Aunque tú no lo sepas: una charla con Sr. González
Nomadland: más allá del neoliberalismo
Ha llegado la economía colaborativa, la patada en el trasero de la economía de la gente modesta —anunció pesaroso—. Había llegado a un punto en que no podía pagar el alquiler y además comer. Nomadland, Jessica Bruder.
En
este 2022, con una pandemia que no nos quiere soltar del todo, la organización
Oxfam, presento su informe anual sobre desigualdades socio-económicas en el
mundo, en el cual con datos duros nos dice que la élite de multimillonarios
duplico su fortuna entre 2020 y 2021, es decir, estos años de cuarentena,
de dolor, de muerte, para ellos fueron de riqueza, de aumentar sus ganancias.
Jeff Bezos, dueño de Amazon es quien lidera a esta cúpula y quien resultó mayor
beneficiado del virus SARS-CoV-2, mejor conocido como Covid-19.
En
diciembre de 2021, un tornado arrasó con una bodega de Amazon ubicada en el
pueblo de Edwardsville, Wyoming, dejando al menos seis muertos y múltiples
heridos. Los empleados recibieron la orden de no dejar su puesto de trabajar y
no dejar sus labores a pesar del peligro latente que significaba un tornado.
Las pérdidas para Amazon eran millonarias y no estaban dispuestos a
enfrentarlas, los empleados no tenían permitido ir a resguardarse con sus
familias y al final ocurrió la tragedia.
A finales de 2020, Chloé Zhao presentó su
adaptación del libro Nomandland, escrito por Jessica Bruder. La película ganó tres premios de la Academia en las categorías mejor película, mejor director y mejor actriz a Frances
McDorman. La adaptación corrió a cargo de la misma Zhao, resultando una obra bastante libre e interpretativa, más allá de lo que se intenta contar en el libro, que es un trabajo de investigación que Bruder llevó a cabo por tres años viajando con gente que se mueve de ciudad en ciudad
buscando trabajo, viviendo en sus autos, la mayoría de ellos adaptados para
funcionar como casa y como vehículo. La investigación terminó en un libro que
en español fue editado por Capitan Swing en el 2017.
En
el libro, los nómadas platican de primera mano con Bruder sobre los motivos que
tuvieron para vivir en sus autos-hogares para viajar buscando trabajo, en donde sea y como
sea. Desde los grandes almacenes de Amazon (los más utilizados, y los más
esclavizantes) hasta campos agrícolas trabajando como jornaleros. La mayoría de ellos no tuvo alternativa al perder sus empleos, sus ahorros y por consiguiente, sus casas al no
poder pagar las hipotecas.
Ser
nómadas fue su ultima opción, no les quedo otra para poder sobrevivir. Todos
ellos hablan de la falta de seguridad, de los riesgos, de cómo el apoyo mutuo
si bien es fundamental para mantenerse a salvo en las carreteras, carece
de la parte más importante que es defender un territorio, un espacio común.
Bruder
solo sirve como válvula de escape para que los entrevistados por tres años
pongan en la mesa todos sus sentimientos, sus miedos, sus sueños, incluso
aquellos de poder volver a tener una casa, un lugar fijo, un trabajo seguro.
Ella solo es la narradora de una realidad que supera por mucho todo lo que nos
han dicho que significa el capitalismo y el libre mercado, o tal vez lo
representa de la mejor manera, donde los seres humanos solo somos mercancía
descartable.
En
el libro se desgrana la realidad que desde 2007 a la fecha viven miles de
personas en todo el mundo, incluidos aquellos a los que el Sueño Americano se
les convirtió en la Pesadilla del capitalismo tardío y salvaje. Donde las
minorías ya no solo se definen de forma racializada (aunque este es un mito de
los progres que no ven más allá de sus propios privilegios) sino por una clase
media totalmente vulnerada, golpeada sin piedad por un sistema en crisis, por
un capitalismo neoliberal que está mutando peligrosamente hacia un
neo-feudalismo mucho más salvaje y depredador que se ve fortalecido por el capitalismo
de plataforma que a su vez da las herramientas para que la desconexión entre el
modelo de producción y el consumo se vaya dando de forma más clara. Las zonas
de sacrificio son solo un mito para aquellos que no tienen que vivir y trabajar
en ellas, no ven los impactos que éstas dejan en las comunidades cercanas y en
la naturaleza, claro, siempre tienen la serie o la película que es tendencia
para apaciguar su “conciencia social”.
