nada, ese mismo día muy sonriente me lo dijo en la cara, frente a los compas del cártel, pinche puto culo. 

Tío, no, aguante, no ya no, pare, pare. 

Tío, yo no pude hacer nada, yo no sé cómo sean allá con usté, pero acá, nuestro pinche código es muy cabrón, él ya estaba en los altos rangos y yo como apenas empezaba, pos no podía hacer nada, solo callar, ¿usté sabe lo culero que se siente eso?, pinche impunidad. Y seguro sabe que ya dentro no hay forma de salirse, así que no me quedaba de otra, mas que callar y aguantar vara. Luego de eso ya dejó de ir a la casa, pero yo lo seguía viendo en el jale, tan feliz el puto. Mi hermana tuvo un niño y a él le valió madres. 

No sabe la sorpresa y gusto que me dio cuando me enteré que se había cambiado de bando. Usté sabe cómo es esto, le pusieron precio a su cabeza y pos los compas luego luego me avisaron. Era el momento de vengar a mi hermana, es mi familia, comprenda. 

No tío aguante, espere, tío, no. Se lo juro, yo no hice eso chingao, no fui yo, pinche tío, no. 

Se lo juro, que yo no hice eso, ya cuando di con él, yo solo le di un tiro en la cabeza, se lo juro, por mi madre, por mi hermana, yo solo hice eso. 

Tío no, chingada madre, no, pare, aguante. 

Yo, yo no sabía, fueron mis compas, yo no, fueron ellos, yo no sabía, ellos le dieron el cuerpo al pozolero, yo no sabía nada de eso. 

Tío, aguante, aguante. 

Yo que chingaos iba a saber que el primo se cambió a su bando, con usté, y que usté se iba a enterar. Pero así es la perra vida, sigue estando bien cabrona. Yo sé que ya estoy muerto tío, lo sé. Solo aguante, apiádese, ya le di mis razones. 

Sé que ustedes son bien sanguinarios, pero por favor tío, solo le pido, por mi jefecita, por su sobrinito, le pido, le ruego, que no me haga lo que le hicieron a la doña de la peli esa. No me haga lo que le hicieron a la señora Morales. 


Marzo 2018




Siete Nuevos Narradores
Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

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Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

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7NN: El Océano

El Océano 
Por Quetzalli Aquino


Cerró la puerta tras ella. 

Detrás de esa puerta había comida fría, promesas rotas y gritos que aún rebotaban en las paredes. Aquella casa era la obra negra de un hogar. Una pecera que le quedaba chica. 



Echó un último vistazo a la fachada. La pintura desgastada y el óxido en las ventanas parecían pedirle que se quedara. Pero no lo haría. Nunca volvería. 



El océano era grande y ella también.



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7NN: El violinista

El violinista 
Isaías García

Se escuchaban aplausos en todo el auditorio mientras se abría el telón, la sonrisa perfecta ante el éxito de un hombre que era reconocido por los ahí presentes, una melodía resonaba vigorosamente y aquel concertista arrancó con gran maestría el espectáculo, alegremente movía de lado a lado el arco que sostenía en su mano derecha, las luces daban brillo a su traje oscuro y al peinado perfecto que mostraba magistral belleza. 

Al término del concierto Jan se dirigió hacia su camerino, en la entrada había un ramo de rosas decorado con un moño color dorado, una nota en la cual estaba escrita una dirección y hora, aquella era la cuarta de la semana, un lugar especificado y sin remitente. La curiosidad se apoderaba de aquel hombre, nacía la curiosidad de saber quién era su admirador secreto pero cierta inquietud provocaba pánico de sólo pensar que se encontraría a lo inesperado, sin importarle su sentir se encaminó al lugar acordado. Al encender un cigarrillo era como aumentar el ego, jugaba con el humo con aires de grandeza, altanero y burlesco mientras imaginaba a una mujer hermosa de grandes pechos a la cual llevaría a un cuarto de hotel. Pasó por un callejón de la ciudad, los maullidos de los gatos producían un ruido ensordecedor provocándole preocupación y un presentimiento extraño. El miedo se apoderó de sus sentidos, sintió que alguien lo perseguía, creía que había alguien detrás de él, aceleró el paso, tiró la colilla del cigarro y a su vez limpiaba el sudor de su frente, las manos le temblaban y sentía no avanzar. De un parpadeo a otro, se encontró en el lugar descrito en la nota, había avanzado quince cuadras sin haberse dado cuenta. 

Aquel lugar era un restaurante fino, las puertas eran de cristal que permitían una visión más precisa de cada rincón, personas elegantes y bien parecidas, un lujoso establecimiento para gente de alcurnia. 

