Irvine Welsh: Drogas, violencia y otras cosas que nos cambian la vida


Irvine Welsh, es uno de esos autores que se confiesan a través de sus personajes. La mayoría de ellos, padecen adicciones que su creador vivió de primera mano, y pasan por experiencias vinculadas al consumo de drogas, o alguna forma de violencia, que transforma sus vidas de manera irreversible.

Es sabido que Irvine Welsh, prácticamente contó parte de su vida en Trainspotting, especialmente a través de quien probablemente sea su personaje más conocido, Mark Renton. La búsqueda de ‘Rents’ por una auténtica plenitud existencial, no basada en satisfacciones hedonistas, ni en la compulsiva recolección de posesiones materiales, es decir, de una suerte de nirvana en medio de un mundo post-industrial, culmina en una negación del contexto que enmarca todos sus problemas y un escape hacia otro con ideas más progresistas y liberales.

Lo mismo ocurrió con el autor de cuya obra versa este texto, ya que, en su segunda década de vida, decidió abandonar su faceta de gamberro y concluyó sus estudios. Un cambio radical como el que plasma en Renton, y años más tarde en Begbie, a quien hace pasar de un ebrio delictivo, a un artista de altura tras aprender a canalizar su ira en la creación de obras hechas a cuchilladas.

Esa experiencia de trascender un estado herido del ego, sale bien en los casos de Renton y de Begbie, en ellos es posible encontrar una emotiva historia de amistad, perdón, y redención. Sin embargo, ese mismo proceso de transformación y sanación, fracasa en el caso de Bruce Robertson, el protagonista de otra aclamada novela de Welsh, Filth.

En el frenético descenso a lo profundo de su inconsciente, representado como un parásito, Bruce nos deja ver que detrás de sus desagradables hábitos y perversiones, se esconde una historia de profundo dolor ineludible, sin importar el tipo de anestesia que elija para sobrellevarlo. Un dolor al que pone fin con el suicidio.

Que este personaje muera, podría equivaler a un intento de su autor por retirar la Escoria de su consciencia, para encapsularla en un personaje que cumpliría una función de chivo expiatorio en el momento de su destrucción; como negar y destruir una parte de sí en el mismo tortuoso, no obstante, liberador acto artístico.

En efecto, el dolor es una constante en los relatos literarios de este autor, porque lo es también en los aspectos de la vida real en la cual se inspiran; Welsh, inyecta en sus escritos, un fuerte influjo del nihilismo que inunda su visión del mundo, y de los aprendizajes que ha extraído de experiencias de su vida personal.

Retrata un mundo en estado terminal, cuyos habitantes luchan con el perpetuo estado de cambio de una economía fluctuante, de sus emociones, y de sus relaciones. En ese mundo de cambios, algunos son tan abruptos e inesperados que dejan heridas eternas, y despojan de toda esperanza.

Lo vemos en Trainspotting, donde se frustra una vida que parecía apenas comenzar; es posible ver en ese pasaje, la muerte simbólica de una época que nunca terminó de surgir; la denominada posmodernidad, el hijo bastardo de un capitalismo fallido, que nació en la cuna de sus falsas promesas, fue arrullado por su mano invisible, y perece en silencio en medio de una generación anestesiada. Esos personajes, en un sentido, no los escribió Welsh, los escribió el capitalismo tardío y su subsecuente tejido social en estado de putrefacción.

Cameo de Irvine Welsh en la película 'Trainspotting' de Danny Boyle (1996)

Toxicidad viril

En diferentes historias escritas por este autor, encontramos personajes femeninos desde los cuales, explora una perspectiva de la vida (pos)moderna que lleva el sello del feminismo postestructural. La historia de un romance truncado, como el de Alison con su jefe Alexander, en Skagboys, es en realidad un estudio de lo ultrajante que puede ser para una mujer llevar una relación supuestamente amorosa, cuando la misma sirve como caballo de Troya para una relación de poder.

Por otro lado, Alison no termina de decidir entre el amor romántico y el amor libre. Desea la monogamia formal que cree poder conseguir con Alexander, pero se encuentra con un sinfín de dificultades internas y externas a su relación, que la orillan a un histérico intento de suicidio cortando sus venas.

Lo que Alison en realidad quiere, es el adictivo amor descarriado, y sin reglas, si bien un tanto destructivo, que tiene con Sick boy. Respecto a este último personaje, en Porno, Nikki Fuller-Smith, nos comparte desde su perspectiva cómo pasa de idealizarlo como un príncipe azul, a despreciarlo por su misoginia.