La
segunda razón de la importancia de la película y su desfase con el libro tiene
que ver con la influencia que tiene el cine en la mayoría de la población y que
es mucho mayor que la literatura, especialmente aquella de investigación, de
crítica real. Y aquí tengo que ser claro. No cuestiono ni la técnica, ni la
estética que Chloé Zhao logra con su filme. Es bastante buena; lo que
cuestiono es su forma de abordar el punto central del libro y la denuncia muy
clara que hace contra un sistema de clases injusto, Zhao lo deja de lado para
convertir el objetivo en una especie de viaje de descubrimiento al estilo new
age o cualquiera de esas filosofías que intentan ocultar la realidad con ideas
que no tienen fundamento en la realidad, pensamientos mágicos sin sentido,
absurdos.
No se espera que Chloé Zhao se convierta en la próxima Ken Loach, ni mucho menos; de este aún nos queda bastante por ver, sin embargo a la directora le falta la carga teórica socio-política que a Loach le sobra, por lo tanto se queda a la mitad del camino, o nos da un retrato romantizado de una clase que ha sido despojada de todos sus derechos, abandonada a la suerte por un modelo que la considera prescindible.
La
idea de dejar todo atrás para irse en un viaje de auto descubrimiento se
convierte en la trama, lo hace pensando
que abandonar todo para viajar de un lado a otro es ser libre. Convierte al
desalojo de las personas en una idea romántica que nada tiene que ver con la
realidad, en pos a según de Zhao y muchos otros que parten de esta misma idea
en la búsqueda de la felicidad completa así en abstracto, sin detenerse a
pensar en lo que significa perderlo todo. En los tres años de investigación de
Bruder, pocos son los que tomaron esto como un viaje de auto descubrimiento, la
mayoría son desalojados, despojados, abandonados, parias.
Tal
parece que el objetivo del entretenimiento actual es convencernos de que la organización ciudadana,
comunitaria no es viable, que nos toca sentarnos y esperar que alguien más
resuelva por nosotros la crisis actual. Una táctica que les esta funcionando
bastante bien, si vemos este tipo de películas que aunque tengan un buen
respaldo como lo es el libro de Jessica Bruder, se convierte en algo totalmente
distinto.
Desde las
montañas de Klatch City
enero 2021
Letrinas: Arrebol
I.
Ella se despierta con un dolor fantasma
dentro de la cavidad. Se mira con un espejo, ahí está el espacio vacío que dejó
la raíz torcida de su muela. Cuando pasa su lengua dentro de su boca, se
pregunta en dónde habrá quedado ese pedazo semejante a un hueso, quizá dentro
de algún contenedor sin líquido o en el basurero. Será el premio de otro y ya
no mío.
Cuando era niña, sus dientes de
leche los conservó dentro de una caja de cerillos. A veces, los formaba en una hilera, juntos semejaban la
forma de una nube. Los examinaba con sus pequeños dedos. Dentro de ellos sólo
quedaba un hueco con sangre seca.
II.
Hace más de un mes que va cada
viernes al odontólogo. Prefiere llamarlo así y no dentista. Nombrarlo de esa
forma le da una sensación de seguridad engañosa, como cuando en vez de médico,
dice cirujano o anestesista.
Ella llega a la cita. Se recuesta
en la silla. Espera. Luego el olor de los guantes de látex le llega a la nariz,
observa las microgotas de saliva, las ve saltar en sus mejillas. Le lavan la
cavidad y le pican las otras muelas con algo parecido a un ganchito.
III.
A la altura de sus ojos, hay una
ventana con diversas manchas a las que les encuentra la forma de insectos aplastados.
Se centra en la que parece una mosca: las antenas, los ojos, las alas. Detrás del
insecto, aparece una espesa nube deforme.
Y ya se sabe, las nubes deformes
son de por sí extrañas. Las nubes tienen una conformación bien definida y sus
siluetas reales aparecen unos segundos después de observarlas.
Pero la nube sigue sin tener un
contorno definido. Mientras escucha el sonido de algo parecido a una turbina
pequeña que entra en su boca, observa que la nube empieza a desplazarse hacia
la izquierda en un movimiento pausado y blanco. Parece que la nube quiere ver
dentro de su boca, que los miles de cristales de agua quieren asomarse hasta la
campanilla de su garganta y tocarla. Ella deja la boca bien abierta.
IV.
¿A qué velocidad se mueven las
nubes? esta no dejó ningún filamento suelto.
V.
Cuando la nube esta por desaparecer
de su vista, cierra los ojos. La lengua, la saliva, el sabor amargo de algo en
su garganta. Ella abre los ojos y le sorprende que la nube vuelva. ¿Cómo que
vuelve? Ahora avanza hacia la derecha, lo hace con armonía apresurada. Una
última mirada Martina, dice la nube. Dentro de Martina, una nube roja asciende
desde dentro de su boca, la sangre roja se desvanece, se mueve lenta hacia su
cuello.