Por algunos minutos Jan dudaba en entrar, mientras esperaba sentía un hueco en el estómago, una presión en su pecho y las ganas de huir de ahí. Al entrar lo atendió un mesero de nombre Alfred, lo condujo hacia una mesa y le entregó una carta del menú del día. Pasaron 20 minutos y no llegaba la persona que lo citó en aquel sitio. Enojado se levantó encaminándose a la salida, algo acaparó su atención, detrás de las puertas un hombre desaliñado, gabardina, playera, zapatos y pantalones rotos, desgastados y sucios; su cara, cabello y manos se veían grasientos por la mugre, con una mirada triste dirigida hacia él, sus ojos lo veían con lastima y tristeza, aquel sujeto sostenía en su mano derecha un pequeño baúl y en la izquierda un violín viejo, Jan quedó impactado, sentía pena, señaló en darle una moneda, al buscar en su bolsillo se percató que el pantalón era el mismo que de aquel vagabundo, sus manos tenían mugre, sus zapatos se veían cenizos y con agujeros, miró las paredes del lugar y a las personas, el sitio se transformaba en una cantina de mala muerte, fue cuando comprendió que aquel ser era su reflejo, respiró aquel olor a sueños rotos y así dejó caer sus ilusiones cristalizadas en una lágrima, esa situación era tan triste como el escuchar un violín desafinado que emite sonidos discordantes abriendo paso a los crueles sueños frustrados.



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7NN: El protagonista

El protagonista 
Por Sergio Martínez


¡Esto es un secuestro! Me sacó de la pantalla jalándome de las solapas de la gabardina y me metió a la fuerza al papel y a la tinta, que lo sepa el lector. Ahora quiere que siga al pie de la letra sus indicaciones, ¡se le va la pinza! Un policía no obedece órdenes de nadie, menos Jaime Peña, ¡me piro de aquí! No me arrepiento de nada, todo fue calculado fríamente, de alguna manera me tenía que vengar… fueron los causantes del accidente y aún así nos dejaron abandonados con mi mujer seriamente herida… ¿Qué no cuente al lector eso?, ¡tú no me vas a decir qué contar, pringado! Si ya estoy acá, aprovecharé la ocasión. Eso. Lo que me movió fue el dolor de perder a mi esposa, ver paralizada de miedo a mi hija, suplicar ayuda y verlos huir velozmente. Las cosas se hicieron en silencio, lo del robo del cuerpo principalmente, todo salió a la perfección. El crimen no lo cometí yo, mi mano solo movió la cuna, las apasionadas apetencias físicas del señor Ulloa fueron el motor de todo. No, no, no. No me harás hacer o decir lo que quieres, aunque me piques los ojos con la pluma, me cierres la boca con la goma. 

Tenía un motivo para hacer lo que hice. Venganza dicen algunos, justicia lo llamo yo. No, no, no; no dejaré que tus letras sean los hilos que me muevan, que tus ideas me conduzcan como marioneta, me resisto a ser tu personaje, ¡flipas! No seré un gilipollas al que gobiernas por medio de tus letras. No me volveré el superpolicía fantasma que construiste en tu cabeza y venga los crímenes de tu sociedad, soy de verdad y habito en la película que protagonizo. A tomar por el culo, escritor cagatintas, el inspector Jaime Peña no obedece instrucciones de nadie.



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7NN: El milagro de Merceditas

El milagro de Merceditas
María Santos


Llevaba años escuchando lo mismo y aconsejando lo mismo. Todo en ese pueblo era predecible. Deseaba que por lo menos una persona se atreviera a confesarme alguna de sus perversiones. No tenía que verme a los ojos, el confesionario ofrecía muchas ventajas, pero se había convertido en un lugar infructuoso. Sin embargo, cierta tarde llegó un hombre. Si lo juzgara por la voz, diría que tenía más de 60 años. Me confesó que hace mucho tiempo participó en una orgía donde tuvo relaciones con mujeres y hombres. Nadie en el pueblo me había hecho una confesión de ese tipo. Le dije que se fuera tranquilo, pero él seguía hincado. Quizá se desconcertó con mi respuesta. Antes de levantarse me preguntó cuál era su penitencia, le respondí que su sinceridad lo había absuelto. 