Nikki tiene una evolución de las más interesantes en la obra de Welsh, pues representa el paso de la mujer moderna, a la que se consideraría posmoderna. Nikki es una portavoz de la deconstrucción que hace a la masculinidad, parte de la teoría feminista, y toma por blanco a la desgastada faceta donjuanesca de Simon.

Las mujeres en la obra de Welsh, son tratadas por personajes masculinos con una potente carga de misoginia. Esto no significa que su autor sea un misógino, por el contrario, tiene la intención de denunciar la abyección del hombre machista de la clase obrera, cuyas estereotípicas muestras de virilidad, resultan ser una forma de violencia de género. Welsh balancea los comentarios machistas de personajes que representan a un sector iletrado y anticuado de la sociedad, con comentarios irónicos de mujeres que suelen ser estudiantes de nivel universitario. Pone a la razón, por encima de la violencia, y al mismo tiempo, a la mujer ilustrada por encima del hombre moderno.

Este es otro punto que Irvine Welsh aborda tanto desde sus personajes femeninos, como desde sus personajes masculinos. Con personajes mujer, articula discursos que deconstruyen conductas machistas. Con personajes hombre, ejemplifica dichas conductas. Encontramos, por ejemplo, violencia verbal, psicológica y manipulación, en cada una de las relaciones amorosas que Sick boy tiene en las diferentes novelas donde ha tenido apariciones. Solo Nikki termina por enunciar auténticas diatribas en contra de su machismo.

Asimismo, en Marabou Stork Nightmares, se representa la violación en grupo a una mujer cuya venganza es buscar a sus agresores para matarlos uno por uno. Al final corta el pene del último de ellos, antes de apuñalarlo hasta quitarle la vida. Fue el más brutal de sus violadores, Roy Strang, el protagonista de esta novela, y de quien sabemos que también fue víctima de abuso sexual. Como en el caso de Bruce Robertson, Irvine Welsh destapa la tortuosa historia que suele engendrar una conciencia llena de violencia para otros y para sí.

Por su parte, la vengativa víctima en esta historia, despoja del falo a los hombres que la ultrajaron, representando así, a una mujer empoderándose por encima de la arbitraria opresión del hombre misógino, que no escapa a la violencia estructural de la sociedad en la que está inscrito.

Ahondando en la violencia sexual presente en la obra de Welsh, la trama de Crime involucra una red de prostitución infantil y explora la psique de un sujeto pedófilo en un interrogatorio cuyos diálogos podrían ser parte de una película de terror, pero que muestran con objetivismo el infierno en el que se forja una mente retorcida. La violencia sexual y de género, que puede encontrarse en las historias de Welsh, es una denuncia a la cultura falogocentrista, y a los estragos que tiene tanto para mujeres, como para hombres.

Existen fenómenos sociales que critican tanto el feminismo postestructural, como la obra literaria de Irvine Welsh. Así pues, la violencia contra la mujer es un tema del que este autor habla con su habitual contundencia, aunque no es precisamente algo que caracterice sus escritos.


Cambiar de vías

Algunos personajes de Irvine Welsh, se reivindican, mientras que otros nunca llegan a sanar sus heridas; no se trascienden, y viven intentando pasar a otros la estafeta de un dolor con un origen irrastreable. Renton se libera de su adicción a las drogas más destructivas cuando decide escapar del contexto que la originó. Begbie se libera de su violencia interna, motivada por su ira reprimida hacia su padre, y diversos personajes femeninos, se liberan del yugo del machismo en sus parejas motivadas por su razón e inteligencia.

Bruce Robertson y Roy Strang, por el contrario, son personajes que representan algunos de los excesos de la cultura machista. Ambos tienen pasados con abuso físico y sexual, respectivamente, y ese caos que llevan de manera interna, se materializa en el caos en el cual quedan convertidas sus vidas. En el mundo de Irvine Welsh, la diferencia entre trascender o no un estado del ego, es el autoconocimiento, al parecer.

Tanto como Bruce, como Roy, solo antes de morir llegan a la conclusión de que pudieron haber tomado decisiones diferentes para tratar de conseguir los cambios que esperaban en sus respectivas vidas. Son a la vez víctimas y victimarios de diversas formas de violencia estructural.

Ese universo que conforma la literatura de Irvine Welsh, crudo, emotivo y por momentos hilarante, está habitado por personajes dolorosamente humanos, cuyas identidades resquebrajadas, son resultado de un contexto que no deja de golpearlos desde diversos flancos, abarcando el económico, político, laboral, psicológico, familiar, existencial, etcétera.