Planeta Buba: el libro
Por Parraguirre | Ilustraciones tomadas de Planeta Buba |
En el precario mundo de la narrativa
gráfica nacional, revisitar las obras indica la buena salud de éstas. Sobre
todo, si su realización es posible gracias a la ciberdemocracia del fondeo, en
donde la gente, la banda solidaria, el pueblo bien informado, son quienes
determinan el éxito de los proyectos. Tal es el caso de Planeta
Buba, que pasó
de ser un modesto fanzine en blanco y negro, a convertirse en
un librito hecho y derecho, a color, y con audio en Surround
Sound System.
Esta nueva versión remasterizada, relata la génesis de Buba, quien fue expulsada de una excrecencia del Todopoderoso, donde parece insinuarnos, a la manera del escritor soviético Isaak Bábel:
“Nosotros somos un escupitajo de Dios. Nuestro destino no vale un céntimo; nuestra vida exactamente lo mismo”. Porque la Buba puede ser así, altanera, caprichosa y orgullosa; frívola y aventurera; o lépera, cursi y de azote existencial.
No por nada se ha convertido en un personaje entrañable dentro de la historieta mexicana (y sus alrededores). Prueba de ello es la cantidad de seguidores que se encargan de mantenerla vigente. Pues a Buba se le puede encontrar paseando en un sticker dentro de los vagones del metro, observando desde un grafiti en alguna barda de ciudad, acompañando a sus acérrimos fans sobre el lienzo de su piel, custodiando la entrada de un bar de mala muerte, o bien, al interior de algún café cultural de buena muerte (porque hasta para morir hay estilo). Aunque del mismo modo, es posible verla en lugares más formales, como los libros.
La presente edición de Planeta Buba, demuestra que el tiempo puede ser un buen aliado, debido a que la diestra pictórica de José Quintero, también evolucionó para darle otro cariz a la obra. Pero el progreso no es únicamente en el apartado gráfico, pues con la decisión de añadirle más páginas, consiguió una prosa ágil, es decir, para los entendidos en el noveno arte: un buen ritmo narrativo entre la secuencialidad de las viñetas. Lo que resulta en una lectura fluida y amena, aunque no por eso rápida, ya que dentro se podrá encontrar la clásica mitología Bubiana, que consiste en páginas con carga simbólica, y alegorías propias del microcosmos del personaje, las cuales podrían pasar inadvertidas en un primer vistazo.
Por otro lado, la brevedad de la obra es un acierto que permite regresar a su lectura más de una vez, además de ser un mérito, pues como apuntó el poeta Charles Baudelaire: “Lo breve exige mayores esfuerzos que lo prolijo”. Encima, lo sucinto del trabajo es solo aparente, dado que al prescindir de textos y explicaciones, el lector puede darle rienda suelta a la imaginación y proponer distintas significaciones. Algo parecido a las alegorías oníricas hechas por Jim Woodring, en su historieta Frank.
Una interpretación somera de Planeta Buba, puede ser aquella en que el conocimiento, interpretado por la sierpe de Nietzsche, consigue abrir el tercer ojo de nuestra protagonista e iluminarla, o dicho más propiamente, ponerla al tiro; a fin de emanciparla del dogma religioso. Atendiendo así, lo propuesto por quien escribió el mamotreto de El capital: “La crítica de la religión es la premisa de toda crítica”.
Y aquí, metiendo la idea un poco con calzador, tal vez exista otra lectura subyacente a dicha crítica, con un guiño a las ideas decolonizadoras derivadas de la filosofía de la liberación. Pues la religión ha fungido como un dispositivo colonial, bajo el supuesto de su universalidad (y buena onda). Por lo que con el pretexto de un altruismo desinteresado, “el sujeto occidental –dice Abdennur Prado– se otorga a sí mismo la misión civilizadora de ayudar a los pueblos atrasados a salir de las tinieblas de la ignorancia a la luz de la razón científico-técnica”.
De cualquier forma, cada lector podrá aportar su propia interpretación del libro, el cual no pretende ser un tratado filosófico, sino una invitación a imaginar y reflexionar en torno al universo de Buba. Quien en una provocación, producto de la casualidad, decidió reaparecer en ésta ciudad mocha y conservadora, con una historieta que muestra el suicidio de Dios. Y aquí sí, habrá que concederle “a la provocación un alto valor filosófico”, como deseaba el filósofo Louis Althusser. Sobre todo en estos tiempos aciagos, complacientes y carentes de crítica, donde la rebeldía parece haber sido secuestrada por la tecnología y las redes sociales.
En fin, celebremos pues, este atisbo
vital del Espíritu Reacio, en un personaje iconoclasta, que a través de su
libre albedrío parece decirnos, al estilo de Joseph Roth: “Dios no está ahí, el
cielo está vacío y las estrellas son frías, lejanas y crueles, y puedes hacer
lo que tú quieras”.
