Letrinas: Dos y media


Dos y media
Por Ana Nicholson

Pasó lo mismo del diario. Despierto a las seis AM, con todo. Jalé la muleta. Me preparé una taza y otro tercio de avena, mis seis claras y un huevo entero. Sin azúcar, sin sal. Pongo a hervir el pollo, el brócoli y la proteína. El galón de agua. Después el primer duchazo del día, agua hirviendo y luego fría, para el tono muscular. Me lubriqué y me acomodé la prótesis. Eché todo en la maleta. Antes de salir Axe Cuero, me acomodo el pants para que no se note nada.

            El metro a esa hora va casi vacío, me tocó ir sentado. Llegué tempranito, seis cuarenta y cinco, con la pasión y la actitud. Antes de entrar me como un plátano, para el potasio por nada más 100 calorías.

            Saludé a la Fani que siempre se hace la mamona, pero le cerré el ojo y se puso roja, la muy pícara. Estaba casi vacío, solo habían llegado Yorch que estaba sentado en una de las bicicletas fijas, ya que me vio le empezó a pedalear. También estaba el Chino dándole a la barra.

           ¿Qué tranza mi Kevin? –me saludó el Chino.

           ¿Qué tranza mi exótico? –me dice el Yorch como siempre con sus bromas.

           Hasta que nos haces el honor mi Yorch –le contesto.

           Cámara mi Dos y media, no todos podemos estar iguales de princesos que tú.

           La cábula de siempre. Pero es entre camaradas, nunca se ha pasado. Ese fue día de pierna, bueno de glúteo, cuadrícep y de la pierna buena. Descansé la prótesis, saqué la muleta.

            Le corregí la rutina al Chino. Ese güey cuando recién llegó tenía cuerpo de perro parado y dándole juntos ya está más grande.

            Luego de un rato acompañamos al Yorch a desayunarse una guajolota. Ese güey no se toma en serio nada, ni el gym, ni su cuerpo, cuando es su templo. Le digo:

“Ira Yorch todo lo que quemaste nada más con ese atole ya lo perdiste.” Pero nada más le da risa y se soba la panza. Me contesta sin hacerme caso:

            Oye y te llegan viejas buenas ¿o pura mamá luchona?

           Llega de todo y he ido a despedidas con viejas bien buenas, pero es nomás el baile, carnal, la seducción, la danza. Y le meneo la cadera.

            ¿Y te contratan más porque como estás cojo y así te las coges?

            Ira güey me verás cojo, pero tengo esta piernota que le encanta a tu mamá –y me agarro los huevos.

            Cuando acaba los dos se van cada quien a su trabajo.

Regresé al gym por mi segundo shower y a tomarme mi proteína. Guarde mis cosas, me puse la prótesis, me eché más Axe y me peiné.

            Me fui al turno de la mañana. El letrero de Semental Erotic Gentleman’s Club a esa hora está apagado y la puerta también, pero la gente sabe que ya abrimos.

         Las de la mañana son las que más sueltan lana. En parte es porque algunas todavía vienen tomadas del día anterior.

        En la mañana me toca una coreo con un argentino, se llama Gastón. Dicen que es muy renombrado por allá. Es un mamón. Se quejó de que le pusieran rutina conmigo. Yo sé que le doy asco. Apenas si me voltea a ver a los ojos. Me la pela el puto. Me echo aceite bronceador, tantita base en la cara, me maquillo lo mínimo para verme natural. Gastón como muchos se la jala y se la amarra con una liga para que se le vea más grande cuando baila. Y aún así se hace el digno. La mía ni me cabe bien en la tanga, sin trucos. Adrede me la sacudí fuerte para que me la viera.

            Llegué hasta el club por dos famas: por tenerla de mandingo y por estar carita. Bueno y por la prótesis. No puedo mentir, algunas señoras se espantan cuando me ven. Se portan groseras. Algunas se han llegado hasta a enojar y han ido a reclamar. Pero yo me mantengo positivo, mi filosofía de vida es que todo es cuestión de actitud. Si es necesario darle al doble, trabajarle al doble o hasta al triple para sacar el día, pues lo hago con una sonrisa.

           Nos presentan Jean Pierre El Sencillito y El carita de niño, mejor conocido como El Dos y media. Gastón es mamón pero le da con todo, baila bien. Tenemos una rutina con sillas. Él sale primero, le da una vuelta a la silla, se quita el pantalón, se sienta con la piernas abiertas. Luego salgo yo le doy la vuelta a la silla, me pongo de espaldas, me bajo el pantalón hasta por debajo de la tanga, me empino y me arranco el pantalón. Siempre se escucha un suspiro del susto cuando ven que nomás tengo media pierna, pero casi enseguida se escucha un guau y un grito de emoción.  Seguimos la coreo. Gastón subió a una señora medio mayor al escenario. La sentó en una silla y el Gastón se le sube encima, le rempuja la cabeza hasta su desta, tras tras con la cabeza. La señora gritaba de la risa mientras se lo torteaba, luego la acostó y llegué yo. Hice mi rutina de hacer lagartijas y rejuntársela. La señora olía a que andaba como placa de tráiler y era bien mano larga. Pum pum, le bailé el baile del gusanito sensualón. Cuando se acabó el remix, nos llovieron los billetes.

           Cuando acabamos unos viejitos jotos le pidieron un privado a Gastón. Yo a esas casi no le hago. Lo he llegado a hacer, pero de a mínimo le dobleteo el precio. Si algo he aprendido es que las clientas vienen más por mi personalidad, reconocen bien quién es bueno por su arte que por la reata. Los putos seguido nomás vienen a ver a quién persuaden para mamársela.

           Poco después de eso fue cuando me habló Genoveva llorando a gritos. Ya me imaginaba qué iba a hacer.

        Le pegué al chingado carro, Kevin, y me quieren llevar al Torito. –Sonaba a que ya estaba tomada.

          Y luego está diciendo que el carro está sin verificar y que hoy no circulo. Y dicen, bueno eso ellos dicen, que ya vengo algo tomada pero no me han hecho la prueba ¿así cómo van a saber?

            Sonaba bastante tomada, le dije:

            Geno, respira, respira por la nariz. ¿No te aceptan una de a perro?

         Sí, me aceptaron lo que tenía, pero eso nada más para ganar tiempo. Me están diciendo que puede salirme hasta en veinte mil pesos, Kevin. Yo no tengo nada y lo sabes. No tengo nada y si se entera Óscar me va a matar.

            Le pedí que respirara un poco porque estaba histérica. Genoveva me ha ayudado en todo a pesar de sus problemas. Le gusta mucho la copa y venir al club. Ella antes era secretaria en el Senado, le iba a muy bien, ganaba bien. Cuando venía al club siempre pedía privados conmigo, inclusive cuando estaba bien flaco y todos me trataron de apestado. A veces nos veíamos afuera nada más para platicar o me llevaba de compras. Pero luego el pinche Óscar, un poliquitillo famoso se obsesionó con ella, él igual es más joven, la sacó de trabajar y se casaron. Pero Geno es pura fiesta, no dejó de venir, ni de tomar, pero el cabrón está loco de celos y cuando la descubre se la madrea.

             ¿Pero como veinte mil, Geno? ¿Por qué tanto?

         Sí, veinte mil. Yo ya no sé si están inventando pero dicen que la tarjeta de circulación no es la misma que el folio del coche, me están acusando hasta de que me robé el carro. Ya se lo llevaron a un pinche corralón hasta casi el Estado de México.

            Se soltó a llorar.

            Y luego dicen dañé propiedad de la ciudad con el carro.

            Genoveva, respira ¿Dónde estás?

            Aquí por Metro Allende.

           Deja, ahorita voy, estoy cercas aquí en Zona Rosa. Hay un grupo de clientas, a ver si quieren un show y con lo que tenga te ajusto. Respira, no les digas ya nada. No les grites. Nada más diles que te aguanten una hora. Diles el nombre del Óscar.

