
Aunque tú no lo sepas: una charla con Charly Benavente

Fui al Eras Tour de Taylor Swift en CDMX… ¡Y SOBREVIVÍ!
Por Mónica Castro Lara |
Ya sé, ya sé. Ya
pasaron días de los conciertos de la güera en CDMX, pero acá esta millennial
geriátrica se enfermó de gripa (mi garganta lo resintió bastante y me puse de imprudente
días después creyendo que estaba como si nada) y comprenderán que no estaba al cien
para escribir y compartirles un poquito de mi *inolvidable* experiencia. Además,
aprovecho que hace unos días anunciaron el Eras Tour Film en cines y otra vez
la euforia regresó a nuestros cuerpos cansados y gastados. Como era de
esperarse, esos boletos también se agotaron en cuestión de minutos a pesar de
que Cinépolis se tiró al suelo, hizo berrinche y salió con diez mil jaladas,
pero bueno. Nuevamente iremos a ver el concierto, pero ahora desde la comodidad
de un asiento acojinado (y no la porquería de grada del Foro Sol al cual
siempre odiaré) y a tan solo minutos de casa. Como podrán comprobar, el impacto
del Eras Tour de Taylor Swift en 2023 es bestial y llegó para quedarse
un bueeen rato en nuestro país.
*(Tantito imaginen que es la madrugada del 26 de agosto) *. Escribo estas líneas mientras regreso de lo que es, sin duda alguna, el concierto de mi vida. Digo… tampoco es que haya ido a muchos conciertos en mi vida, pero en definitiva, éste llegó para ocupar cada rincón de mi gélido corazoncito y créanme cuando les digo que, lo que acabo de vivir el día de hoy, dudo que pueda revivirlo con algún otro artista. No sé qué tan simple sea mi historia con el concierto, pero de todos modos la voy a contar. Así como millones de personas, me registré en el Verified Fan en Ticketmaster (que también odio, por cierto) sin recibir una respuesta positiva. Mi amiga Mary fue la suertuda que recibió el muy codiciado “código” (que en realidad era un link privado) y gracias a ello pudimos comprar los boletos sin mayor problema y, sobre todo, sin la intervención de ningún revendedor horroroso o tener que buscar los boletos por otros medios (cosa que, en definitiva, no estábamos dispuestas a hacer). Escogimos una zona bastante razonable económicamente hablando (porque a pesar de la euforia, hay que medio ubicarse) y afortunadamente no tuvimos ningún otro contratiempo (tipo que se cayera la página, que no nos aceptara el pago o esas cosas nefastas que suelen pasar con Ticketmaster). Como verán, efectivamente suena muy simple (porque debería serlo), pero en verdad fuimos de las pocas afortunadas en lograr una compra exitosa y sin percances. Ese era apenas el inicio de una larga y muy emocionante travesía; como buenas poblanas, necesitábamos transporte, planear el viaje en sí, pensar, comprar o incluso diseñar nuestros outfits, hacer las famosas friendship bracelets, ahorrar lo más que se pudiera y un largo etcétera. No les miento: fue una experiencia muy, muy linda pero también de mucho derroche económico. Prefiero no entrar en ese tipo de detalles porque si me pongo a indagar, a hacer cuentas y a reflexionar un poco más, entra una en un círculo capitalista vicioso e infinito y creo que es mejor disfrutar digamos… la esencia del por qué estamos haciendo y gastando todo esto, que es a grandes rasgos, ir a ver a una de nuestras artistas favoritas en sus primeros shows en nuestro país y pasarla muy, muy bien. Y por fortuna, así fue.
