Por Reyes Rojas | Fotos: Diego Ramírez
“¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá, la escritura de un poema. Son muy parecidos, incluso en la cantidad de desperdicio que hay que aceptar en aras a un casual y raro goce, en el caso de que se consiga. [...] La jardinería es una de las recompensas de la madurez, cuando la persona está preparada para una pasión impersonal, una pasión que exige paciencia, una aguda conciencia del mundo fuera de uno mismo y el poder para seguir creciendo a pesar de la sequía o la cruda nevada, hacia esos momentos de puro goce en que todos los fracasos se olvidan y florece el ciruelo.”
May Sarton
Museo Escárcega es un laberinto
gozoso. Caminarlo por primera vez es casi un sueño lyncheano de portezuelas y
pasillos insospechados. Único en su arquitectura, en su colección y los en
motivos de su creación, su sola existencia es una prueba viviente (porque es
verdad que este museo respira) de la paciencia y la pasión impersonal que
menciona Sarton al comparar la jardinería con la hechura de un poema.
El museo, se encuentra en Ezequiel A.
Chávez 311, en el histórico Barrio de la Purísima. Este espacio cultural
independiente, fundado y sostenido por el ingeniero Eduardo Escárcega, alberga
una destacada colección de arte gráfico mexicano que el ingeniero y empresario Eduardo Escárcega, ha reunido por más
de cuarenta años. El edificio ha
funcionado también como taller, foro y punto de encuentro para la creación y la
memoria.
Todo empezó cuando
Escárcega, su fundador, era estudiante de ingeniería en la UNAM. Ahí, por obligación, cursó
una materia humanística en la Facultad de Filosofía que lo introdujo al mundo
del arte, la literatura y algo más profundo: una manera de vivir.
“En la UNAM me tocó arte y literatura. Me sobrecogió todo lo relacionado con la creación, la palabra, el lenguaje. Ahí entendí que el arte toca el alma.”
A la par, ya trabajaba. Con sus
primeros sueldos, se iba a la Zona Rosa de los años 70, visitaba galerías y
preguntaba si podía comprar obras en abonos. Algunas veces le decían que sí.
Las iba guardando en un cuartito de azotea que usaba como bodega. No pensaba en
colgarlas en su sala. Su plan era mostrarlas algún día.
“Jamás pensé en tenerlas sólo para mí. Siempre imaginé compartirlas. Quería que tocaran el corazón de otros.”
Hoy, el museo tiene 18 salas y más de dos mil piezas de arte mexicano, sobre todo gráfica. Muchas obras
son de artistas cercanos al propio Escárcega, como Rafael Zepeda, Gabriel
Macotela, Luis Filcer y Octavio Bajonero. Otras forman parte de
una colección de hidrocálidos e
hidrocálidas que celebra el arte local.
“Me interesa que los jóvenes reconozcan a quienes dieron todo por Aguascalientes. Que sepan quién fue Paloma Müller, por ejemplo, que conozcan su esencia y la de sus padres.”
El museo se construyó poco a poco.
Primero compró una casa vieja. Luego otra justo a un lado, y así continuó
durante los años, hasta armar el rosario de casas que lo conforma.
“Muchos me preguntaban cómo hice todo desde la nada. Y les digo lo mismo que decía Ernesto Sábato: unos creen que fue suerte, otros chiripada. ¿Tú crees en milagros? Yo sí.”
A diferencia de muchos proyectos
culturales que buscan financiamiento institucional desde el inicio, Escárcega
decidió levantar el museo de manera
completamente independiente. No por falta de confianza en las
instituciones, sino por una apuesta clara por la autonomía creativa. Según
cuenta, ese camino permitió tomar decisiones sin presiones externas y mantener
una visión personal del proyecto, cuidando cada detalle desde la restauración
de las casas hasta la curaduría de cada sala. Aun así, no se aisló: colabora
con museos públicos, presta obra y está totalmente abierto a convenios. Pero el
control, como en un jardín cuidado a mano, nunca
lo abandona.
Además de las salas de exhibición, el
museo tiene un taller gráfico con
prensas y litografía. Antes de la pandemia, Escárcega invitaba a un artista al
año para crear ahí durante 15 días o más.
También hizo un pequeño foro escénico pensado para obras
teatro, música y performance.
“Hoy está en pausa, pero pronto volverá a la actividad”, comenta el
ingeniero.
Una de las iniciativas más queridas
del museo ha sido el camioncito, que
servía para traer niños de colonias lejanas al centro de la ciudad. En el
museo, los recibían recitales, charlas y actividades sobre arte.