            Yo te amo, mi amor.

            Te amo Geno, respira, diles lo que te dije a los oficiales. Ahorita llego.

         Cuando recién llegué al club tenía una prótesis muy sencilla y fue Geno quien me consiguió un financiamiento para esta que es más ligera.

           Pues con una hora encima me puse a chingarle. Le ofrecí a la señora que había subido Gastón un baile y una bebida de cortesía. Pero ya estaba casi dormida porque siguió tomando y sus amigas ya se habían ido. Entonces le pedí a Martita un préstamo de caja chica, me ofreció tres mil. Hice mis cuentas y yo tenía seis mil. Todo lo que he ahorrado lo invertí en el equipo para el gym que voy a  poner. Inclusive Geno me había prestado para comprar equipo. Por eso yo casi ando al día. En eso un joto se me acercó. Era gringo.

            ¿Cuánto cuesta date? –Luego, luego me vio el paquete.

            ¿Es real o sock? ¿Medias? ¿Me da cita?

            No es casa de citas, caballero. –Sentí que se iba a ir, así que le sonreí.

            Me gustan tus dimples. –Me tocó la cara.

           En ese momento con la adrenalina dije chingue su madre. Me la han mamado señoras más feas.

            ¿Quiere un baile y una bebida de cortesía?

            Vamos amigo.

            Desde un inicio en el privado el señor empezó a pasarse de la mano.

            ¿Cuánto por un date, sweetheart? ¿Quince minutos? Solo quince.

            Y me la saqué para que me la mamara.

            Amazing.

            Ya habían pasado unos 15 minutos y le dije.

            A veinte mil.

            ¡¿Veinte mil?!

            Veinte mil o retírese. Me la empecé a esconder, pero luego luego me la empezó a sobar.

          Ok, veinte mil pero you fuck me se bajó el pantalón para que yo se la viera él, la tenía de bebé, rojísima y en forma de huevo.

            Fuck me hard y veinte mil.

            De Metro Insurgentes al centro no se hace tanto, como en 20 minutos llegaba. Más rápido que ir en un taxi. Mi miedo era que Geno se pusiera agresiva con los oficiales o hiciera una imprudencia y llegara Óscar.

            Primero el dinero le dije.

            Tengo cinco mil ahorita.

            ¿Y en el banco?

            Ahorita vamos al ATM. –El cabrón casi me babeaba como perro de lo antojado que estaba. Se la arrimé, se la jalé, le soplé en la oreja. Olía a talco de bebé y tenía mal aliento. Luego él se volteó para hincarse enfrente de mí y mamármela. Cuando vio mi prótesis como que se quiso hacer para atrás. Cerré los ojos y pensé en las chichotas de Geno para que se me parara. En corto lo volteé y se la ensarté. Dio un gritito y empezó a decir.

            Fuck me daddy, fuck me –con una voz de niño chiquito.

            Se vino en cuestión de segundos. Luego me la manoseo y yo le dije.

            Si quieres otra, el dinero primero.

            Le dije al Mike el de la entrada que no dejara que se fuera. Rápido me perfumé y me arreglé lo mejor que pude y ya me salí con el viejito.

            Me dio la mano como si fuera mi novio, pero luego luego le dije:

            Ahorita mismo me das lo que falta del varo o te reviento toda tu puta madre, pinche maricón.

           Se puso tan pálido que me dio miedo que se desmayara. Fuimos a dos cajeros para que pudiera dar los veinte mil. Cuando me los dio le dije que si volvía al club, yo y todos mis camaradas nos lo íbamos a chingar. Decidí mejor irme en taxi y llegué rayando la hora con Geno. Se me echó a los brazos a llorar y le dije:

               Yo me encargo de todo, mi amor.

           Ella se encarga de mí más que mi madre. Y me encargué de todo. Entre amparos, multas, fianzas, el putazo del carro y mordidas se fueron casi quince mil pesos. Se nos hicieron las ocho de la noche. Invité a Geno al club a que se relajara. Mientras ella platicaba con el Mike y los otros compañeros, yo saqué del locker mis alimentos. Malpasarse y no tener disciplina es malo para el metabolismo, lo alenta. Me di el tercer shower del día, me arreglé y le dije a Geno que este baile era nada más para ella.

            Esta coreografía era solo. El DJ me puso una música de circo para que saliera antes de empezar a bailar. Me presentó y salí dando un mortal y caí en la pura de pirata. El público gritó de emoción o de sorpresa. Pedí al DJ que pusiera el remix de canciones latinas sexys porque en esa viene una de reggaetón que le encanta a Geno, la Me enamoré de ti del Aspirante. Lo di todo en el escenario, me encueré hasta más lento, que vieran que no solo es la música del circo, que soy cuerpo, cara y corazón. Y cuando empezó la canción, subí a la Geno.

            No hay mal que dure cien años

            ni tu amor que hace daño

            impedirá que yo tenga un nuevo amor

           Me le juntaba a la entrepierna, le hacía el paso de la víbora, la Geno me veía romántica. Le di un beso apasionado. Las señoras se prendieron y corrieron a meterme billetes a la tanga.

         Cuando se hicieron las once la acompañé a su casa. Quién sabe hasta cuándo la podría volver a ver o cómo la iba a dejar Óscar. Me regresé a mi casa. Llegué a comerme algo de carbohidrato saludable, un camote y una gelatina light. Hice mi rutina de estiramientos, me hinqué a rezar y fui a dormir.

Disparos, libros y goles: entrevista con Daniel Salinas Basave

“A veces la literatura es simple pretexto. Es decir: presentaciones de libros donde hay vino pero no hay libros, donde hay libro pero no hay gente, ediciones que son pésimamente hechas, se malgastan fondos públicos.”

Daniel Salinas Basave. Mayo de 2019.


Por Óscar Alarcón

En octubre de 2017 se dio a conocer que un mexicano se encontraba entre los 5 finalistas de la cuarta edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Días de whisky malo es el título del libro con el que Daniel Salinas Basave (Monterrey, Nuevo León, 1974) fue seleccionado al lado de Liliana Colanzi de Bolivia, Federico Falco de Argentina, Alejandro Morellón Mariano y Soledad Puértolas de España.

Con un sólido oficio de periodista, Salinas Basave ha logrado tender un puente entre la creación y la vida en las mesas de redacción. Una parte de esta charla se llevó a cabo mientras Daniel Salinas Basave viajaba en carretera de California hacia México, al tiempo que se anunciaba que Donald Trump había ganado la presidencia norteamericana.

Daniel Salinas Basave también se hizo acreedor al Premio Literario Anual en Argentina, por su libro Juglares del bordo, reconocimiento que hizo muy poco eco entre la gente de cultura que ha centralizado la forma en la que se administra ese rubro en nuestro país. Pareciera ser que por ser un escritor norteño no tuvo trascendencia. Sin embargo, la calidad de Salinas Basave no se pone en tela de duda, aunque muy pocas veces se le reconozca en nuestro país. La paradoja mexicana continúa.

“Su nombre trascendió en las portadas de los periódicos a raíz de una balacera con saldo de cuatro muertos durante una fiesta privada en un rancho por el rumbo del Ejido Primo Tapia, donde Natalio estaba cantando. Con una sonrisita socarrona, declaró que a él lo contrataban a través de su manager y que no tenía idea de quién era el anfitrión de la fiesta. Las visitas a sus videos de YouTube se multiplicaron esa misma semana y su Facebook llegó a los 18 mil amigos. Natalio tenía argumentos de sobra para considerarse a sí mismo un triunfador” (fragmento del libro de cuentos Dispárenme como a Blancornelas, publicado por Nitro Press, página 17).

