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Una rata en la niebla de Silent Hill



Por Jorge Sosa

@jorge_kfgc


Silent Hill es un videojuego de terror de 1999 en el que Harry Mason busca a su hija Cheryl en un pueblo fantasma, habitado por monstruos y lleno de acertijos. Un aspecto interesante de Silent Hill es que grandes pasajes del juego ocurren en la calle, con el protagonista rodeado por una espesa niebla que apenas lo deja ver algunos metros a su alrededor.

La niebla es, en realidad, una solución creativa a un problema técnico. Los motores gráficos de los videojuegos eran capaces de generar una cantidad muy limitada de “terreno”, de manera que si los programadores querían hacer largos recorridos, el paisaje se iba creando a medida que el jugador avanzaba. Sin nada que lo ocultara, producía un efecto poco satisfactorio. La niebla permitió a los creadores de Silent Hill dar mayor libertad de movimiento a su personaje principal y al mismo tiempo, crear una atmósfera que se convertiría en parte esencial de la experiencia. Tanto enemigos como aliados dudosos, cadáveres y detalles sangrientos aparecen sin aviso, haciéndonos vulnerables a través de Harry.



Star Rats, la primera novela de Idalia Sautto, narra la historia de un romance juvenil que termina de manera súbita y violenta. Está dividida en tres partes, entre la segunda y la tercera ocurre el evento trágico que da forma final a la anatomía de la historia. El libro está narrado en primera persona por la protagonista y en las primeras dos partes, asemeja mucho el efecto de “la niebla” de Silent Hill. Todo parece ocurrir a pocos metros de ella, una estudiante de Historia en la misión de realizar su tesis profesional que conoce a un chico que le gusta con una mezcla de curiosidad y frustración muy entrañable. Incluso cuando habla de hechos históricos u obras artísticas, lo que leemos es cuidadosamente lo que ella lee, piensa o cita. Nos relata un pasaje de una película pero ella y su pareja la pausan, la comentan y vuelven a reproducirla.

Aunque la pareja de Star Rats se mueve en muchas direcciones, viajando dentro y fuera de su país, dialogando con artistas y académicos a través de lecturas y reflexiones, lo hace siempre dentro de una pequeña habitación invisible que se mueve con ellos. En la novela, también se está escribiendo la novela en una libreta. Frases se repiten para ampliar su contexto o incluso contradecir su intención. La protagonista insiste en que solo le interesa el presente y sus estrechas paredes aprietan todo lo que le ocurre. Idalia nos recuerda que la vulnerabilidad que nos define, sólo es posible en lo que llamamos ahora.

—¿Eso fue antes o después de que comenzaras a escribir en mi casa? —me pregunta Fidel.
—Después.
—Quería decirte que no me gusta tanto esa historia que estás escribiendo.
—¿Por qué lo dices?
—Porque no tiene contexto histórico. Las cosas suceden como si no hubiera un espacio o una ciudad. El personaje que haces de mí es patético, me cae mal, sólo te está maltratando, a veces siento que te insulta. Patético, ¿cuántas veces ocupas ese adjetivo?

En la tercera parte de Star Rats, una muerte rompe esa atmósfera cerrada. Seguimos siendo guiados por la narradora y lo que vive, pero de pronto el universo que habita se hace inmenso. Surgen varias presencias, con o sin nombre, que forman parte del nuevo paisaje. La muerte que propone Idalia en su libro es un desfase. Sin la fuerza gravitatoria del otro, las paredes del presente se han derrumbado. La narradora resiste, imagina que las conversaciones siguen, fuma los cigarros que han quedado sin dueño, mientras recorre el territorio hostil sin “la niebla”.

Una gran conquista de Star Rats es esta transformación. Ahora mismo pienso, ¿qué habrá sido del Harry Mason con el que jugué cuando logramos escapar de Silent Hill? ¿Cómo volvió a su trabajo? Harry también era escritor, ¿tuvo el impulso de revivir y exponer su trauma en palabras, de hacer público su duelo? Por supuesto, él no fue feliz en Silent Hill, pero quizá se sintió tan solo en su mundo cotidiano como la narradora de Star Rats.

Star Rats, de Idalia Sautto, está editada por la editorial Alacraña.



Jorge Sosa (Ciudad de México, 1981). Miembro fundador del colectivo de arte multimedia Los KFGC. Cocreador de la serie Los Fotocopiadores, el disco Emails a Nigeria y los libros 1994 y No use las manos. Autor de It was a dark and stormy night, Yoghurt con ceniza y Pony.

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Llegamos al 9o. B de la mano de Charly García. Cormac McCarthy, el Post-Estridentismo, The Cure siempre The Cure y las letras de Ana Nicholson. Gracias a todos los autores, colaboradores y entusiastas de la contracultura que nos han acompañado e impulsan cada uno de nuestros proyectos. Larga vida a Revista Sputnik que cumple 9 años en órbita. SAY NO MORE.


Spike Lee: cine, violencia racial y orgullo afroamericano



Jorge Tadeo Vargas |


“El arte tiene el poder de provocar cambios sociales”

Spike Lee
 

En mis años de preparatoria, fue cuando me inicié en el activismo; lo hice de la mano del anarquismo y su relación con el movimiento/escena punk que tuvo en la década de los noventa su momento más intenso y activo. Fue una década coyuntural para los movimientos sociales, se gestó el movimiento por la justicia global y todo el altermundismo que se traducía en aquella idea de “otro mundo es posible”. Desde ahí fue que me involucré en distintas movidas, siempre desde el anarcopunk.