Como en una experiencia psicodélica de dimetiltriptamina (cuyo uso es habitual en Welsh, según lo que ha compartido en diversas entrevistas) leer una novela de Irvine Welsh, es encontrarse con cosas de la vida que pueden resultar oscuras, e incluso deprimentes, pero comprender esa oscuridad nos transforma, agregarla a nuestro concepto de la realidad nos hace un poco más desengañados. En ese sentido, madurar significa aprender a disfrutar de la vida, y a extraer de ella la mayor cantidad de felicidad posible, aunque sepamos bien que la mayoría del tiempo la vida es un dolor que aliviar.


Happier than ever: el registro de cambios

Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez |

Pasaron tres años desde el lanzamiento de When we all fall asleep, where do we go?, un gran álbum introductorio para la carrera de cantante de Billie Eilish y para su hermano Finneas O’Connell. Éxitos como Bury a friend o Bad Guy, dejaron expectativas altas para el resto de su obra musical; Happier than ever, como un álbum que retoma algunos elementos de su predecesor y le suma muchos otros más personales, es una buena continuación a lo logrado con su primer disco, pero que causa un extraño efecto en su primera impresión.

Lanzado el 30 de julio de este año, en medio de una pandemia global y sin la posibilidad de tener una gira mundial, hizo uso de uno de los servicios de distribución de plataformas como Spotify, y si bien este tipo de formas de distribución no es nueva, es curioso ver cómo la producción de contenido se amolda a las nuevas realidades. Respecto a si es la mejor forma de distribución o no, no es un tema que nos compete tratar aquí.

Dentro del lanzamiento en Spotify, podíamos disfrutar de tres versiones -no muy distintas una de la otra- del mismo disco. Uno con las anotaciones de Billie Eilish en algunas canciones, otro organizado de distinta forma al disco base -por llamarlo de alguna forma-, y el disco tal cual podemos encontrarlo en el formato físico.

Además, a inicios de septiembre, el disco contó con una película -semianimada- distribuida por la plataforma de Disney +; Happier than ever: a love letter to Los Angeles, es un concierto inmersivo muy parecido a lo que podría ser un MTV Unplugged de la artista, acompañada de la filarmónica de Los Angeles -que hacen un trabajo magnífico al interpretar música que aparentemente no tendría nada que ver con lo que hacen habitualmente.

Hablando sobre el contenido del disco, las primeras ocho canciones sirven como una recapitulación de ritmos y estilos de lo que ya conocíamos de Billie Eilish, tanteando con un espléndido trabajo de producción y melodías muy silenciosas pero cautivadoras tanto en letra como en compás rítmico. Canciones como Oxytocin, Billie Bossanova, I didn’t change my number o GOLDWING, tanto en el concierto acompañado como por sí solas, juegan con el sonido estéreo, el volumen y los bajos que contrastan con la voz de Billie. Además, la mayoría de estas canciones hablan del crecimiento que ha tenido la artista desde aquel lejano 2016 cuando lanzaba Ocean Eyes. Habla un poco del cómo se siente desde la fama tan acelerada que obtuvo y se abre a temáticas más generales como la atracción y su propia experiencia en ello.

Las ocho canciones restantes podrían funcionar como otro álbum, desde una catarsis en el interludio de Not my responsability y Overheated, siguiendo por pensamientos sueltos que llevan a su conclusión en Male fantasy. Temas un poco más pesados como el acoso social, la muerte, la superación personal y la asimilación van dejando su huella entre ritmos más pop y pocas experimentaciones como las de las primeras ocho canciones.

En general, un disco que representa algo de lo que se puede lograr con artistas con libertad creativa y de distribución, tal vez un precedente para que cada vez más discos sean presentados por entero de forma digital antes que física. En lo personal, recomendaría el concierto de Disney +, pues muchas de las canciones adquieren una profundidad armoniosa mucho más grande siendo interpretadas por la filarmónica, como el caso de mi favorita personal: Billie Bossanova. En resumen, si bien, la segunda parte del disco puede parecer extraña, vale la pena darle una oportunidad de brillar por separado a lo que ya conocíamos en When we all fall to asleep, where do we go? Y si es que solo buscamos algo ya conocido, el disco también cumple con ello, y de una gran forma.

Letrinas: Buscar trabajo


Buscar trabajo
Por Pet Buk

Debería estar buscando trabajo. Es lunes, medio día, se me acabó el paro hace seis meses y tengo menos de cien euros en la cuenta. Pero hoy no me encuentro con fuerzas; igual que ayer y que mañana.