Un factor estresante
(no solo para mí, sino para miles de personas) era el saber que lo más probable
es que se cayera el cielo en la Ciudad de México en las cuatro fechas del
concierto (porque sabemos que en agosto llueve, eh Taylor) y que lo usual en
dicha ciudad y en especial, en el muy mal construido Foro Sol (sí, lo odio) es
que se inunden. No sé si recuerdan, pero en 2020, justo días antes de que
cerraran TO-DO por la pandemia de COVID y cuando el virus ya estaba bien instalado
en nuestro país, estuve en el concierto de Billy Joel en el Foro Sol y a partir
de esa muy mala experiencia, juré no volver a ir a ningún otro concierto o a algún
evento en dicho lugar. Lo que no sabía es que tres años después, me iba a terminar
mordiendo la lengua hasta sangrarme y que estaría asistiendo al mismo recinto
que tanto me choca y al que tanto le echamos caca los mexicanos. “¿¡POR QUÉ
NO LO HICIERON EN EL ESTADIO AZTECA!?” nos preguntamos varixs. ¿Será muy
costoso gestionar un concierto en el Azteca? ¿O de plano los dueños del Foro
Sol son más perros? Quién sabe. Lo importante aquí es que, Tláloc, al parecer íntimo
amigo de Taylor Swift, nos dio tregua los cuatro días del concierto a pesar del
cielo cerradísimo y nubladísimo que había. Sí nos llovió muy poquito cuando
apareció la telonera Sabrina Carpenter, pero hasta ahí. Yo, como buena millennial
geriátrica (sí, se los reitero), me fui muy preparada para un 25 de agosto lluvioso,
es decir con botas de camping, dos impermeables (sí dos, pero solo usé uno) y
la verdad es que, por cuestiones de comodidad, no planee más allá de lo que otrxs
planearon, pero qué pinche bonito fue ver a un montón de gente vestida de su era
favorita de Taylor Swift o de algún video musical en específico o de la letra
de alguna canción. No me queda la menor duda de que la gente (y en especial lxs
mexicanxs) es muy creativa, súper animada, arriesgada y que una lluvia o posible
mal clima no iban a impedir que se expresaran a través de sus outfits, de sus espectaculares
peinados y de las toneladas de glitter que iban a usar en sus impecables maquillajes.
Así que todo mi respeto, todo mi amor y toda mi admiración a todas y cada una
de esas personas que decidieron ir en contra del pronóstico del clima y del de
por sí cansancio que implica el asistir a un concierto así (a la chica que vi
con botas de tacón de aguja mientras caminábamos kilómetros rumbo a la entrada,
quería darle un abrazo o un sape, francamente).
Estoy segura de que a estas alturas ya saben cuál es el significado o más bien el origen de las friendship bracelets que muchas hicimos y compartimos antes del concierto, así que me parece medio redundante repetirlo, pero sí quiero platicarles (porque soy una ñoñísima y se aguantan) que para mí fue relindo y de lo que más disfruté previo al evento; hacerlas junto a mi hermana Elo, con Bunny a un ladito, escuchando las canciones de Swift y estar totalmente concentrada en lo que estaba haciendo, fue inesperadamente terapéutico (¿mindfulness? ¿eres tú?). Lo que sí es que reafirmo mi nula capacidad para hacer cosas manuales y ni modo. Si a estas alturas ya se reventaron las pulseras que intercambié, pido disculpas.
Tras llegar con tiempo
récord al Foro Sol, recorrer casi todos los puestos ambulantes de merch porque
somos medio indecisas, mirar desconfiadas al cielo cada cierto tiempo y
encontrar nuestros lugares, por fin inició el segundo concierto de Taylor Swift
en México tras 17 largos años de espera. Empecé a gritar como desquiciada
cuando apareció nuestra querida güera debajo de los pétalos gigantes que la
escondían y ahí supe que me iba a desbordar de la emoción. A M É con locura las
maratónicas tres horas y media que duró el concierto y que, además de ser
increíblemente puntuales, fueron en todo momento electrizantes y francamente
maravillosas. Sabemos que Taylor Swift tiene un equipo de altísima calidad y me
dio muchísimo gusto que, a pesar de haber estado en gradas, vimos perfecto todo
el espectáculo cuyas pantallas la dejan a una sin habla (Taylor y su equipo
mandaron a quitar la cochinada de escenario que tiene el Foro Sol y nos dieron por
fin, equipo de calidad). Los visuales del show son geniales, muy ad hoc a cada
canción o era; el sonido brutal a pesar de la mala acústica del recinto (porque
no, no la tiene) y el fueguito en “Bad Blood” nos calentó a todos bien entradas
las diez de la noche. Les confieso que estoy muy, muy orgullosa de mí misma
porque pude cantar (más bien gritar jejeje) las 43 canciones que se avienta la
Taylor (yo sé que son 44 canciones en total, pero la canción sorpresa que me
tocó –“Tell Me Why”– la he escuchado, pero no me la sé). Había visto videos en
donde la gente afirmaba que, del shock, se les olvidaban las letras de las
canciones, pero no fue el caso de esta ñoña que la verdad, ni es taaaan swiftie.