Como todo lo que pasaba dentro de ese movimiento, mis inicios fueron bastante dogmáticos y rechazaba todo lo que no fuera anarquismo, con la música hacia ciertas excepciones, lo cual me permitió explorar otras ideas y formas de pensar, especialmente lo relacionado con el rap y fue así que conocí a los Black Panthers y su idea política más cercana al marxismo, y con Eldridge Cleaver me di cuenta que las ideas cuando se llevan a la acción no pueden caer en dogmas o actos de fe, sino al cuestionamiento y la autocrítica.

En esos años mi gusto por el cine se iba desarrollando; así que gracias a mi acercamiento a la cultura afroamericana conocí a Spike Lee, que si bien no fue con el que aprendí la ecuación cine + activismo, si fue quien me enseñó que la cultura pop es un medio muy interesante y efectivo para hacer propaganda social y no solo de mercado.

La primera película que vi de Spike Lee fue “Jungle Fever” (1990) con la que este director intenta darles una vuelta a las comedias románticas que a inicios de esa década comenzaban a ponerse de moda; desde la idea del romance, Lee decide hablar de racismo, de violencia, de ciudades dividas por formas de pensar, de actuar, donde el amor no todo lo puede, al contrario, es la razón por la que todo se va al carajo. Una película repleta de carga sexual, de dogmas religiosos que prefieren exiliar a los hijos e hijas que reconocer lo que esta mal. En la subtrama de esta película se hace una denuncia a la entrada del crack a las comunidades afroamericanas como método de control.

Aunque “Jungle Fever” recibió duras criticas por parte de la comunidad italoamericana, ofendidas por el supuesto cliché violento y racista en que los convierte Spike Lee, el director se defendió argumentando que el guion se basó en la historia de un afroamericano asesinado por salir con una chica del área italiana del barrio de Bensonhurst en la ciudad de Nueva York, por lo que no estaba haciendo nada más que contar una historia lamentablemente muy normalizada en esa ciudad y en esos barrios.

Después del golpe de realidad que significo “Jungle Fever” busqué algunas de sus primeras películas. Era común que estos filmes no estuvieran exhibidos en los videoclubs de mi pequeña ciudad norteña, así que gracias a la buena voluntad de mis amigos de la capital del país, pude ver -y aumentar mi videoteca- “Mo' Better Blues” (1990) donde entendí la intensidad con la que la comunidad afroamericana vive la música y la importancia que tiene para ellos; también descubrí que para Spike Lee, la música es una parte esencial de su filmografía -Jungle Fever tiene una banda sonora compuesta por Stevie Wonder por citar un ejemplo-. También vi su ópera prima “She's Gotta Have It” (1986) una película adelantada a su tiempo, mostrando a una mujer que tiene el control de su vida, principalmente en el tema sexual, donde ella decide vivirlo a plenitud sin importarle nada más.


Con “She's Gotta Have It”, Lee tomó por asalto una industria que no estaba preparada para un cineasta como él: contestatario, confrontativo, irreverente y con una fuerte declaración de principios. Además sorprendió a la industria con su propia productora a la que le dio un nombre muy provocativo: “40 Acres and a Mule Filmworks”.

Si tomamos en cuenta que el nombre de su productora hace sugerencia a lo que era entregado a los esclavos cuando terminó la esclavitud como compensación, no deja de ser una transgresión a la industria de Hollywood.

La cuarta película que vi fue justamente la que lo llevó a la popularidad que mantiene hasta hoy. “Do The Right Thing” (1989). Un filme que es propaganda pura de esa urbanidad racista en la que se mueven muchos de los barrios estadounidenses, mostrando un día en esos lugares, un día de los más calurosos y como en un solo momento todo puede terminar con un caos y un asesinato a manos de la policía. “Do The Right Thing” muestra un barrio dividido entre ítalo y afroamericanos que conviven en una tensión diaria, pero que por una circunstancia muy simple, esa tensión puede ceder y dar pie a mucha violencia. Aquí Lee hace ya una crítica directa al actuar de la policía y aunque para muchos, esta puede ser una forma de invitar a la violencia y a los disturbios, para el director era una forma de mostrar lo que se vive día a día en cualquier barrio, de cualquier ciudad de los Estados Unidos. Habrá que recordar que esto fue muchos años antes del “Black Lives Matter” y que la polémica que se dio en torno a la película fue mucho más perjudicial que benéfica, al menos en esos años.

Para 1992 llega su primera película por encargo. Le piden que tome el lugar de Norman Jewison en la dirección, lo cual hace no sin antes cambiar la dirección de la historia, hacer una revisión aún más a profundidad de las ideas políticas y religiosas de Malcolm X y pasando de las teorías conspirativas a la realidad del asesinato del líder político. Esto le causó muchos problemas a Lee en todo el rodaje, pero al final, se tradujo en su primera película masiva, con éxito en la taquilla y en los premios, siendo la primera nominación de Denzel Washington al Oscar.