Escárcega no mide su trabajo por el
impacto inmediato. Prefiere seguir sembrando sin esperar. Dice que el museo es
como un sembrador: reparte semillas y no mira atrás. Algunas no germinan. Otras
florecen.
“Queríamos que vieran que ellos también podían tocar un instrumento, que podían hacer arte. Era todo. Esa semilla basta.”
Aunque pueda parecer extraño, para
Eduardo Escárcega dirigir una empresa y
construir un museo tienen más en común de lo que uno pensaría. En ambos
casos se requiere visión de largo plazo,
atención al detalle, cuidado de los recursos y, sobre todo, una ética de
trabajo basada en la responsabilidad con los otros. Su empresa, SIICA, dedicada a la seguridad
industrial, fue fundada con los mismos principios con los que levantó el museo:
servicio, compromiso y búsqueda constante de calidad.
Escárcega no ve al arte como algo
ajeno a su formación técnica, sino como un componente esencial para desarrollar sensibilidad, incluso en los contextos
más duros o estructurados. Para él, un ingeniero que escucha buena música, que
ha leído poesía o que ha contemplado una buena obra, tomará decisiones con
mayor conciencia, no sólo técnica sino también humana.
Con el museo, ha demostrado que el trabajo empresarial también puede
traducirse en una acción cultural, si está guiado por valores claros. La
gestión, la planeación y la administración —habitualmente vistas como
herramientas secas— pueden volverse aliadas del arte cuando se aplican con
inteligencia y sensibilidad. En este caso, no solamente para producir
utilidades, sino para proteger y
compartir belleza, historia y memoria.
En tiempos donde la administración pública parece mirar con total indiferencia a la
cultura local —dejando museos sin presupuesto o en total abandono, bibliotecas
vacías, artistas sin espacios y acceso sesgado a centros culturales—,
iniciativas como el Museo Escárcega
demuestran que aún es posible cultivar
sin esperar a que el Estado riegue. Que la cultura florezca en la
iniciativa privada, en lo íntimo, en lo afectivo, no exime a los gobiernos de su responsabilidad, pero sí señala con
claridad que, incluso ante la aridez más rígida, diríamos volviendo a May
Sarton, hay quienes siguen haciendo jardinería.
Náuseas y otras lecturas | Por Sabina Aruña
Si alguna vez te has sentido como un bicho raro, como alguien que no encaja, como si estuvieras hecho de otra sustancia más densa y triste que el resto de los humanos funcionales que sonríen en la fila del banco... entonces El lobo estepario de Hermann Hesse puede que no solo te entienda, sino que te abrace con una copa de vino en una noche larga y existencial.
Esta novela no es una historia con inicio, nudo y desenlace al estilo Disney. Es más bien como abrir el diario de alguien que se está desmoronando por dentro, pero que tiene la lucidez (y la honestidad brutal) de admitirlo. Harry Haller, el protagonista, no soporta el mundo en el que vive. Lo encuentra superficial, burgués, predecible, y él —con su sensibilidad a flor de piel y su desesperanza crónica— se siente como un lobo atrapado entre humanos domesticados. De ahí el apodo: el lobo estepario. Medio hombre, medio bestia, completamente jodido.
Lo que hace especial esta novela es que no trata de "curar" a Harry ni te ofrece fórmulas mágicas. Aquí se habla de depresión de verdad, de la angustia existencial que te deja paralizado en tu sillón viendo cómo todo el mundo sigue su rutina sin preguntarse nada. Hesse pone sobre la mesa el conflicto entre el individuo que piensa y siente demasiado y una sociedad que premia la comodidad y la estabilidad por encima de todo.
"Porque esto es lo que más odiaba, detestaba y maldecía, principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente."
¡Zas! ¿Cuántos de nosotros no hemos sentido esa rabia silenciosa contra lo "normal"? Contra esa gente que parece tan feliz con su coche nuevo, su casa de interés medio, sus vacaciones en Cancún y sus conversaciones de oficina sobre promociones y seguros médicos. Mientras tanto, tú estás ahí, sintiendo que te estás pudriendo por dentro, que la vida no tiene un sentido claro, que todo es repetición y ruido blanco.
A medida que avanzamos en el libro, Harry se encuentra con personajes que, en lugar de sacarlo de su agujero con frases bonitas, lo empujan más adentro... pero para que vea que hay más allá. Hermine, por ejemplo, le muestra un mundo de placer, música, baile, contradicción y posibilidad.
