En corto: entrevista con la autora Breña Román
Escafandra Literaria: entrevista con Elma Correa
La Mora: un proyecto literario de Sammy Loren
Cada
lunes, el periódico La Prensa nos hace llegar un fragmento de la
noveleta por entregas La Mora. Historia de un encuentro que nace en Los
Ángeles y que lleva al protagonista, un alter ego del autor Sammy Loren, a
aventurarse en las más sucias y marginales calles de la Ciudad de México para
encontrar a su amor perdido.
En el
primer capítulo podemos ver una de las referencias literarias del autor: Transmigración
de los cuerpos, del escritor Yuri Herrera. Tal como en Yuri, podemos
encontrar en la narrativa de Sammy Loren, un interés por la combinación de lo
nacional y lo estadounidense, entregándonos un escenario franco y
contemporáneo.
La
Mora es una prostituta que pasa un fin de semana con el protagonista, tiempo
suficiente para que él se cuestione: ¿Me creerías si te digo que estoy
enamorado? La Mora lo desfalca, llevándose algunas de sus pertenencias
y dejando a su amante en una encrucijada: permanecer en su vida cotidiana,
aburrida, sin ningún tipo de emoción que sacuda las partes más viscerales y
humanas de su ser, o dejar esa vida en pausa para seguir las pistas que ha
dejado la pequeña embustera en el mencionado libro de Yuri: cantinas de la
Ciudad de México.
“Hay cosas peores que perder al amor de tu vida”, menciona el narrador y eso es suficiente para que el protagonista sepa que su vida cotidiana es más lacerante que dejar ir a La Mora. Se aferra a ella como a una especie de tabla en un naufragio. La Mora llega a su vida como una suerte de advertencia de que las cosas no pueden seguir igual luego de su encuentro.
Es así
que La Mora deja de ser un personaje que simplemente refleja el modo de
vida de cierto sector de la sociedad y encarna el tópico de un amor dantesco,
que lleva al protagonista a adentrarse no solo en hoteles de mala muerte, en
colonias donde su aspecto “gringo” lo llevan a ser un blanco fácil, sino
también a la profundidad de las almas marginales como prostitutas, matones y proxenetas,
que tienen estos territorios como su hogar.
Hasta
el momento de esta publicación van cinco entregas de La Mora, texto altamente
recomendado no sólo por la facilidad del lenguaje y su amena lectura, sino
también porque nos muestra una Ciudad de México que pocos volteamos a ver y que
existe, que está ahí para mostrarnos un poco de esa oscuridad que a todos nos
habita.
De la tierra de la gente triste a «La ciudad de los ahorcados»
Una introducción a la ociosidad como resistencia al sistema desde el cine de Richard Linklater
Por Jorge Tadeo Vargas |
Estoy
interesado en gente que forja sus realidades.
Richard Linklater
A finales de la década de los ochenta se dio una especie de
residuos añejado del movimiento contracultural de los sesenta, donde músicos,
pintores, escritores y cineastas entre otros creadores intentaron hacer cosas
distintas desde el borde de la industria, tratando de mantener una
independencia de y en su arte. Su declaración de principios era muy clara: se
puede vivir de lo que haces sin la necesidad de venderte al mainstream,
incluso lo puedes usar sin contraer ningún compromiso con ello. En pocas palabras
mantener la libertad creativa lejos de la industria, sin dejar de ser
redituable y así permitirse experimentar más allá de la industria o de lo que
es/era comercialmente vendible, creando con esto un nuevo mercado. Cuestionable
o no, eso es algo que no nos toca juzgar, al menos no en este texto.
Continuando con el hilo, en el cine aparecieron directores que
filmaron películas que se han convertido en referentes de esos años: Quentin
Tarantino, Jean Pierre Jeunet, los hermanos Coen, Steven Soderbergh, Alexander
Payne entre otros que tenían como característica principal la de contar
historias trasgresoras con una estética alternativa, mucho más libre de lo que
permitía Hollywood.
A esta generación es a la que pertenece Richard Linklater quien
desde que comenzó a contar historias, éstas han estado muy alejadas de los
tópicos y el glamour de la industria. No hay New York, ni Los Angeles, ni
París, hay ciudades comunes, retratando personajes en una realidad muy alejada
de la del héroe que pretende mostrar la industria del cine.
