Black Marble: cosas inmateriales

Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez 


No sé si lo ha notado, pero la música parece tener más volumen con el paso del tiempo, casi como un grito intencional de los discos que ruegan ser escuchados. Y después está Black Marble, con un disco que pareciera estar diseñado para perderse entre lo rápido de nuestro día, como un respiro a todo el estrés que nos aguarda al cerrar los ojos. It´s immaterial, es el segundo disco producido por Chris Stewart,  y lanzado por Ghostly International; es este respiro de todo, con tracks envueltos entre sonidos tan extraños como nostálgicos.

Lanzado en 2016, tomando inspiración del post-punk; Black Marble usa el reciente género del synth-pop como un medio para crear imágenes con la melodía de una guitarra, un bajo y una variedad amplia de efectos electrónicos que asignan profundidad a las letras, que si bien, parecen solo mantener un ritmo oral y no el de un significado, son una de las partes más disfrutables del disco.

A lo largo de los 11 tracks que lo componen, al traducir las letras podemos encontrar una historia extraña separada en dos partes, la amorosa y personal, que al igual que las melodías, parecen tener una regresión constante entre recuerdos difusos por la distorsión temporal y en algunos casos, la musicalidad en cada verso. Con ejemplos claros del trabajo sonoro como en Frisk y de la difuminación musical en Collene.

Para aquellos que estén relacionados con el género o incluso, sepan de algunos álbumes post-punk, encontrarán agradables el juego del bajo y el sintetizador alternando el papel activo en cada canción, resultando excelente para cerrar los ojos e intentar adivinar cada uno de los instrumentos de la grabación, sintiendo cada golpe de batería en el efecto estéreo, cada voz a la distancia y el bajo justo detrás de nosotros.

It’s immaterial, es una de esas joyas silenciosas que aparecen de vez en cuando entre las playlist derivadas del rock. Un álbum que desde que lo descubrí, me logró enganchar por la tranquilidad que puede transmitir entre cada canción, cada uno de los juegos entre la tristeza inducida por mirar el techo y pensar cosas que uno no debería tocar antes de dormir.

Es increíble que la música, y sobre todo un álbum, tenga ese poder sobre nosotros, y sin temor a equivocarme, diría que Black Marble es ejemplo de ello. De que mucho de lo que somos parte de las experiencias sensibles que podemos experimentar al escuchar un disco lleno de sintetizadores e instrumentos casi psicodélicos.

En general, creo que es una muy buena forma de entrarle a los nuevos géneros que se han desarrollado en los últimos años, y sobre todo, una experimentación con nosotros mismos para conversar en el silencio, mirando el techo solos o junto con alguien, esperando que la música redescubra las partes que ignoramos entre el ruido constante de la vida postmoderna.

Letrinas: Sospechaba


Sospechaba
Por César Zetina Peñaloza

Los manierismos, los pensamientos felices y repetitivos, aunados a una súbita transición de personalidad sosegada y taciturna a una alegre y rebosante, fueron de mi interés y el de sus cercanos. Como amigo suyo, sospeché que eso era un cambio extraño y, sin su consentimiento, comencé a ver qué era lo que pasaba ya que, nunca me brindó en sí una explicación o cuando apenas tocaba el tema, lo cortaba abruptamente. Una tarde de viernes mientras arreglábamos su coche, me di cuenta de una marca larga y profunda en su pierna, parecida a una quemadura reciente. Al preguntar, musitó molesto.

Entonces, comencé a verlo salir por las mañanas, agitado, entrando al granero y saliendo con un balde metálico que depositaba en el interior de la cajuela de su camioneta. En las tardes, asistía a la parte más alejada del lago y con el balde en mano, registraba el fangoso suelo, en búsqueda de pescados muertos. No entendía su obsesión con ese alimento pútrido y poco nutritivo que se repetía al menos cinco veces por semana… Nunca lo entendí hasta hoy, hoy que estoy sudando frío mientras veo a aquel calamar medio moribundo. Su apariencia me repugna, pues de cada tentáculo salen alas como las de un cuervo, negras como carbón. De los lugares donde deberían estar las ventosas, miles de picos de pájaro se asoman. El ser parecía sufrir mientras se aferraba con sus tentáculos al brazo de mi amigo postrado en el suelo, consolándolo, por la herida de mi escopeta.

-¡Aun así sufres por él, después de que sólo te uso para sobrevivir! –grite, despabilándolo.

Él sólo respondió con una melancólica sonrisa: él… era el único que no me hacía sentir solo.

Y dos tentáculos salieron de su pierna.


Dos jóvenes. Ajá. Afroamericanos. Ay no. (Hot L.A. o del racismo)

Por Parraguirre


Los errores en la historia de la humanidad son necios y tienden a repetirse. En Hot L. A. de Horacio Altuna, podemos dar cuenta de ello. Las cuatro historias breves que componen este trabajo de narrativa gráfica, están situadas en los hechos acaecidos en la ciudad de Los Ángeles en 1992, en un evento conocido como la revuelta de Rodney King (aunque, también pudieron haber sucedido tras la muerte de George Floyd el pasado 2020, por ejemplo. Lo dicho, la historia es terca).