Estamos a 15 de enero y hace frío, por eso me acurruco bajo la manta, sacando lo justo de los ojos para poder ver la tele. Fuera el cielo está lleno de nubes, el sol es sólo una mancha gris clara sobre un fondo gris oscuro, la acera y el asfalto están mojados, acaba de dejar de llover, y la gente aún camina con el paraguas abierto.

Es un día gris, eso es un hecho objetivo. El cielo, los edificios, las farolas, las papeleras, el humo de los coches y el aire son grises.

Gris no quiere decir malo, sólo quiere decir gris. A mí hoy me resulta agradable, me empuja a salir a la calle, es lo que necesito. Un día claro y soleado sería abrumador, creo que me iría deshaciendo como un cubito de hielo incapaz de igualar la cálida temperatura exterior.

Lo que me apetece es bajar al bar y beber cerveza, como siempre. Beber me distrae, me hace sentir menos mal por un rato, y eso es casi como estar bien. Me gusta el bar y me encanta la cerveza, aunque no me gusta demasiado la gente.

Me siento detrás de tres chavales jóvenes, de unos 30 años, como yo. Son dos chicos y una chica preciosos. El olor dulce de sus colonias llega hasta mi mesa, me fijo en lo brillante y sedoso que tienen el pelo, lo blancos que están sus dientes, lo suave y perfecta que parece su piel. Son jóvenes perfectos y muy apetecibles. Aunque en realidad parecen maniquís, y por un momento les envidio, y desearía ser maniquí para trabajar en un escaparate.

La camarera por fin se acerca con mi caña, ha pasado poco tiempo desde que entré en el bar, pero se hace largo esperando por una cerveza.

La primera del barril, tienes suerte –dice sonriendo.

Gracias –respondo sin mirar.

No creo que haya tenido tanta suerte, más bien que es muy pronto para empezar a beber, al menos para los maniquís. Además, yo hace tiempo que no puedo diferenciar ese tipo de matices, me da igual la última o la primera del barril, es cerveza, eso es lo que realmente importa.

Intento leer el periódico mientras bebo, tragedias que por algún motivo merecen mi atención, mezcladas con publicidad y noticias que parecen publicidad. Pero no puedo, me distrae la conversación y el olor de los chavales.

Hablan de fundas para el móvil, de las luces de navidad y de apps para saber si la mierda que te venden en el súper es mierda buena o mierda mala. De sus bocas no paran de salir palabras, una tras otra y una encima de otra, pero yo sólo escucho cosas que ya he escuchado antes mil veces. Les han explicado cómo pensar y qué pensar, como a mí, la diferencia es que esos estúpidos se creen que tienen ideas propias. Me desesperan.

Parece que se van, uno de los chicos se levanta y se acerca a la chica para ponerle un abrigo tan elegante como horroroso. Le da un beso en la mejilla y ella parece encantada de que la traten como una inútil. Son una panda de gilipollas. Y pienso que si pasara más tiempo en casa y menos en el bar no odiaría tanto a casi todo el mundo.

Como siempre mi cabeza piensa en joder. Mientras los veo marchar la chica se vuelve para mirarme, yo no aparto la mirada, pero ella sí, se siente incómoda. Entonces me mira él también, su novio supongo, se cogen de la mano; y yo le miro fijamente, sonrío y guiño un ojo. Él también se siente incómodo y aparta la vista. Yo sonrío porque pienso en joder en todos los sentidos, joderme a la chica en el baño del bar, o al chico, eso da igual. Lo importante es que así jode la parejita y se jode el amigo.

Puede que si hiciese algo así dejasen por fin de hablar de mierdas. A lo mejor empezarían a sentir algo de verdad, y en realidad les estaría salvando la vida. Imagino que al menos me partirían la cara, gritarían y llorarían. Y eso sería mucho más real que el resto de cosas que dicen y hacen. Infelices, pero por fin vivos, no sé si existe otra forma de estar vivo.

Estoy seguro de que cuando un tío se folla al amor de tu vida en el baño del bar donde desayunas te la empiezan a sudar la funda del móvil y la app, y las luces de navidad ya no te parecen tan bonitas.