Desde sus inicios Linklater ha apostado por mantenerse
produciendo y haciendo cine en la ciudad que adoptó como suya, Austin, Texas.
Ciudad en la que también fundó la “Austin Film Society” en 1983 y desde
donde resiste a la industria centralizada con un grupo de amigos, organizando
festivales, presentaciones, foros, convirtiendo a Austin en un referente
importante, así como un su cuartel general a la hora de hacer su trabajo como
cineasta. Así comienza a marcar distancia con Hollywood a la par de ser parte
de esa generación de directores que por esos años, intentaban recuperar el
sentido crítico y la libertad creativa de los sesenta, dándole una patada
directo a la industria.
Tampoco se trata de romantizar a esta generación de directores,
pues muchos de ellos con el paso de los años son quienes tienen el control de
la industria, marcando tenencia, y son parte de la crisis que se vive en el
cine actualmente por la falta de originalidad.
Aunque se tiene que reconocer que otro grupo, en el que se encuentra Linklater, aún intenta mantenerse en el borde con la misma libertad creativa de hace mas de treinta años. Sin compromisos con el mainstream, ni con nadie que no sea su propia idea del arte y la historia que quieren contar.
Intentar clasificar el cine de Linklater como cine de autor (que
algunos críticos lo han metido en esa bolsa) comparándolo con directores
contemporáneos a él, es muy difícil pues su cine no se puede clasificar en un
solo género, además de que la diversidad de historias y la forma de contarlas
lo llevan más allá del cine de autor clásico, por lo que hay que ponerlo en un
lugar aparte.
Es claro que tampoco es un director por encargo y lo que desea
expresar como centro neurálgico de su cine se encuentra en todas sus películas.
Es pues un director capaz de ir y venir por distintos géneros cinematográficos
y literarios, pero que siempre deja su marca. Lo que él pretende contar como
punto central, las relaciones interpersonales (tanto afectivas como
sexoafectivas) y el cómo acompañar al otro nos ayuda a mejorar como seres
humanos.
Las influencias se sienten en cada una de sus películas y como
hijo de los inicios de la Generación X/Alternativa van desde Vitorrio de Sica,
Godard, Dreyer, Fritz y otros directores que tenían como sello particular la
introspección, la reflexión sobre el mundo y la sociedad sin caer en el
panfleto y que Linklater lo lleva más allá adoptando una estética cercana a la
revolución accidental y toda la movida alternativa que domino las ultimas
décadas del siglo XX.
“Slacker” lo pone en la línea del cine independiente que
en esos años comenzaba a repuntar de la mano de Steven Soderbergh con “Sex,
lies and video tapes” (1989), Quentin Tarantino y “Reservoir Dogs”
(1992), Alexander Payne con “Citizen Ruth” (1996), Kevin Smith con “Clerks”
(1994) entre otros directores que iban marcando la línea entre Hollywood y el
cine independiente en aquellos años, lo que permitió que Linklater comenzará
con uno de sus dos proyectos más ambiciosos. “Before Sunrise” (1995).
Previamente había filmado “Dazzed and Cofused” (1993) con la que ya
iba perfilando esta idea de crítica a la sociedad desde las relaciones
afectivas.
Con “Before Sunrise” se ganó el mote de director
independiente que estaba cerca de la industria pero hablando de toda una nación
alternativa. Con esta película entro a la revolución mediática que de manos de
Nirvana, vendió un movimiento contracultural como mercancía. De nuevo, sobre
esto podría escribir todo un ensayo, pero no es este espacio, quizás en otra
ocasión.
Podemos recuperar que gracias al éxito de “Before Sunrise”
pudo terminar la trilogía conocida como “Before” donde además de la ya
mencionada están “Before Sunset” (2004) y “Before Midnigth” (2013) las cuales
más allá de ser “chick flicks”, son un tratado filosófico de las relaciones
sexoafectivas y su evolución, de cómo en ellas hay que saber nadar
contracorriente a riesgo de que te lleve la marea, pero también de cuándo dejar
que esto último suceda. No hay amor romántico en esta trilogía, es puro romance
oscuro, deprimente, ocioso, una palabra que puede aparecer mucho a la hora de
reseñar el cine de este director. Después regresamos a ella.