Altuna, con una narrativa vertiginosa, y una gráfica contundente –que logra transmitir el desorden y desconcierto que atraviesan los personajes y la ciudad misma–, nos muestra el derrumbe moral y ético que impera cuando la violencia se impone. En el primer relato, que sirve como preámbulo de lo que está por detonar, un par de jóvenes afroamericanos, que han resistido a caer en las pandillas y las drogas, son conscientes de la miseria y marginalidad en la que habitan. Pero la tensión de la realidad en la que viven, ante la que se les impone, los obliga a buscar alternativas. “¡Yo quiero lo que me ofrecen en la tele, güey!”, dice uno de ellos.

En otro relato, uno de los personajes reclama: “¡Los blancos se han adueñado de nuestra cultura, de nuestra música, de nuestras raíces! ¿Qué hemos recibido a cambio?”. Lo anterior se sabe de sobra, con casos como el del blues y el jazz, que fueron géneros musicales marginados en sus inicios, al ser interpretados por afroamericanos. En cuanto los blancos comenzaron a apropiarse del estilo, esa música subió de categoría, para –en la actualidad– ser considerada de prestigio. Lo que me remite a lo escrito por Irene Herner en su libro Mitos y monitos:

“La cultura manejada por las instituciones culturales dirigida por los opresores, ya sea colonialistas o clasistas, no refleja más que el lado formal de un arte que antes fluía del contenido de una realidad social”.

La mayor parte de los relatos están atravesados por esta dicotomía racista entre negros y blancos, salvo la historia número tres, donde el conflicto se presenta dentro de las propias pandillas de afroamericanos, y la violencia alcanza su cúspide, pues ante la brutalidad y el desconcierto no hay bandos a los que asirse. Como proclamó Frantz Fenon: “Para nosotros el que adora a los negros está tan «enfermo» como el que los abomina. A la inversa, el negro que quiere blanquear su raza es tan desgraciado como el que predica el odio al blanco”.

En el último relato, narrado en voz off, con una prosa poética muy bien lograda entre imagen y texto, se hace un balance derivado del entrecruzamiento de negros, blancos, asiáticos, y latinos, que habitan un mismo territorio. La síntesis a la que llega el autor es una invitación a repensar en nuestro humanismo, es decir, la manera en que convivimos con los otros.

El trabajo de Altuna goza de vigencia en estos días (por desventura), ya que los conflictos raciales parecen estar en boga, y no solo desde fuera, como los movimientos de Brexit y Black Lives Matters sugieren, sino al interior de nuestro propio país, pues como dice Irene Herner: “El racismo, así como el clasismo –pues de alguna manera todas las formas de opresión se relacionan–, están presentes y lo estarán en la medida en que sobreviva la organización social que los sustenta”. Y para hablar de clasismo México se pinta solo. En fin, poner de nueva cuenta el tema del racismo/clasismo sobre la mesa es muy necesario, y hacerlo desde el lenguaje de la narrativa gráfica, también resulta significativo. Les invito a dialogar con esta obra, para evitar que la historia se siga obstinando.

*Horacio Altuna, Hot L. A., Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2020, 54 pp.


Bruce Nauman y el encierro

Escritos desde la azotea | Por Adrián Carpio

Una de las características más debatibles del arte contemporáneo está en su temporalidad, pues pareciera se trata de un arte sujeto a condiciones mediáticas, pero hoy, a poco más de cincuenta años de haber sido creada Walking in an Exaggerated Manner Around the Perimeter of a Square, probablemente, la obra adquiere más sentido que antes.

Filmada en formato blanco y negro con una duración de diez minutos la obra sugiere precisamente eso, un recorrido, por parte del artista, de forma exagerada sobre el perímetro de un cuadrado dibujado en el piso del estudio, primero hacia adelante, luego hacia atrás. Dos de los elementos más importantes de esta pieza son el encuadre y el desdibujamiento del concepto de intimidad; el primero, al no captar la totalidad del cuadrado, propone la idea de un espacio ficticio donde la imaginación es la encargada de completar la figura; la segunda, una relación íntima entre el artista y el espectador donde la obra se convierte en una especie de ventana que los conecta y permite ver hacia dentro de aquello que antes fue privado, el estudio.

¿Cómo nombrar ese espacio donde sucede todo? Probablemente la actividad más importante del ser humano sea la del caminar ya que nos permite no solo trasladarnos de un lugar a otro, sino efectuar un reconocimiento del medio ambiente, interactuar con lo que nos rodea; el caminar es conocer, pero también comunicar. Es normal, pues, que el lugar ideal para realizar esta actividad sea el espacio público, pero ¿qué ha sucedido con esta acción desde el inicio del confinamiento? A partir de que la pandemia se implantó como un nuevo régimen, me he preguntado constantemente acerca de los espacios que debimos replantear, reinventar o rescatar para escapar de la monotonía que representa el estar encerrado en nuestro bunker/habitación.