 

Óscar Alarcón. Sabemos que también tienes un trabajo periodístico que llama la atención, y en el libro Dispárenme como a Blancornelas, aparecen como protagonistas varios periodistas, ¿crees que el periodismo le está ganando terreno a la literatura?

Daniel Salinas Basave. En el caso de Dispárenme como a Blancornelas es un six pack de cuentos en donde todas son historias de reporteros fronterizos, pero vistos desde una perspectiva bastante picaresca, bastante irreverente, bastante socarrona.

Son historias en donde lo que se impone es el humor negro, la capacidad de burlarnos de una manera muy ácida del quehacer del reportero, que finalmente mucho de lo que aquí se narra –en las seis historias– tiene muchísimos elementos de la realidad. Son cosas que me tocaron vivir a lo largo de década y media de reportear en las calles de Tijuana.

Hace unos minutos leías el pasaje de Natalio, que es un fotógrafo que sueña con ser cantante de narcocorridos, y que canta con un estilo muy similar a Chalino Sánchez. Déjame comentarte que ese fotógrafo existe en la realidad y trabaja en el periódico Frontera y su forma de cantar realmente es muy parecida a la de los cantantes de la sierra sinaloense. No le pide nada a la voz de Chalino Sánchez.

En el cuento, Natalio triunfa como cantante de narcocorridos, en la realidad todavía no ha triunfado pero creo que podría hacerlo.


ÓA. Ahora que mencionas que sí existe este fotógrafo, también existe Blancornelas, este periodista que fue asesinado a balazos.

DSB. Blancornelas fue víctima de un atentado al que sobrevivió en noviembre de 1997. Sobrevive, queda gravemente herido de bala, pero logra sobrevivir todavía 9 años.

El caso de Blancornelas es una referencia. Hay quienes me han preguntado si es un libro sobre Jesús Blancornelas o si es una biografía. No, nada que ver. Simplemente es el título de un cuento que decidí que le diera título a todo el libro, al sexteto de historias. Y en el caso específico del cuento que abre el volumen, que se llama “Dispárenme como a Blancornelas”, se trata de un reportero de la frontera que sueña con convertirse en una especie de narco best seller, en un súper ventas de libros de narcotráfico, de revelaciones escandalosas, que nunca consigue su cometido porque finalmente sus historias parecen no interesar a nadie.

Cuando llega al colmo de la decepción, cuando se da cuenta que no va a trascender como reportero, llega el momento en que decide pagar por su propia ejecución: pagarle a unos sicarios para que lo ejecuten de manera espectacular y lo conviertan en un mártir del periodismo.

Es una sátira, es un cuento con muchísimo humor negro, que se burla de esta obsesión de muchos colegas de convertirse en narco best sellers.


ÓA. Otro de los cuentos que llamó mi atención, sobre todo por el día de hoy que es la elección presidencial de Estados Unidos: “Belén Arazaluz sueña que mata a George Bush”, el personaje podría considerarse como perdedora pero sueña salir a la luz para encontrar algo de significado en su ser, ¿por qué te llama la atención este tipo de personajes?

DSB. Siempre me llaman la atención el tipo de personajes que quieren trascender su condición a costa de lo que sea. En este caso, quizá todos estos personajes parecen tener un encuentro pero son personajes que aún en las situaciones más absurdas siguen levantando una bandera.

Te pongo un ejemplo en el cuento “Belén Arazaluz sueña que mata a George Bush”, se basa en una cobertura que efectivamente viví y que efectivamente hice en octubre de 2002, cuando se celebró la cumbre de la APEC de Asia-Pacífico en Los Cabos, Baja California Sur.

Eran los meses previos a la Guerra de Irak, George Bush estaba cabildeando apoyo para la guerra de Irak y Los Cabos estaba convertido en un bunker de guerra surcado por barcos, por helicópteros, por agentes del servicio secreto en los hoteles.

Aquello era un ambiente muy tenso y estando yo en como reportero de pronto me imaginé: “caray, qué pasaría si en este momento de pronto en Los Cabos, Baja California Sur, saliera un Lee Harvey Oswald, un conspirador solitario y atentara contra Bush. Se armaría la guerra y de pronto todos los ojos del mundo estarían en Los Cabos y se convertiría en la nota de nuestra vida”.

El cuento es un poco onírico porque trata sobre una reportera que se llama Belén Arazaluz, que cubre para un diario en Ensenada, y confunde por momentos el sueño con la realidad y de pronto se sueña a sí misma como una magnicida.

 

ÓA. El cuento “Península Jano”, tiene un corte más íntimo a diferencia de lo que ocurre con los demás, donde sí se nota al reportero. En “Península Jano”, vemos a un escritor que va a presentar un libro prácticamente delante de nadie, ¿te ha ocurrido en alguna ocasión que pase esto?

DSB. Pasa todo el tiempo. Tienes un gran ojo como lector, porque efectivamente es el cuento más íntimo, digamos más interior de todo el sexteto y que tiene que ver con la angustia que representa el saltar del periodismo a la literatura, que por momentos lo viví como salto al vacío sin paracaídas.

Mi personaje –he de decir– lleva una vida mucho más trágica. Yo te he decir que tuve mucha fortuna en los últimos tres años y ¡caray! la literatura me ha recibido con los brazos abiertos. Finalmente es la angustia de dejar un oficio para pasar a un quehacer que por momentos puede parecer absurdo.

Es también un homenaje a la obra de Federico Campbell, concretamente a la novela Transpeninsular, que escribe cuando deja la revista Proceso. Lo que significa dejar de ser un reportero de tiempo completo para convertirte en escritor.

Y claro, reflexiona sobre todo esto y de cómo a veces la literatura es simple pretexto. Es decir: presentaciones de libros donde hay vino pero no hay libros, donde hay libro pero no hay gente, ediciones que son pésimamente hechas, se malgastan fondos públicos. También es una burla con mucho humor negro al mundo de las instituciones culturales.

Qué te puedo decir, particularmente en el último mes me la he pasado presentando mis libros en todas partes. En este momento venimos regresando de Los Ángeles, estamos todavía en carretera rumbo a Tijuana y estuvimos ahí presentando el libro como parte de la gira del Festival de Literatura del Noroeste Itinerante (FELINO) con algunos colegas escritores.

Estuvimos en Los Ángeles y San Diego ¡bueno! En las últimas cuatro semanas hemos estado en 9 diferentes ciudades.

 

ÓA. Y en FELINO vas a estar con Carlos René Padilla.

DSB. Sí. De hecho esta actividad que hicimos en San Diego y Los Ángeles forma parte del FELINO. De un FELINO binacional, externo pero efectivamente, pasado mañana voy a estar con mis colegas Hilario Peña, Iván Farías, presentando los nuevos títulos de la colección de Nitro Press: Amorcito Corazón, Págale al Diablo, la antología México Noir, que presentamos la semana pasada en Monterrey, y Dispárenme como a Blancornelas.

 

ÓA. Hemos visto cómo en los últimos años el periodismo le ha ganado terreno de lectores y como generador de historias a la literatura. Después de haber escrito libros cercanos a la experiencia periodística, con tu experiencia como novelista y cuentista, ¿consideras que hay una división entre la literatura y el periodismo o se pueden considerar una sola disciplina?

DSB. Periodismo y literatura pueden llegar a mimetizarse, a fundirse y confundirse en las formas, pero no son ni deben aspirar a ser una misma disciplina. Un ornitorrinco puede tener pico de pato pero no por ello se convierte en ave. Sigue siendo, pese a las apariencias, un monotrema.

Nunca debemos perder de vista que el periodista busca a priori la verdad, o por lo menos acercarse a ella. Si nos olvidamos de eso entonces estamos jodidos. Si hablamos de cuento o novela yo admiro al narrador capaz de engañarme con maestría, al divino mentiroso que tiene la capacidad de sumergirme en su mundo imaginario y hacer que un personaje nacido en la profundidad de su cabeza pueda generarme empatía o repudio.