José
Quintero, Planeta Buba, Mono
Barroco/Animal Gráfico, Ciudad de México, 2021, 40 pp.
Letrinas: Enramado de hojas verdes
En el carro al ir presurosos, sentimos un tremendo susto acompañado de una sequedad en la boca que en mi vida había experimentado. Mi tío manejaba mientras yo trataba en el asiento trasero que mi abuelo no se fuera de nuestro lado, un enramado de hojas otoñales en el pecho acompañaba sus manos ya frías y algo moradas empeoraban la tensión que nosotros de por sí ya cargábamos. Aquello comenzó como algo simple, un pequeño “traigo una molestia en el pecho” seguido de un “voy a estar bien” que se tradujo en un nosotros trasladándolo al hospital de la manera más rápida y eficaz posible. Mi abuelo ya contaba con 78 años y al ser sobreviviente de cáncer dos veces y de un ataque cardiaco, pensábamos de manera firme que esto era, algo inusual.
Al momento de ir junto a él en la
parte trasera, sentí cómo al sostener sus brazos, sus manos se encontraban
moradas, completamente heladas y duras. Eso me aterrorizó, le moví como pude y
en ese sostener sus manos sentí cómo su frío se transmitía a mi piel, recorriéndome
el brazo lentamente y haciéndome sudar, al igual que él, frío. En mi caso no
sentía dolor, sino un enramado intenso en el pecho a causa de la angustia. De
un momento a otro mi abuelo se fue, quedó inconsciente y extrañamente lo sentí
perdido a pesar de todo el esfuerzo invertido. Fue como si yo sintiese que él
no estuviese ahí mientras su cuerpo yacía a mi lado en el auto, me sentí llorar
pero más que ello, sentí el enramado que se había formado en ardiéndome en el
pecho y la mente fuera de mí. Pronto recobró el sentido de nuevo, quejándose
otra vez, dándonos otra oportunidad que nos permitió llegar al hospital.
Mi abuelo no murió, cuando
llegamos al hospital nos dijeron que se trataba de una falla renal y una
descompensación de plaquetas. Su enramado había desaparecido y con ello
empezaba el mío. Cuando volvimos a casa se encontraba cansado, pero de
maravilla, aún su pecho dolía, pero su semblante era otro, rejuvenecido.
En mi caso el enramado apenas
iniciaba sintiéndose pesado, pero no molesto, se veía como una coraza de hojas
verdes y ramas que se aferraba con fuerza a mi piel y me protegía la caja
torácica. Era pesada y ruidosa, al momento de llegar a mi casa vacía, todo el
ruido de las hojas invadió el lugar, entrar al recinto fue algo desastroso,
algunas hojas caían al piso mientras intentaba entrar e incluso cuando empecé con mi vuelta a la vida normal. Al día siguiente del incidente el ruido
y tacto de las hojas me hizo despertar para darme cuenta de que no podía
moverme, intente cambiar de posición en la cama, pero la coraza me lo impidió
totalmente. Era un completo desastre, las hojas me impedían hacer los quehaceres.
Mi casa pronto comenzó a llenarse
de hojas, mi patio de tierra y mi pecho de obstrucción, tareas como poder
cambiar mi ropa o bañarme ya empezaron a ser todo un desafío para mí, en cuanto
a la obstrucción, ésta ya era molesta. Pronto me sentí acorralada y empezaron
los hábitos extraños como traer tierra en los bolsillos y siempre cargar agua
conmigo. Había ocasiones en las cuales mi casa se percibía seca y mi único
remedio era tomar el agua del grifo hasta el punto de mojarme toda en el
proceso, otras veces mi cuarto me era demasiado incómodo para poder descansar y
salía al patio a dormir, cerca de la tierra. El olor de la tierra mojada me
llenaba los sentidos y me hacía sentir de nuevo alivio, un alivio quizá
parecido al de estar en el vientre materno.
No fue sino hasta un buen día de
diciembre que me percaté que en mi enramado flores hermosas habían crecido, las
contemplaba con amor y respeto, como si fuesen lo más hermoso que había visto
en mi vida. Aquello me conmovió de tal forma que lloré, lloré
descontroladamente y me senté sobre la tierra de mi patio, con la esperanza de
que el olor a esa tierra mojada me hiciese sentir un abrazo. De mí no quedó más
nada, no más cuerpo, no más habla, solo quedó implantado en mi patio mi enramado
precioso.