Pero eso sí, bailé, canté, grité, lloré, berreé como nunca y me di cuenta de
que justo esa era la terapia que necesitaba y que estaba ansiosa de vivir desde
hace varios meses, porque si bien veía partecitas de los conciertos a través de
Instagram o de YouTube, la experiencia de estar presente en el Eras Tour México
es completamente distinta a lo que vemos en pantalla y mucho se debió al
público mexicano. Agradezco que pude estar rodeada de personas que estaban
igual de emocionadas y desbordadas que yo. O bueno, unas dos que tres no ¡já!.
Obviamente en “Cruel Summer” que es LA canción del verano y la segunda
que interpreta, yo ya no tenía voz. Y a la señora o chica de cubrebocas que
estaba a mi izquierda adelante de mí a unos tres o cuatro lugares de distancia y
que me miraba súper sacada de onda cuando estaba B E R R E A N DO durante
“august”, le digo que sí, que estoy bien y que mejor deje de juzgar a la gente
o andar de mirona. Aun así, no me inhibió en lo absoluto. Muchxs me han
preguntado cuál fue la canción o el momento que más me gustó del concierto y he
de confesarles que creo que no es uno muy habitual o que hayan mencionado mucho
en publicaciones previas y así, pero yo Mónica Castro Lara sentí que el Foro
Sol se desbordaba durante los 10 minutos de “All Too Well”. Es una
canción compleja, larguísima, pero en verdad se me enchinó la piel de inicio a
fin. Y por lo que viví, creo que a la mayoría le pega cañón.
“No sabía que te gustara tanto Taylor Swift”. Lo escuché y lo leí muchas veces antes del concierto. Resulta que hace quince años, cuando iba en la universidad, mis amigxs y yo recreábamos a modo de burla el video de “Teardrops In My Guitar” y de ahí, decidí descargar algunas canciones de Swift en mi iPod. Siento que ahí empezó todo. Pero como a la gente le encaaanta juzgar los gustos musicales ajenos y Taylor Swift es lo más blanco, lo más ñoño, lo más pop, lo más mainstream que existe, pues confieso que nunca me sentí cómoda gritándolo a los cuatro vientos. Hasta hace unos años que leí sobre lo que Dave Grohl dice de los guilty pleasures y pues… resulta que no me gusta Taylor Swift… ¡M E E N C A N T A! “I don’t believe in guilty pleasures. If you fucking like something, like it. That’s what’s wrong with our generation: that residual punk rock guilt, like, “You’re not supposed to like that. That’s not fucking cool.” Why the fuck not? Fuck you! That’s who I am, goddamn it! That whole guilty pleasure thing is full of fucking shit.” Yo sí creo en lo poderoso de sus letras; como muchxs siento que he crecido con ella y he constatado la evolución de sus canciones, la complejidad de muchas de ellas, lo bien que sabe contar una historia (porque es una extraordinaria storyteller), lo mucho que me interpela su música y lo bien que está rompiéndola en la industria musical.
Por último, Taylor es una titán en lo que hace. No solo en su carrera musical (que ha tenido miles de altas y bajas), sino en el concierto en sí. Cientos de videos hablando de qué dieta llevará, qué tipo de ejercicio debe estar haciendo para mantenerse en forma, que rinde más que los atletas más disciplinados, de cómo debe estar cuidando su voz, qué drogas debe estar inhalando/fumando/inyectándose para resistir y dar lo mejor de sí durante tres horas y media con intermedios y cambios de vestuario de menos de cinco minutos. David Harbour, nuestro Jim Hopper de “Stranger Things” no se explica cómo va al baño la Taylor o en qué momento toma agua. Así todxs, David, así todxs. Estoy muy orgullosa de la perseverancia de nuestra güera favorita, de su tour y de saber que tendremos Taylor para rato. Tú siguele facturando, mami. Factura todo lo que puedas.
Mi agradecimiento por siempre a Andy, por hacer T O D O el viaje una
realidad. A Mary, por no quejarte de mis gritos horrendos mal entonados durante
el concierto y vivirlo juntas. Y a mi Elo,
siempre.