La década de los noventa ha sido la época más prolífica de Spike Lee, que, aprovechando las coyunturas globales de esos años, se permitió hacer de su cine una propaganda política y social contra el trato hacia los afroamericanos en los Estados Unidos. Esto se puede ver en películas como Crooklyn (1994), una historia semibiográfica, donde muestra lo que implica crecer dentro del racismo gringo y las luchas que tiene que librar para poder sobresalir en la creación artística. O en la comedia “Girl 6” donde da un giro a “She's Gotta Have It” mostrando los peligros y la violencia con la que viven las mujeres, especialmente las afroamericanas. También fue mucho más directo en su propaganda y crítica como en “Get on the Bus” (1996), donde tomando como punto de partida la marcha del millón para presentar la diferencia que existe en los afroamericanos dentro de Estados Unidos según la clase social, la comunidad en que viven y su religiosidad. Una fuerte crítica a las diferencias entre los propios afroamericanos. También muestra su amor por el deporte, principalmente por el básquetbol y en “He Got a Game” (1998) hace una crítica a la industria del deporte que convierte a los jóvenes en esclavos, en mercancía al mejor postor.

Cierra esa década con dos películas por encargo que muestran su capacidad como cineasta más allá de la propaganda política. Retomando un proyecto rechazado por Martin Scorsese y que Lee pasó de convertirlo en una historia policiaca a una historia más cercana al gueto y lo que se vive en él. “Clockers” (1995) es la semilla de lo que después veríamos en series como “The Wire”. Basada en la novela de Richard Price, quien contribuyo con Lee para armar el guion y entregar para la pantalla grande una historia de corrupción, crímenes y violencia racial.

“Summer of Sam” (1999) fue la película con la que cerró el siglo XX. También por encargo, pero dándole su toque, por primera vez sale del gueto afroamericano y muestra la vida entre los italoamericanos, donde va mostrando el prejuicio y la violencia, teniendo como escenario el verano más caluroso de Nueva York, y como protagonista al asesino en serie conocido como “El hijo de Sam” y a la mejor temporada de béisbol que vivió Reggie Jackson, la única referencia afroamericana de toda la película. Las estupendas actuaciones de Mira Sorvino, John Leguizamo y Adrien Brody son un ejemplo de que Spike Lee es un director capaz de salir de su zona de confort para darnos muy buen cine.

En este siglo, a pesar de que su producción filmográfica se mantiene, la calidad ha disminuido bastante, salvo contadas excepciones como “25th Hour” (2002), una estupenda crítica al sistema penitenciario, “Inside Man” (2006), otra de sus películas por encargo que muestra su capacidad como cineasta, “BlacKkKlansman” (2018) con la que fue nominado de nuevo a los Oscares, basada en una historia real, donde desenmascara cómo funcionan los supremacistas blancos desde la década de los setenta a la fecha. Más allá de esto sus otras películas son prescindibles. Tal vez “Bamboozled” (2000) merece reconocimiento, pues al ser una película con la que Lee trató de experimentar con la cámara, termina perdiendo de vista la historia que es bastante buena, pero no es capaz de desarrollarla a tope o “Chi-Raq” (2015) que basada en la comedia griega “Lisístrata” intenta hacer una crítica a la violencia de pandillas que se vive en Chicago. Por otro lado, películas como Da Sweet Blood of Jesus” (2014) o la desafortunada adaptación por encargo de “OldBoy” (2013) no vale la pena ni mencionarlas.

Hay que aclarar que Spike Lee no es un director político, al menos no lo es desde la lógica de Ken Loach, pues, aunque su cine está lleno de denuncias sociales, al final es un afroamericano privilegiado, que usa su arte para denunciar prácticas racistas, claro desde el sistema, pero tampoco es que quiera cambiarlo de raíz, solo busca que el pastel capitalista se comparta de otra forma. Esto es claro si vemos cómo su productora no tiene empacho en trabajar en el mundo de la publicidad haciendo comerciales para empresas como Nike, Converse, Levi's, Taco Bell, entre otras muchas marcas que son responsables de muchas de las prácticas racistas y segregacionistas en todo el mundo.


Spike Lee se siente cómodo con el capitalismo, siempre y cuando este sea desde su óptica del “color correcto” y hacer esta mención, esta crítica a su persona, más que a su cine, al menos para mí es relevante, pues al final fue parte importante de mi formación activista y de mi cuestionamiento al modelo económico y sus formas de destruir a las poblaciones más vulneradas.

Vale la pena mencionar que Lee es un difundidor de la música afroamericana, no solo invitando a músicos con compromiso a participar en su banda sonora, como lo ha hecho con Public Enemy, Aretha Franklin o Stevie Wonder; sino también ha dirigido videos musicales de artistas a los que considera valiosos en la difusión de su identidad. Es una forma de contribuir a la expansión de una cultura musical que ha recibido muchos atracos a lo largo de la historia estadounidense.

Spike Lee pertenece a una generación de directores que en la década de los noventa apostaron por mantenerse al borde de la industria cinematográfica de Hollywood, pero sin alejarse del todo, conservando cierta independencia creativa a la hora de contar historias y llevarlas a la pantalla grande. Esta fue una generación de directores, escritores, actores que buscaban que sus películas representaran algo, que dijeran algo, una especie de declaración, un manifiesto. Lee lo usó como un medio propagandístico que sin comprometer su calidad como cineasta, logró llevar a cabo una labor de denuncia muy loable.