Para todos aquellos a los que nos ha tocado la fortuna o desgracia de experimentar una especie de cuarentena extendida donde, a excepción de unas contadas ocasiones, las salidas a la tiendita de la esquina por suministros para la semana constituyen el único contacto con el exterior, la novedad en los recorridos dentro de nuestros espacios (que curiosamente son cuadrados; habitaciones, celulares, computadoras) se limitan a las diferentes formas en cómo caminamos alrededor de ellos; quizá, en los últimos meses, de forma exagerada.

El arte simula la vida cotidiana. Probablemente cuando Nauman creó esta pieza lo hizo en función de conceptualizar lo que representa el estar encerrado en un espacio que es, literalmente, un mundo desde el cual puede proyectarse (como él mismo declaró) ante una especie de vacío que representa la pérdida del contacto con lo exterior; existe en el video una fusión entre lo privado y una necesidad imperativa de “seguir adelante”, ¿acaso no es la dinámica bajo la cual nos relacionamos hoy en día? Bajo la lógica de un “peor es nada” gran parte de la población actual nos hemos visto inmersos en una experiencia similar donde el trabajo o estudio a distancia ha desdibujado los límites de lo privado, y la forma en como interactuamos (los fondos de pantalla en teams, por ejemplo) se presume como un intento de caminar de forma diferente, tal vez exagerada, a través de esta realidad contingente donde, además, los cuerpos deben ser completados desde la imaginación o el recuerdo.

Sesiones Colocadas: Gary Espíndola

La realidad ficticia de George Romero


Por Jorge Tadeo Vargas

When there's no more room in hell, the dead will walk the earth.

George Romero

 

Soy de la generación del video, del cine en VHS, de esa generación de ir al videoclub como si fuera ir a una biblioteca y buscar entre cientos de títulos –si es que tenías suerte y el video club de tu barrio era lo suficientemente grande- la película que querías ver.

Las películas se acomodaban de la siguiente forma: en primer lugar los estrenos que estaban justo frente a la entrada para que los vieras en cuanto entrabas. Muchos de estos no se estrenaban en el pequeño cine de tu ciudad, incluso algunos ni en los cines de las grandes ciudades. Las demás películas se acomodaban a criterio del empleado del lugar: acción, comedia, drama, cine europeo –si el negocio lo tenía- y al menos en el que yo conocía hasta el final, en el espacio más escondido, junto a la puerta con la cortina que separaba el porno de los otros géneros, custodiado por los thrillers estaba el cine de terror con todas sus variantes donde no había una clasificación para ellas, bien te podías encontrar un slasher a un lado de una película de fantasmas al menos que corrieras con suerte y algún empleado fuera fan de este género entonces sí había una clasificación meticulosa.

El proceso de rentar por 24 horas una película era todo un ritual, al menos lo era para mí. Entraba a la tienda pasaba horas buscando, escogiendo, leyendo el resumen de la película en la parte trasera de la caja para darme una idea clara. Muchas veces ya sabía que quería e iba directo por ella esperando que estuviera disponible. En un espacio de este tipo en un video club, no en las salas de cine fue donde inició mi “adicción” a las películas.

El poco que llegaba a las salas entre la década de los ochenta y noventa era casi siempre malo blockbuster sin ofrecer algo más pero en los videoclubs podías conseguir hasta lo inimaginable. Así pude ver Halloween de John Carpenter, Hellraiser de Clive Barker, Alien de Ridley Scott, Braindead y Bad Taste de Peter Jackson, las tres de Evil Dead de Sam Raimi y una que me impactó mucho más que las mencionadas arriba, convirtiendo el género de zombis en mi favorito: Night of the Living Dead de George Romero.

Me gusta el cine de terror en general, aún recuerdo no haber dormido en días después de ver Nigthmare on Elm Street, recuerdo la sensación de asco, miedo y risa involuntaria con la saga de Evil Dead, ésta última con su tercera parte es una influencia clara en muchas series de televisión de dragones y caballeros aunque no se diga abiertamente. Sin embargo los zombis tienen un encanto particular para mí desde que con doce años vi Dawn of the Dead llevándome a buscar en el videoclub cerca de mi casa y después en otros más lejanos todo lo que hubiera de este subgénero y a pesar de la genialidad de Fulci, de D’ Amato, incluso del propio Peter Jackson, George Romero fue y sigue siendo mi favorito.

Su estilo de filmar lento, a medias, sin prisas, dan a sus películas la desesperación suficiente para saber en todo momento que los humanos tienen perdida la batalla contra los No Muertos, alienados, solo buscando sobrevivir desde su propia e inerte realidad.