El 'live action' perfecto sí existe: bienvenidos al universo de One Piece
Samanta Galán Villa |
One Piece es un manga que tiene más de veintiséis años dentro del mercado y ha logrado conseguir una audiencia fiel, entregada y exigente. Era de esperarse que una temporada de ocho capítulos, cada uno de cuarenta y tantos minutos, tuviera algunos cambios y tomara lo esencial desde el arco Romance Dawn hasta Parque Arlong.
Cada actor parece haber nacido para interpretar el papel. Tanto aliados como antagonistas abrazaron la esencia de los personajes del manga para entregarnos una serie pulida, sin perder el sabor original.
Ariel 2023 y los cortos de ficción: entre nuevas masculinidades y el cine de denuncia
Cinetiketas | Jaime López |
Sobre el libro «200 discos chingones del rocanrol mexicano»
¿El rock mexicano está documentado?, ¿Cuántos libros hay sobre el tema?
De fácil y ágil lectura, este prontuario sónico documenta y nos brinda un pulso del panorama actual del rock mexicano, tal vez faltan y sobran algunos, solo el tiempo nos dirá cuantos de estos discos pasan la prueba del añejo.
Declinismo: impresiones acerca del libro «Llorar de fiesta», de Elma Correa
Antonio León | Foto: Omar Pimienta |
Volvemos al restaurante cuyas viandas eran deliciosas en el
2010, pero ahora son un asco. Regresamos al paraje vacacional en el que vimos
amaneceres anaranjados junto a un riachuelo, ahora es un mingitorio hippie con
un oxxo pintado en color terracota de pueblo mágico. O el gran templo
expiatorio que nos apantalló la infancia pueblerina darks, no es tan grande ni tan lleno de gárgolas como lo
recordábamos.
Pero el declinismo, la noción de que todo tiempo pasado fue
mejor -creencias de gente pendeja, como diría aquella señora del puesto de hierbas
y remedios durante la contingencia- afecta a todas las narrativas de la
experiencia humana, excepto las fiestas.
O sí, porque una vez que leí el libro pude reconocer algunos
guiños y concluir que estuve en la mayoría de las fiestas que dieron origen a
estos cuentos (no por omnipresencia, sino porque soy amigo de la narradora, y
suele arrastrarme a todo tipo de despropósitos). Los fantasmas, ecos y salidas
en banda de estas celebraciones, traducidos por obra y gracia del oficio de
contar historias, tienen mejores resultados que cualquier colección de liosas
haciéndose las estupendas, jotas posonas, playlisters novedosas, heteros en
situación de calle y amigas pasadas de Michelub Ultra que se obsesionaron con
algún rufián espantoso.
¿Quieren lo anterior en otra fiesta? los lectores tampoco. Elma
Correa lo sabe y decide entregarnos doce cuentos en los que las condiciones de
festejar en el límite del espacio físico y la barrera finita que nos separa de
la locura se ven mejor, más divertidas y definitivas. Todo lo anterior con la
factura ya conocida de la narradora mexicalense: velocidad y acción, nada de
detenerse a perder el tiempo en descripciones inútiles (a menos que tengan
gatitos), humor a prueba de señoros, un mimo especial por la construcción de
personajes y una atención casi neurótica a las estructuras planteadas en su
prosa.
Historias en las que nada sobra porque todo merece ser una
versión desvelada y dolida de sí mismo. Doce cuentos breves en los que la
autora le tira faquius a gente como
César Aira, Jordi Soler y otros eyaculadores precoces. Historias cuyos
personajes empujan su tristeza y soledad a la pista de baile para perrear
hasta abajo y señalar que la felicidad es una estupidez y que el primero de
esta fiesta en irse a casa se la come
dobleitor.
Letrinas: Indulto
Son
las cuatro de la mañana. Caminas a la cocina y bebes té, sin apresurarte,
todavía no estás segura si su compañía es lo correcto, pero necesitas a alguien
ahí: no puedes hacerlo sola. Sientes culpa por no tener culpa, hace un par de
meses que no sabes lo que quieres y todo parece nebuloso.
Eres
un cuerpo adormecido, que fue dolor, placer, agotamiento. Tomas tu chamarra y
te acercas a la cama pequeña en la otra habitación. Sigue dormido, esperándote
envuelto en sueños, aunque una palabra bastará para que se incorpore. Antes de que
se fuera a dormir, le dijiste que debía estar listo, que te haría falta su
ayuda. Apenas despertar, se calza los zapatos y un gorro, afuera sigue frío.