Lo que sucede es que hay una interesante cofradía de cronistas latinoamericanos que están narrando historias fascinantes. Todos esos pupilos ávidos de comerse el mundo salidos de los talleres de Leila Guerriero y Martín Caparrós suelen sorprendernos con relatos endiabladamente buenos que nos parecen más vivos y con más sangre en las venas que la mayoría de las novelas actuales.

Tampoco es que haya nada nuevo bajo el sol. Esto ya lo había hecho en su momento Rodolfo Walsh con Operación masacre y lo hizo en el Siglo XVIII mi tocayo Daniel Defoe con el Diario del año de la peste, por no reiterar la obviedad del machacadísimo new journalism americano de Capote, Thompson y compañía.

A mí me gusta mucho jugar al filo de la navaja, pero intento en lo posible no confundir el cilantro con el perejil. Por ejemplo, “Infortunios del Centinela”, un relato incluido en Juglares del Bordo, puede perfectamente leerse como una crónica periodística. Narro un hecho real usando los verdaderos nombres de los personajes involucrados. Todo es fiel a lo sucedido. El lugar, la fecha y la trama corresponden con lo narrado en los medios de comunicación. Vaya, tan es una historia real, que su desenlace fue grabado por un colega reportero y ha sido visto por casi un millón de personas en YouTube.

¿Por qué entonces “Infortunios del Centinela” es un cuento y no un reportaje? Por la simple y sencilla razón de que usurpo los pensamientos y el diálogo interno de cinco personas que van a morir y a las que ya no puedo preguntarles qué pensaban en esos momentos. Un reportero que se respete, no puede poner en su nota las cavilaciones internas, las dudas y los miedos de una persona minutos antes de su muerte. Un cuentista sí.

Tan me gusta jugar al filo de la navaja, que hice la chapuza de auto-plagiarme y jugar a hacer un pequeño guiño entre dos libros de géneros distintos. El asesinato del Gato Félix está narrado con las mismas palabras en La liturgia del tigre blanco y en Vientos de Santa Ana. Son tres o cuatro párrafos idénticos. La diferencia es que La Liturgia… es periodismo y me apego a un código de ética, mientras que Vientos… es una novela donde tengo licencia para mentir. Es como si periodismo y literatura se lanzaran un cierre de ojo, una señal cómplice. Esos dos libros son como las caras de Jano, los mórbidos siameses del Bonded by Blood de Exodus.



ÓA. Se ha dicho que ejercer el periodismo en México es una de las profesiones más arriesgadas en el mundo, y desafortunadamente los números de periodistas asesinados lo comprueban, ¿alguna vez sentiste que tu vida estaba en peligro?

DSB. El mayor riesgo que corre un reportero en México es el de morir de hambre. Su primera trinchera de combate, sus primeros enemigos suelen estar en su sala de redacción y en la oficina de recursos humanos, si es que trabaja para una empresa. El primero en censurarlo es el departamento comercial del medio de comunicación para el que labora.

El oficio en sí mismo es un asesino en serie. Miles de reporteros y editores de mi generación han quedado damnificados, condenados al subempleo después de pasar décadas explotados –mis colegas quedan, tiraos por el camino, y cuántos más van a quedar, canta La Polla Records.

Como modelo de negocio el periodismo en México es un gran fracaso, porque la inmensa mayoría de los medios –éticos y antiéticos, dignos y chayoteros, combativos y oficialistas por igual– han sobrevivido gracias a los contratos de publicidad del gobierno. Les quitas la teta del dinero público y la mayoría se mueren. Si a ello le sumas que cualquier narco- alcalde o cualquier narco-gobernador puede asesinar a un periodista incómodo en el momento en que se le dé la gana, entonces esto ya toma tintes infernales.

Lo aterrador es que la muerte de un periodista ya no sea noticia, que no indigne, que no genere reacción o seguimiento, que sea vil ritual de lo habitual. Más de un centenar de periodistas asesinados en las últimas dos décadas en gobiernos panistas, priistas u obradorista. Esta masacre no la detiene nadie y no veo un compromiso firme del actual gobierno.

Por lo que a mí respecta, sí estuve en peligro. Un reportaje sobre gasolina adulterada me costó amenazas y más de una vez estuve en medio de fuegos cruzados, pero más cornadas da el hambre.

 

ÓA. ¿Tenías una especie de manual o guía para ejercer el periodismo?, es decir, algo que siempre verificabas antes de salir a cubrir una nota, algo que nunca olvidaras.

DSB. Bueno, tanto en El Norte como en Frontera tuve un código de ética y un manual de estilo y redacción bastante estrictos. Por ejemplo, a tu fuente o a tu entrevistado no podías aceptarle ni un vaso de agua o un café, debías vestir con corbata, cabecear siempre con verbo y no exceder las 30 palabras por párrafo. Claro, yo tenía también mis propias reglas y mis propias cábalas. Siempre escribir en libreta aunque la grabadora esté prendida –mis apuntes me han salvado más de una vez–, siempre tomar mis propias fotos aunque me acompañe un fotógrafo; si estoy ante un entrevistado difícil o escurridizo y tengo tiempo, empezar con preguntas suaves y a modo, y asestar como latigazo la pregunta más dura e incómoda cuando el entrevistado empieza a relajarse y a sentirse a sus anchas.

Caminar mucho por mi ciudad. Caminar es clave para cualquier contador de historias, subirme al transporte público hacia lugares desconocidos, no tener miedo de hacer preguntas en apariencia demasiado obvias o simples, pues ahí suele esconderse el meollo.

 

ÓA. ¿Cuál consideras que es el sentimiento más ruin que tiene el ser humano?

DSB. Todos somos un amasijo de sentimientos ruines, nobles, absurdos, ilusos. De hecho un sentimiento puede ser tan ruin como noble al mismo tiempo. Esos dobleces, esos quiebres, esas paradojas y contradicciones son los andamiajes de un buen personaje literario.

Cuando alguien presume ser de una pieza suelo dudar de él. Tu sentimiento más noble o sublime puede ser al mismo tiempo el más bajo o abyecto. Por ejemplo, un reportero puede ser una suerte de Quijote que desafía a un sistema corrupto y arriesga su vida por esclarecer la verdad, pero al mismo tiempo ese mismo reportero –sin menoscabo de su gran labor como profesional– es una máquina de ego y soberbia y lo que verdaderamente le atrae de revelar esa verdad es volverse famoso y ser cubierto de elogios, no hacer justicia.

En cualquier caso, hay sentimientos ruines que no admiten relativismos. No puedo soportar, bajo ninguna circunstancia, el maltrato a los niños. Es algo que me enferma y no soporto que sea algo tan normal en nuestra cultura. En general no puedo concebir el daño o el abuso hacia un ser que no puede defenderse. Alguien que atropella intencionalmente a un perro, por ejemplo, no creo que tenga en su fuero interno nada rescatable o noble como ser humano.

 

ÓA. Has ganado, entre otros, el Premio Gilberto Owen, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, ¿consideras que los premios hacen a los escritores?

DSB. Cada quien habla como le va en la feria y a mí en la feria de los premios me ha ido bien. He ganado ocho y he sido finalista en dos. Estoy por publicar mi libro número trece y te puedo decir que diez de ellos se publicaron como consecuencia de un premio o un proceso eliminatorio. Sin premios no los hubiera publicado y no hubiera ganado dinero alguno –porque eso sí, becas no he tenido ni una, ni siquiera chiquitas; en esa feria me ha ido muy mal. Yo sé muy bien –porque cada vez con mayor frecuencia me toca ser jurado– que un premio es una ruleta, un buen chiripazo, un trago de aleatoriedad. Como juez me he quedado con manuscritos muy buenos que no ganaron y también he visto ganar al libro menos malo, libros mediocres que ganaron porque alguien tenía que ganar y no se podía dejar desierto.