Con el paso del tiempo llegué a ver las primeras películas de este subgénero como White Zombi (Calperini, 1932), The Plague of zombis (John Gilling, 1966) el inminente apocalipsis que introdujo Romero con Nigth of the Living Dead y que fue puliendo con sus sucesoras hasta llegar a su última película Diary of the Dead, creando con esto el escenario perfecto que aún a la fecha se mantiene.

Mentiría si dijera que con las primeras películas de Romero que vi entendí su crítica social que está implícita en toda su obra, esto lo supe al volver a verlas al menos las que vi en la década de los ochenta e inicios de los noventa. Lo entendí en mi adolescencia, ya con más información en mi cabeza me quedó claro que la realidad que se planteaba en sus películas es muy contrario a lo que hoy en día significa ser zombi, donde lo han convertido en una moda con sus días del zombi, sus desfiles, con las series de televisión, popularizándolas en el mal sentido, tenemos zombis que evolucionan, que se organizan, que se comunican, que hablan.

Para Romero un No Muerto era un ser alienado, que camina intentando sobrevivir sin la capacidad de cuestionar, los humanos son los supervivientes, los marginados, los que rechazan ser como la manada y están dispuestos hacer lo que sea para no convertirse para mantener su individualidad, claro, esto siempre tiene un costo y queda claro en cada una de sus películas, los humanos tienen que luchar contra los No Muertos y contra la misma dinámica del poder, de la avaricia, del egoísmo.

Otra de las críticas de Romero son los culpables cualquiera que sea el escenario. La crítica que hace con culpables muy específicos se observa desde el inicio, ya sea contra el racismo, la guerra, el consumismo, la individualidad egoísta, los fraccionamientos cerrados o los medios de comunicación; el común denominador es el sistema de clases, los gobiernos, las corporaciones transnacionales, la gente con poder económico.

En cada una de las películas que Romero filmó, evidenció que el sistema de clases fomenta un individualismo egoísta, la segregación. El miedo a lo diferente es el culpable de la inminente derrota de la humanidad contra los No Muertos. Muy similar a lo que vivimos donde a los diferentes se les ataca, donde se niega la diversidad, donde no podemos ponernos de acuerdo y ganan nuestros prejuicios.

La forma en que se ve a los zombis ha cambiado desde aquel 1968 que transformó por completo a los muertos vivientes. Ahora ya tenemos series de televisión muy exitosas con grandes presupuestos y producción, tenemos libros, comics, películas blockbuster. Ya son parte de la cultura pop actual y como tal son un producto de consumo más.

Muy lejos ha quedado aquel intento de crítica social que Romero inició tratando de hacer una analogía de la realidad con esta ficción en particular y aunque aún existen algunos intentos que se salvan como Z-Nation (Karl Schaefer y Craig Engler, 2014) Train to Busan (Yeon Sang-ho, 2016) The Girl with of Gifts (Colm McCarthy, 2016) incluso algunas utilizando la comedia como parte de esta crítica, como Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004), Juan de los Muertos (Alejandro Brugués, 2011) o la más reciente de Jarmush, Dead Don't Die (2019).

La asimilación de los zombis en la cultura popular se llevó esa parte contestataria, convirtiendo al subgénero en un No Muerto que solo busca que asimilemos el sistema como la única salida posible.

El autor: Jorge Tadeo Vargas - Activista, anarquista, biólogo y panadero casero.

Tigres blancos de la India

Por Fernando Juárez


En fechas recientes Netflix agregó a su catálogo la galardonada película El tigre blanco (The White Tiger), dirigida por Ramin Bahrani basada en el libro homónimo escrito por Aravid Adiga, dicha obra fue considerada un best seller por el New York Times y actualmente ha tenido buena aceptación en los festivales donde ha sido exhibida.  

A grandes rasgos, la historia narra la vida y progresión en la escala social de Balram, un joven de orígenes humildes quien sufre diversas situaciones durante toda la película viviendo en un conflicto constante entre sus intereses personales, la tradición y la desigualdad social imperante en aquella nación asiática.

Me encantaría dar detalles al respecto de la trama, pero no puedo hacerlo sin spoilers, sin embargo puedo decirles que es una de las películas imperdibles en esta temporada, donde se puede ver cristalizado el equivalente al sueño mexicano de dejar la clase obrera comprando unas placas de taxi o siendo chofer de alguna plataforma.

Quisiera aumentar un poco su alacena de datos inútiles explicando un poco la sociedad que es retratada en la película. La India desde hace mas de 2500 años cuenta con una división en castas denominado Varna, donde se clasifica a la población en Brahmins (religiosos), Kshatriyas (gobernantes o guerreros), Vaishyas (artesanos o mercaderes) y Shudras (trabajadores). Desde 1800 la división se acrecentó con el sistema Jat, donde además de tomar en cuenta las primeras cuatro divisiones ahora también se subdivide de acuerdo a el oficio u ocupación de la familia.