A simple vista se puede pensar que el cine de Linklater no tiene
un hilo conductor, que igual filma “The Newton Boys” (1995) coqueteando
con el cine de acción con un filme sobre gánsters de los años cincuenta o hace
lo propio con “School of Rock” (2003) mal definida como una película
infantil cuando es simplemente un homenaje a la ociosidad y el fracaso. O bien hace
una crítica directa al capitalismo con “Fast Food Nation” (2006) y a la
par un meta documental sobre un asesino como lo hizo con “Bernie”
(2012) despojándolo de toda esa aura de magnificencia que Hollywood le pone a
sus villanos, convirtiéndolo en un humano más con filias y fobias.
Regresa a hacer una crítica al capitalismo y el trato a las
mujeres en Where'd You Go, Bernadette
(2019) donde la presión, la obsesión por ser perfecta las afecta a ellas
mucho peor que a cualquier hombre, un trabajo mucho mejor logrado que cientos
de intentos de corrección política que saturan los streamings hoy en día.
También podemos mencionar ese tratado sobre la mierda que es crecer y que logró
mostrar con su película más famosa (nominada a cinco Oscares) “Boyhood”
(2014) su otro proyecto ambicioso que le llevó filmarlo más de diez años para
no cambiar a los actores protagónicos. Todas ellas tienen un hilo conductor, y
es la premisa de que la mejor forma de luchar contra el sistema es la
dispersión colectiva, el rechazo a lo establecido desde una aparente ociosidad
y esto lo hace sin mucha alharaca, sin panfletos, sus personajes son
transgresores sin necesidad de serlo, lo son de una forma natural, es parte de
su comportamiento.
“SubUrbia” (1996) y sus ejercicios de animación “Waking
Life” (2002), “A Scanner Darkly” (2007), esta última basada en una
historia de Phillip K. Dick, muestran de forma muy clara al Linklater transgresor
que bajo un discurso aparentemente light, esconde una fuerte crítica al
sistema.
Su crítica al sistema y la forma en que este define cómo nos
relacionamos están presentes en toda su filmografía. Incluso una trilogía como “Before”
que puede ser catalogada como una “chick flick” tiene una crítica directa al
amor y cómo éste va mutando de acuerdo a
la evolución de la pareja. En la última película es claro que la relación ya no
funciona, pero los protagonistas siguen aferrados causándose daño, poniendo como
excusa el amor. Aunque posiblemente “Fast Food Nation” sea donde la crítica es
mucho más directa, atacando al sistema laboral, el racismo, la falta de
humanidad, la salud. Justo aquí la estética cambia un poco siendo más
oscura, sombría, sin perder esa parte de las relaciones afectivas entre los
protagonistas.
En el ensayo que Brian Price escribió sobre Richard Linklater
para la revista electrónica “Sense of Cinema” clasifica la obra de
director con la palabra “Idleness” que se traduce como ociosidad: el centro fundamental de toda su filmografía. Estoy de acuerdo en parte de esta
clasificación. Si hacemos una lectura superficial de la obra de Linklater, la
ociosidad está presente en todas sus obras; en “Everybody Wants Some!!” (2016)
todo gira en la fiesta de un grupo de beisbolistas universitarios sin nada
mejor que hacer, sin embargo al hacer una lectura más profunda tiene una
reflexión que va más allá, es una crítica a la insistencia del ser alguien, de
lograr algo en la vida, solo porque así lo dice la sociedad. Hay una evolución
que no se ha detenido en un director que pertenece a una generación que fue y
va coleccionando fracasos, y que en vez de quejarse prefiere la ociosidad como
forma de resistir.
Más allá de un estilo que parece ir recogiendo historias
sin involucrarse, ir mostrando una diversidad a la hora de filmar, se
ve más que un cineasta, un espectador de cine, con una visión igual a la
de su trabajo y que esto lo va convirtiendo en su propio ecosistema donde de
acuerdo a sus propias dinámicas puede igual hacerle una visita a Orson Wells en
“Me and Orson Wells” (2009), que a un entrenador borracho y fracasado “Bad
news Bears” (2005); o en la ya mencionada “Boyhood” como un ejercicio
un tanto de peping Tom o de pasar más de diez años viendo el
crecimiento de los actores y de los personajes. Linklater es un observador, un
contador de historias, siempre en primera persona, y es por eso que en sus
películas es fácil sentirse voyerista.