Mi pensamiento vuela y se mueve, se da la vuelta. A veces es difícil, ni siquiera yo me entiendo. Ya no están en el bar, puede que no los vuelva a ver. Y ahora me dan pena los tres. Se esfuerzan demasiado por toda esa mierda. Se visten de gente importante, se matan a trabajar para comprarse una casa, un coche, un ordenador, un teléfono... Después se hacen un plan de pensiones y caminan con la cabeza alta, porque son jóvenes triunfadores, seguros de sí mismos… pero en realidad creo que están tan asustados como yo, tienen miedo, no pueden dormir y la ansiedad les come por dentro. Sólo que ellos se disfrazan y sonríen, yo ya no soy capaz, es muy cansado. Así que enseño a todo el mundo como lloro, a la gente le resulta desagradable. La tristeza se acepta sólo en la intimidad, su exhibición pública es pornográfica, ofensiva. Es más aceptable ver una polla, y yo me alegro por las pollas, pero lo de la tristeza es terrible.

Me da pena cómo se esfuerzan cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día por construirse una vida. No sé si no se enteran o no quieren verlo. Pero al final la marea siempre sube y se traga el castillo de arena, se traga el coche y el trabajo, por supuesto se traga el plan de pensiones.

Puede que yo viva destruyendo. Soy el niño que se siente poderoso rompiendo él mismo el castillo en lugar de dejar que se lo trague el mar. Al menos yo decido cómo y cuándo. Eso es estar vivo, y por eso bebo y escribo en el bar en vez de buscar trabajo. 

Aunque tú no lo sepas: una charla con Homero Ontiveros de Inspector



Homero Ontiveros es uno de los genios detrás de Inspector, una de las bandas más representativas del rock y el ska en México. Sin embargo su labor ha ido más allá de los teclados y la producción musical.

Recientemente lanzó 'Rocksteady', su nuevo material discográfico en el que vira nuevamente al ska y al reggae tras explorar otros ritmos y matices musicales en Confinaciones y Nada que perdonar, sus anteriores trabajos como solista.


«La crónica francesa», entre la melancolía y la libertad de Anderson

Cinetiketas | Por Jaime López |


Recientemente, los cines de México albergaron el estreno de "La crónica francesa", el décimo largometraje de Wes Anderson, creador de "Isla de Perros" y "El Gran Hotel Budapest", quien ha sido nominado en siete ocasiones al premio Oscar, pero que nunca lo ha ganado.
En breves palabras, el filme en cuestión es un homenaje al periodismo, pero, sobre todo, una carta de amor a la libertad creativa y editorial, elementos que hoy son muy difíciles de encontrar en los medios de comunicación (escritos o visuales). 
Con su habitual estilo, Anderson utiliza diversos encuadres simétricos y maquetas para conformar sus escenas, dando cátedra sobre lo que significa escribir y plasmar una buena historia.
Sí, es verdad, muchos espectadores ajenos a la filmografía del cineasta verán una propuesta aparentemente fría en su envoltura. Fría e irregular. 
Sin embargo, si uno va desmenuzando "La crónica francesa", descubrirá una historia melancólica y llena de amor: amor por las personas, amor por las relaciones humanas a pesar de ser disfuncionales, pero, sobre todo, amor por la creación literaria. 
"Buscamos lo que extrañamos y extrañamos lo que se ha dejado atrás", es uno de los diálogos que aparecen en el trabajo más reciente de Anderson.
Como es costumbre, la música de Alexandre Desplat es sumamente atinada, ya que recrea la magia sonora de los años sesenta y setenta en los que está contextualizada la historia. 
En cuanto al reparto, Benicio del Toro, Frances McDormand y Lea Seydoux son los que tienen los personajes más ricos y complejos de la película, pues muestran tanto sus virtudes como defectos de manera muy orgánica. 
Tampoco hay que menospreciar lo hecho por Tilda Swinton, Timotheé Chalamet, Adrien Brody, Jeffrey Wright y Bill Murray, este último actor de cabecera de Anderson desde "Rushmore". 
En conclusión, "La crónica francesa" no es una película recomendable para todo mundo. 
De la misma manera, no es el trabajo más logrado de Anderson, sin embargo, es dueña de una manufactura única, que ya quisiera tener la mayoría de filmes producidos en Hollywood, sobre todo, aquellos que no se atreven a ser diferentes con tal de vender muchos boletos en taquilla.
 