Después de dos semanas ese hombre volvió a la capilla. Me confesó que hace muchos años se fue a California donde trabajó como actor pornográfico y consumió drogas; a sus familiares les dijo que trabajaba pizcando chícharos y su mayor conflicto era seguir cargando esa mentira. Le dije: - Acuérdate, el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra, pero si lo que realmente te libera es decírselos, adelante. Luego le pregunté: - ¿Sigues consumiendo drogas? Me respondió que no. Me quedé pensativo, le dije que su historia me había recordado un filme que vi hace muchos años, Boogie Nights. Al instante él me preguntó casi aseverando ¿Oiga Padre, esa película viene en un estuche que dice El Milagro de Merceditas, verdad? Me quedé pasmado, ¡cómo era posible que supiera eso! Enseguida añadió: - Lo que pasa es que yo trabajo en una tapicería y hace unos días llevaron un sofá de la Sacristía que estoy por terminar. Cuando quité el cuero vi que adentro había varios DVD´s, entre ellos Boogie Nights


Cuando escuché eso, no creía semejante casualidad. Le comenté que en nuestra diócesis eran muy rigurosos y algunos sacerdotes teníamos que recurrir a eso. Antes de pedírselo, él me dijo que sería discreto y que vería la película.



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7NN: Letras de Dennise Rodríguez


Denisse Rodríguez


H- S A- M 


Hay instrucciones para todo, hasta instrucciones para subir una escalera, pero menos para olvidar.

Y, sé entonces que ahora existen dos pieles, una que se llama memoria y otra que sostiene mis huesos. Pero hoy no tengo memoria y no estoy en coma. 

Espacios en blanco ahora habitan en ella y es así como escribe un muerto después de eslabones de lágrimas, después de lugares, personas, cosas que me sacuden tu ausencia, después del hoyo negro en el que me convierto 

Donde todo nuestro tiempo juntos, ahora son diez minutos y es ahora lo que más veo, que al cielo desnudo, con mi ojos abiertos y cerrados y eso es algo aterrador, aunque vayan acompañados de la misma canción al subirme a un carrusel viejo que construimos, donde solo aparecen billetes de recuerdos que no tiene valor, solo para nosotros dos. Donde al final se resbala en mi todo lo que fui ayer. Donde al final de la carrera nadie llega a la misma meta. Suena a tragedía. But all my tears have been drowned. 


Somos caníbales, empezamos la guerra disparando de nuestras bocas, besos. 

Somos caníbales al creer que una persona es amor y consumirlo hasta los huesos. 

¡Vaya traición, vaya sermón… que decepción! 


Escucharé mejor ahora la canción del elevador donde ya no hay estación ni locomoción de los dos, pero sin antes decir adiós. Me lo enseñaron a decir, pero no a sentir el adiós. Adiós, adiós.



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Editorial

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Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

7NN

Una diosa del pop, Cher

Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |


Hace un par de meses (sí, meses) me compré una playera estilo vintage de Cher bastante awesome que no he podido usar porque me queda enoooorme, pero tranquilos, ya la mandé a ajustar y prometo presumirla por todo lo alto. Resulta que, además de gustarme la playera por el diseño, quise comprármela porque Cher es una artista que me encanta y que, después de leer y ver su biografía, admiro aún más de lo que ya lo hacía. Ícono de la moda, actriz, cantante, empresaria, diosa del mundo Drag Queen y defensora de los derechos LGBTTTI. Si alguna vez han escuchado que, cuando se acabe el mundo lo único que sobrevivirán son las cucarachas y Cher, es porque están en lo correcto y no como un insulto o algo por el estilo, sino más bien como una especie de reconocimiento debido a que esta legendaria artista, ha sabido reinventarse completamente en cada una de sus cinco décadas de trabajo en la industria del entretenimiento.






Cherilyn Sarkisian nace un 20 de mayo de 1946 en El Centro, California. De ascendencia armenia por parte de su padre e irlandesa, inglesa, alemana y cherokee por parte de su madre, Cher odiaba por completo su apariencia; nunca sintió que encajara con el resto de sus compañeras y amigas y ni siquiera con su propia familia. Alta, delgada, morena, de nariz grande y con una cabellera larga color negro, a Cher le pesaba lo diferente que lucía. Aunado a ello, y de acuerdo a la propia Cher, tuvo una infancia complicada porque su padre biológico tenía problemas con drogas y rápido abandonó a la familia; su madre –Georgia Holt- se casó un total de 6 veces y tenía trabajos bastante inestables que hacían que la familia viviera con escasos recursos, traumando a Cher de por vida por lo pobres que llegaron a ser. Desde muy pequeña Cherilyn, demostró tener una personalidad fuerte y solía rebelarse ante cualquier situación hogareña o escolar. Eso sí, era muy creativa y artística a pesar de ser muy mala estudiante.