Letrinas: El acto de un solo hombre
El acto de un solo hombre
Por Gabriel Ferrum
Letrinas: Macaria
Macaria
Por Víctor M. Campos
Estoy
sentada frente al espejo esperando a que me salgan las canas. La otra noche,
mientras cenábamos, mi madrina me encontró una en el fleco. Dice que no hay
nada peor que le pueda pasar a una mujer. Ella se las tiñe con esos rojos que
tanto le gustan. Mi cana es blanca o más bien como plateada. Menos mal. Las
canas amarillas le dan asco a mi madrina. Eso dijo mientras fruncía la boca y
me la arrancaba con unas pinzas.
Felipa dice que no debería hacer eso. Que las canas son destellos de
sabiduría. Pero mi madrina truena la boca y dice que qué sabiduría puedo tener
yo. Y sí, digo no, supongo que no. Mi madrina es la sabia de la casa. Aunque,
aquí entre nos, yo prefiero a Felipa. Ella es la que me da de comer lo que me
gusta. Cuando mi madrina se va al banco o duerme su siesta, Felipa y yo vamos a
mi cuarto y me da cosas ricas.
Cada primero de mes mi madrina va por su incapacidad. Luego vuelve y se
encierra en su cuarto. Yo pego mi oreja a la puerta y la oigo contar el dinero
en voz baja. Uno, dos, tres, y así. En la cocina le da algunos billetes a
Felipa, pero antes se moja la punta de los dedos y se los va pasando uno por
uno. No vaya ser que estén pegados, dice. Con lo caro que está todo. Con lo
inútiles que somos Felipa y yo. Felipa me cierra un ojo y sonríe.
Quién sabe cómo le hace, pero siempre trae chocolatitos. Ella dice que
estira el dinero. Una vez yo lo intenté pero rompí un billete y mi madrina me
pegó. Sólo quería estirarlo, le dije, pero no me creyó y me dio de bastonazos.
Chamaca idiota. Ya me tienes harta, me gritó. Felipa me llevó a mi cuarto, me
quito la ropa y me sobó. Sentí muy rico. Después, me dio un chocolate. Nomás no
le digas a nadie, mijita, y te doy más chocolates luego.
Yo aprendí a sobarme sola.
Pero Felipa se dio cuenta y me dijo que no; que eso no era para andarse
haciendo así nomás. Y es que de repente me daban muchas ganas y lo hacía a
todas horas y en todos lados. Felipa me dijo que si mi madrina me veía me iba a
dar de bastonazos otra vez. Mejor yo te ayudo cuando se vaya al banco o cuando
se duerma. Además, acuérdate de los chocolates. Así me convenció. Y aunque a
veces me dan muchas ganas de sobarme, nomás me siento, cruzo las piernas y las
columpio hasta que se me pasan. Felipa me mira y se pone un dedo en la boca como
para que no diga nada. Y no, no digo nada. Ella es muy buena conmigo. No es de
la familia, pero aquí está todo el día. Se la pasa barriendo y trapeando
mientras mi madrina se depila las cejas o ve la televisión. Los sábados lava la
ropa y es ahí cuando se da cuenta de que a veces no me puedo aguantar las
ganas. Mira nomás estos calzones, me dice. Y yo me río. Lávate las manos antes,
chamaca. O de plano bájatelos pa’que luego no me cueste tanto trabajo quitarles
la mugre.
También así se dio cuenta de lo del
padrecito.
Los domingos venía a comer después de misa y se sentaba a ver la tele
con mi madrina. Cuando ella se quedaba dormida, el padrecito decía que me iba
llevar al cielo y me sobaba muy brusco y luego yo lo sobaba a él. Felipa se dio
cuenta porque un día mis calzones estaban todos embarrados. Y ora qué es esto,
dijo. Yo nomás alcé los hombros y me tapé la boca con las manos. Ella rascó la
mancha, la olió y peló los ojos. Yo me reí y me hizo cosquillas hasta que le
conté todo. Si sigues jugando con él ya no te voy a dar chocolates. Y como el
padrecito no me daba nada y nomás se hacía pipí, ya no dejé que me llevara al
cielo.
Desde entonces ya ni viene.
Felipa y yo somos felices. Yo me como
uno o dos chocolates todos los días y mi madrina ni se da cuenta. Se la pasa
viendo el programa de la Doctora Polo hasta que se queda dormida. Así desde su
accidente. Felipa y yo estamos toda la tarde en mi cuarto y luego se va a su
casa. Se despide de mi madrina hablándole bajito al oído y ella salta en el
sillón. Sí, sí, dice mi madrina a lo puro menso. A mí me da mucha risa, pero
Felipa se pone un dedo en la boca y me pela los ojos. Sé que ella también se
ríe pero disimula.
Sí,
sí. Nos vemos mañana, dice mi madrina cuando por fin se despierta. Luego Felipa
le recuerda que al día siguiente es domingo y que ella los domingos no viene.