Desde el exilio en Ankh-Morpork

Jorge Tadeo Vargas; activista, escritor, anarquista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Desde hace años construye una caja de herramientas para sobrevivir.

A veces viaja a Mundodisco.

Poemas del libro «Cuaderno de Courtney Love», de Antonio León




Poemas del libro 'Cuaderno de Courtney Love'

Por Antonio León | Foto: Hugo Fermé


 

Courtney Love

 

novios rubios y bajitos, callosidades en el talento visible.

los tutores de nadie señalan diversos rasgos, aunque ya

no hacen más comentarios acerca de cuerpos infantiles.

artistas o fantasmas breves de cintura, ella ha dejado el

tema

 

porque nadie espera a niñas que dicen mentiras vistosas

 

mentiras que se vuelven la única opción de ir a espacios

públicos

o la única verdad posible durante la sesión con la doctora

Smitherson

:

ella dice que nadie la obliga a un carajo pero

recuerda Olympia y después dice Aberdeen como decir

cuerpo de agua dulce o mar de galilea

decir una estrella de rock que gime luz

y se interna en los mantos freáticos de la audiencia

 

una de nosotras fue al frente en aquella guerra a patadas

regresó desde el sol de zapatillas Emily −aunque no ilesa

y nos dijo

que al final del arcoíris de leña no había más roadies más

músicos insolentes

más terapias

de conversión

a la heteronorma

más patanes con playeras en que se promueve la muerte

de las ideas

 

cada vez que ella se cuelga la guitarra los barbudos temen

−prefieren torso sudoroso, menos tetas de azafrán o labios

pintados en los que nunca ocurrió

 

cada vez que vuelve a gritar salvaja

se abre la veda del odio,

sitios como Malibú, Londres, Las Vegas o Mexicali

 

salas de ensayo donde aprendió a dejarse ir llevando púas

en lugar de encaje

vestidos de abuela triste de quince años

 

un río de plata cruje en su garganta, pero nadie se oculta en

la lluvia

durante el sexo oral

 

 

 

Polonia

 

nos pusieron en el barco aquella tarde

 

Hermitage se llamaba el barco

 

diario morían personas a bordo

y no había panteones en el mar

o una losa para llorar por fuera

 

yo recuerdo cuando vertían cadáveres al océano

 

aquel sonido

yo lo tengo tan presente

 

podría estar de vacaciones en una alberca

y reconocerme en el sonido de cuerpos

que entran al agua después de morir

 

yo era una niña de ojos verdes

pero recuerdo los pasos de olmo

 

la línea de clavos al fondo de zapatos

que tuvieron dueños distantes

 

y recuerdo los cadáveres del mar

 

las sonrisas en improbable duelo de dulces

traídos de Polonia

 

porque la felicidad es un simulacro de pieles hendidas

por el verano

 

en que el mar me llevó a otra parte

 

 

 

guitarra fácil

 

todos han visto el engaño, pero les gusta

 

no nací guapa de las hebras del río

guapura del cabello

 

¿las has visto?

algunas bailarinas así aterrizan

 

seguir arriba con la coreografía del pelo,

sobre las tablas de la casa de los viejos

sin darle tiempo al padre de largarse

 

como una modelo de cianuro ibérico,

mejoro mi engaño con mejores hombres

 

y aunque tengo cierta edad, sigo en el mundo

de los berrinches y las melodías digeribles

en que no es necesario tañir una vela

o ver hacia el horizonte

 

tampoco es necesario el perfil de guitarrista virtuoso

que pierde el tesoro en un episodio

de quebrazón de brazos en la ensambladora de autos

 

el cabello largo ayuda

las botas con brillantes falsos

:

es la cultura de la juventud.

 

todas las semanas aparecen las mismas revistas

de gente disociada que se muerde las mejillas por dentro

 

pero ya le avisaron su inutilidad si no es hermoso

si no tiene brazos, si no es menor de veintisiete

 

 

  

Antonio León. Maneadero, Baja California. Poeta y cronista. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (2015) :ríos (2017), Consomé de Piraña (2019) y Drowner (2021). En 2016 fue el ganador del Premio Estatal de Literatura de Baja California, en la categoría de poesía, con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la categoría Creadores con Trayectoria. Actualmente se desarrolla en el ámbito de la promoción de la lectura y promoción cultural universitaria. Es integrante del equipo organizador del encuentro Tiempo de Literatura, en Mexicali. Cuaderno de Courtney Love (y otros poemas), editado por pinos alados ediciones, es su libro más reciente.

La transmutación en el cine de David Cronenberg


 Jorge Tadeo Vargas |

 

"Pretendo noquear al espectador con cada nueva imagen".
David Cronenberg

 

Al revisar el cine de David Cronenberg queda más que claro que no podemos verlo como piezas separadas o como etapas que este cineasta ha ido pasando en toda su trayectoria. Su cine es un todo, un conjunto al que podríamos llamar “el proyecto Cronenberg” y es que cada una de sus películas es una pieza fundamental para entender la obsesión, los miedos, las filias y las fobias que este canadiense tiene con el cuerpo humano y las posibilidades de transmutar, de convertirlo en algo diferente, distinto, en algo más de lo que es.