Con texto de Robert Bloch, Teatro Freak cierra temporada de Varieté del horror

Por Jaime López 

El próximo 27 de noviembre tendrán lugar las últimas dos funciones de Varieté del Horror, la serie de lecturas dramatizadas con las que la compañía Teatro Freak, Cuentos para no dormir, regresó a los foros escénicos de Puebla tras un año y medio de pausa por la pandemia del nuevo coronavirus. 
En concreto, la agrupación referida presentará "Algo llamado Enoch", relato de terror psicológico escrito por Robert Bloch, cuya obra más famosa es la novela de "Psicosis". 
Al respecto, Mónika Tovar, fundadora de Cuentos para no dormir, señaló que Bloch es "un autor generoso", el cual se destaca por recrear inquietantes atmósferas de la psique humana. 
"Lejos de ser un terror de efectismos, ahonda en las profundidades del ser humano, en las partes más oscuras del ser humano", expresó.
Mencionó que la obra del autor en cuestión puede vincularse con el actual contexto social, en donde la crisis sanitaria sacó el lado más oscuro de las personas. 
La creativa también manifestó que el haber frenado las actividades escénicas por la pandemia fue difícil en diversos sentidos, no solamente el económico. 
"Lejos de que la situación económica se puso complicada, estuvo la cuestión que pegó directamente en las emociones de las personas", acotó.

Destacó que Teatro Freak, Cuentos para no dormir, es una manifestación escénica "rara", que sale de lo convencional, la cual fue ideada hace ocho años y medio. 
Reconoció la adrenalina que le produce volver a las tablas escénicas, haciendo énfasis que dicha adrenalina le ayuda a generar la energía necesaria para conectar con el espectador. 
Como ya se había comunicado, "Algo llamado Enoch" se presentará el próximo 27 de noviembre en dos funciones, a las 17 y a las 19 horas. 
La sede es el Café Diecinueve Cuarenta, ubicado en la Avenida Reforma 504, en el Centro Histórico de Puebla. 
El precio de las localidades es de 150 pesos por persona, aunque los estudiantes y maestros solo pagan 120. Para mayores informes, se recomienda marcar al celular 22 27 22 29 13.
Varieté del Horror arrancó el pasado 29 de octubre e incluyó la representación de cuatro textos trabajados a lo largo de los últimos años por Teatro Freak.

Fran Fine, diosa millennial

Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Después de seis años, ciento cuarenta y seis episodios y un sinfín de atuendos espectaculares, el 23 de junio de 1999, mi hermana Elo y yo nos despedíamos con muchísima tristeza de una de nuestras series favoritas y que cambió el rumbo de nuestras vidas (sin exagerar) para siempre. Por supuesto, estoy hablando de “The Nanny” o “La Niñera”. Este emblemático programa de televisión creado, protagonizado y producido por la maravillosa Fran Drescher, a pesar de no haber sido tan exitoso en Estados Unidos, en Latinoamérica vaya que la queremos y la queremos un buen, tanto así que tuvo adaptación chilena, argentina, ecuatoriana, mexicana y ¡hasta rusa! haciéndola una de esas series emblemáticas y que muchos guardamos en el corazón y recordamos con harto cariño. Por ejemplo, en mi caso, la considero junto a “Friends” como mi gran maestra particular de inglés; modificó la forma en que Elo y yo jugábamos de niñas porque díganme, ¿qué niñas de 8 y 10 años juegan a hacer y adaptar guiones de televisión, armar talk shows junto a su prima Laura, grabar una película con sus amigos tomando ideas y diálogos de la serie y pensar y repensar sus atuendos de los Emmys dentro de quince años? (Porque Elo y yo jurábamos que armaríamos una revolución en la televisión gringa con nuestro toque latino). Pues sí… ese efecto tuvo “La Niñera” en este par de ñoñas que terminaron estudiando comunicación, producto supongo de todas estas cosas (o al menos prefiero aferrarme a esa idea medio infantil y súper ingenua ja-ja). Pero, más allá del efecto que nos produjo en sí esta magnífica serie, esta ñoña se está preguntando ¿cuál es el verdadero legado de Fran Fine y que, ahora a mis treinta, puedo reflexionar y resignificar con mucha más precisión?