Migrar a Hollywood para él nunca fue una opción, no
buscaba la fama y la fortuna como un fin, menos individual; y es por eso que
decidió quedarse al borde de la industria produciendo y ganándose el respeto
por lo que hace, eligió lo colectivo a lo personal y hasta ahora esa decisión
le ha permitido convertirse en un director respetado.
A diferencia de muchos directores de su generación que
reivindicaron el cine como una forma de manifestarse, Linklater se mantiene
contando historias sencillas y complejas a la vez, que nos invitan a dialogar, a
pensar, pues es parte de (aunque él no este consciente de ello) toda una
generación que fue influenciada por el Mayo de París del ‘68 que aun en estos
días de colapso nos siguen invitando a imaginarnos y pedir lo imposible.
Letrinas: Bajo la carpa
La noche que Víctor-Hugo vio por primera vez el interior de una carpa, de sus ojos brotó una luz pálida. Eran días en que el morbo tenía por nombre un conjuro gitano y humo que revelaba las más grandes maravillas del mundo oculto a los ojos incrédulos; quimeras y demonios, seres de extraordinaria fuerza y anatomía. Milagros escondidos bajo la alfombra de heno, tela barata. Un tártaro de diez centavos.
Esa madrugada, se levantó como las últimas tres semanas anteriores, sudando y temblando de frío por dormir bajo la cama de sus padres; tomó su cajón de zapatos y salió en dirección al centro de la ciudad, pateando latas mientras el sereno apagaba las farolas que restaban. El cielo decidía si despertar o quedarse dormido. Soplaba uno que otro residuo de la llovizna y las ratas se recluían de nuevo en las alcantarillas.
Su padre partía camino a la fábrica mientras Víctor-Hugo alistaba su cepillo y grasa para trabajar hasta el atardecer. Realmente, su padre no tenía empleo e iba con frecuencia al bar para apostar el poco dinero que conseguía su hijo, teniendo días en los que tras recuperar su inversión, corría a casa para abrazar a su mujer y presumir que ahora todo sería diferente. Ya sabrás de la buena vida –decía– ya verás. Para gastar su dinero en baratijas que según él, valdrían su utilidad en oro para cuando despertaran a la mañana siguiente. Fue así que el cuarto que antes pertenecía a Víctor-Hugo, se llenó de fierros inservibles y espejos vistosos, para continuar con el resto de la casa, sumergida bajo estos aparatos de la charlatanería ficción.
Otros días corría sangre de las espaldas y se perdía en la regadera del baño, restos de vómito y cenizas en el azulejo lo acompañaban. Sin más baratijas arrumbadas en el fondo, sin la sonrisa de su madre. Solo un silencio incómodo al dormir bajo la cama, un dolor de cabeza parecido al de una contusión y el adormecedor arrullo del cajón que era su almohada.
Las calles se llenaban de poco con gente pasando de un lugar a otro, tapados con uno o dos suéteres para amortiguar el frío, brincando charcos, empañando lentes, repartiendo periódicos o yendo a sus trabajos, todos tenían algo por lo que correr a esas horas por las calles; Víctor-Hugo solo los veía y jugaba a adivinar a qué se dedicaban estas personas, dejando muchas veces, que su imaginación les colocase en las actividades más absurdas e increíbles que se pudieran imaginar en un lapso de tres minutos. Yo creo que ese, –murmuraba para sí– caza hormigas.
Pronto llegó en una bicicleta un hombre que superaba en tamaño a su padre acompañado de una mujer aun más grande. Esos... –pensaba– esos… El hombre bajó con un rollo de carteles en mano, un martillo y varios clavos en su bolsa. Esos… La mujer tomó las cosas y pidió ser elevada por el hombre, que, sin esfuerzo alguno y con solo un brazo, tomó a la mujer por sus piernas y la alzó por encima de él para que ésta colocará el anuncio. YA LLEGÓ. Hugo no podía creer lo que había visto. ESTÁ AQUÍ. No imaginaba cómo era posible semejante proeza. DESDE MÁS ALLÁ DEL TÍBET. ¿Eran acaso súper héroes perdidos en la ciudad? LA CARPA DE CURIOSIDADES DEL PROFESOR BROWN.
