«Doctor Strange 2»: gore, amores imposibles y crossovers bien logrados
Perdidas con la Ola
Itari Marta, una mujer con causa que pide paro nacional por feminicidios en México
"Qué orgullo que el trabajo de las mujeres se difunda, porque la verdad es terrible lo que pasa en este país con nuestros jóvenes y con nuestras mujeres, entonces, empezar a difundir lo que hacen, empezar a darles un lugar más predominante a las mujeres, creo que es necesario para que el odio que hay contra nosotras se empiece a subsanar y se empiece a equilibrar", dijo.
"Lo que está pasando con las mujeres es para parar el país, para quemarlo todo", refirió.
La creadora dijo que sensibilizar a la población es una de las acciones más urgentes que se tienen que implementar si se desea detener la violencia de género.
"Yo estoy muy conmovida, me parece increíble; creo que las palabras que te pueda decir en este momento son puras palabras que ya hemos escuchado antes. Evidentemente, las cifras no son para sentarse a dormir, las cifras son para parar el país, para hacer paro nacional", expresó.
"Sí están respondiendo, no todos los días, no con todas las obras, pero hay eventos que están llenos y ninguno está vacío", apuntó.
"No es que no haya dinero, lo que pasa es que no hay suficiente y no se está destinando a los lugares adecuados", declaró.
Lo que está pasando con las mujeres es para parar el país, para quemarlo todo, refirió @ItariMarta al abordar el tema de los feminicidios y desapariciones que actualmente acontecen en México. La creadora dijo que se requiere sensibilizar a la población @CiriloRivera @DavidCelest pic.twitter.com/CuZlvKVVKe
— Jaime López reportero (@JaimeComunidad3) April 28, 2022
Aunque tú no lo sepas: una charla con Axel Catalán
Axel Catalán es uno de los letristas más emblemáticos de la nueva camada de cantautores mexicanos que vienen desde abajo y ya la están rompiendo por todo el país. En esta entrega de 'Aunque tú no lo sepas' nos habla de rock nacional, Jake Bugg y el Vive Latino.
"De ovejas y príncipes en un tren", una fábula amorosa sobre el duelo
"Los adultos a veces tenemos la idea equivocada de que los niños no deben de saber esas cosas, que a los niños no se les debe de hablar sobre lo qué pasó o creemos que no lo comprenden en su totalidad, y a mí me parece que esa es una idea errónea, porque los niños son sabios", explicó.
"Me parece que en este momento, en donde estamos todos atravesados por una pandemia, que ya lleva dos años presente en nuestras vidas y que, además, ha dejado pérdidas, duelos, cambios inesperados de circunstancias para muchísima gente, que han perdido familiares, gente querida, gente cercana, pero también duelos que tienen que ver con pérdidas de trabajo o cambio de circunstancias de vida, cambio de ciudades, que a final de cuentas no dejan de ser cambios que generan dolor por cerrar ciclos", acotó.
"Pareciera que las personas que se cuestionan cosas o que sienten un impulso distinto o simplemente sienten la intuición de no avanzar o de no caminar hacia donde van todos, pareciera que están equivocadas o las tachan de ovejas negras, entonces, de ahí nos vino el personaje de la oveja que a final de cuentas es leal a sí misma, se obedece a sí misma", declaró.
"Quisimos retomar un elemento de algo a lo que estamos acostumbrados, pero darle la vuelta, que no fuera una princesa, sino una oveja que toma decisiones y hacer un príncipe que no es títere, que es genuino, que habla desde el corazón, que contacta con sus emociones", expresó.
"El tren definitivamente tiene que ver con el viaje, con el trayecto, una vez que llegamos a la vida y que nacemos emprendemos un viaje que no para hasta que para, y muchas veces tenemos la sensación que vamos a la deriva", dijo.
"Para mí fue muy grato, fue muy lindo, conocer a todas estas personas que yo no conocía, fue muy grande que se sumaron al proyecto sin conocerme", apuntó.