Cronenberg ha creado un estilo muy personal de terror, cercano al corporal, a la ciencia ficción desde donde explora la conexión y la interrelación que tenemos con nuestro cuerpo que vamos conformando con el paso del tiempo.

Su estilo de terror parte de su fascinación, el morbo, la traición corporal de envejecer para llegar a la transmutación en otra que incluso va más allá de lo humano, de lo tangible, para desde ahí partir a la exploración del horror a lo diferente. Una visión tan retorcida que se va normalizando cada vez más. Lo vemos con esas personas que deciden modificar parte de su cuerpo de diversas maneras. La idea de transmutar de este director es algo con lo que de cierta forma hemos convivido desde hace décadas, solo que Cronenberg lo presenta desde una visión mucho más retorcida.

David Cronenberg nació en una familia judía, en Toronto, Canadá. Hijo de un escritor, periodista, editor y una pianista, paso su infancia rodeado de libros y música, por lo que no fue nada extraño que al momento de entrar a la universidad se decidiera por literatura, donde puso énfasis en autores como William S. Burroughs, Vladimir Nabokov entre otros escritores que en sus libros siempre han dejado claro su filia con el cuerpo, su envejecimiento y como ir retrasándolo, impidiéndolo. Sin embargo su camino hacia el cine estaba formándose, la película amateur “Winter Kept us Warm” lo llevó a buscar en el cine la forma de expresar sus sentires, sus miedos, sus pasiones.

Con la idea de convertirse en director se muda a la ciudad de Nueva York e influenciado por toda la escuela underground que se estaba dando a finales de la década de los sesenta, es que sin ningún conocimiento técnico decide filmar sus dos primeros cortometrajes, con historias escritas por él.

Filma “Fincher” (1966) que es un diálogo entre un psiquiatra y un expaciente y “From the Brain” (1967) también en forma de diálogo pero esta vez entre dos veteranos de guerra. Estos dos cortometrajes ya van mostrando las obsesiones de Cronenberg con respecto a la decadencia corporal, mental, el envejecimiento como algo de lo que no podemos escapar.


En 1969, filma su ópera prima “Stereo” donde desde la ciencia ficción comienza a vislumbrar su estilo característico de terror corporal, donde los protagonistas son intervenidos quirúrgicamente para quitarles el habla, desarrollando con esto habilidades telepáticas. Con “Stereo”, Cronenberg presentaba sus primeros indicios de transmutación en sus personajes como parte fundamental de sus historias, de las obsesiones que presentan y que los hacen ser quienes son.

Con su segunda película “Crimes of the Future” (1970) apuesta por hacer una dura crítica a la sociedad conservadora de su país natal. Cuestiona ideas preconcebidas desde lo políticamente correcto. “Crimes of the Future” causó bastante polémica por esa apología a la pederastia que hace, para lo cual Cronenberg respondió que lo que intentaba hacer con la película era mostrar a una sociedad hipócrita, falsa, conservadora, a la par de perversa.


“Shivers” (1975) es con la que logra la proyección necesaria para convertirse en un cineasta de autor, más allá de un simple director de cine de terror/ciencia ficción. Sin embargo se mantiene siendo un director reconocido en el circuito de ese género, ganando el premio al mejor director en el aclamado Festival de Sitges. En “Shivers” ya se perfilan sus principales obsesiones dentro del terror corporal. El sexo explícito, el gore, la violencia, dando los primeros pasos a lo que se convertiría en su sello característico.

Cabe mencionar que esta es la primer película de Cronenberg en la que delega la dirección de fotografía y la cámara a alguien más, dando como resultado mucha mayor libertad para que él se dedique a la dirección, lo que le da una mayor madurez y seguridad, que se muestra en “Rabid” (1977) en la que incluye otra de sus filias como son los coches y las motocicletas. Esta fue un éxito en taquilla, además que se convirtió de inmediato en una película de culto dentro del subgénero gore, aunque habrá que decir que estaba muy alejado de lo que los directores especialistas estaban haciendo en ese momento. Cronenberg estaba dibujando una delgada línea entre el género del terror y el cine de autor, al cual pocos autores en esos años estuvieron caminando.

En 1979 decide sacar dos películas que de cierta forma presentan de forma muy acertada a David Cronenberg en esos años. Con “Fast Company”, su única de encargo en toda su filmografía, hace un primer acercamiento a su filia con los autos, la velocidad y los accidentes automovilísticos. A pesar de que es un filme de encargo tiene el estilo del canadiense, quien además ha dejado claro que aceptó hacerla por dos razones, la primera por su gusto por los coches y las carreras, y para poder financiar “The Brood”, uno de sus proyectos más personales.

Desde sus miedos infantiles relacionados con la enfermedad degenerativa de su padre es que deja ver desde una visión bastante retorcida los traumas infantiles y como estos nos van marcando.

Es a la fecha una de sus mejores películas, además de presentar un punto de inflexión, un antes y un después en su carrera, al menos en lo que a presupuesto se refiere, pues con “The Brood” los grandes estudios voltean a verlo, logrando así tener un mayor apoyo económico lo que se traduce -contradictoriamente- en una mayor libertad de crear, de llevar a cabo sus visiones.