Víctor-Hugo no podría quedarse con la duda, así que tomó sus cosas y fue con ellos para preguntar: ¿Cómo pudieron crecer tanto sin estrellarse al cielo? Ambos personajes rieron ante la inocencia del niño y le preguntaron su nombre. Hugo, pero díganme, ¿cómo lo hicieron? La mujer entonces sacó unos boletos de su bolsa y se los otorgó al infante para exclamar: deberías ir a vernos.
Tras el encuentro, Víctor-Hugo guardó los boletos en su zapato y espero a que su padre volviera a recogerlo para contarle cómo los había adquirido, pero pasó tanto tiempo dentro de sus pensamientos que apenas y alcanzo a bolear un par de banqueros a medio día, encendiendo la cólera de su ebrio progenitor, que sin tentarse para nada el corazón, rompió su botella en el brazo de Hugo. Camino a casa, todo fue silencio.
***
Con un brazo cubierto de sangre y los ojos hinchados de llorar, su madre recibió a Hugo para lavarle la herida mientras detrás suyo era recitado el catálogo más extenso de obscenidades y blasfemias del que se tuviera registro. ¡TODO ESTO ES TU CULPA! –gritaba– ¡MALDITA MUJER! ¡MALPARIDA! Volaban esquirlas de platos mientras el brazo del niño era vendado. ¡TUYA Y DE ESE ENGENDRO MALIGNO! ¡ESE MALDITO NIÑO! La madre de Víctor-Hugo guardaba la calma para que su hijo no la viera llorar. ¡PERO HOY SE ACABÓ!
Al tiempo que Hugo se iba a esconder bajo la cama de su madre, dos explosiones acabaron con el llanto de la mujer.
–VÍCTOR…
No sabía que había pasado pero sabía que esta vez era diferente a las anteriores tres semanas que se había repetido algo así. Tenía que salir de alguna forma a buscar ayuda, y su única salida estaba sobre él a unos metros del piso.
–HUGO… ¡VEN ACÁ CARAJO!
El salto no era tan difícil, apenas un brinco y de ahí, aferrarse al marco de aluminio para salir corriendo a los campos tras la casa.
–¡AHÍ ESTÁS!
Era momento de la verdad, salir o morir a manos de una bestia humana.
Cuando Víctor-Hugo llegó a la carpa, su brazo sangraba aún más y buscaba con desesperación a los héroes que había visto en la mañana; se metía entre cajas y pilas de heno que funcionaban como paredes tras bambalinas del escenario. Aquella noche se llenó el cupo y no había alma que se haya resistido al atractivo principal del cartel. El horror más grande de la naturaleza.
Su padre le había seguido hasta este lugar con el arma en mano y dispuesto a arrancarle la vida como supuesta justicia por robarle su vida de lujos.
–Ayuda por favor, viene por mí –decía el niño.
–¿Quién? –preguntó su otra cabeza.
–Viene por mí.
–Tranquilo, todo estará bien –concluían los dos rostros.
La sombra de su padre se acercaba lentamente hasta donde estaba el infante, advirtiendo su disparo con el sonido del gatillo siendo cargado. Las luces se apagaron y la carpa entera esperaba la salida de lo que se hallaba tras la cortina. Tres sombras que sacudían el escenario con gritos y pataleos.
–¡ADMIREN! ¡LA PESADILLA DEL CERBERO!
Frente a un siamés, el padre de Víctor y Hugo disparando tres balas a su hijo.
«Elvis», un film digno del rey del rock and roll
Me
parece de suma importancia que, antes de leer esta reseña, tengan muy presente
lo emocionada que estoy/estuve por ver “Elvis” tras varios años (sí,
años) de espera porque por allá de 2019, cuando me enteré de que mi queridísimo
y adorado Baz Luhrmann sería el encargado de dirigirla, no solo se me desbordó
la emoción, sino que sabía exactamente qué esperar de la película y, una vez
más, Baz no me decepcionó. Obviamente soy una gran fanática de su ya muy
particular estilo al momento de desarrollar y contar una historia y, por ende, sabía
lo increíblemente meticuloso y creativo que sería, llegando al punto de
verdaderamente obsesionarse –en este caso– con Elvis y que el resultado final, sería
una joya visual de esas que te dejan abrumadx un largo rato.