Hay mucho de fortuna, pero en cualquier caso los premios –y la confianza de mi esposa Carolina– me han ayudado a sobrevivir en los últimos cinco o seis años. Es una forma de ganarse la vida y yo salgo a cazar lo mismo liebres que mastodontes. A veces cuesta trabajo creer que una locura nacida en tu cabeza de pronto se convierta en dinero y te permita liquidar la hipoteca de tu casa o comprar un carro.

En cualquier caso, con el sueldo de reportero no lo hubiera logrado de un trancazo. Lo mejor es que gracias a los premios he podido publicar y compartir mi trabajo y, lo que es más difícil, apostar a vivir de esto sin tener que desempeñar un trabajo de oficina.

 

ÓA. ¿Qué significa para ti haber ganado el Premio Literario Anual en Argentina, un premio internacional?

DSB. Ganar el Premio de la Fundación El Libro, otorgado por la Feria del Libro de Buenos Aires, fue un umbral en mi carrera, cruzar una frontera. Máxime tomando en cuenta quiénes fueron los jueces: Mempo Giardinelli, alguien a quien admiro desde hace décadas; Carlos Gamerro, Jorge Lafforgue, Ana María Shua, Eduardo Lalo. Soy y he sido siempre un aferrado a la literatura y la cultura argentina. Culturalmente es posiblemente el país que más me ha influido como narrador.

Poder ir a recibir un premio de cuento en una tierra de extraordinarios cuentistas y un mes después presentar Juglares del Bordo en la Feria del Libro de Buenos Aires se parece mucho a soñar despierto. Vaya paradoja: mi libro más radicalmente tijuanense, publicado en la orilla austral del continente. No veo de qué otra manera habría yo podido publicar un libro en Argentina con distribución en todo el país.

Además, este premio lo gané en Argentina apenas tres meses después de haber ido a Colombia como finalista del Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez, –el mayor premio de cuento en el mundo de habla hispana– con Días de whisky malo. Gracias a que llegué a esa final, se pudo distribuir en todas las bibliotecas de todo el territorio colombiano, algo que en México nunca me ha pasado.

De pronto, en cuestión de meses tenía ya un libro editado en Colombia y otro libro editado en Argentina, países que como lector han sido una influencia radical para mí.

 

ÓA. ¿En cuál género te sientes más cómodo, en la novela o en el cuento?

DSB. En el cuento, por mucho y también en el ensayo. La novela no es lo mío ni me gusta demasiado para ser sincero. Estamos infestados de novelas mediocres y prescindibles que tienen apenas unas páginas salvables pero que estructuralmente son fallidas.

En la novela puedes nadar de muertito como autor, pachorrear con páginas sosas, mientras que el cuento es una jugada de precisión. Una sola falla te cuesta todo el engranaje narrativo. En tu apertura tienes que plantear el conflicto esencial, el desafío o el nudo que conformará el centro neurálgico del relato. Nada puede sobrar y cada párrafo abona y cumple una función.

Por lo que al ensayo respecta, es el género que me parece más libre y honesto –siempre y cuando no lo contamines de academicismo, me refiero aquí al ensayo libre a lo Montaigne. Cuando escribo ensayo soy yo pensando en voz alta y charlando contigo en un café o una cantina, haciéndome preguntas, cavilando, barajando posibilidades.


ÓA. ¿Podrías platicarnos un poco qué significa para ti el futbol y específicamente irle a los Tigres?

DSB. El futbol es un vicio confeso, es mi absurdo favorito, mi idioma universal, el esperanto que me permite platicar apasionadamente con personas radicalmente distintas a mí con las que no comparto absolutamente ninguna otra afinidad.

A cualquier país o ciudad del mundo que voy trato de ir al estadio y convivir con su afición. He ido a ver futbol en ocho diferentes países del mundo. El futbol es también una gran metáfora de la vida. A menudo explico e interpreto mi vida en términos futbolísticos, como si yo fuera el director técnico de mi camino existencial. Muy a menudo juegas precavido, cuidando el resultado, administrando la ventaja, pero a veces te tiras a matar y te juegas todo por el todo mandando al arquero a rematar.

Lo de mi afición Tigre es predestinación. Nací en el Año chino del Tigre y cuando yo tenía unas semanas de nacido, Tigres subió a primera división. Además, Tigres y yo llevamos vidas paralelas y hasta vamos más o menos parejos en campeonatos y premios literarios. La diferencia es que Tigres no pudo levantar una copa en Buenos Aires y yo sí. Me identifico mucho con Tigres porque en esta década ganamos y ganamos una y otra vez, pero aun así para la crítica nacional no existimos y siempre nos verán como provincianos, huéspedes no invitados, colados a la fiesta de los “grandes”, aunque levantemos más copas que ellos. Cuando ganó Chivas –que desde entonces no ha vuelto ni siquiera a calificar a la liguilla–, la prensa deportiva nacional hizo un pedo mayúsculo, pero gana Tigres y lo minimizan.

En la literatura pasa lo mismo. Si uno de los escritores vedettes de México hubiera llegado a la final del García Márquez o ganaba un premio en Buenos Aires, aquí se cae el cantón y ya veo a todos cacareando en coro, pero como se trata del huésped norteño no invitado, pues simplemente miran para otra parte y hacen como que no existes. Ya estoy acostumbrado.

 

ÓA. ¿Qué es el amor?

DSB. Vaya pregunta. Pues no lo sé. Intuyo que el amor es ver dormir en paz a mi hijo Iker y a mi esposa Carolina y sentir a nuestro alrededor la inabarcable inmensidad del caos universal, del tiempo, del absoluto, y saber que dentro de todo ese Aleph, la razón que hace girar mi engranaje está ahí, en esa cama e intuir que aunque dentro de un siglo seremos polvo de noche, esa ráfaga de viento que fuimos tuvo sentido solo por el amor.

‘El agente topo’, la misión de ver con los ojos de otros

Cinetiketas | Por Jaime López 


¿Cómo hablar del abandono que padecen algunos adultos mayores sin caer en chantajes o sermones? La respuesta a esta pregunta la tiene "El agente topo", la nueva película de Maite Alberdi, quien echa mano de la empatía para construir su reciente testimonio audiovisual, el cual sigue a un octogenario contratado como espía para averiguar si los inquilinos de un asilo son maltratados por sus cuidadores.

De ese modo, la cineasta chilena que obtuvo gran reconocimiento gracias a "La once", cinta en la que registró las conversaciones que sostienen varias mujeres de la tercera edad, destaca por su mirada sensible sobre un tema que muchas veces es abordado con exagerada aflicción.

Alberdi también plantea una narrativa ingeniosa, la cual ayuda justamente a ponerse en los zapatos de aquellos seres que suelen ser olvidados con el paso del tiempo.

Dicha narrativa incluye la publicación de un peculiar aviso clasificado, así como la presencia de un seudo detective, el cual hará las veces de un "sensei" tecnológico para adultos mayores, que presuntamente no están familiarizados con los teléfonos inteligentes o el mundo digital.

Es ahí en donde la cineasta muestra la capacidad de aprender que tienen las personas de la tercera edad aún cuando gran parte de la sociedad las relega.

Por otro lado, la premisa principal de "El agente topo", consistente en evitar la gerontofobia, se logra gracias al oportuno plan de producción y la buena dirección de cámaras, entre las que se incluye el visor que tienen las gafas-espía portadas por el protagonista, Sergio.

Y qué decir del universo femenino albergado por el largometraje en cuestión, en donde se da cuenta de los diferentes tipos de olvido que padecen las adultas mayores, pero también de la resiliencia multidiversa que tienen para enfrentar esa situación.

Ojo a Berta y Marta, cuya jocosidad y cleptomanía, respectivamente, inundan la pantalla de una alegría epidémica.