A los 16 años, decide abandonar la escuela e irse a vivir a Los Ángeles con una amiga. Tomaba clases de actuación mientras trabajaba de bailarina en varios clubes con la intención de interactuar con cualquier persona que tuviera contactos en Hollywood. En uno de esos intentos, conoce en una fiesta a Sonny Bono en noviembre de 1962 quien rápidamente se convierte en su amigo y en una especie de ‘hada madrina’. Sonny trabajaba con el productor musical Phil Spector (sí, el mismo que trabajó con Tina Turner como les platicaba en mi artículo anterior) quien le da chance a Cher de participar como corista en canciones conocidísimas como ‘Be My Baby’ de The Ronettes y ‘You’ve Lost That Lovin Feelin’ de The Righteous Brothers. Mientras tanto, la amistad entre Cher y Sonny se tornó en romance y, sin pensarlo más de dos veces, se casaron en 1964 en Tijuana. Sí, leyeron bien, en Tijuana. Todos concuerdan en que la relación se dio debido a que Cher veía en Sonny la figura paterna que siempre le hizo falta, así que ignoró la diferencia de 11 años de edad o el hecho de que Bono estuviera previamente casado, y se refugió emocional y profesionalmente en los brazos de su ahora esposo. 






Los planes de Sonny eran lanzar a Cher como solista pero, no contaba con que ésta tuviera pánico escénico y prácticamente le rogara que cantara con ella. Grabaron varios singles con un éxito bastante mediocre; seguían presentándose en algunos clubes y poco a poco iban estructurando la imagen de un dúo creativo y ‘alternativo’ autonombrándose como ‘Caesar and Cleo’. A mitades de 1965, graban por fin el éxito que los acompañaría los siguientes 10 años y que les abriría todas las puertas que estaban cansados de tocar: ‘I Got You Babe’. Con sonido pop y rock, la canción está considerada como una de las mejores 500 de todos los tiempos. Los mismísimos Rolling Stone los convencieron de irse a Inglaterra a promocionar el sencillo porque Estados Unidos simplemente no los comprendía y en efecto, en el Reino Unido tuvieron un éxito casi instantáneo; todos los conocían por Sonny y Cher y por lo tanto, deciden quedarse con sus nombres originales y comienzan a posicionarse rápidamente como la pareja ‘it’ de mitades de los 60s. Les siguieron los éxitos ‘Baby Don't Go’, ‘The Beat Goes On’, ‘All I Ever Need Is You’ y ‘A Cowboy's Work Is Never Done’ con una excelente recepción en ambos continentes.





Al mismo tiempo, Sonny no abandona la idea de construir la carrera de Cher por separado y graba dos películas (chafísimas) ‘Good Times’ y ‘Chastity’ y los sencillos ‘Alfie’ y ‘Bang Bang (My Baby Shot Me Down)’ que hasta la fecha, forman parte indiscutible de su repertorio en conciertos y demás presentaciones. La familia crece y su hija, Chastity Sun Bono, nace en 1969. Dos años después, la CBS les diseña un show de variedades llamado ‘The Sonny & Cher Comedy Hour’ que duró 3 años y los catapultó a una fama brutal, a nivel nacional e internacional. Básicamente el contenido del programa eran varios sketchs cómicos donde la pareja hacia alarde de su excelente química y de su talento para la actuación y la comedia, siempre dándole más peso a nuestra consentida Cher y haciéndola lucir como toda una femme fatale. Cualquiera que tenga ojos se dará cuenta que justo en esta época es cuando comienza a adelgazar en exceso, acentuando sus facciones ‘exóticas’; comienzan algunas operaciones estéticas y sobre todo, el diseñador Bob Mackie es quien la lleva a los límites de la sensualidad con unos outfits súper sexys, provocativos, llamativos y que eran la envidia de toda mujer gringa en los 70s.



A la mayoría de las amistades de Sonny y Cher les parecía muy extraño que, en la pantalla, la pareja diera una pinta muy distinta a la realidad; según el programa, Cher era quien ‘llevaba los pantalones en casa’ y Sonny era un menso, despistado y tierno marido que se dejaba mangonear por su mujer. Resulta que era exactamente lo opuesto, ya que él era un controlador/perfeccionista y ella simplemente tenía que acatar todas y cada una de sus órdenes sin ponerle peros al asunto. Obviamente las tensiones en el matrimonio crecían rápidamente ante la mirada del staff del programa y en 1974, Cher solicita el divorcio alegando ‘diferencias irreconciliables’, lo que no se esperaba era una batalla legal que la obligaba a trabajar forzosamente en ‘Cher Enterprises’, empresa de Sonny Bono. Para no hacerles el cuento muy largo, puede desligarse de aquellos contratos e intenta conseguir éxito musical con el álbum ‘Stars’ pero fracasa al no poder encontrar su propio estilo. Nuevamente, regresa a la televisión nocturna con el programa ‘Cher’ con un formato casi idéntico al anterior y con la participación de artistas como David Bowie, Elton John y Bette Midler. Dicho proyecto dura solamente un año.