1.    La voz de Fran

No es ningún secreto que en sí la voz de Fran Drescher es… digamos… escandalosamente peculiar. En varias entrevistas, la actriz ha manifestado lo difícil que solían ser las audiciones y, por ende, conseguir buenos papeles en televisión y cine debido a que los productores y directores de audición, siempre le ponían “peros” a su voz. Incluso, el New York Times llegó a comparar su voz con “el sonido de un Buick con un tanque de gasolina vacío, girando en frío en una mañana de invierno”. Auch. Pero eso no detuvo a Fran quien, en 1992, pitcheó la idea de una serie al entonces presidente de la CBS durante un vuelo; un año más tarde, “The Nanny” se estrenaría con altos ratings de audiencia. Obviamente, durante el rodaje de la serie, Fran exageraría mucho más su voz, digamos, la pondría a actuar, haciéndola más ruidosa y nasal, haciendo que inmediatamente se impregnara en nuestros cerebros y nos pareciera harto divertida. Pero, más allá de parecernos divertida, me parece que la voz de Fran es irreverente, audaz, sin tapujos; ruidosa en el mejor de los sentidos. Y aunque en algunas ocasiones (o muchas más bien), su voz le trajo problemas a ella y a los Sheffield -como cuando supuestamente arruinó un partido de tenis del gran Elton John-, el tener voz y el deliberadamente no quedarse callada nunca, son rasgos característicos de Fran y que indiscutiblemente se agradecen hoy en día porque, ¿qué mejor lección para una mujer que alzar la voz, gritar y hacerse escuchar? Y aunque no siempre encajara en los ambientes en los que se codeaba, la fuerza de la voz de Fran hacía que eso no importara, ella siempre iba a destacar. Como bien leí por ahí, “LOUD IS HER ONLY VOLUME” y que bello poder resignificarlo así. La voz de Fran es una voz que no puede ser ignorada, olvidada y qué mejor ejemplo que ese.

 


 2.    Sus atuendos

¿Por dónde empezar con los miles de atuendos fabulosos de Fran Fine? Siempre destacó por su buen estilo, sus impecables outfits, su destello de color a donde quiera que fuera. Incluso la canción del intro de la serie lo dice: “She's the lady in red when everybody else is wearing tan”. Imposible no ver a Fran a kilómetros de distancia, con ese cabello frondoso, esas faldas y vestidos súper cortitos, esos tacones altísimos y esos atuendos nada monocromáticos. ¡Fran, jamás en un atuendo monocromático, eh! Aunque, seamos honestos: es sumamente improbable que una niñera que ganaba seis dólares la hora en los 90, pudiera tener en su armario prendas de Moschino, Christian Lacroix, Todd Oldham, Vivienne Westwood o John Galliano peeeero, si algo nos enseñó Fran y nos lo reiteró muchísimas ocasiones, es a siempre comprar en rebajas. Así que dejemos que nuestra imaginación viaje y divague un poco y nos haga creer que las niñeras como Fran, derrochan estilo. Brenda Cooper, diseñadora y estilista, fue la encargada de diseñar el vestuario en la serie, así que a ella le debemos mucho del destello colorido de Fran y el estilo muy marcado de cada personaje, ¿o me van a decir que C.C Babcock no era súper chic?

Quiero creer que mi Fran, más allá de vestirse para impresionar al Señor Sheffield (sorry, mi niña interna está más acostumbrada a decir “Señor Sheffield” que “Mr. Sheffield”), en realidad siempre se vistió para ella misma; esa es otra lección importantísima para nosotras y lo cual me lleva al siguiente punto…


3.    El Feminismo de Fran

Aquí entramos tal vez en disputa, pero lean primero mis argumentos y después los debatimos sin problema. A pesar de que Fran siempre escondía su verdadera edad y de que su único sueño era casarse y tener hijos, eran decisiones propias que venían de ella y que, en realidad, jamás escondió o pretendió tener otro tipo de aspiraciones mientras encubría su verdadero objetivo de vida. Jamás. Fran no ingresó a la casa de los Sheffield con el afán de casarse o “amarrar” al jefe; la relación entre ambos fue construyéndose poco a poco (en términos de la nana Fine, vaya que cinco años sí es poco a poco) y aunque Fran siempre… digamos… la cagaba monumentalmente, siempre sabía resolver la situación sola o con ayuda de los confidentes de siempre y salir victoriosa. Y ahora que lo pienso, qué complicado debía ser vivir en la misma casa que tu crush, coquetarse todo el tiempo, besarse de vez en cuando, ser muy amigos y que nada serio o formal ocurriera porque el “dude” le tenía miedo al compromiso (¡momento!… ¿acaso estamos hablando de mí? Jajaja). Y bueno sí, admito que está el factor Sylvia (la mamá) y su constante presión para casar a su hija, pero entendamos que también tiene que ver mucho el factor religión judía que, dentro de sus múltiples preceptos, está el matrimonio y la reproducción de facto. Entonces, era inevitable que les entrara cierta angustia al ver a una Fran de 34 años sin ningún prospecto, aunado a la constante comparación con otras mujeres, por lo que no es de sorprendernos que, a pesar de que esta serie tiene veintiocho años, el patriarcado y sus mandatos sigan muy vigentes.