Tienes
la pequeña caja entre las manos, casi no pesa. No pueden tomar el camión, aún
no comienzan las rutas y un taxi es demasiado costoso. Caminan calmados,
cuentan historias en el trayecto, él habla de los libros que ha leído, se
emociona y tú también lo haces. Comienzas a sentir calor y temes que pronto los
alcance la luz del día. A unas cuadras de distancia, se observa el arco de
entrada del cementerio, le acomodas el gorro para que le cubra las orejas y le
sonríes: te sientes bien de que estén juntos.
Tienes
la certeza de que nunca va a olvidarlo. No lo entiende, pero algún día lo hará
y la madre que ahora eres no volverá a ser la misma. Te pregunta por qué están
ahí, «No
puedo hacerlo sola. Levanta los pies porque te puedes caer con la hierba». Se acercan a la tumba, sientes
una vez más la tibieza en la parte interna de los muslos y un impulso te lleva
a tocarlos; no hay nada. Te repites mentalmente que no lo decidiste, aunque
también te sientes aliviada. Respiras profundo, una vez más. Se va a resfriar y
sabes que si no puede ir a la escuela tendrá que quedarse solo, no hay quien lo
cuide.
Lo
ves saltar de una tumba a otra, le gritas que se detenga. El viento, a lo
lejos, deja oír su silbido. Colocas la caja a un lado y buscas la herramienta
que hace un par de días escondiste con cuidado. Sigue ahí, fría y pesada. Te
cuesta levantar la lápida, lo llamas y acude corriendo. Le pides tomar en sus
manos la caja.
Lloras
al verlos, por única ocasión, juntos. Le explicas que cavarás a un lado de la
tumba y que cuando levantes la lápida debe poner ahí dentro la caja, para eso
han ido. Te escucha, abre grandes los ojos y asiente.
Lo hace muy bien, la caja queda adentro, se
aplasta cuando dejas caer la lápida, la cubres con tierra y finges pronunciar
una oración. Parece asustado, le das la mano y se encaminan a la salida. Cuando
toman la calle, vienen llegando los vendedores con sus puestos de comida,
flores, veladoras, santos. En tan solo unos minutos se llena de algarabía el
lugar, muy pronto la calle estará repleta de personas. Dentro del cementerio,
muchas familias se acercarán a donde descansan sus seres queridos, para recordarlos
como fueron algún día. A ti no te queda ese consuelo, no podrás recordarlo como
fue.
Traes
a la mente los días de muertos en tu pueblo, la comida, las fotografías
familiares. La voz de tus padres. En tu cuerpo palpita la muerte. Tú vuelves a
caminar entre los vivos.
«90 días para el 2 de julio», la elegancia de Espitia y la clandestinidad del amor
Vale la pena destacar el soberbio y orgánico trabajo del estelar (el ya referido Espitia), que saltó a la fama gracias a su interpretación en "Heli", de Amat Escalante.
Los guitarristas de rock también presentan libros
Por Luis Daniel Pulido
La
abuela está en la casa porque he visto su voz hace, primero, de luz que se cuela por la puerta, de
trópico tuxtleco, es el crucifijo más alto donde la abuela, enorme, da sombra a
sus nietos: siete. Segundo: hace también de espejos, y los espejos, ante la
muerte, desbordan soldados que se mueven y hacen grupos de amigos donde cada
uno va enumerando recuerdos e historias. Fernando Trejo tiene las propias, y
las construye con una de las tradiciones heredadas de su familia: La poesía. Y
en esa ruta no codifica, no le importa el misterio, los vericuetos lingüísticos;
pareciera que no busca un lugar en una biblioteca prestigiosa, decorar la
siesta del más sesudo de los poetas, se salta la verificación científica y
arroja los dados desde la revelación religiosa, el cuerpo medio iluminado de
los fantasmas, fantasmas queridos que se manifiestan o nunca se han ido.
Desde
el título: La abuela está en la casa porque he visto su voz, el poeta se
apropia de los hallazgos; es el que llega primero, es el primero que llega
también a la otra orilla del espejo y alza la mano en señal de que lo sigan. La
casa que habitamos de niños se ilumina desde afuera y los encuentros y los ecos
y las correspondencias forjan la bitácora de los viajes emprendidos junto a los
fantasmas y su soledad marina. Hay aventuras mínimas, un edificio apostado en
la herrumbre y el escombro de una ciudad tomada por mercaderes y que nos ubica
en nuestra condición de memoria, donde lo atlántico va del corredor a la
cocina, donde los fantasmas son parte de nosotros y se sientan a la mesa.