Tan sólo 4 días después de haber finalizado su divorcio con Sonny, Cher se casa con el músico Gregg Allman con quien procrea un hijo, Elijah Blue en 1976. El matrimonio –que dura solamente 4 años- es desastroso debido a las fuertes adicciones de Gregg y debido a que Cher no lograba el éxito que tenía anteriormente. Comienza una relación con Gene Simmons de KISS y legalmente cambia su nombre, de Cherilyn Sarkisian La Piere Bono Allman a únicamente CHER, porque para ser asombrosa y legendaria no es necesario cargar con el peso del patriarcado. A inicios de los años 80s (¿ven? ¡Otra década!), y a pesar de estar resistente a hacer música disco, lanza el éxito ‘Take Me Home’ que es un hit en todas las discotecas y radiodifusoras, haciendo que Cher cambie de opinión en torno a este género musical. Le sigue ‘Heels On Wheels’ y logra amarrar una residencia en Las Vegas donde ganaba $300,000 dólares a la semana. Naaaada mal.



Al mismo tiempo que descubre su amor por la música disco, deja atrás su mala experiencia en Hollywood y filma la película ‘Come Back to the Five and Dime, Jimmy Dean, Jimmy Dean’ en donde demuestra su gran talento como actriz en la pantalla grande; le sigue ‘Silkwood’ al lado de Meryl Streep y en donde recibe su primera nominación al Óscar y gana su primer Globo de Oro. Años más tarde, en 1987, filma ‘Moonstruck’ con Nicolas Cage que indudablemente la colocaría como una de las mejores actrices de la época y recibe su primer Óscar a la Mejor Actriz. Después, en 1990, filma ‘Mermaids’ al lado de Winona Ryder y una muy pequeña Christina Ricci. Chequen a Winona bailando ‘The Shoop Shoop Song (It's In His Kiss)’ que forma parte del soundtrack de la película y adórenla más de lo que ya lo hacen.



En la década de los 90s, continúa consolidando su carrera como actriz y comienza a gestionar algunos proyectos altruistas. El mismo año de la muerte repentina de Sonny Bono (1998), lanza su álbum más exitoso ‘Believe’, que no me van a negar haber escuchado. ‘Believe’, ‘Strong Enough’ y Dov'è l'amoreson considerados himnos gays e incluso los siguen sintonizando en la radio actualmente. Olviden que Kanye West fue pionero en el uso de auto-tune, la primera en usarlo fue Cher y punto. Obviamente yo era fan del video de ‘Believe’ y cada que lo pasaban en MTV, cantaba y bailaba como si no hubiera un mañana. Creo que hasta la fecha lo hago.


Y Cher sigue vigente. Sacando más álbumes, grabando más películas (podremos verla en la nueva ‘Mamma Mía!’ este año), yendo a giras por todo el mundo, con nuevas residencias en Las Vegas, siendo una demócrata imparable, sometiéndose a más y más cirugías plásticas y apareciendo con regularidad en programas de radio y TV. Es indiscutiblemente una de las grandes artistas del Siglo XX y XXI y mi admiración hacia ella es muy grande. A pesar de sus éxitos, LA canción de Cher que me parece más legendaria, que amo con todo mi gélido corazón y que canto hasta quedarme ronca es If I Could Turn Back Time’. Con un video ESCANDALOSO para la época (porque prácticamente aparece desnuda) es la canción más icónica de Cher a mi parecer. 

Perfecta para cualquier década, rockera, sentimental… sus mejores rangos vocales, están ahí. Diosa por donde la veamos, por su fortaleza, su enorme talento, su originalidad y su constante ímpetu por atreverse a hacer cosas bien locas. Bravo Cher.



Y aquí les dejo este Top 10 súper bueno de sus mejores canciones para que las conozcan, las escuchen, las canten y las descarguen.





La Autora: Publirrelacionista de risa escandalosa. Descubrió el mundo del Social Media Management por cuenta propia. Gusta de pintar mandalas y leer. Ácida y medio lépera. Obsesionada con la era del jazz. Llámenme anticuada… ¡por favor!