Aun así, creo que Fran realmente era una mujer libre y auténtica; hacía las cosas que quería, a su modo, nunca tuvo miedo de hacer el ridículo, tenía claro qué quería de su vida, tomaba sus propias decisiones, era determinada, le gustaban (y mucho) los chicos, le gustaba el sexo, era inteligente, daba todo por la gente que quería y, sobre todo, amaba A-MA-BA comer. Jamás tuvo miedo de expresar lo mucho que adoraba la comida y sobre todo, la comida chatarra. ¿Cuándo vimos a Fran matándose, haciendo dietas o haciendo ejercicio? ¡JA-MÁS! Y por más estúpido que suene, qué genial es ver a una mujer en televisión teniendo una relación auténtica con la comida. Ella comía cuando estaba feliz, triste, preocupada, enojada… o sea, era un ser humano normal. Claro, ves el cuerpo de Fran Drescher y te preguntas a dónde iba toda esa comida, pero al menos la actitud ahí estaba. En pocas palabras, está bien no encajar, ser demasiado femenina, ser demasiado judía, ser demasiado irreverente, ser demasiado escandalosa siempre y cuando seas auténticamente tú.


Fran Fine, es uno de esos íconos de los 90 que a nosotros los millennials, nos encanta recordar y defender a capa y espada, porque más que ser una simple serie de televisión, “La Niñera” nos hacía sentir como en casa y Fran, era una auténtica amiga, así como cada uno de los personajes maravillosos del programa (inserte un chiste sarcástico de Niles aquí). Quién mejor que ella para enseñarnos acerca de Rosh Hashaná, Yom Kippur, Hanukkah, cómo es un Kibutz israelí, cómo comprar en descuento, cómo regresar prendas que ya usaste, cómo robar comida o suplementos en restaurantes, cómo comer sin culpa, cómo suplantar identidades, cómo conquistar chicos guapos, cómo vestirnos, cómo no tener miedo a cagarla, a amar nuestros cuerpos, a usar batas con kilos de maquillaje, a comprender que la familia siempre es y será lo más importante, a cómo amar de manera incondicional y, sobre todo, ser una buena persona siempre. Por eso, nunca me cansaré de ver “La Niñera”, reír a carcajadas y envidiar la forma tan chic en que Fran bajaba esas icónicas escaleras. ¿Y ustedes?

«Una película de policías», adictivo híbrido que humaniza a los uniformados

Cinetiketas | Por Jaime López |


La torreta policial irradia sus tradicionales colores azul y rojo. Sin embargo, hay un elemento que se siente distinto dentro de esa concepción visual que se tiene acerca de los uniformados.
Se trata de una onda dorada que poco a poco se forma en el encuadre con el que el director mexicano, Alonso Ruizpalacios, ha decidido comenzar su nuevo largometraje: Una película de policías
¿Acaso es un preludio de sus intenciones? ¿El también creador de "Güeros" y "Museo" nos está indicando que nos adentraremos en una arista poco conocida o vista de los elementos de seguridad? 
Aunque la respuesta parece incierta y está sujeta a la percepción de cada espectador, lo cierto es que hay algo hipnótico en el arranque del filme referido, que se vuelve todavía más atractivo cuando aparece en pantalla un fragmento de una poesía escrita por un uniformado:
"Oirás las sirenas cantando
más y más cerca de aquí
reza que no estén cantando
esta noche para ti"
Los dardos están lanzados. Ruizpalacios deja en claro que echará mano del arte para indagar en esa institución tan criticada por la sociedad y, de paso, descubrir las causas de su corrupción. 
Para lograrlo, contrata los talentos de dos ganadores del Ariel, Mónica del Carmen y Raúl Briones, quienes durante más de tres meses acudieron a la Academia de Policías haciéndose pasar por aspirantes a elementos de seguridad. 
¿El resultado? Un híbrido sumamente adictivo, que sorprende por su honestidad y sensibilidad, tanto en sus partes ficcionadas como documentales. 
Aunado a ello, la edición de Yibrán Asuad se mantiene sólida a lo largo el metraje, mientras que Del Carmen y Briones demuestran porqué son dos de los mejores histriones de la actualidad. 
Las dudas y miedos en ambos son evidentes, pero se necesitan mutuamente, conformando la metáfora perfecta de "los azules", seres que constantemente deben actuar en la realidad.
¿Y la historia? Con ayuda de David Gaitán en el guion, Ruizpalacios consigue humanizar a la institución, tomando como base las historias personales  de Teresa y Montoya, dos policías que, después de 17 años, piensan dejar el servicio. 
Es oportuno mencionar que "Una película de policías" fue elegida para inaugurar la más reciente edición de la Gira de Documentales Ambulante y seguramente propiciará el debate entre los puristas, porque su narrativa diluye las fronteras entre documental y ficción.

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