"Dale gas", adrenalina y traiciones al límite
Aunque "Dale gas" tiene como principal finalidad brindar altas dosis de adrenalina a los espectadores, su argumento también ofrece interesantes apuntes sociales, porque cuestiona el sistema de clases y el fanatismo religioso.
Letrinas: Los ciegos
LOS CIEGOS
Samanta Galán Villa
Todavía me faltaba aprenderme la tabla del ocho cuando nos enteramos que Lupita iba a quedarse ciega por un glaucoma congénito. Esas palabras me gustan mucho y cuando digo ggggglaucoma congggggénito arrastrando la g los adultos se me quedan viendo con las cejas levantadas y dicen continúa, niño. Prosigue y yo prosigo diciendo que eso del gggglaaaucoma conggggénito es algo más difícil que aprenderse que ocho por cinco dan treinta y cinco.
Lupita es buena gente. Nunca se metía con nadie y no se enojaba cuando jugábamos al fut frente a su casa porque es la última de la cerrada de José Vasconcelos. Tres veces le rompimos el cristal de la puerta. No, fueron cuatro. Tres por balón de fut y una con la pelota de beis que a veces saca Pato. Lupita nunca nos dijo nada, es más, hasta nos invitaba un chocolate caliente y decía que tuviéramos más cuidado niños.
Creo que ella vive triste porque no tiene ni papá ni mamá. Siempre andaba sola y encerrada en su casa arrrrrreglando los vestidos de las señoras o las caamissssas de los señores que trabajan en oficinas de blanco y corbata azul. Dios mío, qué voy a hacer ahora que me quede ciega, la oíamos decir cuando pegábamos la oreja a la puerta mientras echábamos reta. Qué voy a hacer. Sólo me queda arrimarme al callejón apestoso de los ciegos.
Pienso que a Lupita le agarró la desesperación. En la escuela vimos el dibujo de un ciego que traía un perro Pastor Alemán. Dicen que guau guau los perros guau guau pueden ayudarle a la gente a ver guau guau. Bueno, no a ver, pero los van guiando para que no se tropiecen en las banquetas y si van a chocar con una persona les muerden el culo guau guau guau. A mí me gustaría tener un perro Pastor Alemán aunque no esté ciego, pero no me dejan.
La pobre Lupita no se compró el perro, pero sí la veíamos salir todos los días al callejón de los ciegos, sobándose las manos y limpiándose las lágrimas. ¿La seguimos? ¿Sí? ¿Para qué? Pues es que mírenla, parece un fantasma que no se ha muerto pero está para pronto. ¿No les da curiosidad? Sí, vamos pues, de todas formas siempre empatamos porque somos muy buenos para el fut. Nos quedábamos atrás del bocho run run run descompuesto run run que queda justo frente a la Iglesia de San Francisco. Las escaleras del templo tenían a uno dos tres cuatro ciegos. Todos sucios.
Los domingos, cuando hay que ir al templo a la de a fuerzas, tenemos que pasar a un lado de los pordioseros. Huelen hoooorrrrrriibleeee. Hasta se les paran las moscas en el pelo y en las manos. Mi mamá los mira con odio y luego mira a mi papá para decirle esta gente es una mafia, no les des el vuelto. Se quedan en comuna en el callejón para ponerse de acuerdo y repartirse las iglesias. Dime tú, Federico, si eso no es mafia. Claro que sí, aquí y en China eso es negocio.
Aquí y en China debe ser negocio estar ciego o eso entendí. Lo que sí sabíamos era que Lupita se juntaba cada vez más con los ciegos. Poquito a poco se acercaba para darles una moneda buenas tardes ¿cómo estuvo hoy? ¿Ya sacan para comprarse un pan? Tengan, miren, aquí les dejo unos taquitos de frijoles que me sobraron en la mañana. No me den las gracias a mí, sino a Dios que a todos nos socorre.
¿Qué crees que quiera lograr haciendo eso, Pato? Y Pato pues no lo sé. Ya sabemos que se va a quedar ciega pero no se sabe cuándo. A lo mejor un día despierta sin ver nada. Quién le va a ayudar con las costuras nadie. Quién se va a preocupar por ella nadie. Entonces los ciegos del callejón van a ser sus únicos amigos. Ustedes me abandonarían si yo me quedara ciego, estoy seguro que sí, bola de culeros. Mejor vámonos a jugar al fut porque se nos va la luz.