Tal vez no lo recuerden, pero hace seis años, escribí acercade Elvis Presley aquí en Sputnik y les confieso que tuve que regresar a leer el artículo previo a ver la película porque no recordaba del todo qué había escrito en aquel entonces (sí… ya estoy grandecita mi gente, la memoria no es lo de antes *carita triste*). Gracias a ello, me refrescó bastante la memoria y recordé, no solo lo mucho que auténticamente me gusta Elvis, sino también lo mucho que ya sabía de su historia personal y carrera artística al andar investigando e investigando por al menos un par de semanas. Así que, les reitero lo emocionada que estuve al ver la película y lo mucho que anhelaba una buena adaptación a diferencia de otras biopics medio chafis que nos han presentado anteriormente. Lo que sí es que tengo que confesarles que me dio un cringe horrrrrrible releer mi texto y darme cuenta de lo normalizado que tenía yo el grooming que le hizo Presley a Priscilla y neta, qué perro oso. Lo bueno es que, la gente cambia, aprende, reflexiona, se deconstruye y pues, la mujer que teclea estas letras, vaya que ya cambió. Gracias infinitas, hermoso feminismo.
Pues bien, por si no lo sabían, el director australiano Baz Luhrmann tiene tan solo seis películas bajo el brazo, de las cuales al menos cuatro son verdaderos iconos del cine moderno: Romeo+Juliet (1996), Moulin Rouge! (2001), The Great Gatsby (2013) y, por supuesto, Elvis (sí, tal vez piensen que me estoy adelantando demasiado, pero no inventen, tuvo una ovación en el Festival de Cannes de 12 minutos y le ha ido muy bien con la crítica, mucho mejor que a Gatsby, por ejemplo). Y, si viéramos esos filmes de manera secuencial, podríamos apreciar aún más el estilo in crescendo de Baz y su forma tan over the top en contar historias. El inicio de “Elvis” por ende, es tan caótico como su director; por un instante se mezclaban tres momentos distintos de la historia del protagonista, con visuales espectaculares y música estridente de por medio, manejos de cámara tan rápidos que te daba la sensación de que, si pestañeabas un poquitín más lento, te perderías de algo esencial en la historia. Esa sensación, bastante abrumadora, va y viene conforme avanza la historia. Pero, de entrada, te deja bien clarito el tono y el ritmo de las siguientes dos horas y media. Y hablando de eso, antes de que se me olvide, sí… confieso que se me hicieron un poquito excesivas esas dos horas y media que dura la película, pero también entiendo que seguramente Baz consideró que lo que vimos en pantalla, era imprescindible para logar el efecto que “Elvis” está teniendo en la audiencia y, por lo tanto, defendió y se aferró a su visión en el cuarto de edición. Cantidad sin arriesgar calidad, básicamente. Aunque se rumorea que Baz tiene en su poder, una versión de cuatro horas, en donde podríamos ver cuando Elvis conoció a Nixon entre otras cosas, pero que no está seguro si algún día seremos dignos de verla. ¿Ustedes la verían?
La película, es narrada por el villano de la historia, el temible coronel Tom Parker, quien fuera mánager de Elvis durante toda su carrera y que es interpretado por el célebre Tom Hanks, una selección de narrador bastante curiosa que nos aleja de otras biopics que han caído en lugares más comunes. Coincido con algunas críticas en cuanto a que no es el mejor trabajo de Hanks ni tampoco hace algo extraordinario que valga la pena recordar, además de que a veces hacen mucho ruido esos kilos de maquillaje y el traje de gordo. Sin embargo, reconozco que tuvo que trabajar con un personaje del cual siempre se ha sabido “muy poco”; no hay suficientes grabaciones o entrevistas que ayuden a estructurar cómo era este nefasto hombre en términos de la voz o los modismos, por ejemplo, así que entre Hanks y Luhrmann crean un personaje… digamos desde cero, por momentos sí rayando en lo caricaturesco y por momentos muy real, pero que nos permite entender su psique al instante al manipular mental, emocional y económicamente a nuestro héroe y a su familia. Parker es responsable del ascenso a la fama de Elvis y también de su declive (y no es ningún spoiler eh, todo mundo lo sabe); un hombre estratégico, inteligente, audaz, cruel y rapaz que surge como una especie de inspiración para todxs aquellxs managers de mitades del siglo XX y por supuesto, de este siglo XXI, estableciendo exactamente qué esperar y obtener de la fama,