Y luego está el famoso "Teatro Mágico": una especie de viaje simbólico al corazón de su propia mente, donde enfrenta todos sus yoes posibles, sus miedos, sus deseos reprimidos y su necesidad de romperse para comprenderse.
Leer El lobo estepario en momentos de crisis existencial puede ser como mirar a un espejo roto: duele, pero también te muestra partes de ti que nunca habías querido ver. No te da respuestas, pero te hace las preguntas correctas. No te dice "todo va a estar bien", pero te dice "no estás solo en esto".
"Yo no tenía vocación para estar feliz en el mundo. Me faltaba el arte de vivir, el arte de ser feliz."
Simple, directo, demoledor.
Hermann Hesse no escribía desde una torre de marfil. Él mismo estuvo roto: perdió seres queridos, sufrió depresiones severas, se alejó de su país, de su familia y hasta de sí mismo. El lobo estepario fue, de hecho, su forma de sobrevivirse. Lo escribió en uno de sus peores momentos personales, como una especie de catarsis literaria.
Y si te quedas con ganas de más, no te detengas ahí: Demian es otra joya que explora la dualidad interior entre lo que mostramos y lo que reprimimos. Siddhartha, por su parte, es ideal si lo que necesitas es tomar aire, pensar en el camino, el ego y el silencio interior, sin caer en el rollo de gurú barato.
Leer a Hesse es como emprender un viaje sin mapa por tu propio laberinto mental. No te promete una salida, pero sí te ofrece compañía. A veces, eso es lo único que necesitas para seguir caminando.
Así que si estás medio roto, no huyas del dolor: ábrele un libro de Hesse y déjalo hablarte. Tal vez no te salve, pero te va a hacer sentir menos raro.
Y eso, créeme, ya es bastante.
Texto: Sabina Aruña. Habla con Cioran como si fuera su tío lejano. Relee a Camus con insomnio y encuentra sentido justo donde nadie más lo ve. Cree que la lucidez es una condena y la escritura, un mal necesario. Vive rodeada de libros subrayados y tazas de café frío.
Obra reseñada: El lobo estepario, de Hermann Hesse
Año de publicación original: 1927
Traducción recomendada: Juan José del Solar, Ediciones Alianza
Y es que Gunn, quien también se hace cargo del guion, decide alejarse de la estética sombría que Zack Snyder le otorgó al personaje, presentando en su lugar a un protagonista más vulnerable, que incluso es derrotado en distintas peleas.
En cuanto a su protagonista, David Corenswet, les guste o no a las masculinidades tóxicas que insisten en ver al héroe alienígena sumamente competitivo, hace una labor decorosa.
Narrativamente, el director/escritor divide su documental en cinco partes basadas en los nombres de distintos movimientos musicales, que anticipan el ritmo lento o frenético que tendrán sus secuencias.
Nicolás Salvatierra | Tripulación Sputnik
En el panteón del rock, hay nombres que se pronuncian con respeto reverencial. Luego está Ozzy Osbourne, cuyo nombre no se dice: se grita. Más que un cantante, es una figura mitológica, el tipo de artista que aparece una vez por generación y que termina moldeando a todas las que vienen después.
Nacido en Birmingham, Inglaterra, Ozzy emergió como la voz icónica de Black Sabbath, banda fundacional del heavy metal. Lo que hicieron en los años 70 no fue simplemente música pesada: fue la invención de un lenguaje nuevo. Los riffs ominosos de Tony Iommi, la batería ritual de Bill Ward, el bajo hipnótico de Geezer Butler… y la voz de Ozzy como invocación profana. Sin Sabbath, bandas como Metallica, Slayer, Iron Maiden o incluso Nirvana no existirían tal como las conocemos.
“Black Sabbath lo empezó todo. Ozzy fue nuestra puerta de entrada al infierno… y al metal.”
— James Hetfield, Metallica
Tras su expulsión de Sabbath en 1979, Ozzy fue dado por muerto (musicalmente). Pero lo que hizo fue resucitar con aún más poder. Su primer disco solista, Blizzard of Ozz (1980), fue un golpe en la mesa: brillante, oscuro, técnico. Con la incorporación del joven guitarrista Randy Rhoads, Ozzy mezcló el metal con arreglos neoclásicos, dotando a sus canciones de una sofisticación inesperada. Canciones como "Mr. Crowley" y "Crazy Train" se convirtieron en himnos de una nueva era.