Los demás se reían de las palabras de Pato y lo seguían de vuelta a la cerrada de Vasconcelos. Pero a mí me daba no sé qué. Es que los demás no ponen tanta atención como yo. Clarito podía verle las lágrimas a Lupita cuando miraba a los ciegos y no sé de dónde le salía el valor para mirarlos tanto.
A mí me dan miedo. Antes de lo de Lupita eran dos hombres y dos mujeres. El más viejo es un señor de cabello blanco. Los ojos también los tiene blancos. Tan blancos blancos que yo creo que nació sin las bolitas negras que todos tenemos en medio y que es lo que nos ayuda a ver o como dice Pato, las ventanas del alma. Se pega mucho a una de las señoras y se soba el pantalón cuando la tiene cerca. ¿Ya vieron lo que hace ese viejo? Y los demás no ¿qué? Y yo pues se pega mucho a la señora. Pues ha de ser su esposa tú qué sabes. Pues sí verdad. Pus sí.
Otro de los señores tenía los ojos cerrados siempre y quién sabe si tenía ojos. A este lo veía más joven porque su pelo es negro y no está tan arrugado. Él se ponía en medio de las otras dos mujeres, pero nunca lo vi sobarse. Pato dice que a ese señor su papá le sacó los ojos con una cuchara cuando también andaba en tercero de primaria. ¿Y por qué un papá le va a sacar los ojos a su hijo? Y Pato pues porque se porta mal, porque no va al mandado cuando le dicen o porque se gasta el dinero del refresco en las maquinitas. Ustedes escojan. Yo escojo mejor llevar el mandado al tiro para no terminar pidiendo limosna en las escaleras del templo de San Francisco.
Una tarde cuando llegamos a la cerrada de Vasconcelos para definir de una vez por todas qué equipo era mejor, cuando encontramos a Lupita sentada en la banqueta, remendando un saco con flores negras. Ya van a jugar muchachos, sí Lupita y tú qué haces aquí sentada. Pues es que ya casi no veo la luz adentro y me tuve que salir para terminar de remendar este vestido. Pero mira Lupita que no es vestido, es un saco Lupita, ¿ya no ves? Y Lupita en silencio. Luego Pato oye ¿y a nosotros nos puedes ver? Y Lupita ya no les distingo la cara, pero veo sus siluetas y por eso puedo adivinar quién es quién. Además está la luz. Sobre sus cuerpos cae una sábana que parece hecha de luz. Nosotros nos comenzábamos a reír y corríamos de un lado a otro para confundirla. Nos cambiamos de lugar y decíamos a ver Lupita ahora dónde estoy yo y yo y yo adivina dónde. Y ella, a pesar de los pesares, lo adivinaba al tiro.
Luego de esa tarde ya no vimos a Lupita en un mes y eso que íbamos diario a tratar de quitar ya el desempate, aun cuando hacía frío ¿ahorita que llegues a tu casa te vas a meter a bañar, Pato? No porque el agua está helada brr brrrrr.
Apareció una tarde en la que mi mamá me mandó a comprar el pan al carro del panadero con el pan el panadero con el pan tempranito va y lo saca calientito en su canasta pa salir con su clientela por las calles principales y también la ciudadela y después a los portales y el que no sale se queda sin el pan para comer. Lupita traía un bastón en la mano y lloraba. Con el palo iba pegándole a la pared y a los perros guau guau que se le atravesaban en el camino.
Yo que soy muy observador y me fijo en lo detalles como me ha dicho mi mamá, noté que Lupita casi no se tropezaba con nada. Ya se había aprendido el camino de memoria de tanto ir con los ciegos. Era la hora de merendar y mi mamá me estaba esperando en la casa para servir la leche y sopear las conchas, pero es que siempre fui muy curioso y si veía a los demás en la escuela les tenía que darles bien el chisme.