Fernando
Trejo parte y regresa a la familia; y el origen no repara en ambiciosos árboles
genealógicos ni en profundas afiliaciones ideológicas, son los objetos y los
momentos en que se hicieron presentes, la honda y pesada fragilidad del ser
humano. La abuela está en la casa porque ha visto su voz, y la ha visto porque
en el silencio se estima la altura de lo que escuchamos, el murmullo de las
cortinas, el ladrido de los perros, los libros que se cierran.
La
poesía como hecho instintivo y que retumba al interior de la casa vacía: amigos
que se jugaron la vida, el ejército de primos que ya no está completo.
Pero
los fantasmas danzan cuando crepita la madera y el fuego se mantiene a ras de
tierra y el poeta se une a las sombras. Y la abuela desde algún lugar observa.
Luis Daniel Pulido. Ha publicado
los libros Pollito Card, UNICACH; También de dolor se derrotan zombis
mutantes, Cohuiná Cartonera; Intencionalmente náufrago, Editorial
Carámbura; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca
sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; El
apetito de los ciegos, Editorial Public Pervert; Bruce Wayne y la
generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova), Editorial
Popotito 22; Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tu
Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), Prohibido
degollar patos, Porterear, escribir, Tifón Editorial; ¿Qué sé yo
de nadie? Editorial Arboleda, San José, Costa Rica.
Nación noir: realidad y ficción en un país violento
Isaac Gasca Mata
“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.Lo importante es la elección”Anthony Burgess
La Ciudad de México en la última
década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes
en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas,
torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel
Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de
Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El
matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El
poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana
N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La
tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes
con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y
su área conurbada.
En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.
¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?
El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.
El término noir
(negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su
acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de
los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la
crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en
un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es
perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de
asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por
ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el
novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que
los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar
a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas.
Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en
medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de
Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García
Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando
pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad
(2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor,
y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto
Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por
el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca
una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género
negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente
expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su
estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami
(2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental
de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o
mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos
hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La
filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una
maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su
momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que
ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario
con difundida recepción:
“Evangelina Tejera -al
golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente
descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón
a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a
las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento
bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]

México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:
“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.
En el cine
norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp
Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for
(Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por
el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una
extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las
innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película
El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen
indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el
clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con
estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio
de poder.
En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.
En 2016 Iván
Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que
a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado
a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja
y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de
Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un
discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.
México
no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la
violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las
desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo
de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas
eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La
impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo
se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus
verdugos.
“Chacaltana
imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos
oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se
había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que,
aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA.,
15)[4]
Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.
Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015),
del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la
personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus
motivaciones, son las siguientes:
“Isabel Miranda de Wallace,
presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de
brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-,
asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se
dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.
-Son personas de escasos recursos,
sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen
bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de
humillarlo.
Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)

¿Revanchismo?,
¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que
cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad?
La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de
inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía
doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven
obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo.
En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa
podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas
prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas
en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que
en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que
en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la
totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del
mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de
elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por
incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores
mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en
obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en
Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje
como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que
algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:
“Sabía que no tiraría;
interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos
pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me
acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta
a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba
lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.”
(Ramírez, 106)
Las reiteradas violaciones que los
delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel
económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el
crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009),
de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan
un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están
justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por
favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha
conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien
cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no
hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre
montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el
autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice
a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes
somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de
los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera
Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y
desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera
Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia
abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más
los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv
sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos,
el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal
ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni
preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida:
la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias.
En conclusión, los
textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la
realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la
literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones,
violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos
autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces
rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.
BIBLIOGRAFÍA
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el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán
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VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología
de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B
VV.AA. (2014) Latinoamérica
criminal. México. Ed. Random House
[2] No es el único caso en
México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que
Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se
convirtió en infanticida.
[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para
la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/
[4] “La terrible muerte de
Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que
había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar
violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA.,
17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007),
compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para
atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de
narrativa noir en Latinoamérica.