Ese arte tan latinoamericano de hacerse pendejo


Por Afonso Brevedades
Independiente


Los latinoamericanos tenemos un arte muy bien entrenado, básicamente consiste en ignorar –en no denunciar y actuar en consecuencia– que algo que está sucediendo –algo que está por suceder– eventualmente afectará a más de uno. Se practica soslayando el hecho perjudicial y considerando que en tanto a uno no le remueva el peinado no hay nada de qué preocuparse. O sea, hacerse pendejo.

Las dimensiones que alcanza este arte van desde las micropendejadas hasta las más sonadas pendajadotas que se hicieron virales –algunos dirán “que fueron noticia”–. A uno se le vierte la leche en el frigorífico y decide limpiarlo más tarde, llegado ese momento sencillamente prolonga el acto aséptico para mañana, y cuando es mañana se le puede ver de rodillas tallando desesperadamente, intentando quitar la mancha pegajosa que deja el viscoso líquido blanco que ahora se ha convertido en la simulación de un mapa con franjas de color café, con archipiélagos que se resisten al ir y venir de la fibra enjabonada. A uno se le asigna una secretaría cualquiera –la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, por ejemplo– y al final de su gestión alguien denuncia una estafa en la que se desviaron millones de pesos y él dice que no se dio cuenta, que no se percató de que los contratos y las subcontrataciones fueron convirtiendo en polvo millones de pesos.

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Soy ese tipo extranjero que corre alrededor del parque en un barrio periférico de Bogotá, ya ha sumado más de una hora dándole vueltas a la pista –también le da vueltas a unos párrafos que no terminan de convencerlo–, acelera el paso y con eso también acelera el ritmo cardiaco, suda de la frente y una gota le cae en el ojo izquierdo y se talla con la mano porque el ardor es insoportable, otra gota alcanza a resbalar hasta la comisura de su labio y le viene el recuerdo del mar salado. De pronto alcanza a escuchar un silbido, sale del pico simulado de un chico en bicicleta, primero silba fuerte pero corto, luego más bajo pero el sonido se prolonga un poco más, como cinco segundos. Entonces alguien se le acerca y desenfunda su cartera para pagarle, el pájaro –jíbaro le llaman aquí, será porque silva para vender drogas– saca de un canguro la mercancía y se lo entrega sonriente. Los dos afirman con la cabeza. Lo ve el corredor, justo pasaba a esa altura de la pista con el ojo izquierdo irritado y el sabor de mar en la boca.

El corredor ya lleva más de una hora, ha alcanzado la curva en el que mide el número de giros que da. Se le hace curioso ver a una muchacha con carriola ahí sentada, muy cerca de un canal que expide un olor a mierda –es que lo que trasporta es mierda diluida en agua– y no se mueve, ahí se queda, vira a la izquierda, luego a la diestra, alguno le sonríe, el corredor no lo hace, pero ella lo mira firmemente. A la siguiente vuelta quita el velo que cubre a su bebé –quizá era una muñeca y no una bebé de carne y hueso– y de un recoveco de la carriola extrae el producto, ella es una mamá jíbara, vende drogas y más de uno le entrega un billete.

Un pequeño dolor ataca el muslo derecho del corredor –ese extranjero que sigue pensando en un párrafo que dejó pendiente en su MacBook Air–, recuerda que hace veinte años tuvo una lesión que casi le fragmentó el músculo recto femoral. Por un momento piensa en detenerse, en cambio sigue corriendo, baja el ritmo, recuerda que su entrenadora le recomendó no bajar el ritmo en la fase final del entrenamiento, que justo ahí es donde se lleva a cabo la mayor quema de calorías. Entonces el escritor que corre retoma el ritmo. Justo cuando eso decide lo alcanza un fuerte olor a mariguana –“marihuana” escriben otros–, quizá eso fue lo que le dio energía para continuar. Mira el cronómetro y ya casi completa su objetivo del día –un día corre media hora, al otro día descansa, al siguiente día corre una hora, después descansa, y al siguiente una hora y media con un ritmo que su entrenadora le recomendó–, calcula que lo completa en tres vueltas más. Ahora le arden los dos ojos y el mar se le ha convertido en una ola gigante que acabará con todo el pueblo de su lengua.

Ha completado el entrenamiento del día –se siente cansado y un poco drogado–, las dos piernas le están temblando, en un punto del muslo derecho se percibe un pequeño abultamiento, lo soba con círculos pequeños, sabe que algo no anda bien ahí adentro: se trata de un dolor agudo que hace un recorrido desde su rodilla hasta el abdomen. Enfrente tiene un módulo de CAI –significa Comando de Atención Inmediata– y dos oficiales con uniforme verde tienen la mirada clavada en sus celulares, no se desmontan de sus motocicletas de alta velocidad. Se supone que ellos están ahí para vigilar, entre otras cosas, que nadie venda drogas, que no haya jíbaros rolando el producto entre los que hacen ejercicio y los que ejercen el oficio de esnifar.