“Ozzy me enseñó que el metal puede ser teatral sin dejar de ser brutal.”
— Tobias Forge, Ghost
Ozzy no solo hizo historia: es el tronco del que brotan ramas que van desde el doom hasta el metalcore. Su influencia se puede rastrear en:
Slipknot, cuyo concepto de banda como espectáculo aterrador tiene ecos del Ozzy más performático.
Ghost, con una estética litúrgica satánica que bien podría ser nieta de Sabbath.
Avenged Sevenfold, herederos de los solos pirotécnicos y los coros grandilocuentes que Ozzy solía levantar como catedrales del caos.
Bring Me The Horizon, quienes fusionan metal con electrónica y pop, con la misma libertad creativa que Ozzy abrazó en su carrera.
Incluso Travis Scott ha sampleado a Black Sabbath, y Post Malone ha colaborado con Ozzy. El Príncipe de las Tinieblas no sólo ha influenciado a los que visten de negro: también ha dejado huella en quienes juegan con lo comercial y lo experimental.
“Ozzy es eterno. Estar con él en el estudio fue como grabar con una leyenda viviente, porque eso es.”
— Post Malone
Es fácil ver a Ozzy como el loco adorable de los reality shows, el tipo que mordió la cabeza de un murciélago, que hablaba entre dientes en MTV. Pero detrás de eso hay un músico que entendió algo esencial: el rock no es solo sonido, también es atmósfera, identidad, legado.
Por eso, para quienes hoy escuchan bandas como Sleep Token, Architects o Bad Omens y creen estar oyendo algo nuevo: sí lo es, pero también es un eco. Uno que comenzó hace más de 50 años con un joven tartamudo de Birmingham que encontró en el rock una forma de hablarle al mundo.
Ozzy no es pasado. Es ADN.
En resumen, la cinta es cumplidora en términos visuales y mantiene la edición frenética que ha caracterizado la filmografía de Boyle, sobre todo, en propuestas como "Trainspotting", "Millions" y "Slumdog millonarie".
Ese día regresé de noche a casa, y
como soy un tipo precarizado, cuando me encuentro en la calle, casi nunca tengo
saldo en mi celular. Así que al atravesar el umbral de mi domicilio recibí una
notificación bastante inusual. Una vecina me mandó un mensaje: “Hola, buenas
tardes”.
Respondí con la cortesía habitual, y
pregunté si se le ofrecía algo. La respuesta no tardo en esperar.
“Era para saber si podría hacerte un
facial, es gratuito. Si puedes mañana temprano con gusto”.
Ponderé la situación un momento, pues
nada es gratis en esta vida, de tal modo que consulté con esta amable persona
si era necesario llevar algo en particular y el horario para tal procedimiento.
Me dijo que nada, y me propuso un horario de ocho de la mañana; y además me
cuestionó si quería que lo hiciéramos en su casa o en la mía. Al final
concordamos que en la de ella.
A cierta edad, uno se hace ideas, pues
mi vecina es una mujer divorciada, madre soltera, y a criterio propio, bastante
atractiva. De cualquier forma, frené el poni de la fantasía, y me dije, bueno,
un facial no se le niega nadie.
Al día siguiente me bañé, tomé un poco
de café y comí un plátano. Me mentalice un poco, pues interactuar con otros y
someterse a cualquier tratamiento requiere algo de voluntad. Llegada la hora me
apersone en su residencia con mi rostro atropellado para empezar la labor. Me
invitó a pasar y me condujo a su comedor. Sobre la mesa tenía el material para
trabajar. Cortésmente me pidió sentarme en una silla que se encontraba justo en
el centro de la habitación. Le pregunté si aquello era su nuevo emprendimiento.
Rió un poco y explicó que además de su trabajo esto era algo que también hacía.
Prendió un incienso aromático, tomó un
pequeño envase con atomizador, y comenzó el procedimiento. “Te voy a aplicar un
poco de esto en tu rostro, es hielo seco, cierra bien los ojos y la boca”.
Procedí a seguir las indicaciones. Sentí el líquido y una sensación de ardor,
comenzó a invadir mi cara. “¿Cómo lo sientes?”. A pesar de la ligera molestia
contesté que bien. “Bueno, te voy a poner una crema en tu pelo también”. Se
puso detrás mío y comenzó a frotar el cabello con sus manos, intercalándolo con
un masajeador anti estrés, de esos que parecen tener patas de araña. En
ocasiones también sentía el roce de sus pechos en mi nuca.