Justificando en todo momento los tejes y manejes sobre cómo gestionaba la carrera artística de Presley, Parker nos narra su primera impresión, su primer encuentro con Elvis y cómo logró hacerlo el artista más reconocido a nivel mundial, sin siquiera salir de Estados Unidos. Aquí la grata sorpresa y lo que sigue emocionándonos a todxs, fue ver al maravilloso Austin Butler interpretando a Elvis en el que, les aseguro, es el papel de su vida. Su enorme talento arrasó con contrincantes como Harry Styles, Miles Teller, Ansel Elgort (ugh) y Aaron Taylor-Johnson a la hora de audicionar para el papel y seguramente, Baz quedó prendado de la capacidad de este gran actor y por supuesto, lo llevó al límite. Por si no sabían, Butler fue directito al hospital un día después de haber terminado de filmar la película: “mi cuerpo comenzó a ‘apagarse’ y estuve en cama durante una semana”. Austin ha confesado en múltiples entrevistas que, durante tres años, lo único que tenía en mente y por lo que trabajó arduamente durante todo ese tiempo, fue en encarnar a Elvis Presley. Y es que, la mayoría de las personas (incluyéndome), le teníamos muy poca fe al actor: en primera porque su filmografía no es exactamente la que imaginarías para alguien a quien le encargan semejante protagónico y, en segunda, porque físicamente NO se parece al ultra guapísimo cara-tallada-por-los-mismos-ángeles de Elvis. Entonces, la presión era demasiada y las ganas de cerrarnos la boca, también (lo cual obviamente logró). Se preparó durante meses con los mejores coachings vocales, no solo para cantar como Elvis (porque sí, durante la etapa joven de Elvis, Austin es quien interpreta las canciones y hasta grabó en el estudio donde Presley grabó más de 200 canciones), sino para hablar tal cual como él; es verdaderamente impresionante. En una entrevista con Jimmy Fallon, imita la voz de Elvis y señala los pequeños y sutiles cambios que tuvo entre los 50s, en los 60s y los 70s; según yo es prácticamente la misma, peeero no es así jajaja y Austin nos lo demuestra con muchísimo orgullo, tanto así que durante toda la gira promocional del film, no logra deshacerse de la voz y aunque es un chico californiano, ha recibido un sinfín de críticas por insistir con el acento de Tennessee, aunque el actor lo justifica precisamente con el hecho de haber trabajado tanto con esa voz que ahora le resulta difícil regresar a su tono auténtico. ¿O será pura mercadotecnia? Who knows!
Austin trabajó para convertirse en cuerpo y alma en Elvis durante tres años y no es mentira: desde el casting hasta la finalización del film (que se detuvo un año debido a la pandemia de COVID-19), tuvo la oportunidad de estudiar e imitar todas las facetas de Presley como artista y como ser humano; leyó las decenas de biografías que existen sobre él, meticulosamente vio cada película, escuchó cada álbum, cada entrevista que realizara el artista en sus 25 años de carrera y es de asombrarse que nuestro joven actor (Austin tiene 30 años) no se volviera loco ¿o sí? El resultado es que conoce al artista y al hombre, y logra mediante una bestial actuación, presentarnos a un inmortal Elvis, lleno de inseguridades, miedos, pasiones, arrebatos y todos esos matices, hacen que empaticemos con el héroe del que tanto nos hemos mofado por años. No en balde las mismísimas Lisa Marie (su hija) y Priscilla (su exesposa), le agradecen a Baz la forma en cómo retrata a Presley. Los movimientos perfectamente coreografiados que logra Austin ¡están de locura! tanto así que quieres que te salpique el sudor que le corre por todos lados. True story.