A unos doscientos metros hay un chico que no va más allá de los veinte años y tiene entre sus manos una bolsa llena de chemo, infla y jala, infla y jala, el corredor lo ve y quiere detenerse para hablar con él, para decirle que lo que hace no está bien, que, así como van las cosas, la vida se le irá por ese canal. “¿Qué es esa basura?”, dice en voz alta y retorna su concentración a los párrafos que dejó pendiente en la hoja blanca de mentiritas de su ordenador.

En ese parque, además de drogas, se vende jugo, “tinto” –café colombiano–, “raspas” –la versión huevona de raspados–; también hay papás que llevan de paseo a sus hijos y ven lo que vio el corredor; hay chicos musculosos que a torso desnudo se mesen en péndulo en unas barras horizontales y ven lo que el corredor vio; hay otros corredores y hay comandos que asisten inmediatamente a la sociedad de ahí enfrente: todos ellos se hicieron pendejos.

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También soy ese profesor con morral de cuero que recibió como regalo de cumpleaños de parte de su chica, recuerda que ella pagó un poco más de mil pesos por ese hermoso ornato intelectual en plena una plaza de Coyoacán. Ese profesor ahora espera a que el metro llegue, mientras tanto ve cómo una parejita salta los torniquetes para no pagar cinco pesos por el servicio. Justo se hacen al lado del profesor, también esperan el metro, ella le dice a ella –sí, ella le dice a ella– “chale, ojalá no venga el pinche policía”. No llegó el policía. Una señora con playera sellada con una leyenda del PRI mueve la cabeza en negativa, “estos muchachos de ahora” dice en susurro e invita con la mirada al profesor para secundarla, pero el profesor soslaya el… se hace pendejo y en cuando llega el metro se mete rápido para ocupar un asiento asignado a una embarazada o una mujer cargando a un bebé o un hombre con bastón o un hombre con pierna vendada o un hombre en silla de ruedas.

Alguien en el interior del vagón comienza a cantar, pero en la siguiente estación se asoma un tipo con facha de malandro y le pide que se baje. “Sólo quiero trabajar, carnal, hazme el paro”, le dice el cantante, “bájate amigo, te estoy diciendo”, le dice el malandro en ese orden. Un policía ve toda la acción y no hace nada, luego el profesor se entera que aquel cantante no pagaba su derecho de cantar –sí, su derecho para cantar– en el metro como lo hacen todos, entonces el “administrador” hace su trabajo bajándolo y quitándole las ganancias de ese día –una estudiante del profesor dice que “hasta les quitan sus instrumentos, profe”–. El vagón estaba en su versión de las cuatro de la tarde, o sea que estaba a punto de llenarse, y nadie dijo nada, es que así se mueve todo en la parte de abajo de la ciudad, “pero si sabe cómo es la onda por qué no hace las cosas bien” dice un usuario que lee El diario de Ana Frank en su versión económica de pasillo de metro.

El profesor lleva en sus manos un manojo de hojas, se trata de una crónica que le regresaron un mes después de que la envió a una revista, que no es consistente le escribieron, que no tiene lógica interna le dijeron, que se confunde la voz narradora le comentaron. Él, que es un inexperto escritor, no sabe qué es la consistencia, qué es la lógica ni lo interno, qué es la voz y si es él el que narra. Relee y no encuentra más solución que guardar la historia en su morral y hacerse el dormido porque una señora está amagando con pedirle el asiento reservado.

El metro lo escupe en la estación Viveros, de ahí se sube al camión que lo lleva hasta la universidad privada donde es profesor en el área de investigación. El chofer escucha a Los tigres del norte a todo volumen, los que suben con el celular pegado a la oreja tienen que colgar con urgencia. Sube un tipo vendiendo paletas, luego otro vendiendo palomitas, luego otro diciendo que lo han asaltado y que le quitaron su cartera y que lo ayuden con monedas para regresarse a Morelos, luego el chofer se ve atorado en el tráfico y busca una alternativa: cruza Insurgentes en rojo. Más de uno lo celebró, incluso el profesor que ve su reloj de pulsera y se entera que le quedan diez minutos para comenzar su primera clase del día. El conductor de un compacto le mienta la madre con el claxon al chofer del camión, éste le responde igual, pero con la voz aguda que tiene: “qué pedo”, le dice, “bájate, pinche puto”, agrega y todos en el interior del camión se ríen.