Traté de relajarme, pero ella también
se notaba un tanto nerviosa. Comenzó a preguntarme sobre mi vida, el trabajo y
mis relaciones sentimentales. Y pues yo no tengo novia, ni trabajo, y sospecho
que vida tampoco. Tomó el envase del hielo seco de nuevo, y continúo con las
mismas indicaciones. El calor se intensificó. “Si sientes malestar o algo,
grita, no te detengas, es más si quieres miéntame la madre”. Mientras
atravesaba aquel dolor, pensaba, ¡Carajo! ¿es esto parte del proceso?, uno
nunca sabe qué clase de perversiones tienen los residentes con quienes te topas
en los pasillos.
Tomó el atomizador de nuevo. “Te voy a
rociar un poco más”. Al ver que la sustancia empezaba a escurrir sobre mi ropa,
me dijo: “A ver, quítate la camisa, te voy a poner un poco en tu cuerpo”.
Estaba aturdido por el escozor y la
situación; así que obedecí y me quité la camisa. Me pidió quedarme de pie.
Agarró una crema, y comenzó a untarla en mi espalda y mi pecho. ¿Qué está pasando?
¿Estos faciales abarcan más que la cara? me pregunté. En ese momento sacó un
tapete de yoga, lo extendió en el piso y me pidió que me recostará boca abajo,
para hacerme un masaje en la espalda. Bueno la cosa ya se está poniendo
interesante, me dije.
Ahí tumbado comenzó a sobarme desde
los hombros hasta mi espalda baja, en el límite del pantalón. De pronto, gritó el
nombre de su hijo, para que le pasara unas almohadas. Yo no sabía que él se
encontraba en casa. Aquel adolescente, bajó y le dió los objetos para que yo me
acomodara mejor en el piso. Un gato, que supongo que también se encontraba
arriba, también salió. Mi vecina le dijo a su vástago, “¿no quieres ayudarme
también?”. Y ahí estaba yo, con una madre y su retoño amasando mi espalda,
mientras un gato maullaba y se paseaba al rededor. ¿Es esto lo que merezco por
ser un pobre diablo? Probablemente ¡pero qué carajos!
Entonces mi vecina le indicó a su
asistente: “Está muy tenso, truénale la espalda”. Me pidieron incorporarme, y
poner mis brazos detrás de la nuca. Tuve la sensación de reconocerme confundido
y vulnerable, como con la mirada de aquellos perros desconcertados, a quienes
un quiropráctico de mascotas les truena la columna. Después de eso, su hijo se
fue, y mi vecina me regresó a la silla. Me puse la camisa, y de nueva cuenta me
roció con el hielo líquido. “Ya no te arde, ¿verdad?”. Respondí que no.
Antes de iniciar la sesión había
sacado una foto de mi rostro dentro de su casa, ahora quería hacer otra foto
fuera de ella. El juego de luces es un truco viejo. Comparó ambas imágenes, del
antes y después. “Ya ves, te ves más joven”. Claro que no, pensé. Y pregunté por
el precio de la botella. “Ay, no, cómo crees, ésta te la regalo”. Mentira. Más
tarde me la pidió de vuelta, con el pretexto de que ese producto ya lo tenía
comprometido con otra vecina.
Ese día regresé a casa oliendo rico,
sin dolor de espalda, y con el cutis un poco más suave.
Guerra y paz
Durante
el día mi esposa y yo nos encontramos en guerra, pues desde hace años dejamos
de amarnos. Así que los gritos y las ofensas nunca faltan en nuestro hogar. No
obstante, todas las noches respetamos nuestro pacto marital: hacer el amor para
dormir en paz.
Se busca una mujer
No
hace mucho, en La Vacacional, Acapulco, había un niño de la calle que le daba
por agarrarle la mano a cualquier mujer que pasaba a su lado para no estar
solito.
“Señora,
¿no quiere ser mi mamá?”
“Joven,
¿no quiere ser mi mamá?”
“Amiga,
¿no quiere ser mi mamá?”
Así
estuvo hasta la mayoría de edad y se casó con una muchacha. Tiempo después lo
abandonó su pareja y le dio por buscar una mamá para su hijito.
Secreto marino
El
caracol lleva en su guarida el sonido del mar, y el suplicio de los ahogados.
Alimentos
No
hace mucho, en Acapulco, había cadáveres por doquier, arrojados a plena luz del
día o a mitad de la noche. Nadie los reclamaba porque, al parecer, no tenían
dueños. Como es bien sabido, todos iban a parar a las fosas clandestinas, pues
en la morgue ya no había espacio suficiente para tantos. Y qué gordos y
satisfechos lucían, entonces, los perritos callejeros.