Sí, sí, hasta el lunes. Ya, lárgate, le dice. Cuando se va, mi madrina y yo
cenamos las dos solitas en la cocina.
Así estábamos la noche en la que mi madrina me llamó. Se puso los lentes,
me pidió que agachara la cabeza y me espulgó. Ya estás vieja, me dijo. Luego,
sentí el jalón. ¡Auuuh! Ahora estoy sentada frente al espejo esperando a que me
salgan las canas. Mi madrina me dio unas pincitas para que cuando vea una me la
arranque. Dijo que si no me pongo viva me va a tener que pintar el cabello de
rojo, pero yo no quiero. Felipa tampoco. Dice que mi cabello es más bonito así
como está. No me ha salido ninguna cana en todo este tiempo.
Lo bueno es que mientras puedo columpiar mis piernas y comerme uno de los chocolates que Felipa me dio.
Doom Patrol: marginados contra lo establecido
Desde este día celebraremos el absurdo total de la vida, el birlibirloque gigante de la existencia. ¡Desde hoy que reine la sinrazón!”
-Mr. Nobody
En 1963, las
dos grandes casas editoriales de comics books en los Estados Unidos publicaron
un par de series que tenían superhéroes similares y con las que comenzaban a
crear una nueva clase de héroes; una que no era ni admirada, ni respetada sino
que por el contrario eran marginados, rechazados, perseguidos.
Distintos al
resto de los seres humanos y por supuesto a los demás protagonistas que en ese
momento estaban en la edad de oro del comic. Eran odiados, atacados por más
veces que salvaran al mundo. Eran los marginados que ni siquiera llegaban a la
categoría de antihéroes que tenían otros personajes.
Marvel publicó el primer numero de los X-Men, que aunque costó que los fans los aceptaran, el
resultado con el paso del tiempo ya todos los conocemos. Una de las series más
exitosa de la Casa de las Ideas, que ha contribuido hacer grande todo el
Universo Gráfico de esta editorial, creando a otros equipos (X-Force,
X-Factor, Excalibur, New Mutants, Deadpool, entre otros) además de haber entrado con éxito a las series
live-action, películas y muchas series animadas. Marvel consiguió
convertir a su grupo de marginados en un grupo que si bien en las historias se
mantienen con el rechazo, en el mundo real lograron avanzar más allá. Y es que
no es lo mismo, un Niño Bestia que Wolverine.
Hay una enorme diferencia.
DC por otro lado toma un camino mucho más arriesgado.
Con Bob Haney como escritor y Arnold Drake dibujando, apuestan por formar un
grupo mucho más extraño que los mutantes de Marvel, por lo que su grupo
de marginados es mucho más atípico; las historias se convierten en una suerte
de viñetas de lo más bizarro e ilógicas que se han publicado hasta la fecha.
La rareza de
sus personajes -protagonistas y antagonistas por igual- ha convertido a Doom
Patrol -el nombre que le dieron a
este equipo- en un grupo atípico, que a la par se convirtió en una serie de
culto. Sin el éxito de los X-Men pero con mucha mayor libertad creativa para sus creadores y los que
siguieron explorando hasta donde podían llegar con este equipo.
La época más
larga de publicación fue entre la década de los 80s y 90s cuando de la mano de
un joven Grant Morrison que después de saltar al éxito gracias a su novela
gráfica Arkham Asylum
comienza una nueva época con estos marginados llevándolos a tope de sus
comportamientos que no tenían nada que ver con lo que se esperaba ni de un
grupo de superhéroes, ni de personas “normales” para la sociedad.
Con Morrison
al mando, Doom Patrol
comienza a perfilarse en lo que se convertiría en esos años: un espacio para
que desde lo políticamente incorrecto se pusieran en la mesa de discusión, al
menos en el ámbito del arte gráfico, comics y novelas, temas como la homofobia,
la transfobia, el racismo, la salud mental. Todos ellos visto desde una
verdadera corrección política, es decir, sin caer en la burla o el cliché, pero
sin dejar de ser políticamente incorrectos.
En los cinco
años que Morrison estuvo como escritor, la serie exploro temas que difícilmente
se abordaban en otras series. El Joker puede estar loco, pero nunca se habla de por qué o el
problema de la salud mental que lo lleva a ser lo que es, Morrison lo hizo,
desde este comic denuncio al sistema de salud, al sistema patriarcal, a la
falta de apertura con los diferentes. Fue justo aquí donde inicio su crítica a
la hegemonía de los héroes en mallas.
En Doom Patrol, la característica de todos los personajes que aquí aparecen es que de una forma u otra son marginados, viven en la frontera de la normalidad, sobreviven desde el rechazo de la sociedad, no encajan en las normas establecidas por el sistema. Sus poderes, que no son tan grandiosos como los de otros son los causantes directos de sus problemas tanto personales, como colectivo y con la sociedad.