Es oportuno agregar que "El agente topo" forma parte de las 15 semifinalistas al Oscar 2021 en la categoría de Mejor película internacional y se puede encontrar en la plataforma de Netflix.

Letrinas: Alicia te había prohibido verla


Alicia te había prohibido verla
Por Iván Gutiérrez

Ahí está de nuevo, ese maldito escalofrío que siempre te persigue antes de tocar. El miedo nunca se irá, por el contrario, es parte del oficio. Eso es lo que dice Alicia. Claro que dar consejos siempre ha sido más fácil que llevarlos a cabo.  ¿Cuándo ella se ha presentado en un escenario como éste? ¿Cuándo ha tocado frente a cien personas impacientes por destrozar cualquier canción que no coincida con sus expectativas? ¿Por qué habría de hacerle caso a las ideas de Alicia, después de todo?

All I wanna be… Is something so good… (Floated By - Peter Car Recording Co.)

Estos tipos tocan poca madre, y aunque no entiendes si lo que escuchas es jazz, rock o góspel, sientes cómo todas las almas a tu alrededor vibran como guiados por cierta melodía con sabor a psicodelia. ¿Por qué te pusieron después de ellos? Ya casi es hora de subir al escenario y tu maldito corazón no va más que empezando a galopar. ¡Mírate, estás echo mierda! ¡Por Dios, ni siquiera el agua fría te quitó la peste a vino barato! ¡Basta, deja de pensar pendejadas y concéntrate! La carta, acuérdate de la carta, y de su voz cuando te pidió que tocaras el Mi Mayor más rápido, y luego sus labios, sobre todo sus labios, de hecho, olvídate de la carta. ¡No, qué dices, la carta es lo importante! Qué decía… empezaba algo así como… “recuerdo que pensé dos cosas cuando te conocí: que tus canciones no eran malas (pero tampoco las mejores), y que necesitabas a alguien que te dijera cuando no estabas dando lo mejor de ti…”

En la presentación de hace un mes los nervios eran mucho peores, ¿te acuerdas? El hedor a marihuana era casi el mismo, aunque el público no superaba las quince personas, y no podía hablarse tanto de asientos como del clásico estar parado con tu caguama en la mano cotorreando. Apenas habías terminado de tocar y ya querías irte a la chingada del evento. No era como que la gente le hubiera puesto mucha atención a tu música, pero tú sabías que no lo habías hecho del todo bien. Por eso te sorprendiste cuando esa melena rubia se acercó para decirte que le había gustado tu música, y tú como pendejo diciéndole “gracias, qué bueno que te gustó”, en vez de pedirle su teléfono o preguntarle su nombre o por lo menos expresar lo increíble que se miraba con esa falda larga. Por suerte ella supo seguir la conversación comentando que tu última canción no había sido la más afinada de la noche. Sacó una tarjeta y te reveló que era manager de bandas independientes en Los Ángeles, y a pesar de tu cara de fracasado te invitó a que fueras a su departamento al día siguiente para ver si había posibilidades de trabajar en tu proyecto. Awebo le dijiste que sí.

Para el día siguiente quedaste sorprendido por lo minimalista de su depa, con apenas una planta, algunas botellas de vino y un cuadro en óleo de dos jóvenes desnudos mirándose fijamente: ella fumado un cigarro, él tratando de leer. Al fondo sonaba esa versión de Barro Talvez con la noble y hechicera voz de Cande Buasso y los teclados de Paulo Carrizo.

Tienes mucho potencial, Julián, comenzó a decirte mientras te invitaba a ponerte cómodo en el sillón y te servía una copa de Tempranillo. Yo te voy a ayudar a desarrollar tu talento, pero antes debo saber si tienes o no madera de artista. Verás, un artista no puede tener apego a nada más que a sí mismo.

¿Apego?, le respondiste a la par que la marihuana comenzaba a llenar cada rincón del aire. Tener apego es vivir encadenado, y un artista no puede vivir así: tiene que ser libre, ¡darlo todo por la libertad!, sentenció Alicia. Respondiste que no estabas del todo de acuerdo, y ella te respondió que eso era porque le temías a la soledad. Eres un cobarde, y esa es una de las razones por las que tu proyecto no prospera ni tu música no llega a más de diez personas, dijo mientras exhalaba un toque.

Si quiero me toco el alma… Pues mi carne ya no es nada…

¿Te acuerdas cómo permaneciste impávido, mientras tratabas de evitar que las palabras de Alicia rebotaran en tu baja autoestima? Tras unos segundos no pudiste contenerte y le gritaste ¡¿Tú qué chingados sabes Alicia?! Y ella, sin alterarse, dijo que no se creía nada, pero que ella siempre era honesta con los músicos con los que trabajaba.

¡No vine aquí para que dijeras pendejadas!, le respondiste encabronado. Eres un mamador, te dijo ella mientras dejaba la copa vacía en la mesa y te miraba con malicia. Fue entonces que te echaste encima de ella repitiendo que se callara, y ella respondió que te dejaras de mamadas y que la besaras de una puta vez. Eso hiciste y luego la mordiste y tus dedos se fueron debajo de su vestido y descubriste que no traía ropa interior.

Ya lo estoy queriendo… Ya lo estoy volviendo canción…

Luego cogieron con furia, como enojados por haberse tardado tanto en hacer lo que ambos querían: tratarse con esa mezcla de cariño y desprecio, arrancarse los labios y besarse el cuello y morder un pezón y luego el otro y olvidar por un momento que la vida no vale nada. Ya al final te dijo que eso era lo que te hacía falta en el escenario: transformarte en una bestia y dar una exhibición que naciera de lo más profundo de ti. Después te invitó a que regresaras en cuatro días, y que para tal ocasión llevaras tu guitarra.

En los días siguientes estuviste pensando en cómo habías perdido los estribos, y tuviste noches de insomnio que ni el tabaco ni el jazz ayudaron a apaciguar, horas pensando si lo ocurrido había sido (o no) lo correcto, porque jamás te habías sentido tan libre como cuando dejaste que la pasión tomara el control, pero tampoco nadie te había hecho enloquecer de tal manera. Y dudaste, claro que dudaste si regresar o no, porque temías que manipulara tu violencia y terminarás por hacerle daño, y te preguntaste por qué te importaba tanto el llegar a hacerle daño si apenas la conocías. El mero día sonó Plan de Fuga de Los Planetas y dejaste de pensar para seguir ese impulso que su aroma había dejado flotando por tu memoria.

Tan sólo necesito una victoria… una victoria nada más…

Cuando llegaste pudiste ver varias de las botellas vacías y el cuadro en el piso con el vidrio roto. Alicia parecía angustiada, pero cuando te vio llegar con la guitarra se entusiasmó y toda su cara adquirió brillo. Hoy vamos a practicar un ejercicio de ritmo, porque hay muchas de tus canciones que pueden mejorar si trabajamos el tiempo, dijo, y luego te ordenó que tocaras un acorde de Mi Mayor con un ritmo de folk, y que progresivamente fueras subiendo la velocidad del rasgueo. Llegaste a un punto en que no podías más, los dedos y la muñeca comenzaba a dolerte, pero Alicia te gritó que fueras más rápido, que no se te ocurriera detenerte ni perder el ritmo, que ¡vamos hijo de puta, hazlo más rápido!, y así alcanzaste un ritmo increíble que nunca habías ejecutado sin perder el tiempo. Terminaste exhausto, uno de tus dedos sangraba ligeramente porque en cierto momento la púa salió volando y tuviste que continuar sin ella, pero sentías una fuerza increíble fluyendo por todo tu cuerpo.