Lupe llegó con el ciego viejo sobón y le dijo algo que no escuché, pero el viejo le agarró la mano para levantarse y así se fueron de la mano. También el de los pelos negros al que le sacaron los ojos con la cuchara. Uno dos tres cuatro cinco ciegos caminando al callejón.
Dicen que ahí se aparece el diablo, pero si les iba a dar el chisme a los otros iba a ser completo o nada. Me escondí run run atrás del bocho descompuesto run run run. Cuando entraron al callejón crucé la calle pi pi pi piiiiiiiiiiii fíjate chamaco pendejo, cállese usté atrabancado. Estuve en el filo de la pared, echando un ojo. Pendejo como dijo el del carro rojo, pues si ellos no ven, daaaaah.
Me quedé detrás de la pared de todos modos porque sí. Porque es la costumbre de un detective. El viejo de los ojos blancos tenía las manos en las tetas de Lupita y se acercaba para lamerle el cuello con su lengua de víbora de cascabel. El otro de los pelos negros le metía la mano en medio de las piernas y las dos mujeres pegadas atrás de cada uno. Ah ah ah decían. Ah ah ah aaaah. Sólo Lupita no decía ah. Ella tenía la boca apretada y los ojos también. Pero se dejaba hacer todo lo que querían los ciegos, que se le tiraban encima en medio de las cajas de cartón en las que se dormían.
No me quedé a ver todo porque se hacía de noche y yo con el pan en la mano. Ay, mijito si te digo que quiero el pan para ahorita es para ahorita, cabezón. Como si no jugaras con tus amigos todas las tardes y yo sí mamá ya sé perdóname es que me distraje platicando y es que ya pensamos hacer un solo equipo y meternos a un torneo oficial para tener uniformes, tacos y también ganar el campeonato.
Al día siguiente les dije todo a los demás y ellos con la boca abierta no me creían. ¿En serio todo eso viste? En serio. ¿Y ella no se defendió? Ni poquito. ¿Le pegaron? Sí, nalgadas y jalones de greña. ¿Y hubo sangre? No vi porque ya estaba oscuro. ¿Y tuviste miedo? Sí porque la oscuridad me da miedo y yo pienso que a Lupita también.
Todos terminaron creyendo porque luego de ese día, Lupita también está en las escaleras de San Francisco. El viejo sobón siempre está a un lado de ella. Estira la mano y dice que Dios le multiplique esta moneda, gracias por esta caridad.
Ya no se parece a la Lupita que nos invitaba chocolate. Se volvió una de ellos, una ciega más del callejón.
Al menos se acompañan, dice mi papá. Pero mira que involucrarse con esos miserables, dice mi mamá. Eso sí, de hambre no se mueren porque ser ciego de iglesia es negocio aquí y en China.
Letrinas: Aguamiel
Aguamiel
Conrado Parraguirre
Los domingos vengo al mercado porque siempre hay actividad. La gente suele llegar para comprar parte de su despensa. Algunos también aprovechan para comer carnitas, barbacoa, pescado frito, o quesadillas. Incluso hay personas que sólo vienen a curársela con micheladas o pulque. Y es por esta última razón que me encuentro aquí.
A doña Renata únicamente le basta con sonreírme para que yo caiga ante su expresión y el pulque que vende. Me ofrece una prueba e irremediablemente le termino comprando dos o tres litros de esta refrescante bebida. El pulque y el calor se llevan de maravilla.
El cielo es claro y limpio, y desearía que mis recuerdos estuviesen igual. El motivo que me ha hecho venir a sentarme sobre una cubeta, bajo la lona de los pulques, es porque he despertado nuevamente con una terrible laguna mental.
La noche anterior me encontraba en una fiesta. Pero de haber sabido que ella estaría ahí, probablemente me hubiera reservado un poco de beber. Me engaño, porque de haber sabido que ella iría, quizás no me habría aparecido. Desconocía que era parte de los amigos en común de mis conocidos.