Ellos no
pretenden cambiar al mundo. Su lucha no es por hacer de este un lugar mejor. No
están buscando ser aceptados, responden ante villanos que los atacan ya sea
directa o indirectamente. Y estos, los villanos, tampoco están tratando de
dominar al mundo. Solo quieren -tanto los primeros como los segundos- ser
aceptados, ser felices, que parafraseando a los X-Men podríamos decir que quieren serlo en un mundo que
les teme, los odia y los rechaza.
Los
personajes sobreviven más allá de sus poderes y no siempre gracias a ellos. Hay
una enorme diferencia -por citar un ejemplo- entre Mr Fantastic de los Fantastic Four, que gran parte de quien es se lo debe a su poder y Rita
Farr (Elastic Girl) que perdió todo lo que tenia y quien era cuando
obtuvo su poder, del que se avergüenza, lo que hace además que le sea imposible
controlarlo, viviendo entonces en una ansiedad que la lleva casi a la locura, a
pesar de su instinto maternal de proteger al equipo. O entre Vision y toda su seriedad, sobriedad que implica ser robot,
y la ira, la violencia, el enojo, la desesperación de RobotMan que no le permite “alcanzar su potencial como héroe”.
Doom Patrol poco a poco se fue ganando un espacio entre los más
freaks de los freaks y fue así como se fueron convirtiendo en un símbolo de
ciertas luchas, al menos de ciertos grupos en algunos movimientos de
resistencia. Los personajes, incluso los villanos se prestan para eso; para
convertirse en voceros de luchas. Claro, siempre hasta donde la editorial lo
permite. La serie también ha sido una marginada, por lo que quienes pasan por
ella saben que tienen que lidiar con esto, sabiendo que tienen el apoyo de
muchos.
Los personajes secundarios mantienen estas
rarezas. Una calle que es un ser vivo que se esconde moviéndose de un lugar a
otro, pero que además se identifica como un ser No Binario y que sirve de
refugio a seres como él; ya sean transexuales, género fluido, homosexuales,
cualquiera que sea atacado por sus preferencias tiene un espacio con Danny
The Street. Flex Mentallo que su superpoder radica en con solo flexionar sus
músculos logra orgasmos colectivos en cualquier espacio en el que se encuentre.
Esta es una
serie que incluso en estos tiempos y el significado que tiene para algunos,
esta condenada a ser de pocas ventas, por lo que su duración es limitada. Sus personajes
aunque entrañables, son demasiado cercanos y nos recuerdan mucho del mundo
actual. No son esos grandes superhéroes como Thor, Superman, que nos recuerdan la grandeza, o antihéroes como Batman,
Punisher que nos recuerdan ese
lado oscuro que tenemos. Aquí vemos personajes que aunque más extraños son más
reales, por lo menos sus problemas y la forma de lidiar con ellos en el día a
día.
En el 2019, HBO
junto a DC decidieron filmar un live action apostando por el boom
actual de estas series y películas con resultados que ni ellos esperaban. Retomando
la idea primaria de Grant Morrison, esta serie acomoda a los personajes en un
mundo que con toda la corrección política que en teoría existe, los marginados
siguen luchando por su vida; sin dejar de ser políticamente incorrecta y
especialmente sin la necesidad de caer en panfletos sin sentido, van haciendo
referencias a muchas de las resistencias actuales. La vida de los live action
es corta, pero ya vemos en los medios que al menos Doom Patrol pasó a la historia por atreverse hablar de lo que no
todos hablan y lo hace de forma correcta. Sin ofender, pero sin caer en
paternalismos absurdos.
Contradiciendo
a Alan Moore y sus a veces acertadas criticas a los live action de hombres en
mallas -¿podemos clasificar a Doom Patrol en este lógica? No lo sé, juzguen ustedes- el acierto
de esta serie es que no infantiliza, no vende grandeza inexistente, irreal, al
contrario, nos invita a reflexionar sobre las luchas individuales y colectivas
que todos llevamos en el día a día, a sentir empatía hacia todos aquellos que
reciben/recibimos el rechazo continuo. Lo hacen sin caer en la falsa corrección
política actual y sin dejar fuera el humor políticamente incorrecto tan
necesario en estos tiempos.
Desde el exilio en Ankh-Morpork
Jorge Tadeo Vargas: Escritor, ensayista, activista, anarquista pero sobre todo, panadero casero.
Tranquility Base Hotel & Casino: psicodelia en la alfombra
Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez |
Letrinas: Ojos de amanecer (sus labios me sabían a mona)
Ojos de amanecer (sus labios me sabían a mona)
Por Chrys Sainos
— Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.