Entre mediados de los ochenta y principios de los noventa, plasma sus mayores éxitos comerciales, logrando así no solo consolidarse como un referente dentro del cine del terror, principalmente de los subgéneros del horror corporal y el gore, sino también como un director de cine de autor; pues la estética de sus películas, así como el tratamiento de sus historias, que en eso años habían mejorado mucho, le permiten entrar en esa categoría, incluso Andy Warhol dijo sobre “Videodrome” que era “A Clockwork Orange” de los ochenta.

Esta película que combina los elementos clásicos de Cronenberg como son la transmutación corporal, el gore, la violencia y el sexo con una crítica hacia la televisión, en una década plagada de excesos capitalistas, donde el consumismo fue lo que marcó a toda una sociedad, dando la pauta de lo que nos convertimos en la actualidad.

Queda claro en esta película que toda la violencia, los excesos, la forma de verlos, en televisión o ahora en las llamadas redes sociales, Cronenberg se estaba adelantando a lo que podríamos decir que es lo que vivimos en la actualidad y que Claudia Alarcón llama “Sociedad Snuff”. “Videodrome” es uno de los filmes más excesivos visualmente de Cronenberg, donde no hace ninguna concesión a la censura, ni personal, ni de los estudios.

Previo, en 1981, filma “Scanners” en la que con un mayor presupuesto logra mostrar visualmente de forma mucho más cercana a su idea, la violencia, el sexo explícito, los cambios corporales; es decir, todo lo que significa el “Proyecto Cronenberg”. Con esta también se permite ir creando esa estética visual cercana al ciberpunk que será usada en sus demás películas.

Cierra la década de los ochenta con sus tres películas más taquilleras a la fecha, además de ser el momento en que toma la decisión de apostar por la adaptación de libros, ya sea novelas o relatos, antes de que las historias originales.


Con “The Dead Zone” (1983) adaptada de la novela homónima de Stephen King y su película con mayor presupuesto hasta ese momento, muestra un lado mucho más psicológico en su forma de representar el horror. con “The Fly” (1986) misma que terminó de establecerlo como un director rentable para los grandes estudios y que además lleva la transmutación hacia otros niveles mucho más perturbadores y perversos.

“The Fly” ha trascendido al nivel de convertirse en parte de la cultura pop, con múltiples parodias, referencias, memes, entre otras formas de homenaje actual. Cerrando con “Dead Ringers” (1989), una de las películas más incomprendidas de su filmografía pasando de ser duramente criticada a ser considerada la sexta mejor película en toda la historia del cine canadiense. 

Para los noventa se dedica exclusivamente a adaptar novelas y obras de teatro, iniciando con “Naked Lunch” adaptada de la novela del mismo nombre de William S. Burroughs, incluyendo algunos relatos y pasajes biográficos del escritor. El caos estético y secuencial de la novela son fielmente plasmados en la película dejando ver la influencia que este escritor ha tenido en el cine de Cronenberg. Ésta es posiblemente la película que lo lleva a la cumbre como director de cine de autor, alejándolo un poco de la categoría del terror/horror y es así como para 1993, filma “M. Butterfly”, adaptada de la obra de teatro del mismo nombre escrita por David Henry Hwang. Aquí se aleja por completo de su estilo y sus obsesiones y miedos los convierte en un drama psicológico de alto nivel, con un Jeremy Irons en el papel principal, interpretado de forma magistral.


El año1996 lo alcanza filmando “Crash”, de nuevo adaptada de una novela, esta vez de J.G. Ballard y es justo con la que alcanza a llevar al cine en una sola película todas sus obsesiones, desde los cambios corporales, el terror, los miedos, los coches (accidentes incluidos), el sexo. Es posiblemente la obra cumbre de Cronenberg, la que mejor retrata sus filias y fobias. La polémica que tuvo fue un factor detonante no solo para que la critica especializada la viera con otros ojos, sino también detuvo una mayor distribución, deteniendo la proyección masiva de una de sus mejores películas.

Cierra la última década del siglo con “eXistenZ, adaptación libre de la novela “The Three Stigmas of Parker Eldrich” (lo cual sigue negando Cronenberg pero el parecido en la historia es innegable). Aquí de nuevo hace una crítica a las nuevas tecnologías, al uso que se les da para la alieneación y control de las personas. La sutileza para mantener el gore de una forma muy fina y elegante son la mayor sorpresa de este filme. Cronenberg comenzaba a entender que necesitaba pulir sus técnicas para solventar la censura.


En este siglo se ha mantenido apostando por las adaptaciones más que por las ideas originales, tal vez por su (de)formación como escritor o reconociendo que Cronenberg es más un artesano que un artista, su formación es totalmente empírica con respecto a las técnicas cinematografías y eso tal vez juega a su favor -junto a su título en literatura- para hacer el cine que hace, apostando por las adaptaciones.