Alicia te dijo que tenía otro ejercicio, y quitándote la guitarra de las manos te desabrochó los pantalones y te dijo que cerraras los ojos. Atrévete a mirar y te vas a la chingada de aquí, advirtió mientras te recostaba en el sillón. Obedeciste sin resistencia y escuchaste como su ropa caía al suelo, y entonces llegó a tu boca el roce de sus senos, apenas una caricia que te dejaba más ansioso que un preso sin tabaco, queriendo que supieras que estaban ahí para ti pero que ella marcaba el ritmo: que ella era la libertad. Sus labios comenzaron a besar tu pecho y descendieron hasta tu entrepierna, revelando con su lengua una talentosa habilidad para sacar lo mejor de ti. Luego se subió encima y con una mirada de caníbal te ordenó que te la cogieras como al acorde de Mi Mayor, con fuerza y rapidez, y tú obedeciste y con tus manos dejaste unas marcas rosadas sobre su piel blanca y ella te gritó que lo hicieras más rápido, ¡más rápido, hijo de puta! y en tu cabeza Belafonte Sensacional cantaba que lo Hicieras por el Punk, y entonces Alicia gritó mientras te rasguñaba el pecho y tu sentías como todo el peso de su alma se evaporaba. Ya con el porro encendido te confesó que te había conseguido un lugar para tocar en el Subterra Fest, que se llevaría a cabo dentro de tres días en el Foro Alameda, y que necesitabas llevar una canción nueva para cubrir el tiempo total de la presentación.

El insomnio otra vez, y las caminatas nocturnas por el parque no ayudaban ni las canciones de Juan Cirerol: estabas convencido de que “la presión obstruía la inspiración”. Alicia te había prohibido verla antes del día de la presentación, que para que te enfocaras en la nueva rola, pero tú solo podías pensar en ella, en Alicia riendo a carcajadas, en la mirada encantadora y perversa de Alicia, en Alicia contigo en la regadera, en Alicia gritándote que lo hicieras más rápido.

La noche del tercer día terminaste por soñar con Alicia recostada sobre tus piernas conversando sobre lo que hace auténtica a una canción, si la sinceridad de la composición o lo vanguardista de su sonido, si su carácter subversivo o su fuerza emotiva, si el dominio de la técnica o la altura conceptual; una conversación sin resolución cerrada con un beso profundo que te hizo despertar y descubrir que la canción estaba hecha, que podías escucharla de principio a fin, así que fuiste en chinga a anotarla y la compusiste en menos de cinco minutos, bautizándola como “Alicia me ha prohibido verla”.

Te valió madres el pacto con Alicia y corriste a su departamento, listo para interpretarle en vivo la nueva obra, pero cuando atravesaste la puerta no había nada, ni botellas, ni cuadro, ni Alicia, ni nada, apenas una canción de Los Tigres del Norte sonando desde la calle, y sobre la mesa la planta de Alicia, y debajo de ella una carta donde tu mujer soñada confesaba que no se llamaba Alicia ni era manager de Los Ángeles, pero que no mentía cuando decía que tenías talento, que solo debías creer más en ti mismo y dar lo mejor de ti en el escenario. Se despedía pidiéndote que cuidaras de su planta, y terminaba la carta dedicándote un poema de Samuel Noyola.

Ahora tienes la carta contigo, y es probable que nunca vuelvas a saber de Alicia, pero también sabes que no vas a olvidar nunca el calor de sus piernas arriba de ti, ni su voz gritándote que lo hagas más rápido, ni mucho menos la sonrisa fugaz entre la penumbra de las velas. Entonces sujetas el cuello de tu guitarra, dejas de pensar, subes al escenario y le demuestras a esta centena de extraños cómo debe sonar un Mi Mayor.

‘Nuestra parte de noche’: un recorrido por el país y el genio de Mariana Enríquez

Por Noé Isaías Lara Aguila


Mariana Enríquez ya era una autora consagrada de la nueva narrativa argentina. Los volúmenes de cuentos: Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016) son clara muestra de ello. Es periodista del diario argentino Página 12. Al leer su última novela, que le mereció el Premio Herralde de novela 2019, encontramos a quien podríamos describir como una alumna avezada de Stephen King. Esto no quiere decir que su escritura sea una calca o una especie de King latinoamericano, pero su obra guarda ciertos paralelismos con la del maestro norteamericano. En pocas palabras, si estás habituado a los ambientes del maestro de Maine, la obra de Mariana Enríquez puede serte muy afín. Ese estilo dinámico, caracterizado por un lenguaje claro y sencillo que al paso de las páginas te va sumergiendo en las historias sin que aparentemente te des cuenta, forma parte también de la narrativa de Enríquez. A diferencia de King, ella no hace tantas digresiones ni se entretiene en tantos relatos secundarios, salvó cuando cree que la anécdota lo amerita. Como en el caso de la narración de las hazañas de Maradona durante el mundial de México 86, mientras el evento es seguido por los protagonistas en la televisión argentina. Al igual que en la obra del maestro de Maine, la infancia cumple un papel central en la conformación de sus personajes. Los hechos que vivirán de niños determinarán su futuro como personas adultas. Si bien, este es un hecho indudable en la existencia de cualquier persona, la naturaleza de los acontecimientos a los que se enfrentarán en esta historia, marcará un antes y un después dentro de sus vidas, dejándoles a algunos de ellos un trauma psicológico difícil de superar, y a otros, además de éste, huellas físicas que marcarán aún más sus destinos. Después de todo, puede resumirse la acción principal de la novela, como el esfuerzo que realiza un padre para proteger la vida de su hijo, sin importar los medios ni las consecuencias que esto atraiga consigo.

Nuestra parte de noche es un recorrido por la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Si cierta literatura sobre la Argentina se ha centrado en la parte nazi que se escondió y proliferó en esas latitudes; en esta obra se establece un paralelismo entre la maldad de ciertos grupos iniciados en el ocultismo y su estrecha relación con los militares golpistas de la década de los setentas. Nuestra parte de noche habla de la oscuridad que habita en las personas y en los medios que ciertos grupos tienen para alimentarla y vivir de ella y para ella.

La maldad es una deidad generosa que sabe recompensar a sus allegados pero que exige a cambio un pago muy alto. Las diversas técnicas o estrategias narrativas que emplea Mariana Enríquez vuelven aún más completa la obra.

Desde la narración en retrospectiva, hasta la adaptación de uno de sus relatos dentro de esta novela; se trata de la historia de La casa de Adela, un texto original del volumen de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego. De igual manera, se incluye un informe periodístico, el falso reportaje que una periodista se encuentra investigando sobre la extraña desaparición de una niña acontecida años atrás. Algunos tópicos clásicos del terror se encuentran presentes en la obra, como el terror psicológico y las casas embrujadas.

Por último, haré mención de la correspondencia entre esta obra y El invierno del lobo (2015) de John Connolly, en donde una comunidad de Maine, llamada Prosperous, descendientes directos de un grupo de colonos protestantes que arribaron a Estados Unidos procedentes de Inglaterra (sí, igual que los del Mayflower) también realizan un extraño culto a una deidad demoníaca en una iglesia antigua que fue traída en el mismo barco piedra por piedra para volver a ser edificada en América; recinto en el que habita una terrible deidad que debe ser alimentada con personas para que Prosperous siga haciéndole honor a su nombre.

En efecto, la maldad, tanto en la obra de Mariana Enríquez como en la de Connolly, es un ente caprichoso que recompensa generosamente a sus iniciados pero que a cambio exigirá ser bastante bien alimentado; recordándonos aquello de que todo imperio está construido sobre la sangre de sus víctimas. Creo que lo verdaderamente terrorífico sería descubrir que bajo cualquier deidad se escondiera un ente hambriento, pero eso ya es otra historia. 