Las grandes ciudades han sido diseñadas para que las castas más elevadas se encuentren en el centro de las urbes y tengan acceso a todas las comodidades y servicios, mientras que las castas más bajas son relegadas a la periferia, es más que obvio que dar un salto en la escala social es algo muy poco probable ya que el sistema así ha sido diseñado… algo así como en México, pero en otro idioma.

Pero antes de que caigan aún más profundo en la depresión permítanme comentar que desde 2005 se han promulgado en la India diversas leyes en favor de las castas sociales inferiores y poco privilegiadas, curiosamente dichas leyes han creado una especie de círculo vicioso donde es más conveniente vivir en la precariedad porque así se obtiene un mayor acceso a programas sociales y apoyo económico gubernamental.

Es curioso que una nación como la India que inclusive cuenta con una organización de investigación espacial, que en el año 2021 enviará la misión Gaganyaan con un presupuesto de mil 400 millones de dólares y que desde el año 2018 ha sido clasificada como la próxima superpotencia económica, continúe aún inmerso en costumbres tan arcaicas.

Por cierto, las películas de dicho país son llamadas cine de Bollywood, la mayoría son copias de filmes occidentales de acción o romances sumamente cursis, existen grandes estrellas como lo son: Aamir Khan, Anushka Sharma, Katrina Kaif y Shah Rukh Khan. Todas las películas donde aparecen se vuelven éxitos de taquilla, pues no hay tantas opciones de entretenimiento y además hay que recordar que son el segundo país más poblado del mundo.

En fin, si quieren pasar un buen rato y explorar un poco más de Bollywood les recomiendo las siguientes películas que se encuentran actualmente en Netflix junto a sus referencias originales de occidente: Jab Harry Met Sejal (When Harry Met Sally), Mary Kom (Million Dollar Baby), Udta Punjab (Ciudad de Dios).


John Frusciante: de un paso a la muerte a otro al amor

Por Jorge Augusto Pérez Peña


John Frusciante estuvo internado en una clínica de rehabilitación desde noviembre de 1997 hasta abril de 1998, fecha en la que Flea, lo invitó a volver a los Red Hot Chili Peppers, luego del fracaso del One Hot Minute.

El posterior éxito del Californication, lanzado en 1999, es un tema al que difícilmente se podría aportar algo nuevo, sin embargo, durante las grabaciones del mismo, llevadas a cabo en las casas de los miembros de la banda, el guitarrista compuso un álbum profundamente personal en el que vertió sus experiencias anímicas, y las alucinaciones de las cuales fue objeto durante su proceso de desintoxicación; el trabajo discográfico del que versa este texto fue publicado el 13 de febrero de 2001, y su autor lo tituló To Record Only Water for Ten Days, porque es una oración que se puede interpretar como "grabar agua durante diez días", o "para grabar, agua durante diez días".

Esta segunda traducción es más coherente con las corrientes filosóficas que, en entrevistas para la radio estadounidense, ha compartido lo han influenciado, como la de Jiddu Krishnamurti, un filósofo proveniente de la India, que nunca escribió un libro, pero del cual, sus estudiantes transcribieron conferencias, y las convirtieron en su obra literaria.

Krishnamurti, argumentaba, entre otras cosas, que prácticas ascetas, como el ayuno, la abstinencia onanista, e ingerir solo agua durante varios días, llevan a un estado elevado de consciencia.

Por otro lado, el sonido del agua corriendo en el río, es uno de los elementos sonoros que la filosofía del zen poetiza para lo que llama "disolver el ego", por lo que desde el título, este álbum habla de la búsqueda de una trascendencia espiritual, y corpórea, es decir, la conexión del que creemos ser, con la esencia más pura de nuestro ser, sin sus abolladuras, cuarteaduras, ni fisuras, en suma, ese que hubiéramos sido de no haber estado tanto tiempo en ese campo de batalla que llamamos hogar, libre de influencias identificatorias y ambientales.

La purificación espiritual es un tema que inspiró a John Frusciante para abordar aquellas cosas de la vida a las cuales le pareció vale la pena aferrarse, especialmente en un momento en el que la melancolía y la depresión parecen invencibles.

Estando cerca de perder la vida por su adicción, se aferró al amor que había perdido por sí mismo y produjo un álbum con una estética sonora lo-fi, que exploró por primera vez, al menos para el artista en cuestión, la combinación de sonidos del synth-pop, synth-wave y blues. Innovador para quien sea, en pleno 2001, año del lanzamiento de esta considerada joya en su discografía, según lo comentado por sus fans en diversas discusiones de Reddit.

Entre las letras donde se hacen más explícitas las influencias de las corrientes filosóficas anteriormente mencionadas, está la de "Going inside", traducible como "yendo hacia dentro", en la cual habla de buscar quién eres mediante la práctica de la meditación, y contemplar la vida sin el velo de las expectativas; algo evidentemente sacado del zen.