Algo que me parece re atinado, es que se le hace un buen homenaje a artistas como B.B.King, Sister Rosetta Tharpe (de quien también yaescribí en Sputnik ¡yuju!), Little Richard y Big Mama Thornton y, por supuesto, se visibiliza y se reconoce el talento, la innovación y, por ende, la tremenda influencia de la música negra del sur de Estados Unidos, en particular la que Beale Street tuvo en Elvis; R&B, gospel, soul, provenientes de la clase trabajadora y de las iglesias protestantes evangélicas afroamericanas. La mayoría de sus primeras grabaciones, eran simples covers de artistas negrxs y por supuesto se le acusó de apropiación cultural, lo cual efectivamente es, pero al ser un intérprete blanco y quererlo matizar con música country, pues obviamente no iba a hacer tanto ruido y encima, lo que los ejecutivos de las disqueras hicieron y supongo que el buen manejo del Coronel Parker, fue fusionar dichos ritmos con el country, el cual evoluciona y surge un sonido que, en la década de los 50s era nuevo, fresco y atraía a las masas juveniles del resto del país: el rock and roll. Lo cual me lleva a hablar precisamente de las fusiones auditivas que hace Baz en esta película, muy similar a lo que hizo y logró en The Great Gatsby. ¿Nos imaginábamos algún día escuchar a Eminem en un soundtrack de Elvis? ¿O escuchar a Doja Cat (rapera gringa) hacer una interpretación de “Hound Dog” de Big Mama Thornton mientras vemos en pantalla a Elvis caminar en su ciudad natal? ¡Claro que no! Pero la intención de Baz, y me atrevería a llamarla ya una obsesión, es la de fusionar el pasado y el presente para que entendamos de una buena vez, lo transgresor que eran esos sonidos entonces y lo mucho que continúan influenciando a la música actual y también, por qué no, atraer a un público más joven. La música es el vehículo perfecto para la transmisión de esas ideas y sentir. Lo que Baz logra en la escena de la feria, cuando Elvis interpreta “Baby, Let’s Play House” es FENOMENAL. Obviamente podemos bailar mientras escuchamos muchos de los éxitos de Presley, algunos reeditados y algunos no, sin llegar a saturarnos. Muy por el contrario, el efecto que causa la película es querer crear nuestras listas en Spotify y darle una oportunidad a la innovadora banda sonora. No dudo ni tantito, que los números de Presley en las plataformas musicales estén teniendo un considerable repunte.
Y sí, visualmente “Elvis” es… uff… sen-sa-cio-nal. Una explosión barroca que podemos apreciar, desde los posters promocionales, hasta los vestuarios perfecta y meticulosamente diseñados por Catherine Martin la ganadora del Oscar quien, además de haber hecho los vestuarios de Moulin Rouge! y The Great Gatsby, es la esposa de Baz, por lo que la dupla de talento es indiscutiblemente asombrosa. Hace unos días veía una entrevista en donde Catherine explica el trabajo agotador que fue hacer una selección de los mejores jumpsuits de Elvis en su legendaria etapa de Las Vegas, aunado al famoso traje de cuero que usó para su especial de televisión del 68, todo bajo las restricciones de la pandemia, que la obligó a imprimir en un sinfín de ocasiones, estampados que se asemejaran a las telas que buscaba obtener ya que no le podían ser enviadas (porque la película fue filmada en Australia). Una labor titánica que seguramente, la llevará a obtener otros merecidos premios. Y en cuanto al exceso de gráficos dentro de la peli, simplemente los amé.
Para finalizar, no todo es miel sobre hojuelas en mi reseña; además de sentir que la duración de la película fue excesiva, me hubiera gustado que ahondaran más en ciertos momentos de la historia de Elvis, como sus auténticos inicios en la música y no un montaje ahí medio de cómic, o que profundizaran más en su “peculiar” historia de amor con Priscilla (porque he leído unas cosas terribles y en exceso cringey sobre su relación), porque todo es sumamente fugaz y el trabajo de Olivia DeJonge ni se disfruta ya que son contados los minutos que aparece en pantalla y por lo tanto, el drama y la tensión entre ellos es prácticamente nula y en ese sentido, es difícil entender la depresión que causó en Elvis su divorcio (a pesar de haber sido él, el causante del mismo). El hilo temporal a veces se pierde y, escenas que merecían más profundidad, son fugaces y, por el contrario, de repente se enganchan en ciertas situaciones que, a mi parecer, no merecen tanto tiempo de pantalla. Aunque insisto, seguro Baz le encontró una explicación lógica a la narrativa que decidió presentar y supongo que, en cuanto al tema de Priscilla, no quería meterse en problemas con ella.
Creo firmemente que el amor como tragedia, sigue y seguirá siendo el tema central en las películas de Baz y en esta ocasión, hasta lo dice explícitamente. Tras casi diez años de ausencia, Luhrmann nos entrega una biopic digna de un rey del rock que dará de qué hablar por un buen rato. Vayan a verla y discutamos qué les parece.