Aferré mi cuerpo contra el suyo y entonces me perdí en el amanecer de sus ojos.
Reaccioné cuando
una camioneta casi nos hace papilla.
Siempre tuve miedo
a la velocidad pero mis fobias no me iban a privar del placer de rodear su
cuerpo con mis brazos.
Ajustaba el enorme
casco a mi cabeza cada tres minutos para que no volara a mitad del periférico
provocando un accidente al puro estilo de destino final.
Te reíste tanto de mi cara pálida y de mi forma de llorar cuando un tráiler casi nos lleva de corbata.
Llegamos a nuestro destino y te besé con desesperada ansiedad al despedirme. Necesitaba dormir profundamente después de casi verte morir.
Hoy desperté pensando en ti.
Cada mañana de lunes el mismo martirologio. Café, sueño, la mañana nublada… Pero esta vez fue diferente gracias a tus ojos de sol.
Una rola de Catana sonaba en el tocadiscos. Sí, ahora lo vintage es cool otra vez; o ¿es una moda surgida de esa atemporalidad y sensación de muerte cercana que nos dejó una epidemia mundial?
Como sea, en mi mente la música se mezcla con nostalgia y emoción.
A mis treinta y
tantos no suelo emocionarme por un idilio de fin de semana, por eso no entiendo
porqué no dejaba de sonreír cada vez que a mi mente volvía el recuerdo de tu
sonrisa dulce, tus manos fuertes y tu piel de fuego.
"Debo dejar de buscar el amor y convertirme en una adulta funcional", me repito mientras explotan estrellas en mi estómago al mirar la última foto que subiste a IG, "las relaciones a distancia no funcionan" repito mientras recuerdo el sabor embriagante de tu saliva y me regaño cuando recuerdo que te mentí diciendo "aquí nadie se va a enamorar" antes de verte partir.
Sus besos me sabían a mona.
Nunca he “moneado” pero pues según yo es como thinner en una bolita de algodón... creo. Así como olía el taller de carpintería en la secundaria. Rico, mareador, a peligro.
Él era para mí mucho más que un cuerpo bien formado de hermosas proporciones. Tenía la sonrisa dulce; como olor a pan recién horneado y la mirada cálida como un amanecer en la playa.
Sus ojos me ponían mal, nerviosa y sonsa. Hasta ganas de escribir poesía me daban.
No soy poeta. Nadie lo es.
Esos remedos de Cortázar y Bukowski que deambulan entre la intelectualidad y el ocio son sólo borrachos patibularios que en la poesía encontraron una forma de justificar su miseria, con pretexto de un concepto de belleza más rancia que sus saquitos de terciopelo.
Esos son mis pares. Pero no son poetas.
Encontramos una utopía romántica entre la rebeldía de mis demonios y el fuego de los suyos. Nada podía salir mal.
Cinco años de sexo salvaje, gatos y arte.
Pasabas temporadas largas entre mis piernas haciendo música con el viento, mientras mi pluma sangraba tinta cada que el timbre de tu voz incendiaba mis entrañas y aceleraba mis latidos.
Construimos la vida que jamás quisimos pero siempre soñamos. Sobre una motoneta fiada recorrimos caminos prohibidos y senderos olvidados.
— Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.
Aferré mi cuerpo contra el suyo y entonces me perdí en el amanecer de sus ojos.
Desperté un día en una cama extraña, incómoda y gris. La enfermera me puso al tanto de los últimos años.
Todo había cambiado.
¡Mi cara, cuerpo y mirada! La persona en el espejo me era completamente ajena.
Pregunté por ti. Sin recibir respuesta. Cómo si jamás hubieras existido. Nuestro departamento en Cholula, mis libros, tus tocadas, la línea de joyería artesanal que lanzamos juntos.
Nada pasó realmente.
Cada noche sentados en la azotea mirando las estrellas con un porro y tus ojos encendidos de fuego al hacerme el amor fueron solo un producto de las benzodiacepinas que consumo desde hace años para sobrellevar una realidad que jamás pude afrontar.
Desde el momento en que subí a esa motocicleta supe que algo no iba bien. Tus maniobras eran más imprudentes que intrépidas. El colmo de mi ansiedad llegó cuando pasamos entre dos tráilers de doble eje y tú reías al tomar el periférico como si de una pista de motocross se tratara. Las mentadas de madre de los automovilistas, mis manos sudorosas apretando fuerte tu pecho, mi mente gritando "¡basta, detente!" y luego...
— Agárrate fuerte y tranquila, nada malo pasará.
Aferré mi cuerpo contra el suyo, me perdí en el amanecer de sus ojos y entonces... llegó la oscuridad.