En "With no one's" habla de disolver lo que él llama "oscuridad interna", y así limpiar el alma por medio de los pensamientos; de nuevo, una letra influenciada por filosofías de oriente y medio oriente.

Como ejemplo final, mencionaré "Someone's", una canción que va del amor, una de las cosas que más elevan nuestro instinto de vida, y que nos hacen superar la etapa narcisista del ego.

"Someone's", que es la segunda pista de este álbum, trata de una canción en la que John Frusciante describe la sensación divergente de sentir un amor profundo por una persona, pero al mismo tiempo la certeza de que ese amor es tan hermoso como frágil, tanto que cualquier mal movimiento lo puede disolver, sin embargo, eso significa que todo el amor del mundo, eterno, por naturaleza, es este mismo instante singular e irrepetible.

«Esto no es una canción de amor», es una novela de rock en vivo


Cortejando la ruina | Por Juan Mendoza

            

Estaba en la página de Paraíso Perdido buscando comprar la novela The Empire del portugués Joao Valente traducida por Ave Barrera, aprovechando que era semana de FIL y tenían descuentos. Descubrí que si la compraba en “paquete rockero” recibía un muy buen descuento y me hacía de otros tres libros. Así fue que una semanas después llegó a mí un ejemplar de Esto no es una canción de amor, novela de Abril Posas que fue editada en noviembre de 2020 y que ya la leí, incluso antes que The Empire.

Y descubrí que es una novela de nostalgia. Una oda de amor a la década de los noventa.

            Mi voz interna me dice: ¡No puede ser una oda al amor, juanito! ¡el título lo dice!

Y sin embargo lo es.

Aunque también es una novela iniciática, que también tiene despedidas. De desencuentros y pérdidas que llevan a nuevas relaciones, aunque no necesariamente buenas relaciones. De desapego, pero también de empatía. De haters en Twitter y un ocasional pogo en una tocada punk.

Y de dos cosas que particularmente me interesa subrayar:

1.- Está novela es un rock en vivo.

Un concierto en un bar pequeño de un grupo de covers que durará hora y media que abre con Ring of Fire de Johnny Cash y cierra con Club de Fans de John Boy de Love of Lesbian, revisando por igual Mulder & Scully de Catatonia o Half a person de los Smiths y mientras tanto pasa de todo y al mismo tiempo no pasa nada. Y esto me lleva a pensar en aquella literatura en castellano que tiene bandas de rock, ficticias o no, como protagonistas en la historia. Mencionaré a los Suásticos en De Pérfil de José Agustín, Outsiders de El Ritual de la Banda de Fidencio González Montes, Los Coyotes Hambrientos en el Blues del Chavo Banda de Eduardo Villegas, La Móndriga Crisis en Matar por Ángela de Hugo García Michel (ésta inspirada en La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio), Los Hijos del Ácido en Las Jiras de Federico Arana, Filia en Fuimos una Banda de Rock de Enrique Escalona,  La-Banda-de-la-que-nunca-conocemos-el-nombre donde milita Diego Iturrigaray en Polvos de la Urbe de Víctor Roura, La Maquinita de Pachuca en Diario Íntimo de un Guackarroker de Armando Vega Gil, Las Ratas de Coyoacán en Rocanrol Suicida de Rogelio Flores, Los Desesperados en la novela homónima de Joselo Rangel, Las Duelistas en Rompepistas de Kiko Amat o Los Tampones en Tratado de Hortografía de Patxi Irurzun. Todas giran, en menor o mayor proporción, en una banda que compone música original.

Pero no había, hasta la fecha, una novela de una banda que toque covers de las que existen miles. Los Incómodos se hacen llamar y esta historia es lo que pasa por la cabeza de Romina, cantante de la banda, alrededor del último show. No hay grandes giras de despedida, ni anuncios previos, ni onerosas ventas de boleto. Un integrante dejará la banda y tendrán su ultima tocada antes de su partida. Y eso quizá no le importé más que al pequeño universo que se forma cuando tocan en el estrado para algunas personas que nunca se enterarán de que algo está muriendo para siempre. Como ha pasado por toda la vida con las bandas de covers. Como le pasa a Rom, la protagonista de esta novela, que nos lleva a la otra cosa que voy a subrayar (alerta de spoiler que no es spoiler porque lo sabemos desde que inicia la novela):

 2.- El fuerte vínculo maternal de Rom.

Cuando leí la novela, la madre de Romina había muerto trece años atrás, y ella desconocía que todas esas cosas que hacían juntas, como pequeños rituales, con el tiempo afinarían mucho ese vínculo; eso hace más y más complicado dejarla ir. Cuando leí la novela mi madre aún vivía. Y desconocía lo mismo que Romina. Quizá por eso es que ahora noto ese vínculo fortísimo que se mantiene intacto y presente en toda la novela, porque al igual que en nuestra novela que es la realidad, permanecerá durante toda la vida. En todas las cosas que hagas, a cualquier lugar que vayas. A menos que te llames Mersault y termines matando un árabe en una playa.