Más vale reír que llorar
Para
ella es más fácil reír que llorar. Desde que nos casamos jamás la he visto
derramar su llanto (es más, creo que nunca me amó). Si mira a un perro
aplastado o un gato electrocutado, ríe; si pierde algo de valor material
(celular, anillos, reloj), ríe; si va a un velorio (familia, amigos, compañeros
del trabajo), ríe; si me encuentra besando a otra mujer o tirado de borracho
en la calle, ríe. Con ella todo es risa; conmigo todo es rabia, vicios, celos y
amargura. Incluso cuando estoy por ingresar al quirófano para que me extraigan
el tumor de la cabeza y los médicos le han confirmado que es poco probable que
vuelva a la vida después de la cirugía, ríe. Así que yo no tengo más opción y
me muero de la risa con ella.
Dios te ama
Hijo
mío: si alguien no te valora, ódiale; si alguien habla mal de ti, pártele la
cara; si alguien no te ofrece trabajo, róbale sus pertenencias. Sólo recuerda
que yo sí te amo, aunque jamás suelte mis manos de tu cuello.
Atención ciudadana
Todos
los días escucho teléfonos en mi cabeza, sin importar la hora. Ring-ring-ring.
Atiendo las llamadas. Hay voces extrañas, gemidos, lamentos, maldiciones.
Alguien
dice: “¡Abajo el capitalismo!”
Otro:
“La muerte sabe a Prozac”.
Luego:
“¿En serio crees en ese comercial llamado fe?”
Más
allá: “Nunca te amó, imbécil”.
Cuelgo.
No es así de simple
Ricardo Cuan Boone
—…yacasiyacasiyacasiyacasiyacasi…
no debí tomar tanta agua… vamosvamosvamos… allá está el baño… ¡madres… ya no aguanto!...
... ¡¿PERO QUÉ CARAJOS?! …
… Joven… disculpe joven… me podría…
—Señor tengo prisa, ahorita no.
—Yo solo necesito que…. Joven….
Madresssssssss…
…Señorita
disculpe… ¿me podría ayudar a…?
—¿Cómo me llamó?
—¿Señorita?... yo sólo…
—¿Por qué supone usted que soy “señorita”?
—Yo no… discúlpeme usted, señora…
yo sólo quisiera…
—¡Lo ve! ¿Por qué me encasilla entre señorita y
señora?
—… no era mi intención yo sólo
necesito saber…
—¡Es que ese es el problema! Usted de forma natural me categoriza en base
a mi experiencia sexual…
—… nonono… discúlpeme por favor… yo
nada mas quería preguntarle por las…
—… y seguro va a querer escudarse detrás
de su edad como pretexto de su machismo.
Por gente como usted es que más mujeres como yo alzamos la voz para
protestar sobre la opresión histórica a la que hemos estado subyugadas. Eso de ser reducidas a objetos sexuales hasta
en el idioma es resultado de mentes retrogradas como la suya. ¡Tenga usted buen día!
—… seño… pero…
…yanoaguantoyanoaguantoyanoaguanto…
—Disculpe señor, ¿necesita usted
ayuda con algo?
—¡Siii! … por fin… gracias… me urge
ir al baño y no se a cuál de las siete puertas entrar y tampoco entiendo los
símbolos en ellas.
—Ah ya veo, no se preocupe usted,
yo le explico.
—Señor ya no aguanto… por favor si
tan sólo me pudiera decir cual es el baño de hombres…
—Si por supuesto… ¿hombre cis,
trans o fluido?
—… eeh… hombre, hombre…
—Señor, no es así de simple, y debe
tener cuidado con la implicación de sus expresiones. Si gusta nada mas dígame como se identifica
usted.
—¿Cómo me identifico?... pues……
así.
—Señor por favor, no me refiero a
su licencia de conducir, me refiero a…. ¡Señor!
—ch
in
g
a
da..
m
a
d
reeeee………
—Señor creo que mejor lo dejo…
seguro tiene un cambio de ropa a la mano ¿no?... lamento mucho… tenga usted… un
buen día… perdón no quise ser…
— …mmmpphh…….
…
… oye… ¡niño! .... ¡si tú!... ven
por favor…
… dime algo… ¿cómo sabes a que baño entrar?
—¡Ah, pues al que tenga menos fila!