El viento sopla suavemente y yo trato de recordar si no habré hecho algo de lo que pueda arrepentirme. Lo último que conservo de memoria, fue que ella llegó con una botella de mezcal y a la mitad del segundo caballito, quedé inconsciente y funcionando en piloto automático. Al despertar, me encontré en el suelo sobre un tapete y sin mis lentes. Por alguna razón suelo extraviarlos o romperlos. Entré al baño, y al mirarme en el espejo, descubrí que tenía una playera bajo la camisa, que no llevaba la noche anterior. Se veía bastante bien y como no supe de qué manera la obtuve, continué con la búsqueda de mis lentes. No los encontré en ningún lugar de aquel segundo piso del departamento, y decidí marcharme. Al salir, más por instinto que por certeza, los busqué en el jardín de la planta baja. Ahí estaban y mi alma se sintió un poco mejor. Con seguridad los arrojé por la ventana para no ver. ¿No ver qué? Quizás no ver nada de lo que sucedió.
Bebo mi pulque y observo a la gente. Aquí no hay Wi-Fi gratis y las personas sin saldo tienen que recurrir a la primitiva costumbre de encarar al otro y charlar. Me parece bien, porque en los lugares donde el servicio de conexión a internet está disponible abiertamente, la gente únicamente se entretiene clavando los ojos en una diminuta pantalla.
Un mensaje con una foto de la noche anterior me llega. Y ahí estoy con ella. Aparentemente la estoy abrazando, porque puedo ver mi mano sobre su hombro. Carajo. Por eso no me gusta beber con gente que tiene celulares inteligentes, uno puede terminar ridiculizado y con un registro de sus incompetentes acciones.
Vuelvo a guardar el aparato en la bolsa de mi pantalón, y doña Renata me sonríe. Le pido otra jícara más. Un perro pasa por ahí, y a manera de broma le pregunto, si también a estos animales les gusta el pulque. Entonces me cuenta que una vez cuando eran pequeños, su hermano le dio a un perro, le puso la boca de una botella en el hocico, y lo zarandeó para que el animal se pasará el líquido, al final el perro se fue tambaleando. Ambos reímos. Me gusta verla sonreír, su sonrisa es igual de amable que su pulque.
Quizás mis conocidos tengan razón y yo no deba andar buscando mujeres de mi edad para salir; es posible que las señoras sean mi mercado. Una ocasión, la señora de la tienda por donde vivo, me obsequió unas tortillas. Yo había llegado temprano y el repartidor aún no aparecía. Me dijo; “tengo unas pocas tortillas de ayer, están un poco maltratadas, pero están limpias”. Las acepté y le pregunté cuánto era. Me respondió que no era nada, que no me preocupará, que al menos con eso podía echarme un taquito.
Otra señora, propietaria de un puesto de tacos de canasta, siempre me daba un taco extra, y me decía como pretexto, que me lo regalaba porque la tortilla estaba un poco rota. Bueno, a lo mejor las señoras no son mi mercado, y simplemente se quieren deshacer de sus tortillas rotas o maltratadas.
Veo que doña Renata tiene otras botellas de plástico con un contenido de color distinto al del pulque. Me dice que es aguamiel. Y le pregunto cuál es la diferencia. El agua miel es de ese mismo día, es dulce y aún no ha fermentado; el pulque, por el contrario, ya fermentó. “Ah”, respondo con el asombro del imbécil que no sabe lo que toma. Aunque estoy seguro que esta bebida se obtiene del maguey; como el mezcal.
Y de nuevo trato de recordar la noche anterior. El mezcal y ella, pueden lograr que un hombre pierda la razón. ¿Cómo es posible que tanta maldad quepa en tan pequeño y bien formado cuerpo? Maldita cruda.
Mientras estoy absorto en mis pensamientos, con la mirada perdida y el rostro desencajado, una de las hijas de doña Renata se acerca para ofrecerme chapulines tostados. Le doy las gracias y pregunto por el precio.
Me dan una pequeña bolsa con estos insectos, les agrego limón y un poco de salsa. Ojalá la vida fuera tan sencilla como ser un chapulín tostado a fuego lento por el calor del amor. Yo no debería estar pensando ello. Se supone que la gente se supera, que olvidas las cosas y continúas adelante. Claro, eso es. Seguir adelante.
Doña Renata me sonríe de nuevo.