Cuando pensé en escribir acerca de ésta novela, mi madre aún vivía. Si hubiera escrito entonces quizá no le hubiera dedicado al tema más que alguna mención casi accidental. Pero mi madre murió hace pocos días. Escribirlo es fácil, pero supondrás (o sabrás) que es algo bastante feo. En la vida te encuentras con una montaña de cosas que impactan y mientras creces van siendo cada vez menos las cosas que llegan a sorprenderte. La muerte de alguien con llevas conviviendo algún tiempo es una de las que pega más duro. Sobre todo si es la muerte de alguno de tus padres. Quizá lo único peor a ese sentimiento sea la muerte de un hijo. Quizá.

          Tampoco se me ocurre mucha literatura en español dedicada a la presencia onírica de una madre fallecida. Quizá El Extranjero de Albert Camus. Pero Mersault no sabe ni cuando se murió su madre y pronto lo olvida. ­Quizá Canción de Tumba de Julián Herbert, pero durante la historia la madre está moribunda, más no muerta. Eso creo. Ya me lo dirán los que leyeron la ópera prima de Herbert, la neta es que no lo he leído porque no he podido conseguirla. También se agradecería que nutrieran la lista con novelas del tema que se me escapan o desconozco.

              Igual esas cuya trama tenga que ver con grupos de covers.

              Lo cierto es que su lectura me refirió a otra “primera novela”: Salida de Emergencia de Maira Colín. Novela editada por La Cifra en 2016 que habla sobre la inconsistencia de la cotidianeidad cuando es manoseada por las otras partes de la ecuación llamada amor, y demuestra que todas las relaciones amorosas son enfermizas. Su autora además de ser gran seguidora de los Pixies, también es la lead singer de la banda Los Burocratics. Ignoro si Abril y Maira se conozcan, si alguna vez compartieron cheve de una jarra oscura mientras escuchan canciones de pop inglés que salen de una rockola previamente alimentada con muchas monedas para no interrumpir el ritual con pausas inútiles. Definitivamente sus personajes lo harían. Imagino a Laura, Regina, Gabriel y Rubén liando algo y confabulando en el antro donde se lleva a cabo un concierto de Los Incómodos… y si no saben de que carajos hablo, sólo vayan a conseguir las novelas. Para que se animen cheedo: ambas se hermanan porque son libros con soundtrack muy similar.  

            Y para muestra, la liga al playlist de Esto no es una canción de amor, que descubro, tiene el mismo mood y se pueden complementar con el de Mi Reflejo en una Montaña Cubierta de Nieve, pero esa es otra historia.

Los Gypsies: rock sesentero entre Puebla y Chiapas

Por Polo Bautista

Existen numerosos grupos que lamentablemente no lograron registrar su música, las causas pudieron haber sido muchas e indefinidas. Pero su importancia y legado resultan suficiente como para darles una merecida mención en los anales del rock and roll mexicano.

Los Gypsies o Los Gitanos fue un conjunto poblano surgido presumiblemente en 1963. Por sus filas pasaron músicos importantes que hicieron ruido dentro y fuera del estado; así como predecesor directo de la afamada banda Los Frailes. Su primera alineación estuvo compuesta por Arturo Álvarez (guitarra), Enrique González “El Gallo” (guitarra), Ismael Espinoza “Donis” (trompeta), José Madrid “El Cherokee” (saxofón), Raúl Fernández “La Boa” (bajo) y Alberto Reyes “El Tles cuatlos” (batería). La mayoría pertenecientes al Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec (CENHCH).

Los Gitanos se formaron principalmente de dos conjuntos juveniles que no prosperaron, por una parte Los Golden Stars fundado por los hermanos Espinoza, del cual se desprendió Álvarez; y Los Fantasmas del Rock donde participó González, quien espoleó a sus compañeros del CENHCH para formar Los Gypsies.

Al comienzo existieron muchas carencias de todo tipo, principalmente lo referente a instrumentos, por ejemplo, González empleaba una guitarra acústica para rocanrolear, por otra parte, Álvarez fabricó su primera guitarra eléctrica y usó la consola doméstica a manera de amplificador, lo mismo Reyes que practicaba sus ritmos con cucharas. Sin embargo, fue el padre de González quien los apoyó para adquirir sus primeros instrumentos. Reyes recuerda: “A él (Enrique González) le sacó su guitarra, a “La Boa” (Raúl Fernández) le sacó su bajo, a Ismael Espinoza una trompeta… Y así comenzamos a tocar canciones, ya que me ofreció una batería”.

Sus primeros temas fueron covers de conjuntos nacionales encumbrados como Los Rebeldes del Rock, Los Locos del Ritmo o Los Teen Tops. Comenzaron su trayectoria musical de la forma habitual para cualquier grupo incipiente, localizaban fiestas, eventos y reuniones en los que pudieran exhibirse sin paga alguna. Su primera presentación ocurrió durante un festival celebrado en el parque Paseo Bravo.