Desde la revisión a un paciente mental en “Spider” (2002), pasando por “A history of Violence” (2005) basada en la novela gráfica del mismo nombre de John Wagner y Vincent Locke, donde hace varios guiños al cine noir, que mantiene en “Eastern Promises”, con la que va conformando una relación de trabajo con Viggo Mortensen que mantiene hasta la fecha, el regreso al thriller psicológico con “A Dangerous Method” (2011) adaptada de la obra de teatro del mismo nombre, con “Cosmópolis” (2012) basada en la novela del mismo nombre de Don DeLillo, con la que regresa a una de sus obsesiones regulares: el sexo como una forma de escape, de liberación, para después regresar al cine independiente, arriesgado, complicado en sus historias como lo fue “Maps to the Stars” para luego tomarse un descanso de casi diez años y regresar con “Crimes of the Future” (2022) que no es un remake de la película con el mismo nombre de 1970, aunque guardan ciertas similitudes especialmente con respecto al sexo y las transformaciones corporales. Después de un tiempo alejado de su estilo con “Crimes of the Future”, regresa a su estilo inicial, aunque mucho más fino y elegante que en sus primeras películas.

David Cronenberg se mantiene en constante diálogo consigo mismo, de la misma forma en que su estética dialoga entre sí con cada película, moldeándose en las diversas formas de ver las realidades y desde ahí dialoga con nosotros como espectadores de su proyecto, al que nos invita a transmutar y entender que la realidad puede verse desde muchas ópticas.


Desde el exilio en Ankh-Morpork


Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

El 'live action' perfecto sí existe: bienvenidos al universo de One Piece



Samanta Galán Villa |


Kaizoku ou ni ore wa naru!, es una de las frases más reconocidas en el mundo del anime y el manga, que en español significa Yo me convertiré en el futuro Rey de los Piratas.

One Piece ve la luz en junio de 1997 dentro de la Weekly Shōnen Jump, escrito por el gran mangaka Eiichiro Oda. Dos años después, en 1999, sale el primer capítulo del anime, realizado por Toei Animation.

El pasado 31 de agosto, One Piece entró por la puerta grande en el mundo de los live action. Producida por Tomorrow Studios y Shūeisha para la plataforma Netflix, One Piece se ha colocado como la serie más vista en ochenta y cuatro países, rompiendo el récord impuesto por Merlina y Stranger Things.

Sin duda siempre es una moneda al aire cuando de live action se trata. Adaptaciones, cambios de personajes, de tramas y de arcos. Mucho se habló del fracaso que podía significar este proyecto, tal como fue la suerte de Cowboy Bebop o en su momento Avatar: the last airbender. Sin embargo, One Piece ha dejado un buen sabor de boca en propios y extraños.

Si ya eres conocedor del manga/anime, sabrás que el protagonista, Monkey D. Luffy, es un chico despreocupado, alegre, un poco bobo y siempre hambriento de carne que sueña en convertirse en el próximo Rey de los Piratas. En su travesía va reclutando a su tripulación, conocida como Los sombreros de paja (Mugiwara no ichimi). A la par se va haciendo de enemigos, tanto piratas como de oficiales de la Marina. Sin embargo, Luffy nunca titubea en realizar dicho sueño, llevando en esta convicción, a su vez, los sueños de sus nakamas.

One Piece es un manga que tiene más de veintiséis años dentro del mercado y ha logrado conseguir una audiencia fiel, entregada y exigente. Era de esperarse que una temporada de ocho capítulos, cada uno de cuarenta y tantos minutos, tuviera algunos cambios y tomara lo esencial desde el arco Romance Dawn hasta Parque Arlong.

La audiencia recibió muy bien el proyecto, dejando en claro que detrás de esta adaptación está la vista minuciosa de Eiichiro Oda. Gran parte de esta aceptación se debe a que ninguno de los cambios significó un revés dentro de la lógica de la historia. De hecho, el live action de One Piece parece estar más apegado al manga que al anime, mostrando escenas crudas que en algún momento se llegaron a censurar por parte de Toei.


El reparto de actores parece que fue hecho con lupa. Cada uno realiza de una manera sublime, entregada y única su papel, dejando ver la esencia de los personajes. Algo que también vale la pena apreciarse, es la diversidad de nacionalidades y acentos sin introducciones forzadas.

Entre las actuaciones más destacadas está la de Iñaki Godoy, como Luffy. Jeff Ward con la épica interpretación de Buggy El Payaso y Vincent Regan como Monkey D. Garp.


Cada actor parece haber nacido para interpretar el papel. Tanto aliados como antagonistas abrazaron la esencia de los personajes del manga para entregarnos una serie pulida, sin perder el sabor original.

El presupuesto para cada capítulo está estimado en 18 millones de dólares, superando a la aclamada serie Juego de Tronos, algo que se ve reflejado minuto a minuto.

Sin duda cada detalle de los escenarios, de los maquillajes, la banda sonora y los efectos audiovisuales han valido la pena, ya que en las plataformas oficiales de la serie, los usuarios han manifestado sentirse agradecidos y satisfechos con el estupendo trabajo de todo el equipo detrás de One Piece.

Esperemos que pronto pueda salir la segunda temporada, que de seguir el orden natural, iniciaría en el arco Arabasta.

Una suerte que el mal nombre de los live action se levante con esta monumental entrega, un live action que quedará registrado como uno de los mejores de la historia.

Declinismo: impresiones acerca del libro «Llorar de fiesta», de Elma Correa



Antonio León | Foto: Omar Pimienta | 

 

Volvemos al restaurante cuyas viandas eran deliciosas en el 2010, pero ahora son un asco. Regresamos al paraje vacacional en el que vimos amaneceres anaranjados junto a un riachuelo, ahora es un mingitorio hippie con un oxxo pintado en color terracota de pueblo mágico. O el gran templo expiatorio que nos apantalló la infancia pueblerina darks, no es tan grande ni tan lleno de gárgolas como lo recordábamos.