De vuelta a su departamento el profesor se vuelve a meter al metro y le toca ver cómo una chica se queja porque un chico la venía acosando, algunos activan la cámara de video de sus celulares y comienzan a transmitir en vivo. “¿Tiene pruebas de que fui yo?”, le pregunta el tipo con traje y corbata, “claro que fuiste tú”, le responde la chica y los demás buscan la mejor toma. En la siguiente estación el chico con corbata se baja y los documentalistas se acercan a la muchacha para ofrecerle ayuda. Ella dice que no y alguien le cede el lugar. El profesor hace el trasbordo en la estación Guerrero y media hora más tarde llega a su estudio, se pone el pijama y piensa en abandonar la universidad y largarse del país. Lo decide. Lo hace.

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El profesor ahora es un desempleado, se ha convertido en extranjero y por las tardes corre en un parque de barrio periférico de Bogotá. Le gusta el centro de su ciudad nueva, se mete por calles y carreras que se guarda en su memoria y las nombra para no olvidarlas (“Cara de perro” dice, “La fatiga” dice y se ríe, “El cajoncito” dice y busca el cajoncito, “El pecado mortal” dice y se acuerda del suyo, “La culebra” dice y agrega “enróllense culebras”, “Patio de las brujas” dice y piensa en la Edad Media, “Del divorcio” dice y agrega “ni casado estoy”, “De la vergüenza” dice y dice también “mi vida”). Viaja en Transmilenio –es el Metrobús de los bogotanos– y el mismo día que se atrevió a subirse al articulado vio cómo un chico se saltó los torniquetes para no pagar, un bachiller –un estudiante de bachillerato pero que hace servicio de seguridad en lugares públicos– ve toda la acción y grita “oiga, el servicio no es gratuito”, el transgresor le hace pistola –la britniseñal mexicana– y sigue su camino. Con toda la indiferencia del echo el bogotano saltador de las normas mínimas de ciudadanía se para al lado del extranjero y espera a que las puertas del Transmilenio se abran. Nadie dice nada, nadie dice “estos muchachos de ahora”.

En el interior de la unidad se suben dos chicos a improvisar un rap de tercera división –huevones, mejor pónganse creativos y escriban algo para luego pedir, pero eso de rimar los lentes negros del extranjero con la palabra “obreros” está de la chingada–, cuando terminan su “actuación” la gente aplaude –sí, la gente aplaude o los raperos les recuerdan su poca educación–. Después le toca el turno a una chica venezolana –primero reparte mierda a Maduro y a su Castrochavismo– y comienza a ofrecer Bolívares a precio de oferta, o sea que los usuarios ponen su “valor y buena voluntad”. De paso les recuerda que piensen bien a quién van a elegir como presidente de Colombia, “porque el Castrochavismo no perdona nacionalidades”, remata.

En la estación que le toca al extranjero bajarse ve cómo una chica y un chico se suben por el andén, cruzan la calle con el peligro que implica el paso del Transmilenio y escalan hasta la fila de gente que pagó y espera su turno. Ellos ahora están en primer lugar, serán los primeros en subir y sin pagar un peso. Es más, la gente se hace a un lado para que ellos se acomoden, porque estar muy cerca de la frontera de la muerte es letal. El extranjero se ha enterado que más de una vez los chicos listos no alcanzan a subir y pues la inercia del articulado hace el resto.

El extranjero llega a la 72, parece una avenida importante, ahí está la Plaza Chile y otros centros financieros, pero también está la Universidad Pedagógica Nacional en su sede Bogotá. En la entrada un oficial le pide su credencial y él dice que está de visita, que es mexicano. “Siga”, le dice el tipo alto y él entonces sigue. El extranjero pudo haberle mostrado la tarjeta de puntos del cine e igual lo dejaban pasar, como pasaron otros haciendo caso omiso a la presencia del guarda que tenía que filtrar a los que no tenían motivos justificados de estar en el interior de las instalaciones.

Huele a mariguana –o “marihuana”, como escriben otros–  en una vereda estratégica pero evidente, por ahí también se puede ver que alguien camufla con papel estraza una cerveza de las baratas. La policía de afuera seguro ve lo que pasa en ese foco específico de las instalaciones de la universidad, el guarda de la entrada también lo ve –o por lo menos sabe de ello–, los estudiantes ven, los profesores ven, las autoridades seguramente también ven. Se hacen pendejos. O quizá sea que denunciando ponen en riesgo sus vidas. Las opciones no son pocas, pero pasa que la gente quiere seguir viviendo y sabe que a otros les toca el trabajo de denunciar y actuar en consecuencia.


Bogotá, D. C., Colombia

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