De izquierda a derecha: Juan Guerra, José Luis Ricart, Arturo Álvarez, José Madrid y Alberto Rey.

Gradualmente se hicieron de renombre, hasta que alternaron con bandas angelopolitanas consolidadas como los Demonios del Rock y Los Blue Jeans, con quienes se organizaban para realizar tocadas y eventos. También se presentaron en restaurantes como Tropicana, lo mismo que clubes exclusivos, por ejemplo, La Lave al interior del Hotel Gilfer, de igual manera, el balneario Agua Azul y en todas las fiestas escolares.

Así transcurrió algún tiempo y aproximadamente en 1964 Reyes había dejado la batería para desempeñarse como vocalista. Su lugar lo ocupó Miguel Ángel Rosado “El Yuca”, un músico más avezado y con aptitudes de liderazgo. Según Reyes, fue gracias a Rosado que tuvieron la oportunidad de audicionar y convenir un trato para grabar, pero al mismo tiempo esto causó su separación: “Nos consiguió un contrato en México, en la RCA Víctor y yo iba como cantante, no iba como baterista del grupo, y yo pensé ‘Nos van a tronar’. Pero no… para no hacerla larga nos dicen: ‘Sale, firmen el contrato’. Y firmamos Los Gypsies. Pero entonces surgió ahí la semilla de los compañeros, que sí que no y fue cuando nos dividimos… que cada quien haga su grupo. Entonces Arturo Álvarez quien era el guitarrista se salió, y yo y ‘El Cherokee’, casi medio grupo se salió y medio grupo se quedó, que es cuando surgen ahí Los Frailes”.

De esta forma Los Gypsies se dividieron, por una parte Rosado y sus partidarios se reorganizaron para formar un conjunto nuevo llamado Los Frailes, integrado por Espinoza, Fernández y González; también integraron al ex Demonio Rodolfo Apango y José Arabi (vocalista). Ellos retomaron el contrato con RCA Victor, que culminó hasta donde se conoce en la grabación de dos sencillos, un EP y su inclusión para algún LP acoplado de rock and roll. Por su parte, los gitanos continuaron siendo Reyes, Madrid y Álvarez; así como el ex Demonio Juan Guerra (vocalista y bajo) y José Luis Ricart “Ricachá” (teclado), a manera de reemplazo para sus anteriores compañeros. 

Sin embargo, Los Gypsies no menguaron. A mediados de aquella década la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma los contrató para una gira programada de nueve días en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde fueron bien recibidos al igual que promovidos por la familia Chapital, quienes tenían contactos con periódicos y radiodifusoras locales: “El señor Chapital era compadre del papá de ‘Ricachá’, eran poblanos pero se fueron a vivir a Tuxtla Gutiérrez Chiapas y ahí hicieron un negocio que por cierto se hicieron ricos… El señor Chapital lo hacía porque su hija era novia de ‘Ricachá’, inclusive nos dieron una casa, nos compraron camas, nos daban de comer, nos conseguían tocadas…”, comenta Reyes. Un contrato de nueve días que terminaron siendo dos años.

Su estancia en el estado del sureste fue un éxito. Recorrieron prácticamente todos los municipios chiapanecos y tocaron en ferias, cafés, al igual que los mejores restaurantes como el Flamingos. Sin embargo, debido a la lejanía familiar y muy probablemente al hastío, Los Gypsies decidieron volver a Puebla y disolver el grupo.

Algunos se incorporaron a la etapa final con Los Frailes, como fue para Reyes, Álvarez y Madrid; Guerra se integró o formó otros conjuntos destacados, por ejemplo, 2 + 2, posteriormente 2 + 2 de Colombia, Juan Guerra y su Rock Music. Y Ricart emprendió interesantes aventuras en la escena roquera tanto capitalina como poblana de los setenta con diversas agrupaciones: Bandido, Freeway, Tryciclo y El Trio que suma 7.

Para 1970 la primera generación de rocanroleros angelopolitanos se había extinto casi por completo (a saber, los Demonios del Rock, Los Blue Jeans y Los Teddy Gangs), dando paso a una nueva camada de músicos y grupos influenciados principalmente por la “Ola inglesa” y posteriormente el jipismo con su inherente psicodelia. Los Gypsies no sólo surcaron parte de aquel tránsito generacional rocanrolero, también fueron instrucción musical para posteriores exponentes importantes, y en suma, llevaron su trabajo fuera de la entidad poblana con mucho prestigio. Infortunadamente no existen grabaciones de su música, por lo que resulta necesario recurrir al memorial colectivo, que si bien es falible, aporta suficiente información para reconstruir a grandes rasgos parte de la historia del rock and roll angelopolitano. Una memoria que debería preservarse lo mejor posible.

© Copyright | Revista Sputnik de Arte y Cultura | México, 2022.
Sputnik Medios