Pero el declinismo, la noción de que todo tiempo pasado fue mejor -creencias de gente pendeja, como diría aquella señora del puesto de hierbas y remedios durante la contingencia- afecta a todas las narrativas de la experiencia humana, excepto las fiestas.

O sí, porque una vez que leí el libro pude reconocer algunos guiños y concluir que estuve en la mayoría de las fiestas que dieron origen a estos cuentos (no por omnipresencia, sino porque soy amigo de la narradora, y suele arrastrarme a todo tipo de despropósitos). Los fantasmas, ecos y salidas en banda de estas celebraciones, traducidos por obra y gracia del oficio de contar historias, tienen mejores resultados que cualquier colección de liosas haciéndose las estupendas, jotas posonas, playlisters novedosas, heteros en situación de calle y amigas pasadas de Michelub Ultra que se obsesionaron con algún rufián espantoso.

¿Quieren lo anterior en otra fiesta? los lectores tampoco. Elma Correa lo sabe y decide entregarnos doce cuentos en los que las condiciones de festejar en el límite del espacio físico y la barrera finita que nos separa de la locura se ven mejor, más divertidas y definitivas. Todo lo anterior con la factura ya conocida de la narradora mexicalense: velocidad y acción, nada de detenerse a perder el tiempo en descripciones inútiles (a menos que tengan gatitos), humor a prueba de señoros, un mimo especial por la construcción de personajes y una atención casi neurótica a las estructuras planteadas en su prosa.

Historias en las que nada sobra porque todo merece ser una versión desvelada y dolida de sí mismo. Doce cuentos breves en los que la autora le tira faquius a gente como César Aira, Jordi Soler y otros eyaculadores precoces. Historias cuyos personajes empujan su tristeza y soledad a la pista de baile para perrear hasta abajo y señalar que la felicidad es una estupidez y que el primero de esta fiesta en irse a casa se la come dobleitor.




Nación noir: realidad y ficción en un país violento



NACIÓN NOIR

Realidad y ficción en un país violento

Isaac Gasca Mata

 

“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.
Lo importante es la elección”

Anthony Burgess

 

La Ciudad de México en la última década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas, torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y su área conurbada.

En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.


¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?

El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.


      

El término noir (negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas. Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad (2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor, y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami (2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario con difundida recepción:


“Evangelina Tejera -al golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]

 


México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:


“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.

En el cine norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for (Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio de poder.

En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.

En 2016 Iván Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.

México no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus verdugos.


“Chacaltana imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que, aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA., 15)[4]

 

            Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.


Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015), del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus motivaciones, son las siguientes:


“Isabel Miranda de Wallace, presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-, asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.

-Son personas de escasos recursos, sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de humillarlo.

Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)



¿Revanchismo?, ¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad? La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo. En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:


“Sabía que no tiraría; interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.” (Ramírez, 106)

 

 Las reiteradas violaciones que los delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009), de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos, el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida: la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias. 

En conclusión, los textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones, violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.




BIBLIOGRAFÍA

AGUILERA GARRAMUÑO, Marco Tulio (2009) El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor. México. Ed. de Educación y Cultura

ALARCÓN, Orfa (2019) Loba. México. Ed. Alfaguara

BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas (1998). La construcción social de la realidad. Argentina, Ed. Amorrortu

BURGESS, Anthony (2015) La naranja mecánica. México. Ed. Booket

CAPOTE, Truman (1999) A sangre fría. España. Ed. Millenium

CHANDLER, Raymond (2014) Adiós, muñeca. México. Ed. De Bolsillo

CROSSTHWAITE, Luis Humberto; PELÁEZ, Ricardo (2017) El complot mongol. México. Ed. FCE

DE MAULEÓN, Héctor (2015) Roja oscuridad. Crónica de días aciagos. México. Ed. Planeta

FARÍAS, Iván (2016) México Noir. México. Ed. Nitro Press

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1981) Crónica de una muerte anunciada. México. Ed. Diana

HINTON, Susan (2013) Rebeldes. España. Punto de lectura

LEÑERO, Vicente (2003) Los albañiles. México. Ed. Joaquín Mortiz

MELCHOR, Fernanda (2021) Aquí no es Miami. México. Ed. De Bolsillo

OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán (6 de septiembre de 2021) (Rescatado 20.02.2022) https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

PEÑA, Hilario (2014) Juan Tres Dieciséis. México. Ed. Random House

RAMÍREZ, Armando (1986) Violación en Polanco. México. Ed. Grijalbo

UMBRAL, Francisco (1996) Un carnívoro cuchillo. España. Ed. Planeta

VÍLBOR, Ricardo; VENTO, Max (2019) El viejo y el narco. España. Ed. Panini Cómics

VV.AA. (2016) Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano. México. Ed. An.alfa.beta

VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B

VV.AA. (2014) Latinoamérica criminal. México. Ed. Random House



[2] No es el único caso en México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se convirtió en infanticida.

[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

[4] “La terrible muerte de Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA., 17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007), compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de narrativa noir en Latinoamérica. 

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