‘Pretend It’s a City’: la legendaria Fran Lebowitz en acción

Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |


Recuerdo haber visto una entrevista de Fran Lebowitz hace un par de años en donde hablaba sobre lo mucho que detesta subirse a un avión, pero en especial, el único vuelo que ha hecho a Australia. “Es el vuelo más largo en toda mi vida y, por lo tanto, el mayor tiempo que he pasado sin fumar. Fue horrible, parecía una niña preguntándole a cada rato a la aeromoza si ya habíamos llegado y me miraba con cara de ‘estás loca, apenas llevamos 4 horas’. Deduzco que las únicas personas que viven en Australia son aquellas que no tuvieron el valor de enfrentar el vuelo de regreso”. Ese fue mi primer acercamiento consciente con Fran y automáticamente, me pareció una mujer en extremo genial, cruda, divertidísima y sin miedo a decir exactamente lo que piensa. Por eso, cuando andaba navegando por Netflix el mes pasado y apareció el tráiler de ‘Pretend It’s A City’, inmediatamente me impacienté a que se estrenara.

Si no conocen quién es Fran Lebowitz, lo harán (y muy bien) a través de la serie documental de siete fabulosos episodios llamada ‘Pretend It’s A City’, dirigida por el buen Martin Scorsese, amigo de toda la vida de Fran. La amistad entre el cineasta y la autora tiene una muy peculiar y fabulosa dinámica que traspasa la pantalla y de inmediato lo contagian a uno con sus divertidas interacciones (Martin simplemente no puede parar de reírse como histérico en cada intervención que hace Fran). La serie es una especie de tributo a Nueva York desde el punto de vista de este par de neoyorquinos setenteros; un pequeño recorrido por la Gran Manzana acompañada de la perspectiva humorística sarcástica y oscura de Lebowitz quien discute temas diversos como el trabajo, el transporte, el arte, la literatura, el sexismo etc. El título de la serie por supuesto es de la autoría de Fran, cuya relación amor-odio de más de cincuenta años con Nueva York, la ha llevado a ser una de las autoras estadounidenses más reconocidas y una oradora pública altamente solicitada. “Es lo que quise mi vida entera: que la gente preguntara mi opinión sobre las cosas y no tuvieran derecho a interrumpir”.


La historia de Fran con Nueva York surge en 1969, cuando una joven Lebowitz decide abandonar Morristown, Nueva Jersey para aventurarse a vivir a la Gran Manzana, una decisión que ultimadamente le cambiaría la vida por completo. Buscando un lugar seguro para escribir poesía y vivir abiertamente su homosexualidad, Fran trabajó de todo un poco antes de ser contratada por Andy Warhol (sí, EL Andy Warhol) como columnista de la revista ‘Interview’. Los trabajos iban desde ser señora de limpieza, chofer, taxista y escritora para pornografía. Hasta que se dio cuenta (como a much@s nos pasa) que simplemente NO le gustaba trabajar y debía conseguirse alguna actividad que le brindara la remuneración suficiente para vivir cómodamente en Nueva York. Cuando comparte esta historia en la serie documental, les juro que solté una carcajada ENOOORME porque parece que me estaba escuchando a mí misma. Y no es broma, en más de una ocasión mi mamá y mi hermana volteaban para decirme lo mismo: “parece que te estamos escuchando hablar”. Compartimos el odio a le gente, la intolerancia a todo y a todos, la frialdad para decir las cosas… para mí no hay un cumplido más grande y grato, que ser comparada con la magna Fran Lebowitz.

Antes de trabajar en la revista de Warhol, con el que nunca se llevó bien, trabajó en la revista ‘Changes’, cuyos contenidos eran básicamente políticos y culturales en tono chic; dicha revista fue fundada por Susan Graham Ungaro, la cuarta esposa del jazzista Charles Mingus. ¿Se imaginan? Después de otros trabajos en revistas, publica su primer libro titulado ‘Metropolitan Life’ en 1978 y luego le sigue ‘Social Studies’ en el 81; ambos son una colección de ensayos sarcásticos en donde narra las constantes irritaciones y frustraciones de vivir en el Nueva York de los años 70s. Acto seguido, Fran se convierte en una celebridad local, frecuentando el famoso Studio 54, constantemente asistiendo a fiestas, conociendo y codeándose con la crème de la crème del medio artístico y cultural. Y así es como básicamente, Fran se convierte en leyenda y en un fashion icon, le pese a quien le pese. *suspiros bonitos*

A la edad de 70 años, uno creería que Fran ya no encuentra motivos para continuar quejándose, pero Lebowitz nos demuestra en efecto, que sí es posible. Las pláticas con Scorsese en ‘Pretend It’s a City’, funcionan como una especie de ‘stand up’, similares a las que tuvieron en el documental de 2010 ‘Public Speaking’ en HBO, también dirigido por Martin. Pero, el mismo Scorsese platica en su reciente entrevista con Jimmy Fallon, que sintió mucha más libertad a la hora de estructurar, filmar y editar esta reciente docu-serie.

“Quería que se sintiera como una especie de irrupción de Fran a nuestros hogares y que nos ‘vomitara’ sus pensamientos sin tapujos”.

Martin Scorsese

Podemos disfrutar de las pláticas/entrevistas de ambos, mientras se entrelazan imágenes de la ciudad, conversaciones, pláticas y otras entrevistas que Fran ha tenido en auditorios, programas de televisión y de radio, y uno que otro cameo interesante.


Una de las tantas ‘peculiaridades’ de Fran es que, por convicción propia, no forma ni le interesa formar parte de la era digital: no tiene celular, ni computadora, ni iPads, ni nada por el estilo. Vaya, ni siquiera llegó a tener una máquina de escribir, sus libros los ha escrito a mano. A mediados de 2019, cuando ‘Pretend It’s a City’ andaba en producción, Fran admite en otra entrevista con Jimmy Fallon: “Nunca voy a verla, porque no tengo Netflix”, a lo que Fallon le discute: “Pero, ¡TIENES QUE VERLA! Apareces en ella”. Y Fran, siendo Fran responde: “¿Y eso qué?”. Agradezcamos a Netflix y a Martin Scorsese por regalarnos una nueva plataforma en donde podamos ver, admirar y escuchar las múltiples quejas de Fran Lebowitz y así llegar a una audiencia mucho más amplia y joven que tal vez no la conozca y que, como yo, comparta mucho de su sentir y pensar. Por favor, ¡no se la pierdan!

Las olas rompen: poema-elegía a Allen Ginsberg

Por Lawrence Ferlinghetti


Allen Ginsberg se está muriendo
dicen los periódicos
los noticieros
Un gran poeta está muriendo
Pero su voz
no morirá Su voz está en la tierra
En Lower Manhattan
en su propia cama
está muriendo
No podemos
hacer nada
Está muriendo la muerte que todos mueren
Está muriendo la muerte que mueren los poetas
tiene un teléfono en la mano
y desde su cama en Lower Manhattan
llama a todos
Tarde en la noche
en todos los lugares del mundo
el teléfono suena
“Habla Allen”
dice la voz
“Habla Allen Ginsberg” Cuántas veces han escuchado esa voz
en todos estos grandes años
No tendría que decir “Ginsberg” En todo el mundo
en el mundo de los poetas
solamente hay un Allen
“Quería decirte” dice
Les dice lo que sucede
lo que se le viene
encima
La muerte la amante oscura
se le viene encima
Su voz viaja vía satélite
sobre la tierra
sobre el mar de Japón
donde un día él se alzó desnudo
tridente en mano
un hombre joven de barba negra
como un joven Neptuno
de pie en una playa de piedras
Hay marea alta y las aves marinas lloran
Las olas rompen contra él
y las aves marinas lloran
en la costa de San Francisco
Sopla un viento fuerte
hay olas enormes
azotando el Embarcadero
Allen está en el teléfono
su voz está en las olas
Yo leo un libro de poesía griega
en donde está el mar
y los caballos lloran
donde los caballos de Aquiles
lloran
aquí junto al mar
en San Francisco
donde las olas lloran
Hacen un sonido sibilante
profético
Allen
susurran
Allen


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